ver á los huéspedes que acababan de tocar á las puertas de su edén.
Pero la inspiración dramática no se cortaba jamás en aquella hija de la literatura clásica, y su estupor no le impidió la aplicación de un verso de la Argia:
niel, —Sola, sin armas, ¿Qué pretendéis hacer? Volved al campo.
¿Se ha despertado Gaete?
preguntó Da—Sas miembros fatigados Gosan del sueño la quietud sabrosa.
—respondió doña Marcelina.
—Adelante, pues—dijo Daniel, empujando suavemente á doña Marcelina y arrastrando & don Cándido en el momento en que pasaba por su mente la idea de emprender la carrera.
—¡Qué hacéis, temerario?—exclamó doña Marcelina.
—Cerrar la puerta.
Y en efecto, corrió el cerrojo.
La fisonomía de Daniel tenía en aquel momento la expresión de una resolución vigorosa.
Doña Marcelina estaba estupefacta.
Don Cándido creía llegada su última hora, y una especie de cristiana resignación empezaba á inundar su alma.
7 Cuáles de las sobrinas de usted están en casa?
Gertruditas solamente; Andrea y las otras acaban de salir.
—Dónde está Gertrudis?
—Está peinándose en la cocina, porque el cura