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tierra es un mundo nada más, y no todo el mundo, como creen la ignorancia y la superstición. Esos miles, esos millones de soles y planetas que contemplan nuestros ojos, son otros tantos mundos, habitados quizá; habitables sin duda alguna. La vida, este segundo del inmenso reloj de la eternidad, es tan sólo una existencia, y no toda la existencia del Espíritu, como dicen la superstición y la ignorancia. El hombre vive tantas vidas cuantas lo son necesarias para rehabilitarse y alcanzar los supremos fines á que está llamado. La muerte no es una cesacíon, es una trasformacion, y á pesar de aquella, y merced á la irresistible virtualidad del amor, los muertos para este planeta pueden comunicarse con los que aquí llamamos vivos » Y cuando alguien le preguntaba con arrogancia ó desden: «¿en qué fundas tus afirmaciones?» El Espiritismo respondía: «unas en la justicia de Dios, otras en la experimentación; observa y estudia. La verdad no es un regalo; es un salario. Trabaja, obrero de la inteligencia, y ganarás tu salario.»

III.

La idea no reconoce fronteras ni valladares. Gracias á la imprenta, se introduce en todas partes; y corriendo en hombros del vapor y volando en alas del rayo, convertido por la ciencia en servidor del hombre, ha suprimido, por decirlo así, el tiempo y el espacio. Hé aquí porque, cuando en Francia el Espiritismo iba tomando cuerpo, en Cádiz lo experimentaban y comprobaban unos cuantos hombros de buena voluntad; de modo, que á tierra de España había llegado ya la nueva idea, y en ella comenzaba á germinar. Pero no bastaba esto. Los espiritistas gaditanos estudiaban; se llenaban de inmenso placer ante las grandes verdades que iban progresivamente descubriendo, y aun se atrevían á comunicar en voz muy baja á algunos discretos amigos el fruto de aquellas primeras misteriosas investigaciones. Mas ¿qué es la voz humana, tratándose de divulgar una verdad? Poco menos que nada; pues ni logra exponerla en su cabal desenvolvimiento ni consigue llevarla al ánimo por medio de la reflexión. El vehículo de la verdad en su trayecto de inteligencia á inteligencia, no puede ser otro que el libro. Asi lo comprendió inmediatamente Barcelona, la ciudad acaso más positivista de España, y sin pensarlo dos veces, sin perder un solo momento, pidió libros, que acallasen su hambre de saber, y Francia se los remitió sin pérdida de tiempo. Las primeras obras de Espiritismo que se vendieron en tierra española, vendiéronse clandestinamente en Barcelona; la primera traducción de las obras espiritistas que se hizo en España, hizose clandestinamente en Barcelona.—Suum cuique.

IV.

Cuando los eternos y encarnizados enemigos de toda verdad emancipadora, supieron estas cosas, temblaron de ira, y juraron cerrar todas las puertas á la nueva idea. El mismo juramento hicieron los escribas, fariseos y doctores de la ley, cuando Cristo anunciaba á la humanidad entera, desde las pintorescas campiñas de la Judea, la buena nueva; lo que más tarde había de llamarse el Cristianismo. Estos últimos levantaron una cruz; aquellos encendieron una hoguera. Antes quemaban vivos á los que titulaban hereges, porque ó anunciaban un nuevo principio, ó no estaban conformes con los que como verdaderos se les indicaban, en la época á que nos referimos en este artículo, no podían quemar á los hombres; pero sí, sus obras. Hoy, gracias al incesante progreso, no pueden quemar ni obras, ni hombres. Ya era tiempo.

El 9 de Octubre de 1861 encendieron la hoguera en Barcelona, en el sitio que allí llaman la Esplanada, y donde se aplica á los criminales la terrible pena de muerte. La mandó encender un obispo cristiano, uno que se titulaba discípulo de Cristo, del varón justo que incluyó entre las virtudes la caridad y la humildad, y entro los deberes ineludibles el perdón de las ofensas. Presidió el vergonzoso acto un presbítero, revestido de todas sus insignias, llevando en la una mano la cruz, y en la otra un a antorcha encendida; la antorcha, símbolo de la verdad; la cruz, emblema de la redención, y esto cuando se intentaba esclavizar la conciencia á una determinada doctrina, y cuando con el humo de una hoguera se quería ocultar la luz de nuevas verdades. ¡Qué sarcasmo!—Tampoco faltó la figura del escriba en aquel Calvario. Un escribano, un representante de la ley, de la que se nos decía entonces