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Carmen de Burgos

campo para vivir en aquellos sitios santificados por el recuerdo de la amada 'muerta, dedicándose personalmente á los más rudos trabajos agrícolas, con un ardor extraño, como si deseara que el cansancio del cuerpo aniquilase al esp.ritu.

Un día me atreví á censurarle el abandono de su bril ante porvenir, y él, sin responderme una palabra, sacó del bolsillo una carta amarillenta, que aún conservaba un dulce perfume femenino, y leyó: Julio, perdóname, he destrozado tu alma al hacer imposible nuestro casamiento; pero también he destrozado la mía hasta el punto de que no se me oculta la imagen de la muerte que se aproxima.

Yo te amo, te amo y muero, porque no quiero ser tuya; mi corazón se rompe al dar salida á los felices