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Carmen de Burgos

I7 tan angelical, que parecía envuelta en una aureola celeste.

Sólo sus ojos y su boca se conservaban incitantes como el deseo, y, sin embargo yo continuaba sin atreverme á tocarla con mis labios... le faltaba pureza... Y es preciso que lo confiese; mira, aquella era la habitación de Eugenia... La había hecho amueblar para ella, como un santuario... yo no pasaba sus dinteles... pero, á pesar de mi amor, seguía entregándome á la vida de disipación acostumbrada...

¡Ah! Es que en el fondo de los hombres civilizados ruge siempre el hombre de las cavernas... el salvaje... la bestia.

Ninguna mujer me parecía bella ni elegante; pero no me causaban la invencible repugnancia que me producía la que yo amaba.