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Acta de Pio XI

ni retractarnos de ese modo de las reclamaciones hechas en contra de ellas, de modo que ya no hubiese que oponerse todo lo posible a esas leyes, tal como habíamos decretado. Se trataba solamente de lo siguiente: puesto que los gobernantes de la República daban a entender que abrazaban propósitos distintos, esto parecía exigir que se suspendieran aquellos procedimientos de resistencia que más bien pudieran resultar perjudiciales al pueblo cristiano, y que se adoptasen otros realmente más oportunos.

Más, de todos es sabido que la tan esperada paz y conciliación no respondió a Nuestros deseos. Porque, violadas palpablemente las condiciones estipuladas en la conciliación, de nuevo se encarnizaron con los Obispos, sacerdotes y fieles cristianos, castigándolos con penas y cárceles; y con la mayor tristeza vimos que no sólo no se llamaba del destierro a todos los Obispos, sino que más bien aun de aquellos que gozaban del beneficio de seguir en la patria, algunos, con desprecio de las cláusulas legales, eran expulsados de sus confines; que en no pocas diócesis los templos, los seminarios, los palacios episcopales y demás edificios sagrados no habían sido en modo alguno dedicados de nuevo a su uso propio; finalmente, que, con desprecio de las indudables promesas hechas, muchos clérigos y seglares que habían defendido valientemente la fe de sus mayores eran entregados a la envidia y odio disimulado de sus enemigos.

Además, no bien cesó la suspensión pública del culto divino, sobrevino y se generalizó una acérrima campaña de calumnias por parte de la prensa contra los sagrados ministros, contra la Iglesia y contra el mismo Dios, y todos saben que la Sede Apostólica creyó era deber suyo reprobar y proscribir una de esas publicaciones que, por su más criminal impiedad y por su manifiesto propósito de concitar por medio de calumnias el odio contra la Religión, había sobrepasado radicalmente toda clase de límites.

Únese a esto que no sólo en las escuelas, donde se enseñan los elementos del saber, la ley prohíbe que se expliquen los preceptos de la doctrina católica, sino que aun a menudo se incita en ellas a los que tienen el cargo de educar a la niñez a que se esfuercen en formar las almas de los jóvenes en los errores y disolventes costumbres de la impiedad; lo que causa no pequeño perjuicio