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AMALIA
— VII
CÓMO DON CÁNDIDO SE DECIDE A EMIGRAR , Y OUA LES FUERON LAS CONSECUENCIAS DE SU PRIMERA
TENTATIVA .
Pero no bien nuestro secretario privado tuvo un pie en la ecera, y otro sobre el alto escalón de la portería del convento, cuando una mujer, con sus gruesos rizos negros en completo desorden, y cuyo gran pañuelo de merino blanco con guardas rojas arrastraba la punta de su ángulo cuatro ó seis dedos más abajo de la falda del vestido, lo tomó del brazo y exclamó :
— Ah, qué felicidad! Son los dioses del Olimpo los que me han conducido por esta senda. ¡Oh!
ya no tenemos que temer del hado, pues que lo he hallado & usted.
—Señora, usted se equivoca—dijo don Cándido, estupefacto, yo no tengo el honor de conocer