Los dioses de la Pampa: 34


Cibeles, la majestuosa y robusta madre de los dioses, buena, grande, fecunda, protectora de la humanidad, dispensadora de los bienes de la tierra, dejó caer sobre las inmensas soledades pampeanas una benévola ojeada y se admiró que tan grande y fértil extensión quedara sin cultivo, manteniendo apenas algunos rebaños dispersos.

Y llamando a Ceres, la rubia diosa de las doradas mieses, le entregó la llave de oro con que encierra sus tesoros, para que de ellos sacara la simiente de la futura riqueza de la Pampa. Y el hijo adoptivo de Ceres, Triptólemo, bienhechor querido del orbe entero, atravesó en su carro tirado por dragones alados, presente de la diosa, el océano inmenso.

En la fértil tierra negra, profunda, de hirviente fecundidad, abrió con el arado un ancho surco, embalsamándose el aire con el perfume vivificante del suelo removido.

El pastor nómada, incrédulo, vino atraído por la novedad, y sentado al pie de su caballo, lo miró mucho tiempo con irónico desprecio.

¡Darse tanto trabajo para destruir el pasto que espontáneo crece y mantiene a los animales!

Seguramente no debía ser muy cuerdo este desconocido, venido de países lejanos, para buscar en el seno de la tierra lo que en la superficie crece sin esfuerzo, y durante algunos días, siguió viniendo a mirar, no más, y a reírse.

Triptólemo ahora, descansaba. En los surcos abiertos había desparramado granos de varias formas y tamaños, dejando, paciente, obrar el poder maravilloso de la gran madre fecunda, Cibeles, la milagrosa generadora de dioses y protectora de la humanidad. Y al cabo de poco tiempo, el pastor asombrado vio que verdeaba el suelo removido, como nunca, ni en las más florecientes primaveras, lo había hecho. Creció su admiración cuando vio que donde hasta entonces no habían salido más que yerbas ralas, cortas y de poco sabor, brotaban exuberantes pastos de abundante follaje cubierto de flores, y plantas que al poco tiempo, se coronaban de espigas color de oro, llenas de nutritivo grano.

De Triptólemo, el extranjero venido de lejanas playas, ya no se reía el pastor nómada, y apeándose, ató resueltamente su caballo al arado y también abrió el surco creador y pudo ver alternándose por la llanura, los campos de alfalfa salpicados de bueyes gordos y los de trigo dorado que suavemente menean su cabellera rubia al caprichoso soplo de los vientos de la Pampa.

La Labor fecunda, diosa que sólo ayuda a sus fervientes, pero que todo lo vence a favor de ellos, quedó encargada por Triptólemo de seguir con su obra, y el pastor pampeano se apresuró en consagrarle sus hijos.

Ella tiene a su servicio a todos los dioses protectores del habitante de las campiñas, para dominar la inercia o la maldad de los dioses malvados. Rechaza las plagas, vence el hambre y la sed; fecunda y puebla la tierra, y hace las naciones grandes, fuertes, poderosas.