riencia y ya sin ilusiones, le dolería haber nacido si la fe no la alentara, y envidia á los que, como Svlvain y Mercedes, se retiran al campo, frecuentando lo menos, que pueden ese mundo engañador, y gozan en una atmósfera para de las delicias de la familia, del contento de aliviar el infortunio de sus semejantes, esperando con dulce serenidad el fin de, sus días!
Cuando el criado anunció Yolande, el asombro de ambos fué tan grande como si habiese caído un aerolito; pero ella no esperó A saber si la recibirían y siguió hasta la sala, echandose á los pies de Mercedes.
—¿Tú en mi cesa y á mis pies?
Yolande hizo ademán de besarlos.
—Levántate y di sentada lo que tienes que decir, le dijo con dignidad, ¿Qué significa esto?
Yolande se sentó, los ojos bajos, dejó correr dos lágrimas y trémula y confusa, le dijo:
—He pedido perdón a mi madre, y mi madre me ha perdonado, y ahora vengo á pedírtelo á ti.