La mariposa y las abejas

Fábulas argentinas
La mariposa y las abejas

de Godofredo Daireaux


De flor en flor iba la mariposa, luciendo sus mil colores, más linda que las mismas flores, más divina que un pétalo de rosa.

A cada paso, en sus revoloteos, encontraba a las abejas, atareadas siempre, siempre afanadas. Asimismo, como sabía dejarles el paso, saludándolas afablemente, las abejas le habían criado cariño, y de cuando en cuando se dignaban algunas de ellas conversar un rato con ella.

Así se enteró la mariposa de cómo las abejas edificaban su colmena, la proveían de todo lo necesario para el invierno, tenían sus depósitos llenos y hasta podían dedicarse a un negocio lucrativo de intercambio de productos con otros insectos.

Se le ofrecieron mucho, poniendo sus casas a su disposición, prometiéndole mil cosas, rogándole que las ocupara, sin cumplimiento.

La mariposa, llena de imaginación, se figuró que con semejante ayuda, podría también ella poner negocio. No había trabajado, hasta entonces, en recoger la miel, sino para su consumo personal; pero, como las abejas, sabía juntarla, y lo mismo que ellas, podría muy bien hacer fortuna.

Sólo le faltaba un poco de cera para empezar y algunos otros materiales para formar la colmena.

Fue a ver a sus amigas las abejas, a pedirles la cera.

Una, desde el umbral de su casa, le contestó que, justamente en este momento, acababa de disponer de la poca que tenía guardada, y que de veras sentía mucho no poderla favorecer.

La segunda entreabrió la puerta, y le dijo que todavía no tenía cera disponible; y la tercera, por la ventana, le gritó que recién al día siguiente la iba a tener.

Otra, con mucha franqueza, le contestó que, realmente, tenía, pero que la iba a necesitar y no se la podía prestar.

Y la mariposa volvió a sus flores, convencida de que de los mismos que se ofrecen, muchos han tenido, muchos tendrán, muchos van a tener, muchísimos tienen y se lo guardan, y que, si los hay, bien pocos deben ser los que tienen y dan.