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truirlos es darles tiempo á que se destruyan ellos mismos, y eso es lo que hago yo.

Ob, muy bien! es un magnífico plan !—dijo alborozado el señor Mandeville.

—Permítame usted, que no he concluido—dijo Rosas con la misma flema.—Cuando se tienen tles enemigos decía, no se les cuenta por el múmero, sino por el valor que representa cada fracción, cada círculo, cada hombre; y comparando osas fracciones luego con el poder contrario, sólido, organizado, donde nadic manda sino uno solo, y donde todos los demás obedecen como los brazos á la voluntad, se deduce entonces que el triunfo de este último poder es seguro, infalible, aun cuando aparezca más pequeño, comparado con el total de sus enemigos en masa. ¿Está usted enterado ahora del modo cómo se debe apreciar la situación de mnis enemigos y la mía?—preguntó Rosus, que no había perdido ni un momento el aplomo con que había empezado á desenvolver su original plan de campaña, que era el resultado de cse estudio prolijo que, en su vida pública, había hecho de los enemigos que lo habían combatido, que, queriendo destruirlo, le dieron esa grandeza de poder y de medios que lo hicieron tan respetable á los ojos del mundo, y que él, por sí sclo, no tuvo nunca, ni el talento ni el valor de conquistarla.

Oh, lo comprendo, lo comprendo. Excelentisimo señor!—dijo el Ministro, frotándose sus blancas y cuidadas meros, con esa satisfacción viva que tione todo hombre cuando acaba de salir venturosamente de una incertidumbre ó de un conflicto.

Reformaré mis comunicaciones y haré que el pensamiento de lord Palmerston se fijo ilustradamente en la situación de los negocios desde el punto de