La lechuza y la cigüeña
de José Núñez de Cáceres


En el cóncavo agujero
de la pared de una iglesia
Doña Lechuza habitaba,
y de la torre el testero
por ser la mansión que aprecia
una Cigüeña ocupaba,
de modo que sus visitas
se hacían como vecinitas.

La Lechuza en una de éstas
después del común saludo
así le habló a la cigüeña:
con mil preguntas molestas,
vecina donde ti acudo y fiel
la amistad se empeña
en que tu sabio consejo
me des para mi manejo.

No me dirás mi querida,
¿por qué en asuntos civiles,
políticos, o de Estado,
si una ley es infringida
al punto corren a miles
los soplos al magistrado,
pero en los de Religión
todos se ponen tapón?

Con relación muy prolija
el negro Cuervo ayer vino
a delatar del Milano,
que viendo una Lagartija
en el patio del vecino
atrevido le echó mano:
¡y el pobre sufrió la pena
del que viola casa ajena!

Pero al Murciélago feo
aunque saca su pitanza
de la Iglesia, yo lo vi
sostener con devaneo
que ya no estaba en usanza
creer en el Trimurtí;
y otros al desprecio dan
por fabuloso el Vedám.

¿Y no es ley constitutiva
del Estado conservar
la Religión con pureza?
¿Pues cómo no hay esa activa
diligencia en denunciar
al que niega su certeza?
aquí mis dudas tenéis,
decididlas si podéis.

La Cigüeña con sonrisa
de este modo le responde:
si la Religión, comadre,
diera buen sueldo y divisa,
hiciera Marqués o Conde
a quien en su favor ladre,
tendría muchos delatores
contra sus innovadores.

Pero como las promesas
que ofrece son reservadas
para la vida futura,
y nadie en esas larguezas,
aunque sean muy colmadas,
la bucólica asegura,
en lugar de abrir la boca,
todos dicen: no me toca.