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su camisa, no más blancos que la mano que los tocaba, prolijamente cuidada, y cuyas uñas rosadas y perfiladas eran el mejor testimonio de la raza á que perteneció el señor Mandeville; esa raza que se distingue especialmente por los ojos, por los cabellos y por las uñas.

Para qué día piensa usted despachar el paquete?—le preguntó Rosas cruzando su brazo sobre el respaldo de una silla.

—Por la Legación quedará despachado para mañana; pero si Vuestre Excelencia desea que se demore por más tiempo...

—Precisamente lo deseo.

—Entonces yo daré mis órdenes para que se demore todo el tiempo que necesite Vuestra Excelencia para concluir sus comunicaciones, ¡Oh, mis comunicaciones han quedado concluidas desde ayer!

Vuestra Excelencia me permitirá hacerle una pregunta?

Cuantas usted quiera.

—Podría saber qué motivo hay para detener el paquete, no siendo para esperar comunicaciones de Vuestra Excelencia?

—Es bien sencillo, señor Mandeville.

Vuestra Excelencia despacha algún ministro?

—No hay para qué.

—Entonces no alcanzo á comprender...

—Mis comunicaciones están prontas, pero las de usted no lo están.

— Las mías?

—Ya lo ha oido usted.

—Creo haber dicho á Vuestra Excelencia que