La sombra de Cornelia

La sombra de Cornelia
de Propercio
Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).

¡Oh Paulo! cesa de apremiar con llanto
Mi túmulo. No hay fuerza, no hay porfía
Que logre abrir los reinos del espanto.

El que desciende á la región umbría,
Al ambiente vital tomar no espera;
Puerta de bronce le cerró la vía.

Y aunque Plutón te oyese, ¿qué sirviera?
Bebería tus lágrimas oscura
Y sorda siempre la fatal ribera.

Mueve el ruego á los dioses de la altura;
Las esperanzas con la muerte acaban;
Cubre herboso tapiz la sepultura.

Esto fúnebres trompas recordaban,
Cuando las llamas de la pira odiosa
Mis mortales despojos devoraban.

¿Qué me valió de Paulo ser esposa?
¿Qué de mis padres la triunfal carrera?
¿Qué sirvió ejecutoria tan famosa?

¿Fué conmigo la Parca menos fiera?
¡Hé aquí la gran Cornelia es polvo hoy día
Que infantil mano levantar pudiera!

¡Averno sepulcral! ¡Noche sombría!
¡Triste cárcel! ¡Laguna indiferente!
¡Vos, algas, que ceñís la planta mía!

Bajó aquí sin sazón, pero inocente:
Mi sombra de Plutón logre acogida,
Menos severa su ceñuda frente.

Éaco agite ya la urna temida,
Y los jueces señale en el momento
Que han de juzgar de mi pasada vida.

Y Minos tome y Radamanto asiento,
Y, las fieras Euménides al lado,
Calle á mi voz el auditorio atento.

Sísifo logre en el fatal collado,
Ixión en su rueda, pausa grata,
Tántalo beba del raudal vedado;

No á las sombras Cerbero ronco lata,
Mas tomándole un punto sueño amigo.
La cadena se afloje que le ata.

Yo misma me defiendo; y si es que digo,
Mi causa al abogar, mentira alguna,
Sufra de las Danaides el castigo.

Ilustre, si las hubo, fué mi cuna:
Fijaron mis abuelos Escipiones
En África y Numancia la fortuna;

Y por línea materna á los Libones,
Generosa progenie, erguirse veo,
Y ambas ramas compiten en blasones.

Cuando al fulgor del hacha de himeneo
Depuse la pretexta, y ruborosa
Vi adornarse mi sien de nuevo arreo,

Entonces, Paulo, me llamé tu esposa;
Como sombra pasé que se desliza;
Premió á un solo hombre, se leerá en mi losa.

Invocó por testigo la ceniza
De aquellos héroes que sirviendo á Roma,
África, hicieron en tus campos riza;

Y la de aquel, que cuando Pérseo asoma
A Aquiles remedando, su ascendiente,
Su tienda abate y su arrogancia doma,

Que nunca á mi deber falté imprudente,
Que oculto en mi mansión ningún pecado
De mis Penates sonrojó la frente.

No: Cornelia no fué degenerado
Vastago de su raza; por ventura
Entre tantos modelos fué dechado.

Corrió mi vida igual, y siempre pura;
Tal la antorcha me halló del himeneo,
Y tal la que alumbró mi sepultura.

Que unida andaba con mi sangre creo
La virtud que heredé: no la acreciera
Temor de verme ante mis jueces reo.

Hoy no hará su seutencia, aunque severa,
Que pueda desdeñar mi compañía
La más noble mujer, la más austera:

Ni tú, doncella, que arrastraste un día
Con lazo desatado á tu cintura
La nave que Cibeles detenía;

Ni tú, vestal, que en tu virtud segura,
Extinta al ver la llama milagrosa,
Arrojaste, y ardió, ta vestidura.

Y tú, amada Escribonia, ¿alguna cosa
Hallaste impropia en la hija que perdiste,
O, excepto su partida, dolorosa?

Tu llanto me honra, y el lamento triste
Del pueblo todo, y la funérea rama
Con que César mi túmulo reviste.

César de su hija, en público, me llama
Digna hermana; y el pueblo oyó el gemido,
Y las lágrimas vio que un dios derrama.

De madre de varones el vestido
Fecunda esposa merecí: mi muerte
Desierto no dejó mi hogar querido.

¡Lépido, Paulo! al golpe de la suerte
Expiré en vuestros brazos, y ahora siento
Que resucito en vuestras almas fuerte.

Dos veces ocupó curul asiento
Mi hermano, y con el prez del consulado
Recibió de mi ausencia el sentimiento.

Tú, bien nacida á noble magistrado,
Ama, hija, y da tu mano á solo un hombre;
Guarda en mi ejemplo mi mejor legado;

Y dignos todos perpetuad mi nombre;—
Resignada me aparto de esa zona
Sin que la adusta eternidad me asombre.

El mejor galardón de una matrona
Es la fama que alzándose en su pira,
Su vida cuenta y su virtud corona.

Óyeme, ¡oh Paulo! por mis hijos mira;
Salva la tumba el sentimiento bello
Que aun estos votos á mi labio inspira.

Padre, haz veces de madre; fío en ello:
Las prendas que dejé, la madre ida,
Correrán juntas á abrazar tu cuello.

Sus lágrimas enjuga, por tu vida,
Y dales con tu beso el beso mío;
Mi prole toda en tu favor se anida.

Desata á solas comprimido río,
Y al volver, serenado ya el semblante,
Renueva las caricias manso y pío.

Para llorar ¿la noche no es bastante?
¡No basta esa vigilia ¡oh Paulo! y ese
Amargo sueño en que me ves delante?

Endulzar tu amargura no te pese;
Vé, y platica en secreto con mi busto,
Y dime todo cual si yo te oyese.

Hijos, si á vuestro padre viene en gusto
Llevar segunda esposa al puesto mío,
Madrastra para vos de ceño adusto,

Acatad humildosos su albedrío,
Y de ella, con cariño y mansedumbre,
Tornad amor el que empezó desvío.

Ni ensalcéis mi memoria por costumbre;
Que, lastimada, ella entender podría
En propia humillación cuanto me encumbre.

Mas si él, honrando mi ceniza fría,
Excusa hacer cuanto á mi sombra ofenda,
Fiel hoy y siempre á la memoria mía,

Allanad luego á su vejez la senda,
Y orne de su viudez el despoblado
De todo vuestro amor constante ofrenda.

Vivid los años que me roba el hado;
Y consuelos disfrute sin medida
Mi esposo de mis hijos rodeado.

Nunca ausencia cruel lloré en mi vida;
Mi muerte fué en mi hogar primer vacío;
Todos lloraron mi final partida.

Y ceso. Atestiguando el dicho mío,
Alzáos los que me honráis con vuestro llanto:
Al lugar de mis padres ir confío
Si, fiel á mi deber, merezco tanto.