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MYRRHA
(CUENTO ROJO)
(Versión de M. Castilla Portugal)

A Eugenio C. Moetzel.

Los prisioneros comparecieron delante del procónsul, lo que causó gran decepción á Myrrha; el funcionario se contentó con preguntarles si profesaban la fé de Cristo y los condenó á ser pasto de los leones, en el gran circo.

— ¿Estará allí el emperador? preguntó Myrrha á uno de los carceleros.

— Nunca falta á ninguna de estas fiestas, respondió el interpelado.

Una gran alegría iluminó el rostro de la joven, ese rostro pálido y diáfano, á donde apenas había espacio para los grandes ojos ardientes de pupilas violetas y para la pequeña boca siempre entreabierta por la lijera opresión de un angelical deseo;.... se encontraba perpleja.

Quería cumplir su voto, muriendo por tan gran culpable, pero al mismo tiempo, la idea de la muerte la asustaba, pensando en que su suplicio agravado por esta circunstancia, seria más meritorio y eficaz, dejando de ser doloroso...... En fin no sabia que pensar...... Algunas veces, la asaltaban súbitos terrores; no podia comprender por qué causa Nerón no le inspiraba horror. Vivía en una fiebre y en un ensueño perpetuos, no oyendo ni viendo nada de lo que la rodeaba.

El viejo Calixto, consideraba este estado con inquietud. Hacia largo tiempo que la joven no habia vuelto á hablarle del emperador