A M. E. Castillo y Castillo




Desde mi torre de marfil
miro la vida que discurre.
Mi alma romántica y sutil
suspira, sonríe y se aburre.

Hay un jardín de negras rosas,
hay un jardín de blancos lirios:
son mis tristezas negras rosas,
mis ilusiones blancos lirios.

A veces en el aire azul,
solloza el viento un miserere,
huye un ave de alas de tul:
es algún lirio que se muere.

Y tantos son los que se han muerto,
calladamente, uno por uno,
que el jardín va a quedar desierto
y pronto no ha de haber ninguno.

Ya queda de mi Primavera
sólo un olor a rosa seca...
Y mi alma espera, espera, espera,
hilando sueños de su rueca.

Espera oír en el confín,
al dulce final de su suerte,
la voz aguda del clarín
de la Muerte.

Caerán las duras cadenas,
se abrirá la puerta de hierro:
y, entre un perfume de azucenas,
¡el alma saldrá de su encierro!