La necedad del discreto/Acto III

La necedad del discreto
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen FABIA y CAMILA.
FABIA:

  He tenido a gran ventura
que hayas venido a mi casa
en tiempo que por mí pasa
tan notable desventura.
  ¡Ay Camila, cuál mejor
el templo de donde vienes
fuera yo a llevar los viernes
de un cierto y seguro amor!
  ¡Cuán mejor hubieras hecho,
ya que estuvistes seglara
seis años allí, entregar
a un hábito pardo el pecho!

CAMILA:

  ¡Gracia tenéis las casadas
en aconsejar doncellas!
¡Como si admitiesen ellas
ser de nadie aconsejadas!
  Pasa por celos y enojos,
y la doncella suspira
por ellos, y enojos mira
porque se le van los ojos,
  que vosotras no ponéis
a cuenta de esos pesares
los contentos.
 

FABIA:

No repares
en eso.

CAMILA:

Siempre querréis
  que esté el marido sujeto,
a quien Dios libre crio.
Hombres son, y pienso yo
que es el tuyo muy discreto.
  No te quejes de sospechas.

FABIA:

Ya las tengo averiguadas.

CAMILA:

¡De pocas cosas te enfadas!
¡A gran religión estrechas
  de un hombre el libre albedrío!

FABIA:

¿Mándale Dios ser ajeno?

CAMILA:

No, sino tuyo.

FABIA:

Eso es bueno,
¿pues cómo es ajeno y mío?
 

CAMILA:

  Anda, que te han engañado.
Casada estás, el desdén
no engendra amor; quiere bien
y verás tu amor pagado.
  Con regalos vencerás;
estar la mujer celosa
no es cosa muy peligrosa,
estarlo el marido es más.

FABIA:

  ¡Poco sabes de desvelos!

CAMILA:

Bien el Duque te empleó.
¡Casada estuviera yo
y matáranme de celos!

FABIA:

  La necia doncellaría
todo lo funda en casar,
sin ver que, en echando azar,
no es por perder un día,
  sino la vida que pasa,
más triste que los de Argel.

CAMILA:

¡Así se queja el tropel
de mil necias que se casan!
  Deja tus celos un poco
y dime, este Celio es hombre,
la fama, opinión y nombre.
 

FABIA:

¡Qué pensamiento tan loco!
  ¿Tú no miras que es hechura
del gobernador?

CAMILA:

¿Qué importa?

FABIA:

Tu necia lengua reporta,
así Dios te dé ventura.

CAMILA:

  ¿Por qué?

FABIA:

Nunca imaginara
que vinieras, pues se precia
tanto allá el saber, tan necia
del monasterio.

CAMILA:

Repara
  en que los hombres de letras
humildes principios tienen,
y que a grandes cargos vienen.

FABIA:

Luego ya, lince, penetras
  el lugar que ha de tener
Celio.

CAMILA:

El que tuvo tu esposo.

FABIA:

Laureano es generoso.
 

CAMILA:

Y Celio lo puede ser,
  tan con el grado en escuelas,
armas y caballería,
a un dotor vi yo un día,
uno destos con espuelas,
  por significación.

FABIA:

Celio es un hombre sin fe,
tan desleal que yo haré
matarle.

CAMILA:

¿Por qué razón?

FABIA:

  Sírveme.

CAMILA:

¿De eso te espantas?

FABIA:

¿Es buen trato a su señor?

CAMILA:

¿Si tú le has mostrado amor?

FABIA:

Celos.

CAMILA:

¿Eso me levantas?

FABIA:

  Yo te digo la verdad,
y como a necia te dejo.

(Váyase FABIA.)

 

CAMILA:

No será de balde el consejo;
tendrá Celio voluntad
  y levántale que rabia
de mi venida celosa
más que de su esposo, cosa
que no la creyeron, Fabia.
  Pero Celio lo merece,
Fabia, doblado. Mejor
acecho mi amor, que amor
en la competencia crece.

(Váyase, y entre CELIO de noche.)
CELIO:

  ¡Amor, bien te pintan ciego!
No porque es forzoso errar,
pero porque disculpar
pudiese tus yerros luego.
  ¡Con qué notables quimeras
de nuestras almas te burlas!
¡Comienza a querer de burlas
y viene a querer de veras!
  No ha sido sin ocasión
a vos ya quererte bien,
pues ya con menos desdén
escuchas mi pretensión.
  Notó el papel su marido
y recibiole mejor,
que tiene ventura amor
cuando pretende fingido.
 

CELIO:

  ¿Qué quiere este hombre hacer?
¿A qué quiere que me obligue?
¿Qué fiera es esta que sigue?
¿No echa de ver que es mujer?
  Cuentan de un rey que decía
que de las faltas que hallaba
esta con buen gusto disculpaba
los jueces que tenía,
  porque él echaba de ver
que eran de muchos rogados,
¡conque están más disculpados
los yerros de una mujer!
  Tanto la puede rogar,
que aun pintada puede ser
de las paredes caer
donde las suelen colgar.
  Agora bien, yo vengo aquí
a ver si por esta reja
entra con verdad la queja
que tantas veces fingí.
  Pero aquí vive un galán.
¿Si es de Camila? Sí creo,
que no vendrá sin deseo
de donde con él están.
  Vendrá a ver si hablalla puede.
Pienso que me ha de estorbar.
 

(MONGIL, lacayo rebozado.)
MONGIL:

¡No pudiera Julia hablar
aunque esperarla me quede
  mil veces la noche al aire!
¡A la calle me ha traído
con más amor de su olvido
que tuve de su donaire!
  Celoso de Celio estoy,
si es este que a hablar la viene.

CELIO:

¡Talle de bizarro tiene!
A reconocerle voy,
  aunque no muy animoso.

MONGIL:

Él se me viene acercando,
la espada y broquel sonando;
un poco estoy temeroso.

CELIO:

  Si se desemboza luego,
le acierto, aunque de sazón
no sea aquesta lición.

MONGIL:

Si se descubre, le pego.

CELIO:

  ¡Gentil mozazo, por Dios!

MONGIL:

¡Bravo tallazo de mozo!
 

CELIO:

[A MONGIL.]
¿Qué mira?

MONGIL:

Voy de celoso.

CELIO:

Así lo vamos los dos.

MONGIL:

  Yo tengo dolor de muelas.

CELIO:

Yo de un poquito de amor.

MONGIL:

¿De quién?

CELIO:

Del gobernador.

MONGIL:

El rocín me pide espuelas.

CELIO:

  Esta es su casa, camine.

MONGIL:

¿Él camina?

CELIO:

¡Yo, villano!

MONGIL:

¡Meta mano!

CELIO:

Meto mano,
y que soy Celio imagine.
 

MONGIL:

  ¡Tente, señor!

CELIO:

¿Es Mongil?

MONGIL:

Mayor que de una viuda.

CELIO:

¿Contra mi espada desnuda?

MONGIL:

Es el demonio sotil.
  Celos de Julia lo han hecho.

CELIO:

No tienes de qué temer,
porque Camila ha de ser
desde hoy dueño de mi pecho,
  y pues veniste a ocasión,
toda esta calle me guarda.

MONGIL:

Harete cuerpo de guardia.
Háblala, y dame perdón.

CELIO:

  Retírate, que han abierto
la reja.

MONGIL:

Allí me desvío.

(FABIA en alto.)
FABIA:

¿Sois vos, señor?
 

CELIO:

Sí, bien mío.

FABIA:

Cumplido habéis el concierto.
  Este es el papel; tomadlo,
y cree, Lisardo amigo,
que a no poder más conmigo
mi honor que mi voluntad,
  estuviera agradecida
a la vuestra.

CELIO:

[Aparte.]
¿Yo Lisardo?

FABIA:

Mañana respuesta aguardo.

CELIO:

Vos seréis, Fabia, servida,
  al paso que sois amada.

FABIA:

Pues, Lisardo amigo, adiós.

(Quítese FABIA.)
MONGIL:

¿Qué habéis hablado los dos?

CELIO:

El alma tengo turbada.
  Hame dado este papel,
y voyle a leer.
 

MONGIL:

Yo quedo,
Celio, a procurar si puede
hablar mi desdén cruel;
  sabida liz ando: no en vano
era para mí tan santa.
¡Nunca pensé que era tanta
tu ciencia, oh gran Laureano!

CELIO:

  Voy a ver lo que le escriben.

(Váyase CELIO.)
MONGIL:

¿En la voz le he conocido
a Fabia, o fue que le he oído
la imaginación por si ve?
  ¡Cosa que aqueste villano
trate de hacer deshonor
al gobernador!

(LISARDO entre con OTAVIO.)
LISARDO:

Amor,
¿dónde me llevas en vano
  a ver lo que Fabia intenta?

OTAVIO:

Por Dios que tenéis razón,
porque éstas quimeras son
de que no vive contenta.
 

LISARDO:

  Ya no he podido escusar
de venir por el papel.

OTAVIO:

Llegad al balcón, que dél
nos podemos informar.

MONGIL:

 [Aparte.]
¡Otros dos a la ventana!
¡Bueno anda, señor, tu honor!

OTAVIO:

Gente he sentido, y rumor.

LISARDO:

Galán será de su hermana,
  que hoy del monasterio vino.

OTAVIO:

A reconocerle vamos.

MONGIL:

[Aparte.]
Aquí hay gran mal si esperamos.

OTAVIO:

No juzgue por desatino
  el pedirle, caballero,
que se vaya o desemboce.

MONGIL:

 [Aparte.]
(¡Que si esta gente me conoce,
lindo cintarazo espero!
  Fingir me quiero hombre grave
del Duque.) ¿No ves que soy
secretario que voy
secreto donde amor sabe?
 

OTAVIO:

  [Aparte a LISARDO.]
No te des a conocer,
que este es Polibio sin duda.

LISARDO:

Y no dudo yo que acuda
al amor desta mujer.

OTAVIO:

  ¡Vive a Dios que el secretario
es por quien quiere matar
a su marido!

LISARDO:

Tratar
este enredo es necesario
  con el Duque, Otavio, luego.

OTAVIO:

De ese parecer estoy.

LISARDO:

¿Tan necio pienso que soy,
o que estoy de amor tan loco?
  ¿Por qué no le mata él?

OTAVIO:

Los secretarios, Lisardo,
matan con la pluma.

LISARDO:

Aguardo
una desdicha cruel.
 

MONGIL:

  [Aparte.]
Lindamente me escapé
y ser polido fingí.
¡Notables secretos vi
de aquesta mujer sin fe!
  ¿Direlo? ¿Mas, qué me enfada?
¿No es más seguro callar?
Que chismes suelen medrar
una gentil cuchillada.

(Salen el DUQUE y LAUREANO.)
LAUREANO:

  Vengo a ver qué me mandas.

DUQUE:

No creyera
que un hombre docto y noble, Laureano,
desatinado en sus discursos fuera.

LAUREANO:

  Pues yo, señor, ¿qué he hecho? Puede alguno
quejarse con razón de mi gobierno,
¿y dónde habrá gobernador ninguno
  sin enemigos, sin envidia y lenguas?
 

DUQUE:

No son fuera de casa, Laureano,
vuestros malos gobiernos, vuestras menguas.
  Pues mirad que os aviso que la vida
traéis a gran peligro, y si la enmienda
no queda desde agora prevenida,
  haré yo con quitaros el gobierno,
el dar un monasterio a mi sobrina,
en vuestra libertad castigo eterno.
  Yo os puse en el lugar de mis estados
de mayor eminencia, imaginando
resolver en las vuestras mis cuidados.
  No habéis salido como yo pensaba;
habeisos retraído, culpa tengo,
pero con esto entre los dos se acaba,
  que yo, porque elijo mal informado
un hombre como vos, pues que lo quise,
quedaré con mi daño castigado,
  y vós, porque tan mal agradecistes
el lugar que os he dado, con perderme
el castigo tendréis que merecistes.
  Idos a vuestra casa.
 

LAUREANO:

¿Qué respuesta
os puedo dar si estáis con tanta ira,
que aunque la blanda, fácil y modesta
  tiembla el enojo, como dice el sabio,
no pienso que será de vos oída?

DUQUE:

No más, que a mí me consta del agravio.
  Idos con Dios.

LAUREANO:

Haré, señor, tu gusto.
[Aparte.]
¡Oh, qué gran necedad hice con Fabia!
Merezco justamente mi disgusto;
  de quererla probar me ha resultado
todo mi gusto mal. Pruebe veneno
antes que su mujer el que es honrado,
porque es poner en duda lo que es bueno.

(Vase LAUREANO y sale[n] LISARDO y OTAVIO.)
LISARDO:

  ¿Puédote hablar?

DUQUE:

Bien podrás.
¿Qué hay, Lisardo, del papel?

LISARDO:

Lo que no he sabido dél
supe de un hombre, que es más.
 

DUQUE:

¿Cómo?

LISARDO:

  Polibio es galán
de Fabia; Otavio testigo.

OTAVIO:

Que le vi en sus rejas digo,
ellos lo demás sabrán,
  y que nos dijo quién era
sin habernos conocido.

DUQUE:

¿El secretario?

OTAVIO:

Ha sido.

DUQUE:

Luego el secretario espera,
  con matar a Laureano,
casarse con mi sobrina.

LISARDO:

Sin duda.

OTAVIO:

¡Amor desatino!

DUQUE:

¡Polibio!

POLIBIO:

¿Señor?
 

DUQUE:

¡No en vano
  tus liviandades me fueron
siempre cansadas a mí!

POLIBIO:

¿En qué jamás te ofendí
si envidias no te ofendieron?

DUQUE:

  ¡Secretario, en esta suma
del honor de Laureano
venís a ser más liviano
que vuestro papel y pluma!
  Contra vos no es presunción
la que de vos se ha sabido.
¡A su puerta os han oído
hablar en vuestra afición!
  ¡Fabia es mi sobrina, y yo
soy el duque de Ferrara!

(Vase.)
POLIBIO:

¡Señor, óyeme y repara
que la envidia te engañó!
  ¡Señor, no seas cruel!
Tu entendimiento presuma
que hombres hechos por la pluma
tienen la dicha en papel,
  y si de papeles nace,
diré, pues te satisfizo,
que lo mismo que nos hizo,
eso mismo nos deshace.
  ¿Yo a Fabia? ¿Yo a tu sobrina?
¿Yo matar a Laureano?
Pero que me quejo en vano
ya mi fortuna devina.
  No más serenos jamás,
pues ser con el sol sabía,
que donde dan cada día,
eso es lo que sacan más.

(Váyase y entre CELIO.)

 

CELIO:

  Desatinado me traía
lo que en el papel escrito
hallé anoche por mi mal.
Mal dije; mi bien ha sido,
que si viniere Lisardo,
como Fabia le previno,
a estas horas estuviera
muerto Celio, su enemigo.
Vuelvo a sacar el papel
y cada vez me santiguo;
desde anoche son mil veces
las que lo tengo leído.
«A Celio, señor Lisardo,
este que a Ferrara vino
por asesor, deste ingrato
es aquel hombre que digo
que habéis de matar, si sois
aquel caballero mismo
que me tuvo tanto amor
y que tanto me ha debido.»
¿Para qué vuelvo a leer
lo que aquella fiera dijo?
Descubierta su traición,
a la venganza me obligo:
decir quiero a Laureano
que Fabia, y el atrevido
Lisardo, quieren matarle,
para que les dé castigo;
así de los dos me vengo.
¡Fuera amor! Que es desatino
seguir una vanidad
a donde hay tanto peligro.
Este es el gobernador.
 

(Sale LAUREANO.)
LAUREANO:

¿Es Celio?

CELIO:

Quien siempre ha sido
el defensor de tu honra.

LAUREANO:

¡Ay, quién te hubiera creído,
Celio! Conocí, aunque tarde,
que el ingenio más altivo,
el ingenio de hombre al fin,
¡qué más ejemplo que el mío!,
hincha ciencia a los hombres.
Pero el gran dotor lo dijo,
por antonomasia apóstol,
y en mi invención lo confirmo,
y sabe el Duque mis cosas,
y aunque pequeños delitos,
en los hombres que gobiernan
parecen siempre excesivos.
Echome de su presencia,
y vengo tan ofendido
de las palabras airadas
por las obras que le han dicho,
que me han de costar la vida,
porque un filósofo antiguo
reprehensiones de señor
llamó invención los cuchillos.
El querer ser singular
a tanto mal me ha traído,
que es tu palacio revuelto,
vengados mis enemigos,
mi mujer hecha una fiera,
el Duque ya sin oídos,
mis amigos alterados
y mi casa laberinto.
¡Oh famosa necedad!,
¿en qué historias, en qué libros
de un discreto se ha contado
que semejante la hizo?
¡Ay, Celio!
 

CELIO:

Calla, señor,
que mil discretos han sido
necios como tú.

LAUREANO:

Merezco
con este despejo oírlo.

CELIO:

¿No sabes que Otaviano
quiso saber de Virgilio
si era hijo de aquel César?,
¿y que un filósofo quiso
echarse en los fuegos de Etna
para que fuese creído
ser dios del vulgo ignorante?,
¿y que un rey tuvo capricho
de imitar rayos y truenos
para ser por Dios temido?
Cuentan de pulido amante
que viendo caer un risco
fue a tenerlo con los brazos
y feneció; el eco mismo
de su nombre imitó tanto,
que dio en tener grandes libros,
grandes platos, grandes mesas,
gran mujer, grandes amigos,
grandes criados y, en fin,
vestir tan grandes vestidos,
que cuentan que en un zapato...
Mas yo, ¿para qué te cuento
ejemplos de desvaríos
cuando en tal peligro estás?
 

LAUREANO:

Luego, ¿mayor?

CELIO:

Yo he sabido
que Fabia quiere a Lisardo,
porque anoche el velo quiso
que me llamase en su reja.

LAUREANO:

¿Eso más?

CELIO:

Tu dicha ha sido,
porque dándome un papel,
dice en él: «Lisardo mío,
matad el gobernador
y casaréis os conmigo.»

LAUREANO:

¡Ay cielos, que darme muerte
de celos ha procedido,
y mi estraña necedad
de todo ha sido principio!
¿Qué me queda que esperar?
 

CELIO:

Aquí ha de entrar tu juicio,
porque si al Duque te quejas
y me llevas por testigo
a reprender a Lisardo,
y probándole el delito,
lo menor será destierro.

LAUREANO:

¿Fabia es esta?

CELIO:

Mi desinio
es desterrar a Lisardo.

LAUREANO:

¡Mi necio intento maldigo!
Nadie se fíe en sus letras,
que en las mías averiguo
que pueden errar los sabios
como unos bárbaros indios.

(Sale FABIA.)
FABIA:

  Señor mío, ¿solo aquí?
Mas, cuando con Celio estáis,
nunca mejor os halláis.

CELIO:

¿Celos, señora, de mí?
 

LAUREANO:

  Quien los tiene de tal modo
que a tales cosas se olvida,
¿qué mucho que de ti diga
y que los tenga de todo?
  Mucho debo a vuestro amor,
pero Dios guarde a mi vida,
del mejor caballero asida,
de tan celoso rigor.

FABIA:

  ¿Tan celosa soy?

LAUREANO:

No sé,
pero escuchad una historia
que me vino a la memoria.

FABIA:

¿Historia?
 

LAUREANO:

Yo os la diré:
  «Casó el valiente león
una sobrina ignorante
con el prudente elefante
por su mucha discreción.
  Como suele acontecer,
al elefante le vino
voluntad de un desatino,
y probar a su mujer.
  Dijo a la zorra traidora,
porque entonces le servía,
que con su raposería
requebrase a su señora.
  La zorra le dijo amores
y puso, como ignorante,
mil faltas al elefante,
que es desdicha entre señores.
  Diole, en efeto, a entender
que en el monte no dejaba
animal a quien no amaba,
con que abrasó la mujer.
  Ella dijo al león,
que le puso en mil furores,
gran defeto de señores,
la primera información.
 

LAUREANO:

  Él le prometió quitar
la vara que le había dado
del gobierno de su estado
y a su sobrina encerrar.
  Mas ella, que a un grueso toro,
camarero del león,
mostraba infame afición,
contra su honor y decoro,
  que le matase ordenó
al elefante, y en tanto,
permitió Júpiter santo
que la zorra le avisó.
  Y el elefante prudente,
y arrepentido de ver
que fue el probar su mujer
necedad impertinente,
  buscando el más verdadero
remedio, le halló de modo
que al fin, al fin vino todo
a llover sobre el tercero,
  que, satisfecho el león
y en santa paz los casados,
la zorra, por sus pecados,
vino a morir en prisión.»

(Váyase.)

 

FABIA:

  ¿Qué es aquesto?

CELIO:

¿No lo ves?

FABIA:

¿Cómo se va desta suerte?

CELIO:

Porque has dado por su muerte,
Fabia, un injusto interés.

FABIA:

  ¿Cuál muerte?

CELIO:

Ya lo ha sabido,
y que a Lisardo has hablado,
y fue tu galán pasado
y ha de matar tu marido.

FABIA:

  El papel que yo escribí,
si Lisardo le mostró,
no fue con deshonra, no,
mas para matarte a ti.

CELIO:

  Pues erraste, y es muy llano,
como furiosa escribiste,
que a donde Celio quisiste
escribiste Laureano,
  y el Duque lo sabe ya,
porque él a decirle parte.
Tú procura remediarte.
 

FABIA:

¿Adónde el papel está,
  que yo no puedo creer
que hayan dicho a mi marido?

CELIO:

Pues que todo se ha sabido,
por Celio debe de ser.

FABIA:

  Aquella comparación
tu cabeza amenazaba.

CELIO:

Era que te aseguraba
por no amenazar el león,
  y el engaño está de suerte
que son veneno, o espada.
Ya sabia como culpada,
te ha condenado a la muerte.
  No fue por mi deslealtad
esto de tenerte amor,
sino del gobernador
monstruosa necedad.
  Él, como te ha dicho a ti,
quiso probarte en efeto;
fue necedad de discreto,
que no hay que pasar de aquí.
  Mira si servirte puedo,
que cualquiera loco error
nació del gobernador;
por él culpado quedo.
 

CELIO:

  Tanto me forzaba amarte
que, en fin, señora, te amé,
porque en posible te amé,
verte, hablarte, desearte,
  con gusto de tu marido,
y salir con la vitoria.
¿No has oído aquella historia
del rey que hicieron fingido
  en el monte los pastores,
de gracias que castigaba
la gente que le enojaba,
hasta que a cosas mayores
  levantando el pensamiento
del Asia vino a ser rey?
Pues amor sin fe y sin ley
me dio el mismo atrevimiento,
  que de burlas comencé,
yo vine a amarte de veras;
pero ya aquestas quimeras
van descubriendo tu fe,
  tu virtud y tu lealtad.
Escoge, que está en tu mano,
o matar a Laureano,
vengando su necedad,
  o darle vida y perdón
por filósofo ignorante.
 

FABIA:

Pues es castigo bastante,
de su poca pretensión,
  su peligro y su desprecio,
su vida quiero escoger,
y ser discreta mujer
cuando él es marido necio.
  Celio, vive Laureano;
ayudémosle los dos,
que tal vez castiga Dios
con su poderosa mano
  los que presumen de sí,
que siente el cielo el agravio
de la soberbia de un sabio
tanto como lo has visto aquí.

CELIO:

  ¿Pues qué medio tomaremos?
Que yo, señora, aquí estoy.

FABIA:

El medio pensando voy
y todos los hallo estremos.

CELIO:

  Tu virtud, señora, alabo,
su necedad vitupero,
y vivir y morir quiero.
De tu predichoso esclavo
  los tristes mucho imaginan.
Traza, fabrica, ¿qué quieres?
 

FABIA:

Seamos cuerdas las mujeres
si los hombres desatinan.
  Yo le quiero dar lugar
a la venganza que intenta,
y en medio de la tormenta
de tan alterado mar,
  porque la vida me deba,
darle a entender su locura.

CELIO:

Pues porque se fue tempura,
tenga el Duque mejor nueva.
  Parte a prevenir su daño;
yo entre tanto aquí estaré,
porque a su cuerpo le dé
de tu virtud desengaño.

FABIA:

  Voy confiada en efeto,
dándole de necia el nombre,
y cierto que puede un hombre
ser sabio sin ser discreto.

(Váyase FABIA y CELIO quede.)

 

CELIO:

  ¡Oh vanidad del modo humano herencia!
¡Oh letras de soberbia engendradoras,
del saber natural despreciadoras,
a quien prestan las artes obediencia!
¡Oh loca aunque sublime inteligencia,
que en los rayos del sol tus alas doras!
¡Bárbara el Austria que enamoras
el mismo dueño de su misma ciencia!
¡Oh discretos del mundo, aunque os alaban,
ninguno se enfusca, pues obligan
a que los cielos su soberbia acaben!
¡Nadie que sabe de sí mismo diga,
que cuando Dios castiga a los que saben,
con su misma soberbia los castiga!

(Salen el DUQUE y LAUREANO, y criados.)
DUQUE:

  Admirado me tienes de tal suerte,
que he dudado en creer lo que me dices.

LAUREANO:

Señor, esto es verdad, y que a Lisardo
le dio el papel para tratar mi muerte;
digo tratar ejecutarla luego.

DUQUE:

Ya envié por Fabia; vete, Laureano,
que no es bien que te halles a la prueba
de tan estraño caso.
 

LAUREANO:

Heroico príncipe,
en esas manos mi justicia pongo.

[Vase.]
DUQUE:

¿Fabia?
[Aparte.]
¡Dime que no repare en sangre!

LISARDO:

Lisardo, gran señor.

DUQUE:

Aparta, escucha.

LISARDO:

¿Qué mandas?

DUQUE:

¿Eras tú quien me decía
que el secretario mi sobrina amaba,
y eras tú quien mataba a Laureano?

LISARDO:

¿Quién te ha dicho, señor, maldad tan grande?
Yo solo fui por orden tuya a verla,
y no me dio el papel porque Polibio
guardaba puerta y reja aquella noche.

DUQUE:

Polibio.

POLIBIO:

¿Gran señor?

DUQUE:

¿Tú defendías
la ventana de Fabia al que llevaba?
 

POLIBIO:

Si yo de Fabia la ventana he visto,
si en mi vida he pasado por su calle,
córtame la cabeza.

DUQUE:

¿Pues qué es esto?
¿Qué laberinto es este, por ventura?
Todos dicen verdad, y todos mienten.
Mira, Lisardo, que de ti se queja,
y no del secretario, Laureano;
tú dice que matarle pretendías,
que no Polibio.

LISARDO:

Pues en eso solo
la prueba está de toda mi inocencia.

DUQUE:

¿Por qué?

LISARDO:

Porque si Fabia tiene gusto
de amar al secretario, habrá informado
contra Camila, por guardar su vida.

DUQUE:

No sé qué diga, nunca yo trujera
este discreto necio en mis estados,
que así los tiene todos alterados.
¿Aquí estás, Celio?

CELIO:

Aquí, señor, estaba.
 

DUQUE:

¿Sabes ya los sucesos de tu dueño?
¿Sabes ya de qué suerte me alborota?
¿Qué invenciones son estas? ¿Qué hombre es este?
Tan deslucidas letras, ¿de qué sirven?
¿Qué tiene?, ¿qué pretende?, ¿qué le han dado
que a todos nos ha puesto en tal estado?

CELIO:

  Si he de tratar con lealtad,
señor, a vuestra excelencia,
y porque si la eminencia
de la divina verdad
  a quien dieron la vitoria
de aquella antigua canción,
diré en esto mi razón.

DUQUE:

Si tienes en la memoria
  cuánto por tratarla han sido,
Celio, estimados los hombres
y los estados y nombres,
que por ello han merecido
  de los príncipes y reyes,
mira que a decirlo aquí
te obligan, fuera de mí,
divinas y humanas leyes.
 

CELIO:

  Afírmante por verdad
aquello que yo no sé
de cierto, ¿cómo podré?
Pero podré con lealtad
  decirte por conjeturas
lo que siento.

DUQUE:

Eso deseo.

CELIO:

Fabia es inculpable.

DUQUE:

Creo
que la verdad me aseguras.

CELIO:

  Sobre este principio digo
que le ha puesto Laureano
mil asechanzas en vano,
como si fuera enemigo
  y no dueño de su honor.
Esto es verdad.

DUQUE:

¿A qué efeto,
un hombre que es tan discreto,
quiso ofender su valor?
 

CELIO:

  Agora viene lo incierto,
y ves a divinar cuál es
la causa por que desea;
el fin deste desconcierto
  es probar una mujer.
Siendo quien es, no fue sabio,
porque dar causa al agravio
necesidad debe de ser;
  quien da la causa del daño
nuestra ley es, dicen bien,
que va culpado también.

DUQUE:

¿Caminaba algún engaño,
  Celio, en esa pretensión
Laureano?

CELIO:

Eso no sé.

DUQUE:

Yo sí, que sin duda fue
alguna nueva afición;
  así, de Camila ha sido.
Este es tan grande letrado
que, de Fabia descasado,
por dicha habrá pretendido
  casarse con ella, y luego,
viéndome sin sucesión,
levantar la pretensión
contra mi propio sosiego,
  porque debe de tener
el pensamiento en Ferrara,
que una necedad tan rara
así se suele perder.
  ¡No viva yo si no ha sido
su quimera esta maldad!
Dime, Celio, la verdad.
 

CELIO:

Yo he dicho lo que he sabido.
  Mira, señor, que te engañas,
que es discurso muy cruel
el que has hecho contra él.

DUQUE:

Pues todas estas marañas,
  todas estas invenciones,
Fabia celosa, él tan loco
que tenga su honor en poco
y le ponga en opiniones,
  mi secretario caído,
en sus pechos dé mi agravio,
traidor Lisardo, y Otavio,
y todo aquesto fingido,
  ¿de qué puede proceder?
Ahora ven; por sí o por no,
quien le hizo, levantó,
hoy le sabrá deshacer.
  Vayan, Lisardo, a prendelle.

CELIO:

¡Señor!

DUQUE:

No hay qué replicar.

CELIO:

Óyele.
 

DUQUE:

No hay lugar
si no es para deshacelle,
  y porque en obligación
con tu término me has puesto,
y por castigarlo en esto,
tú has de hacer la información.
  El gobierno de Ferrara,
que Laureano tenía,
es tuyo desde este día;
la potestad y la vara
  se emplean mejor en ti.

CELIO:

¡Señor!

DUQUE:

Oye, que los reyes
suelen, y con justas leyes,
dar sus gobiernos ansí,
  y tú, por escarmentado,
a su ejemplo serás bueno.

CELIO:

Puesto que es mi honor, condeno
tan nueva razón de estado.
  Mira, señor...

DUQUE:

Celio, advierte
que si en esta información
es engaño mi opinión,
le librarás de la muerte.
  Déjame hacer, soy señor;
tú mi criado, obedece.
Dadle la vara.

(Váyase.)

 

CELIO:

Parece
que le ha soltado el furor
  de la cárcel del infierno.

LISARDO:

Laureano viene aquí.

(LAUREANO entre.)
LAUREANO:

¿Fuese el Duque?

LISARDO:

El Duque sí.
Hoy te ha quitado el gobierno
  y al señor Celio le ha dado.
La insignia deja.

LAUREANO:

¿Qué es esto?
¿Tú con mi honor y yo puesto,
Celio, en tan humilde estado?
  ¿Has dicho al Duque de mí
alguna traición?

CELIO:

Yo he sido
tan leal cuando he podido.
Señor, ¿no es esto ansí?
 

POLIBIO:

  Así es verdad, y que vos,
con letras mal empleadas,
en la soberbia fundadas,
odiosa al mundo y a Dios,
  habéis revuelto su casa,
y pues por vos tantos criados
están desacreditados
que en vivo incendio se abrasa,
  poned en ejecución
del Duque el gusto, Lisardo.

CELIO:

Caballeros, yo no aguardo
a ver un hombre en prisión
  a quien respeto por dueño.

(Váyase CELIO.)
LAUREANO:

¿Cómo prisión?

LISARDO:

Preso estáis.

LAUREANO:

¿Yo preso?

LISARDO:

Vos, que tratáis
la muerte del Duque.

LAUREANO:

¡Esto es sueño!
 

LISARDO:

  Sueño o no, lo que habéis hecho
no merece mejor trato.

LAUREANO:

¡Ah, Celio, criado ingrato!

POLIBIO:

Celio tiene tan buen pecho
  que, si no fuera por él,
el Duque os hubiera muerto.

LAUREANO:

¡Ah traidor, que ha descubierto
lo que he tratado con él!

LISARDO:

  Sed testigos de que dice
que descubrió su traición,
para que la información
con todos tres se autorice.

LAUREANO:

  ¡Ah infame, que le has contado
todo mi engaño y secreto!

POLIBIO:

No fue del Duque el concepto
en esta parte engañado.
  ¡Mirad si confiesa aquí!

LAUREANO:

¡Lo que contigo traté
le has dicho! ¡La traición fue
tuya!
 

LISARDO:

¿Estáis en esto?

OTAVIO:

Sí,
  y admiración me ha causado
ver lo que confiesa.

LISARDO:

Está
convencido que no hará.

POLIBIO:

Camine, señor letrado.
  ¡Nunca a Ferrara viniera!

LAUREANO:

¡Plubiera a Dios que a Fabia
no hubiera visto, si agravia!
[-era]
  Celio y Fabia, a quien yo he dado
con mi locura ocasión,
me han hecho aquesta traición;
el Duque está disculpado.
  ¡Celio ingrato, Celio ha sido!
¿Mas de qué me quejo yo,
si Celio me obedeció
importunado y vencido?
  ¡Sepa el Duque mi secreto!
¡Muera yo para mostrar
a lo que puede llegar
la necedad de un discreto!
 

(Váyase, y entre CELIO de gobernador, un secretario, JULIA, CAMILA, FABIA, el DUQUE y MONGIL.)
CELIO:

  Por el examen, señor,
dicen los testigos esto.

FABIA:

Yo me espanto que tu ira
sujete tu entendimiento.
¿Si Celio no te ha engañado?

DUQUE:

Fabia, no ha llegado Celio
derribando a su señor
al lugar en que le ha puesto,
como es costumbre del mundo;
letras, prudencia, y ingenio,
en Celio me han agradado.

FABIA:

Una cosa te confieso,
que por querer penetrar,
Laureano, pensamientos,
cosa que en los hombres sabios
suele castigar el cielo,
ha venido a tanto mal.

DUQUE:

Yo sé que en prenderle intento
asegurar mis estados.

FABIA:

Si hubieras dado el gobierno
a un hombre, digo cesaran
las sospechas que yo tengo,
¡pero a Celio...!
 

CAMILA:

Fabia, paso,
que Celio es noble yo creo,
que no lo es más Laureano.

FABIA:

¡Bien digo yo que es concierto
de ti, de Celio y del Duque!

CAMILA:

¿De mí?

FABIA:

Sí, porque sospecho
que te ha engañado su amor,
y [a] Celio el loco deseo
de emparentar con el Duque,
y al Duque el engaño vuestro,
de suerte que los tres juntos
fulmináis este proceso
contra un inocente.

DUQUE:

¡Paso,
que ya es mucho atrevimiento!
Yo seré el juez aquí,
¿que dónde tan claro ingenio
como el de Celio gobierno?
Su asesor en este asiento
será un duque de Ferrara;
estad vosotros atentos.
¿Tú qué fuiste?
 

MONGIL:

Su lacayo,
aunque entré por escudero
de una reverenda mula.

DUQUE:

Ya te conozco.

MONGIL:

Y pienso
que al sol nada se le encubre.

DUQUE:

¿Y qué sabes de tu dueño?

MONGIL:

Lo más que comunicó
allá en los pasados tiempos
conmigo.

DUQUE:

Di la verdad.

MONGIL:

Fue de la cebada el precio,
la limpieza en los pesebres
y la lealtad en los piensos,
que aunque es verdad que yo soy
hombre de notable ingenio,
de sus piensos fui criado,
que no de sus pensamientos.

DUQUE:

¿Tú quién eras?
 

JULIA:

Soy
crïada de Fabia.

DUQUE:

Creo
que sabrás bien la verdad.

MONGIL:

Eslo Julia por estremo,
mas no la ha dicho en su vida,
y es muy claro el argumento:
¿la verdad no es limpia?

DUQUE:

Sí.

MONGIL:

Pues Julia no es limpia, luego
Julia no trata verdad.

JULIA:

Lo que he jurado es lo cierto,
porque solo el pensamiento,
que aquel claro entendimiento,
sin prenderme, tus estados
te los quitan por pleito.

DUQUE:

Camila, tú eres hermana
de Fabia, y en ese pecho
tienes mi sangre. ¿Mi vida
corre peligro?
 

CAMILA:

Yo pienso
que, pues tu sobrina soy,
está abonada con esto.
Laureano es hombre altivo,
y no tu estado, tu imperio,
intentara con tu muerte.

DUQUE:

Pues Celio, yo me resuelvo
a que muera Laureano.

CELIO:

Señor, mira que primero
es menester advertir
lo que dispone el derecho.

DUQUE:

No hay, Celio, leyes aquí.

CELIO:

Pues si en eso estás resuelto,
oye, señor, la verdad.
Oye, sabrás el suceso
más peregrino, y estraño,
que ha puesto en vista el tiempo
ni los anales del mundo
desde su principio vieron:
Laureano, muy preciado
de discreto, y tan soberbio
de sus letras como sabes...
 

LAUREANO:

[Dentro.]
¡Fuera, digo! ¡Fuera, perros!
¿Yo soy el Duque en Ferrara?
¿Yo he de tener su gobierno?
¡Fuera digo!

DUQUE:

Celio, deja
la justicia, que ya te entiendo
por el principio. ¡Hola, guarda!

(LISARDO y POLIBIO.)
LISARDO:

¡Tenedle!

POLIBIO:

¿Cómo podemos?

DUQUE:

¿Qué voces son esas? ¡Hola!

LISARDO:

Señor, Laureano ha hecho
tantas lástimas de sí,
que en fin ha perdido el seso.

DUQUE:

¿Cómo, Laureano?

POLIBIO:

Y tanto
que es necesario tenerlo,
porque es su afición terrible.
 

(LAUREANO y gente.)
LAUREANO:

¡No hace la pena cuerdo!
¡Aquí hizo la soberbia fin,
de puro discreto, necio!
¿Sois vos el Duque?

DUQUE:

Yo soy
quien sabe tus pensamientos;
ya es tarde para ficciones.
Laureano, ya te entiendo,
no te escusas de morir.

LAUREANO:

Mas que ya me viese muerto,
que no hay necio que esté vivo,
y yo tendré por consuelo
ver que necios están
lo mejor del mundo lleno.
Necio soy, a vos que creístes
que yo era sabio, admitiendo
una vulgar opinión;
y Fabia necia, que ha hecho
un desatino tan grande
con su marido por celos;
Lisardo también lo es,
pues dio crédito a sus ruegos
sabiendo que las mujeres
nunca dieron buen consejo;
necio ha sido el señorío,
que viendo que la habéis puesto
cerca de perder la vida,
sirve más tan necio dueño;
necia es Camila, que viene
por lisonja a complaceros,
y necio es este lacayo,
pues a peligro se ha puesto
de la vida, y aun del alma,
con un falso juramento;
necia Julia, que engañada
le acompaña, presumiendo
que para saber verdades
le falta poder al cielo;
necio es Celio, pues no ha visto
sabio letrado, hombre cuerdo,
y no escarmienta en mirarme
loco, humilde, necio y preso,
y él, que me sirvió y me tuvo
por señor y por maestro,
se ve en mi propio lugar.
 

DUQUE:

No le oigáis. Prosigue, Celio.

CELIO:

Digo, en fin, que Laureano
quiso saber sin provecho
si Fabia, amada y servida,
y conquistada algún tiempo,
se rendiría al amor,
a la porfía y al ruego
de un hombre; elígeme a mí,
pero no ha sido posible.
En fin, comencé sirviendo,
amando, fingiendo, hablando,
dándole enojos con celos;
ella, previniendo matarme
con valor y puesto honesto,
de que resulta el engaño
en que a este punto nos vemos:
tú enojado, sospechosa
Fabia, Lisardo con miedo,
Laureano vuelto loco,
y con su gobierno Celio,
que tanto mal suele hacer
la necedad de un discreto.
 

DUQUE:

¿Hay empeño semejante?

CELIO:

Esto es verdad.

DUQUE:

Pues yo quiero
sentenciar la causa ansí,
que Laureano por necio
le haga curar su locura
y Fabia la esté asistiendo
al lugar de mis bodas
que más les agrade.

LAUREANO:

Tengo
justo pago de mi error.

FABIA:

Esa piedad te agradezco.

DUQUE:

Tú, Celio, discreto y sabio,
harás noble casamiento
con Camila, y de Ferrara
tendrás por dote el gobierno.

CELIO:

Beso mil veces los pies.

DUQUE:

Daos las manos, y con esto,
dé fin para ejemplo al mundo

La necedad del discreto.