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Carmen de Burgos

en los aleros de los tejados, convidan á formar una familia, un hogar donde á los enamorados trinos de los padres, responda el poético gorjeo de los pequeñuelos.

La ficción duró poco tiempo; Antonio se cansó de la comedia y doña Cipriana pudo sentir en su pecho todos los dolores del desengaño.

Doña Cipriana languideció en algunas semanas; iba consumiendo su existencia como esas lamparillas que dejamos en nuestras alcobas, que lanzan débiles chisporreteos de luz y al fin se hacen parte de la negra sombra.

—¡Los años!—decían sus amigos.

—¡Los años!—repitió Antonio cuando la vió tendida en lujosa caja entre los cirios amarillos que la alumbraban; pero una voz potente pareció gritarle: