LA HORA 19

Parda, la montaña de nubes
camina vertiginosamente
hacia la ciudad.
La empujan brutalmente
los hombres negros
del noreste.
Detrás de los altos
edificios, se plasta
con un aire hosco
de cordillera sanjuanina
y apoya el lomo rectilíneo
sobre el florón de oro
del atardecer.
Un rojo letrero luminoso,

falso sol de ciudad,
se entretiene en calentarle
los pies.
La vieja hoz de la luna
miserable, tímida,
luna que no sé cómo
pudo trastornarse un día
hasta entregar mi corazón
asoma su lástima
de azúcar transparente,
disuelta en el agua
del cielo.
A su lado
una estrella niña,
desnudos los pies,
tiembla.
Como un pájaro ahogado
en jaula estrecha,
la bola solar,
apretada entre las costillas
de un esqueleto rascacíelo,
le arquea, con el estallido
de luz,
los huesos de hierro.
Blando, suelto, descorazonado,
mundo de otro mundo,
tierra desconocida,
un globo negro
cabecea silá arribe