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141 die naciones, parcee destinado á ser tan grande en la victoria como en la derrota, en la virtud como en el crimen; pues que hasta los crímenes por que ha derramado un mar de lágrimas y sangre, tienen una fisonomía original é imponente, que los eleva sobre la vulgaridad de los delitos que conmueven y ensangrientan la vida civil y política de los pueblos.

Solo, abandonado, él comprendía, sin embargo, cuál era su situación de entonces, y presagiaba, por instinto, por esa voz secreta de la conciencia que se anticipa siempre á hablarnos de las desgracias que nos amenazan, que un golpe nuevo y más terrible aún que aquellos que lo habían postrado, estaba próximo á ser descargado sobre su cabeza por la mano de la tiranía; y para contenerla, él, el pueblo de Buenos Aires, no tenía ni los medios ci siquiera el espíritu para procurarlos.

Ei terror, osa terrible enfermedad que postra el espíritu y embrutece la inteligencia; la más terrible de todas, porque no es la obra de Dice, sino de los hombres, según la expresión de Victor Hugo, empezaba á introducir su influencia magnética en las familias. Los padres temblaban por los hijos. Los amigos desconfiaban de los amigos, y ia conciencia individual, censurando las palabras y las acciones de cada uno, inquietaba el espíritu, llenaba de desconfianzas el ánimo de todos.

Ei triunfo de los libertadores era la oración que cada uno elevaba á Dios desde el santuario secreto de sus pensamientos. Pero era tal la idea que se tenta de que los últimos paroxismos de la dictadura serían mortales para cuantos vivían al alcance de su temible mano, que sus más encarnizados enemigos deseaban que aquel triunfo fuese una