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—¡Pero, señor!

Oigame usted, señor Mandeville; todo cuanto acaba usted de decir, está muy bueno para repetirlo entre el pueblo, pero muy inalo para escribirselo á lord Palmerston, á quien llaman los unitarios de Montevideo el eminente Ministro.

—Me haría el honor Vuestra Excelencia de explicarme el por qué?

A eso voy. He detallado á usted todos los pe ligros que en la actualidad rodean á mi Gobierno, es decir, al orden y á la paz de la Confederación argentina. ¿No es cierto?

—Muy cierto, Excelentísimo señor.

Y sabe usted por qué acabo de enumerarle esos peligros? ¡Oh! justed no lo ha comprendido, no se ha dado cuenta de la causa de mi franqueza que lo ha dejado vacilante y perplejo! pero yo se la explicaré. He dicho á usted lo que ha oido, porque sé bien que de esta entrevista extenderá un protocolo que enviará luego á su Gobierno; y estoes precisamente lo que yo más desco.

—¡Vuestra Excelencia quiere eso!—dijo el sefior Mandeville, más admirado ahora que intrigado antes.

—Lo quiero, y la razón es que me conviene que el Gobierno inglés sepa aquellos detalles por mí mismo, antes que por los órganos de mis enemigos ó á lo menos que los sepa al mismo tiempo por ambos. Entiende usted ahora mi pensamiento? Qué haría, qué ganarla yo con ocultar al Gobierno inglés una situación que él habrá de saber pública y oficialmente por nail distintos conductos? Ocultarla, sería descubrir temores de mi parte, y no temo, absolutamente no temo & mis actuales enemigos.