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Carmen de Burgos

% —Tranquilícese usted; yo le prometo que voy á enviar ahora mismo á preguntar, y si está peor volaré á su lado.

—¿Me lo promete usted?

—Se lo juro.

Diez minutos después la signora Giovani era saludada por el público con un aplauso de simpatía, y de su garganta se escapaban notas sonoras y armoniosas que entusiasmaban al auditorio. Su canto era el trino del ruiseñor, cantaba de un modo tan fácil, tan vibrante y armonioso, que llenaba los ámbitos del teatro.

Un observador hubiera notado en el acento de la signora Giovani una nota triste, algo así como el lamento que exhala el moribundo, apagado por el ruido de la vecina fiesta, y que, sin darse cuenta de ello, impresionaba al público, que se sentía