Los dioses de la Pampa: 13

Los dioses de la Pampa
de Godofredo Daireaux
Capítulo XII: Dioses Desvanecidos



No siempre han sido los mismos de hoy, los dioses de la Pampa; pero terribles, horrendos, y enemigos de la Humanidad han de haber sido los dioses primitivos, a juzgar por los restos de los rebaños que protegían, tan monstruosos, que no permitían la presencia del hombre en la tierra.

Ni los mismos sabios pueden decir cuantos miles de años han reinado, ni como surgieron, ni como han desaparecido.

Sus luchas con los dioses actuales han de haber sido tremendas, pues han dejado la tierra convulsionada en muchas partes, y sólo habrán podido ser vencidos por algún Hércules ignoto, cuya historia no supo conservar la tradición.

Para el hombre creyente en la divinidad, no cabe duda que los pastores de estas estupendas haciendas y los amos de esas horrorosas fieras eran de esencia divina.

Pues, no sólo necesitaban un poder sobrehumano para dominarlas, sino que tampoco han dejado en la tierra rastro de su existencia mortal.

Difícilmente puede el pastor pampeano mirar con alma serena, los esqueletos dejados en la tierra que hoy pisa, por los animales extraordinarios, de formas y tamaños inverosímiles, a los cuales gobernaban entonces esos dioses desvanecidos; y se le llena de gratitud el corazón para las deidades protectoras que han sabido desterrar de la llanura a semejantes monstruos y a sus pastores, seguramente más execrables aún.

Ni las más horribles apariciones de febril insomnio darían una idea remota de lo que podían ser: pues, ¿qué imaginación habrá, bastante audaz para soñar jamás con un rodeo de esos megatheriums, al lado de los cuales los elefantes de hoy serían hacienda despreciable por su pequeñez?

Inmensos rebaños de mastodontes y de milodontes pacían, enormes, pesados y lerdos, entre los gigantescos helechos de la llanura, alzando en cada bocado una prodigiosa cantidad de pasto, víctimas, a menudo, de la ferocidad del smilodon, el tigre gigante que repartía con un oso de igual tamaño y de igual ferocidad, sus despojos.

Cubiertos de corazas indestructibles, pues han resistido durante miles de años las que todavía se encuentran, los gliptodontes, esos peludos de entonces, cavaban con sus unas enormes, cuevas en las cuales en vez de quebrarse un pie, el caballo de hoy hubiera desaparecido entero con jinete y todo.

Y si apareciera hoy en la Pampa uno solo de los zorros, de los hurones o de las comadrejas que, en aquellos tiempos remotos, cazaban cuises y pájaros mayores que las ovejas que cuida el hombre, el pánico sería tal que haría disparar hasta el Océano o las Cordilleras, pastores y rebaños.

¿Quién resistiría sin temblar, el aspecto del formidable foróracos, ave de rapiña del tamaño de dos de los caballos actuales, si lo vieran elevarse en los aires, llevando entre sus garras un lagarto dinosaurio de veinte metros de largo, tapando con sus alas el sol, y con ellas, removiendo el aire en fragor de tempestad, mientras, despavoridos, huyeran y desaparecieran, en los profundos fangales, reptiles sin nombre, de repugnante enormidad, en hervidero pavoroso?

Salgan, pacíficos pastores, de sus grutas, de sus escondrijos; pues se fueron para siempre los monstruosos rebaños y sus guardianes monstruosos, dioses desvanecidos de la Pampa.