La plaza (Hernández)

Este texto ha sido incluido en la colección Textos póstumos
de Felisberto Hernández
Compilado de relatos, no agrupados en libros, revisados por la Fundación Felisberto Hernández en colaboración con Creative Commons Uruguay
La plaza
La plaza
de Felisberto Hernández

En una tarde sin sol, fui a una plaza solitaria.

De su piso blanco, de balastro, salían tan pronto en orden simétrico como dispersos caprichosamente, eucaliptus inmensos que llegaban hasta el aire del cielo.

Allá arriba, el aire y las ramitas se movían un poco, y tal vez las hojas hicieran algún bisbiseo.

Pero cuando los ojos llegaban hasta los troncos –donde se recostaban echados para atrás, los bancos– el silencio era quieto, la luz era quieta y el aire era quieto, y en el piso blanco quedaban separadas con bastante nitidez, las patas de los bancos y las raíces de los árboles.

Cerca del banco donde estaba yo, habían enterrado algunos aparatos de gimnasia.

Una niña hacía ejercicios para que yo la mirara.

Yo me daba cuenta y seguía mirando el piso blanco. Por el piso blanco pasaban apurados, pies de personas que cruzaban la plaza para ahorrar camino.

También llegaban hasta el piso blanco, las hojas de algunos plátanos que habían nacido al borde de la plaza.

Sin darme cuenta miré a la niña que hacía gimnasia para que yo la mirara.

Después ella se fue corriendo.

Como ya estaba oscureciendo, se encendieron las luces.

A un ciclista se le descompuso su vehículo y daba vueltas los pedales sin adelantar camino: la bicicleta se iba deteniendo y él tuvo que apoyarse con un pie en tierra.

Después se volvieron más pesadas, las cosas que me pasaban por el alma.

No me daba cuenta cómo eran las personas que pasaban, pero los ojos las veían alejarse.

Cuando me levanté para irme, miré para el cielo; por encima de los árboles cruzaba un pájaro y yo pensé en la distancia que habría de los árboles a las nubes.