Ninguno, señora. En los meses que he estado, no he visto entrar á nadie de visita de noche.
—¿Y estaba usted en la casa, á esas horas?
—No salía de casa, porque muchas noches, si había luna, enganchaba los caballos y llevaba á la señora á la Boca, donde se bajaba á pasear á orillas del Riachuelo.
A pasear? Qué señora tan paseandera !
—Sí, señora, llevaba la niña doña Luisa y paseaba con ella sola.
La niña doña Luisa! ¿Y la cuida mucho á esa niña doña Luisa?
—Sí, scñora, como si fuera de la familia.
Será de la familia, pues?
—No, señora, no es nada de ella.
—No; pues las malas lenguas dicen que es su hija.
Jesús, señora! si doña Amalia es muy moza, y la riña tiene doce años.
Muy noza, eh? ¿Y cuántos años tiene?
—Ha de tener de veintidós á veinticuatro años.
—Pobrecita fuera de los que mazzó y auduvo & gatas. Bien, y con quién decía usted que paseaba?
—Sola con la niña.
—Con ella sola, eh? Y á nadie encontraba por allí?
—A nadie, señora.
Y las noches que no paseaba, no recibía visitas?
—No, señora; no iba nadie.
Estaría rezando?
Yo no sé, señora, pero en casa no entraba nadie—respondió el antiguo cochero de Amalia, que, á pesar de toda la vocación por la santa causa, AMALIA 9. TOMO II