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Carmen de Burgos

triste, pero no debe afligirte tanto.

¿Qué es eso que tienes en la mano?

—Un ramo de flores silvestres que el desgraciado encargó que me entregasen cuando lo cogieron moribundo.

—¡Qué regalo tan extraño!

—Me lo trajo de Alcira, porque durante mi estancia allí, me obsequiaba con ellas frecuentemente sabía que me gustan mucho.

Y tú serías un poco coquetuela quizás... Bah, pecadillos veniales; tira eso y no nos acordemos más del asunto.

—¡Qué bueno eres, Luis mío, y cuánto te amo!—dijo ella arrojando el ramo en el fuego que chisporroteó con estrépito, mientras una columna de blanco humo ascendía lentamentepor el aire exhalando un vivo perfume de campo en flor.