Las mil y una noches:87

Las mil y una noches
de Anónimo
Capítulo 87: Pero cuando llegó la 57ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 57ª NOCHE


Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader dijo: "No quiero más que verle la cara". Y se adelantó hacia Nozhatú, pidiéndole que le dispensase, y lleno de confusión se sentó a su lado, y le preguntó dulcemente: "¡Oh señora mía! ¿cuál es tu nombre?" Y ella, suspirando, dijo: "¿Me preguntas el nombre que llevo ahora, o mi nombre de los tiempos pasados?"

Y él, asombrado, exclamó: "¿Tienes un nombre nuevo y un nombre antiguo?"

Y ella dijo: "Sí, ¡oh anciano! ¡Mi nombre antiguo es Delicias del Tiempo, y el nuevo es Opresión del Tiempo!" Al oír estas palabras llenas de amargura, el mercader notó que las lágrimas le bañaban los ojos.

Y la joven Nozhatú tampoco pudo contener sus lágrimas, y recitó estas estrofas:

Mi corazón te guarda, ¡oh viajero! ¿Hacia qué tierras desconocidas has partido, en qué pueblos, en qué moradas habitas?
¿En qué manantial bebes, ¡oh viajero!? Yo que te lloro, me alimento con las rosas de mi recuerdo y apago la sed en la abundante fuente de mis ojos.
Nada tan duro para mi pensamiento como tu ausencia, porque todo lo demais, comparado con esto, es cosa para mí risueña.

Pero al beduino le pareció que aquella conversación duraba mucho, y se acercó a Nozhatú con el látigo levantado, y le dijo: "¿Para qué charlar tanto? ¡Levántate el velo de la cara, y acabemos!" Y Nozhatú, desolada, suplicó al mercader: "¡Oh venerable jeique! líbrame de las manos de este bandido, porque si no, esta misma noche me mataré".

Y el mercader habló de este modo al beduíno: "Esta joven es un estorbo para ti. ¡Véndemela al precio que quieras!" Pero el heduíno insistió: "Has de ofrecer tú, o si no, la llevaré al desierto para que haga pastar a los camellos y recoja los excrementos del ganado".

Y el mercader dijo: "Para acabar de una vez, te ofrezco cincuenta mil dinares de oro". Pero aquel bruto testarudo lo rechazó: "!Alah nos asista! ¡Eso no me tiene cuenta!" Y el mercader dijo: "¡Sesenta mil dinares!" Pero el beduíno insistió: "¡Alah nos asista! ¡Eso no cubre ni siquiera el capital que gasté en alimentarla y en comprarle galletas de cebada! Porque sabe, ¡oh mercader! que me he gastado en ella, sólo en galletas de cebada, noventa mil dinares de oro".

Entonces el mercader, atolondrado por las locuras de aquel bruto, le dijo: "¡Ni tú, ni tu familia, ni todos los de vuestra tribu, habéis comido en toda vuestra vida por valor de cien dinares! Pero voy a hacerte la última oferta, y si la rechazas, iré a ver al príncipe Scharkán y le daré cuenta de los malos tratos sufridos por esta joven, que seguramente has robado, ¡oh miserable saqueador!

Te ofrezco pues, cien mil dinares". Entonces el beduíno dijo: "Te cedo la esclava a ese precio, pero es porque tengo necesidad de ir al zoco para comprar un poco de sal". Y el mercader no pudo dejar de reírse. Y todos marcharon a casa del mercader, que abonó al beduíno la cantidad convenida, después de haber hecho pesar moneda por moneda. Y el beduíno montó en su camello y emprendió el camino de Jerusalén, diciendo: "Si la hermana me ha producido cien mil dinares, el hermano me ha de producir otro tanto, por lo menos. Voy, pues, en busca suya".

Y efectivamente, al llegar a Jerusalén se puso a buscar a Daul'makán en todos los khanes, pero como ya se había marchado con el encargado del hammam., no pudo dar con él. Esto en cuanto al beduíno. Por lo que se refiere a la joven Nozhatú...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.