Página:Amalia - Tomo I (1909).pdf/146

Esta página no ha sido corregida
— 142 —

obra pronta, instantánea, que hiricse en la cabeza al tirano, con la rapidez y prepotencia del rayo, para no dar lugar a la ejecución de las terribles venganzas que temían. Y cuando, para conseguir esto, se ofrecían á sus ojos los obstáculos de tiempo, de distancia y de cosas, aquéllos, los más concienzudos enemigos del dictador, temblaban en secreto á la hora en que se aproximase el triunfo.

Tal era el primer síntoma con que se anunciaba el terror sobre el espíritu!

Así era la situación moral del pueblo de Buenos Aires en los momentos en que comenzamos nuestra historia.

Du —X Y en esos instantes en que el alba asomaba sobre el cielo, según el comienzo de este capitulo, y en que el silencio de la ciudad era apenas interrumpido por el rodar monótono de algunos carros, que se dirigían al mercado, un hombre alto, flaco, no pálido, sino amarillo, y ostentando en su fisonomía unos cincuenta ó cincuenta y cinco años de edad, caminaba por la calle de la Victoria, afirmándose magistralmente en su bastón; marchando con tal mesura y gravedad, que no parecía sino que había salido de su casa á esas horas para respirar el aire puro de la mañana, ó para mostrar al rey del día, antes que ningún otro porteño, el inmenso chaleco colorado con que se cubria hasta el vientre, y las divisas federales que brillaban en su pecho y en su sombrero.

Este hombre, sin embargo, fuese por casualidad ó intencionadamente, tuvo la desgracia de que la hermosa caña de la India con puño de marfil que llevaba en su mano, se le cayese dos ó tres veces en cada cuadra, rodando siempre hacia atrás de su persona, cuyo incidente lo obligaba á retroceder un