Nota: Se respeta la ortografía original de 1879.
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El tiempo sigue en su giro
Y nosotros solitarios,
De los indios sanguinarios
No teniamos que esperar—
El que nos salvó al llegar
Era el mas hospitalario.

Mostró noble corazon,
Cristiano anelaba ser—
La justicia es un deber,
Y sus méritos no callo,—
Nos regaló unos caballos
Y á veces nos vino á ver.

A la voluntá de Dios
Ni con la intencion resisto—
El nos salvó...pero, ah ¡Cristo!
Muchas veces he deseado
No nos hubiera salvado
Ni jamas haberlo visto.

Quien recibe beneficios
Jamas los debe olvidar;
Y al que tiene que rodar
En su vida trabajosa,
Le pasan á veces cosas
Que son duras de pelar.—

Voy dentrando poco a poco
En lo triste del pasage—
Cuando es amargo el brebage
El corazon no se alegra,—
Dentró una virgüela negra
Que los diezmó á los salvages.

Al sentir tal mortanda
Los indios desesperaos,
Gritaban alborotados
«Cristiano echando gualicho»
No quedó en los toldos vicho
Que no salió redotao.—

Sus remedios son secretos,
Los tienen las adivinas—
No los conocen las chinas
Sinó alguna ya muy vieja,
Y es la que los aconseja
Con mil embuştes la indina.

Alli soporta el paciente
Las terribles curaciones—
Pues á golpes y estrujones
Son los remedios aquellos—
Lo agarran de los cabellos
Y le arrancan los mechones.

Les hacen mil heregias
Que el presenciarlas da horror—
Brama el indio de dolor
Por los tormentos que pasa;
Y untándolo todo en grasa
Lo ponen a hervir al sol.

Y puesto allí boca arriba
Al rededor le hacen fuego—
Una china viene luego
Y al oido le da de gritos—
Hay algunos tan malditos
Que sanan con este juego.

A otros les cuecen la boca
Aunque de dolores cruja—
Lo agarran allí y lo estruja
Lábios le queman y dientes
Con un gūeyo bien caliente
De alguna gallina bruja.

Conoce el indio el peligro
Y pierde toda esperanza—
Si á escaparseles alcanza
Dispara como una liebre—
Le dá delirios la fiebre
Y ya le cain con la lanza.

Esas fiebres son terribles,
Y aunque de csto no disputo,
Ni de saber me reputo,
Será, deciamos nosotros,
De tanta carne de potro
Como comen estos brutos.

Habia un gringuito cautivo
Que siempre hablaba del barco—
Y lo augaron en un charco
Por causante de la peste—
Tenía los ojos celestes
Como potrillito zarco.

Que le dieran esa muerte
Dispuso una china vieja;
Y aunque se aflije y se queja,
Es inútil que resista.—
Ponia el infeliz la vista
Como la pone la oveja.

Nosotros nos alejamos
Para no ver tanto estrago—
Craz sentia los amagos
De la peste que reinaba—
Y la idea nos acosaba
De volver á nuestros pagos.

Pero contra el plan mejor
El destino se revela—
La sangre se me congela!
El que nos habia salvado,
Cayó tambien atacado
De la fiebre y la virgücla.

No podiamos dudar
Al verlo en tal padecer
El fin que habia de tener,
Y Cruz que era tan humano:
«Vamos» me dijo, paisano
«A cumplir con un deber».

Fuimos á estar a su lado
Para ayudarlo á curar—
Lo vinieron á buscar
Y hacerle como á los otros;
Lo defendimos nosotros,
No lo dejamos lanciar,

Iba creciendo la plaga
Y la mortandá seguia;
A su lado nos tenia.
Cuidándolo con pacencia—
Pero acabó su esistencia
Al fin de unos pocos dias.

El recuerdo me atormenta,
Se renueva mi pesar—
Me dan ganas de llorar
Nada á mis penas igualo;
Cruz tambien cayó muy malo
Ya para no levantar.

Todos pueden figurarse
Cuanto tuve que sufrir;
Yo no hacia sinó gemir
Y aumentaba mi aflicion,
No saber una oracion
Pa ayudarlo á bien morir.—

Se le pasmó la virgüela,
Y el pobre estaba en un grito—
Me recomendó un hijito
Que en su pago habia dejado,
«Ha quedado abandonado
«Me dijo, aquel pobrecito».

«Si vuelve, busquemeló,
Me repetia á media voz—
«En el mundo eramos dos
«Pues él ya no tiene madre:
«Que sepa el fin de su padre
«Y encomiende mi alma á Dios».

Lo apretaba contra el pecho
Dominao por el dolor—
Era su pena mayor
El morir allá entre infieles—
Sufriendo dolores crueles
Entregó su alma al Criador.

De rodillas a su lado
Yo lo encomendé á Jesus!—
Faltó á mis ojos la luz—
Tube un terrible desmayo—
Cai como herido del rayo
Cuando lo ví muerto á Cruz.