La hija del aire/Jornada I

La hija del aire
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada I

Jornada I

Dice MENÓN dentro los versos siguientes.
MENÓN:

Haced alto en esta parte,
y, en uno y otro escuadrón
divididos, saludad
con salva al Rey mi señor.

(Tocan cajas, y dice LISÍAS a la otra parte.)
LISÍAS:

Cantad aquí, mientras llega
el Rey a estos montes hoy,
y a aquellas salvas de Marte
sucedan las del Amor.

MÚSICOS:

Coronado de laureles,
lleno de fama y de honor,
vuelva el valeroso Nino
a los montes de Ascalón.

(Ha de haber una puerta de una gruta al lado izquierdo, y dentro den golpes, y dice SEMÍRAMIS dentro.)
SEMÍRAMIS:

Tiresias, abre esta puerta,
o, a manos de mi furor,
muerte me dará el verdugo
de mi desesperación.

(Sale TIRESIAS, viejo, vestido de pieles largas, como sacerdote antiguo y dice los versos siguientes, con admiración.)
TIRESIAS:

Allí trompetas y cajas,
de Marte bélico horror,
y allí voces e instrumentos,
dulces lisonjas de amor,
escucho; y cuando, informado
de tan desconforme unión
de músicas, a admirarme
en las causas de ella voy,
estos golpes que a esta puerta
se dan, y en mi corazón
a un tiempo, me han detenido.
Confuso y medroso estoy.

MENÓN:

(Dentro.)
Haced salva; que ya el Rey
desde aquí se descubrió.

(Cajas.)
LISÍAS:

(Dentro.)
Vuelva la música a dar
al aire su dulce voz.

MÚSICOS:

(Dentro.)
A tanta admiración,
suspenso queda en su carrera el Sol.

(En la gruta, SEMÍRAMIS, y golpes.)
SEMÍRAMIS:

Tiresias, si hoy no dispensas
las leyes de esta prisión
donde sepultada vivo,
la muerte me daré hoy.

TIRESIAS:

Del acero de mi vida
ya tres los imanes son;
éste llama con más fuerza,
a responder a éste voy.
¿Qué das voces?

(Abre la puerta y sale SEMÍRAMIS, vestida de pieles.)
SEMÍRAMIS:

Dos acentos,
que a un tiempo el aire veloz
pronuncia, dando a mi oído
los dos equivocación,
por no haberlos escuchado
jamás -que jamás llegó
a mi noticia el ruidoso
aparato de su voz-
la cárcel romper intentan
donde aprisionada estoy
desde que nací, porque
confusamente los dos
me elevan y me arrebatan:
éste que dulce sonó,
con dulces halagos, hijos
de su misma suspensión;
éste que, horrible, con fieros
impulsos, tras quien me voy,
sin saber dónde, y que iguales
me arrancan del corazón
blandura y fiereza, agrado,
ira, lisonja y horror;
cuándo un estruendo a esta parte,
cuándo a ésta una admiración;
ésta adormece el sentido,
ésta despierta el valor,
repitiéndome los ecos
del bronce y de la canción...

(Todo junto, música y cajas.)
MÚSICOS:

A tanta admiración,
suspenso queda en su carrera el Sol.

TIRESIAS:

No en vano yo me recelo
que fuese despertador
del letargo de tu vida
ese confuso reloj
de los vientos, que hoy ha hecho
desacertado el rumor.
Hablarte quise, porque
esas novedades dos
temí siempre que engendrasen
en tu altiva condición
nuevos deseos de ver
a quien las ocasionó.
Y así, quiero prevenirte
de lo que es, para que no
te desespere tu vida
y el influjo superior,
que, a voluntad de los dioses,
te tiene en esta prisión,
la facilite, sin que
baste a embarazarlo yo.

TIRESIAS:

Sabrás, pues, que Nino, Rey
de Siria, ya vencedor
de las bárbaras naciones
del Oriente, vuelve hoy
a Nínive, Corte suya;
por aquí pasa, y al son
de sus cajas y trompetas,
lenguas del sangriento dios,
los rústicos moradores
de los montes de Ascalón
le aclaman. Y pues que ya
sabes toda la ocasión
del militar aparato
y la dulce elevación,
sosiégate, y vuelve, vuelve
a la estancia que te dio
por cuna y sepulcro el Cielo;
que me está dando temor
pensar que el Sol te ve, y que
sabe enamorarse el Sol.

SEMÍRAMIS:

En vano, Tiresias, quieres
que ya te obedezca, que hoy
la margen de tus preceptos
ha de romper mi ambición.
Yo no he de volver a él
si tu sañudo furor
me hiciese dos mil pedazos.

TIRESIAS:

Mira...

SEMÍRAMIS:

Suelta.

TIRESIAS:

¿Ya olvidó
tu memoria cuán infausto
fue tu nacimiento?

SEMÍRAMIS:

No;
bien lo sé de ti, que fuiste
segundo padre, a quien yo
debí la vida.

TIRESIAS:

Pues ¿cómo
no me obedece tu amor?

SEMÍRAMIS:

Como mi obediencia ya
la última línea tocó
del sufrimiento, alentado
del discurso y la razón.

TIRESIAS:

¿Te acordarás que te dije?...

SEMÍRAMIS:

Sí, que Venus te anunció,
atenta al provecho mío,
que había de ser horror
del mundo, y que por mí habría,
en cuanto ilumina el Sol,
tragedias, muertes, insultos,
ira, llanto y confusión.

TIRESIAS:

¿No te dije más?

SEMÍRAMIS:

Que a un Rey
glorioso te haría mi amor
tirano, y que al fin vendría
a darle la muerte yo.

TIRESIAS:

Pues si eso sabes de ti,
y el fin que el hado antevió
a tu vida, ¿por qué quieres
buscarle?

SEMÍRAMIS:

Porque es error
temerle; dudarle basta.
¿Qué importa que mi ambición
digan que ha de despeñarme
del lugar más superior,
si para vencerla a ella
tengo entendimiento yo?
Y si ya me mata el verme
de esta suerte, ¿no es mejor
que me mate la verdad,
que no la imaginación?
Sí; que es dos veces cobarde
el que por vivir murió;
pues no pudiera hacer más
el contrario más atroz,
que matarle, y eso mismo
hizo su mismo temor.
Y así, yo no he de volver
a esa lóbrega mansión;
que quiero morir del rayo,
y de sólo el trueno no.

TIRESIAS:

Pues antes que te resuelvas
a tan temeraria acción
como darte a conocer,
sabré embarazarlo yo.

(Cajas y música juntos.)
SEMÍRAMIS:

¿De qué suerte, si ya vuelven
a alentar mi presunción
esas voces?

TIRESIAS:

De esta suerte.
¡Guardas del monte!

(Salen soldados.)
UNO:

Señor...

TIRESIAS:

Pues vosotros sois a quien
este prodigio fió
mi confianza, sin que
el rostro viese a los dos,
esa fiera racional
reducid a su prisión.

SEMÍRAMIS:

Tened, no lleguéis, villanos;
que no quiere mi valor
darse a partido; y así,
para que no quedes hoy
vano de haberme vencido,
tengo de vencerme yo.
Mira, Tiresias, a cuánto
se extiende mi presunción;
pues, porque nadie me fuerce,
voluntariamente voy
a sepultarme yo misma
en esta oscura estación
de mi vida..., de mi muerte
tumba, dijera mejor.

(Vase.)
TIRESIAS:

Cerraré la puerta. Grande
Júpiter, dame favor
para que embarace tanto
asombro como antevió
Venus, prevenido en este
raro prodigio de amor.

(Las cajas y soldados por una puerta; NINO, REY, y MENÓN, GENERAL, e IRENE con espada y plumas; MÚSICOS vestidos de villanos; LISÍAS, CHATO y SIRENE.)
LISÍAS:

Vuelvas felizmente,
de laureles ceñida la alta frente,
a ver, de tan extraños horizontes,
hoy, gran señor, aquestos patrios montes
que ausente te han tenido edades tantas.

CHATO:

Y a todos su merced nos dé las plantas,
pues de creer es que para tales fines
todos los reyes traigan escarpines;
y déselas también aquí a Sirene,
mi mujer, que a besárselas hoy viene
y se las besará con alegría,
por besar una cosa que no es mía.

SIRENE:

¿Que luego, hubiese, Chato,
de ver el Rey que sois un mentecato?

NINO:

Alzad todos del suelo.
Yo, Lisías, os estimo el noble celo
con que Ascalón recibe mi persona.

LISÍAS:

Vuestra Grandeza mi humildad abona;
que, aunque es verdad que yo le he gobernado,
este amor no se debe a mi cuidado,
sino a su gran lealtad. Y vos, señora,
de tanto humano Sol divina Aurora,
a todos dad la mano.

CHATO:

Sino a Sirene, mi mujer; que es llano
que si llega en sus labios a ponella,
de asco en un mes no comeréis con ella.

SIRENE:

¡Para ésta, picarote!,
que, los huéspedes idos, haya escote.

NINO:

Puesto que ya mi gente
las fértiles Provincias del Oriente
discurrió numerosa
con tan grandes conquistas victoriosa,
pues a sus armas yace la Fenicia,
la Bitinia, la Siria, la Cilicia,
la Propóntida, Lidia, Egipto y Caria,
donde apenas quedó nación contraria
que no me obedeciese
desde el Tanais al Nilo, cese, cese
el militar acento
de estremecer al Sol, herir al viento,
turbar el mar y fatigar la tierra,
hoy a la blanda paz ceda la guerra.

NINO:

Desde hoy vivir en ella determino
en la ciudad que, de mi nombre, Nino,
Nínive se ha llamado,
a quien por grandeza he edificado.
Tú, Menón, que valiente
los sagrados laureles de mi frente
tanto has facilitado,
que a ti el mirarme de ellos coronado
confesaré que debo,
si bien bien a pagártelos me atrevo,
hoy con la gente en Ascalón te queda,
donde, a tu orden, disponer se pueda
ese despojo todo;
y en su distribución dispón el modo,
de suerte que el más mísero soldado
no vuelva sin que vuelva coronado
con trofeos marciales
a pisar de su casa los umbrales.
Y porque a dar hoy enseñado vivas,
quiero que antes recibas;
porque no sabe cuánto es lisonjero
el dar, el que primero
no supo cuánto fue, Menón, penoso
que liberal no fuera un poderoso;
quiero que en este punto
el dar y el recibir lo aprendas junto.
Esa Provincia bella,
con cuanto en sí contiene, hinche y es de ella,
es tuya; de Ascalón eres ya dueño,
aunque triunfo pequeño
a tus grandes servicios.

NINO:

Pero estos no son premios, sino indicios
de mi amor. No te ofrezcas
a mis pies, ni eso poco me agradezcas.
Toma la posesión, paga la gente,
y todo esto sea brevemente;
porque tu aviso creo
que te le está notando mi deseo;
que yo con la divina y soberana
beldad de Irene, mi gallarda hermana,
a quien, la Palas siendo de este Marte,
mis aplausos debieron tanta parte,
ir a Nínive quiero;
en ella, pues, te espero,
para partir contigo
mi cetro y mi corona. El Sol testigo
será de una privanza
a quien nunca se siga la mudanza.

MENÓN:

Invictísimo joven, cuya frente
no sólo de los rayos del Oriente
inmortal se corona,
pero de zona trascendiendo en zona,
de hemisferio pasando en hemisferio,
hasta el ocaso extenderá su imperio.
Yo estoy de ti premiado
sólo con ver, señor, que hayas llegado
a dejarte pagar de mis deseos;
que nadie es acreedor de tus trofeos,
sino tu aliento sólo,
Marte en la guerra y en la paz Apolo.

NINO:

Dame, Menón, tus brazos,
y cree que aquestos lazos
nudo serán tan fuerte
que sólo le desate...

MENÓN:

¿Quién?

NINO:

La muerte.

(Vase.)
IRENE:

De mil contentos llena,
no a dar, a recibir la norabuena
me ofrezco yo, Menón, porque a ninguna
persona toca más vuestra fortuna.

MENÓN:

En eso no hacéis nada,
que sois en ella muy interesada;
pues cuanto yo valiere
no es más que un corto don que darme quiere
el Cielo, porque tenga
un sacrificio más que te prevenga
llegar con mudo ejemplo
al no piadoso umbral de vuestro templo.
Dadme a besar la mano,
si merezco favor tan soberano
en esta despedida.

IRENE:

La mano no, los brazos y aun la vida
os doy, Menón, en ellos.

MENÓN:

¡Oh, si como adorallos, merecellos
hoy mi humildad pudiera!

IRENE:

Haced breve esta ausencia.

(Vase.)
MENÓN:

Feliz fuera
amante que a adorar un Sol se atreve,
si él a la ausencia hacer pudiera breve.

LISÍAS:

(Aparte.)
(Aunque el ver he sentido
que mi patria hoy a ser haya venido
vasalla del vasallo,
callaré, pues no puedo remediallo.)
La merced que os ha hecho
el Rey, Menón invicto, ya mi pecho
por mí propia reconoce:
largas edades vuestra edad la goce.

MENÓN:

No dudo yo, Lisías,
tendréis por vuestras las venturas mías;
mas lo que a vos y a todos juntos digo
es que en mí, no señor, tendréis amigo
que a todos os estime,
y sólo a honraros el poder me anime.

CHATO:

Pues si hoy amigo, y no señor tenemos,
justo es que como amigos nos tratemos.
¿Cómo estáis? Y pues es cosa asentada
que a un amigo no se ha de callar nada,
y más cosas de pena y de cuidado,
sabed que con Sirene estoy casado.
Llegad acá, verá mi amigo ahora
con qué cara amanezco cada aurora.

SIRENE:

¿Es la vuesa mejor?

CHATO:

No; mas la mía
no es mi mujer.

MENÓN:

Dejad para otro día
el gusto de escucharos.
Lisías, hoy fiaros
de mi cuidado espero
la parte principal; venid, que quiero
que me advirtáis en todo
el estilo y el modo
de alojar, mientras pago aquesta gente;
y quiero, juntamente,
que noticias me deis de aquesta tierra,
y qué es lo que en sus términos encierra.

LISÍAS:

En todo he de serviros.

MENÓN:

Viento, llévale a Irene estos suspiros,
y tú, diosa Fortuna,
condicional imagen de la Luna,
estate un punto queda;
diviértela tú, Amor, para su rueda,
para que sean testigos
los Cielos que una vez han sido amigos.

(Vanse, y se quedan CHATO y SIRENE.)
SIRENE:

Bien veis cuán desvergonzado
sin Dios, sin justicia y ley,
delante del propio Rey
hoy conmigo habéis andado
diciendo males de mí.

CHATO:

No os cause aqueso inquietud;
que pensé que era virtud.

SIRENE:

¿Cómo?

CHATO:

A un sacerdote oí
del dios Baco el otro día,
que sus sacerdotes son
con quien tengo devoción,
que hace mal el que decía
de sus propias cosas bien;
y como sois propia cosa
vos, puesto que sois mi esposa,
dije mal para hacer bien.

SIRENE:

Pues ¿cómo dicen de mí,
cuantos de fuera me ven,
siempre muchísimo bien?

CHATO:

Como os ven de fuera, oíd:
sale al templo una mujer,
y como no ha de reñir
con los dioses, viéndola ir
tan devota, al parecer,
dice la gente: «¡Una santa
es fulana!», y es porque
dentro en su casa no ven
la condición con que espanta.
Sale luego a una visita,
y como allá no ha de dar
en casa ajena pesar,
dicen de ella: «¡Una Angelita
es por cierto!». Mentecato,
vive con ella ocho días,
verás esas Angélicas,
demonios a cada rato.
Venla en la reja tocada,
y dicen que es muy hermosa.
Tonto, ese jazmín y rosa
es retama, destocada.
Sale a la calle prendida,
y dicen: «¡Qué limpia es!».

CHATO:

Bruto, ¿no ves que no ves
la pata que está escondida?
Si la vieras descalza,
sin medias y sin zapatos,
dedos con más garabatos
que una letra procesada,
nunca que es limpia dijeras.
¿Pues qué habiendo de asistir
al desnudar y vestir?
Y más si, tal vez, la vieras,
por los hombros un manteo,
en chapines ir andando
con los pies de águila, cuando
es necesario el deseo,
llegaras a conocer
que tú mirándola estás
como una mujer no más,
y yo como mi mujer.

SIRENE:

Todo aquesto no es disculpa,
y bien que llegamos ya
a casa, y que sabré allá
absolveros de esa culpa
con la tranca de la puerta.

(Sale FLORO.)
FLORO:

Una, dos, tres; aquí es.

CHATO:

¿Qué es aquí una, dos, tres?

FLORO:

La casa en que se concierta
mi alojamiento.

CHATO:

¿Pues qué...?

FLORO:

¿Sois vos a quien llaman Chato?

CHATO:

Yo, no.

SIRENE:

Sí es tal.

FLORO:

Mentecato,
¿por qué lo negáis?

CHATO:

Porque
me da a mí tanto pesar
soldado huésped tener,
como a mi mujer placer,
y, así, quisiera negar
quién soy y la casa mía.

FLORO:

Leed esta boleta.

CHATO:

No
leo bien veletas yo;
mi mujer sí.

SIRENE:

¡Qué porfía!
¿Aquí hay más que vos, señor,
por huésped nos heis1 caído?
Pues seáis muy bien venido
donde os sirvamos los dos.

FLORO:

Cese ya vuestra porfía,
que dar yo pesar no intento
jamás con mi alojamiento.

CHATO:

Pues ésta es mi alojería.

SIRENE:

Sois villano malicioso.
Entrad presto a prevenir
vos adonde ha de asistir.

CHATO:

Ya voy.

(Vase.)
FLORO:

Mil veces dichoso
he sido en haber venido
a conocer la piedad
vuestra y la gran voluntad
con que me habéis recibido.

SIRENE:

En viendo un soldado yo,
se me quitan los enojos,
tras él me llevan los ojos.

FLORO:

Ya con aqueso me dio
vuestra hermosura licencia
para un abrazo que os pido.

SIRENE:

A ningún recién venido
fuera el negarlo decencia;
pero esto es en cortesía.

FLORO:

¿Quién vio tan villano agrado?

(Sale CHATO.)
CHATO:

¡Válamos Dios, seor soldado!
¿Pues tanta prisa corría
que no esperarais a entrar
en casa? Venid, por Dios;
no deis qué decir de vos
en la calle.

SIRENE:

Maliciar...

CHATO:

¿Yo malicio?

FLORO:

...es muy mal vicio.
En cortesía me dio
este abrazo; y así, no,
no maliciéis.

CHATO:

¿Yo malicio?
Ya sé yo que es muy cortés
Sirene, y esto advertí,
que está muy segura en mí.
No os enojéis; entrad, pues,
en buena hora, señor.

FLORO:

Pues que es más vuestra que mía,
venid acá en cortesía.

(Llévala de la mano.)
CHATO:

Ya estamos solos, honor:
¿qué hemos de hacer? ¡Qué sé yo!
Si el mundo bajo me hizo
de barro tan quebradizo,
y de bronce y mármol no,
¿qué hay que esperar, si me ven
quebrar al primero tri?
¿Eso dices, honor? Sí,
juro a Dios que dices bien.
¿Qué pie o brazo me ha quebrado
su abrazo? ¿De qué me asusto?
Fuera que sentir el gusto
del prójimo es gran pecado.
Y entre éstas y otras, yo,
por estarme discurriendo,
aun estorbar no pretendo
lo que otra venganza no.

(Salen LIBIO y ARSIDAS.)
LIBIO:

¡Ah, villano, deteneos!

CHATO:

Tengo un poco que estorbar,
y ahora no hay lugar.

ARSIDAS:

Responded a mis deseos.
Decidme, ¿el Rey Nino, cuándo
a esta Provincia llegó?

CHATO:

Hoy llegó y hoy se ausentó.

ARSIDAS:

¿Y hacia dónde va marchando?

CHATO:

Hacia Nínive.

ARSIDAS:

Y decid,
¿qué tanto Nínive está
de Ascalón?

CHATO:

Pienso que habrá
cien millas.

ARSIDAS:

¿Por dónde...? Oíd.

CHATO:

Todo eso es cosa perdida.
Si es que a mi gusto buscáis,
y por ahora me estáis
dando con la entretenida,
no hay para qué; entrad los dos
y en amor compaña acá
hablaremos.

(Vase.)
ARSIDAS:

Idos ya,
que no os quiero más. Adiós.

LIBIO:

Di, ¿qué pretendes hacer?
Que buscar al que venció
tu reino y te despojó,
da que dudar y temer.

ARSIDAS:

Lidoro, rey de Lidia desdichado
soy; pues sin ver jamás victoria alguna,
siempre, Libio, ojeriza fui del hado,
siempre cólera fui de la fortuna.
Nino, de Siria el más afortunado
Rey que vio el Sol debajo de la Luna,
de mi estado y mi patria me destierra;
que éstos son los estragos de la guerra.
Con el último encuentro expiró el día,
y en un bruto, veloz Belerofonte,
me salí, huyendo de la hueste mía,
a las piedades rústicas del monte.
Ni más destino ni elección tenía
que las líneas tocar de otro horizonte;
y, así, dejé el caballo a su albedrío,
si el suyo era mejor que lo era el mío.
Después de haber gran rato caminado,
cuando lejos del campo estar pensaba,
viendo el bruto del peso fatigado
-mas ¿qué mucho, si huyendo me llevaba?-,
de una áspera montaña en lo intrincado
me apeo, y en un tronco que allí estaba
le arriendo, pues al ver su furia inmensa,
no es poco don el ocio en recompensa.
Arrójome en el suelo, y, suspirando,
que es el mejor idioma de la queja,
cerca de mí, la estancia examinando,
oigo una voz que mísera se queja.

ARSIDAS:

Por entre la espesura caminando
voy, por si acaso descubrir se deja,
y un bulto veo agonizando en una
maleza, a los cambiantes de la luna.
Acércome con ánimo piadoso,
casi ya en mis desdichas consolado;
que un desdichado pienso que es dichoso
en topando otro que es más desdichado.
Ella, con un suspiro lastimoso,
al verme dijo: «Pues llegáis, soldado,
a socorrerme con piedad humana,
sabed que Irene soy, de Nino hermana.
En este último encuentro mi caballo
perdí, y, como la noche oscura y fría
cerró, sola y herida y a pie me hallo,
sin gente, sin favor, sin compañía».
En mis hombros la puse al escuchallo,
sin acordarme de la pena mía,
y piadoso con ella, cruel conmigo,
en el cuartel me entré de mi enemigo.
A este tiempo -que ser antes no pudo-
ya su gente la había echado menos,
y con trémula voz y dolor mudo
ya se miraban de esperanza ajenos.
Yo, que, poblados de esplendor, no dudo,
de la noche los páramos amenos,
doy voces; llegan, y ella, agradecida,
con este anillo me pagó la vida.
Vila a la luz, y vi de su hermosura
el milagro mayor, y en un instante
su beldad adoré. Mas ¡qué locura,
el día que fui pobre, ser amante!

ARSIDAS:

Pero como la vi en la noche oscura,
jurisdicción de estrellas, no te espante
que a amarla me obligase y a querella,
pues a todo presente está mi estrella.
Lleváronla a la tienda sus soldados,
y yo, por no ser de ellos conocido,
me quedé, viendo ya de mis cuidados,
con amor, todo el número cumplido.
El infeliz influjo de mis hados
a Batria me llevó, donde, admitido
de Estorbato, viví en confusa llama;
que, en fin, descansa mal el que bien ama.

(Vanse.)
(Salen MENÓN y LISÍAS.)
MENÓN:

De todas cuantas grandezas
de esta Provincia me has dicho,
ésta que buscando vengo
solamente es la que admiro.
Y, así, en tanto que llegamos
a tocar el primer friso
de aquese rústico templo,
tarde de los hombres visto,
vuelve otra vez a contarlo,
que quiero otra vez oírlo,
porque se informe mejor
mi ardimiento de tu aviso.

LISÍAS:

Yace, señor, en la falda
de aquel eminente risco,
una laguna, pedazo
de Leteo, oscuro río
de Aqueronte, pues sus ondas,
en siempre lóbregos giros,
infunden a quien las bebe
sueño, pereza y olvido.
En una isleta que hay
en medio de su distrito,
hay una ninfa de mármol,
sin que hasta hoy se haya sabido,
de tres lustros a esta parte,
ni quién ni por quién se hizo.
De esotra parte del lago
hay un rústico edificio,
templo donde Venus vio
hacerle sus sacrificios
bien poco ha; pero cesaron,
porque Tiresias nos dijo,
su sacerdote, que nadie
pisase en todo este sitio,
ni examinase ni viese
lo que en él está escondido;
que es cada tronco un horror,
cada peñasco un castigo,
un asombro cada piedra
y cada planta un peligro.

LISÍAS:

Con esto, y con añadirse
a esto que algunos vecinos
de estos montes, que tal vez
se hallaron en él perdidos,
han escuchado en el templo
mil veces roncos gemidos,
lamentos desesperados
y lastimosos suspiros,
ha crecido en todos tanto
el pavor, que nadie ha habido
que se atreva a examinar
la causa. Y, así, te pido
te vuelvas, señor, sin que
profanes los vaticinios.

MENÓN:

Dar un corazón, Lisías,
a admiraciones, rendido
a los hechos de los dioses,
más tiene de sacrificio
que de irreverencia. Ven
talando lo entretejido
de estas peñas y estos ramos.
No temas, pues vas conmigo.

LISÍAS:

No temo yo, mas recelo,
y uno de otro es muy distinto.
Y aun no recelo tampoco
los riesgos a que me animo,
tanto como a esta maleza
no saber bien el camino;
y así, de aquestos villanos,
para esto sólo venidos,
permite, señor, que llame
alguno.

MENÓN:

Que llames, digo,
al más experto en el monte.

LISÍAS:

Éste dicen que lo ha sido,
por haberse en él criado.
Llega, Chato.

(Sale CHATO.)
CHATO:

¿Qué hay, amigo?
Un soldado me enviasteis
a mi casa, el más bonito;
tan hallado en ella está
que parece nuestro hijo.

MENÓN:

Dime, ¿tú sabes el monte?

CHATO:

Sabíale; mas imagino
que no le sabré, después
que hay encantos y hay hechizos.

MENÓN:

Guíame al templo de Venus.

CHATO:

¡Ay, señor! Un desatino
tamaño como este puño
su merced ahora dijo.
¿Al templo de Venus yo,
habiendo Tijeras dicho
que allá no vamos, porque
hay portentos y prodigios?

MENÓN:

Sí, villano; guía presto.

CHATO:

Si ha de ser, venid conmigo,
que por aquí es.

MENÓN:

Nunca vi
tan confuso laberinto
de bien marañadas ramas
y de mal compuestos riscos.

(Dentro SEMÍRAMIS.)
SEMÍRAMIS:

¡Ay, infelice de mí!

CHATO:

¡Ay de mí!

MENÓN:

¿No habéis oído
una voz?

CHATO:

¡Plugiera a Baco!...

LISÍAS:

¡Qué temeroso suspiro!

MENÓN:

Oigamos si otra vez
se oye el eco más distinto.

SEMÍRAMIS:

¡Oh, monstruo de la fortuna!
¿Dónde vas sin luz ni aviso?
Si el fin es morir, ¿por qué
andas rodeando el camino?

LISÍAS:

Mujer es la que se lamenta
de la fortuna.

CHATO:

Un hechizo
tiene que se entra en el alma.

MENÓN:

¿Con quién hablará?

SEMÍRAMIS:

Contigo,
contigo, fortuna, hablo.

MENÓN:

Ya me equivocó el aviso.

SEMÍRAMIS:

Pero no me has de vencer,
que yo, con valiente brío,
sabré quebrarte los ojos.

MENÓN:

Sin luz quedaron los míos
al oírlo; rayo fue
esta voz, que mis sentidos
frías cenizas ha hecho
acá dentro de mí mismo.
¡Qué frenesí!, ¡qué locura!,
¡qué letargo!, ¡qué delirio!

LISÍAS:

Vuélvete.

MENÓN:

¿Volver yo
sin haberlo todo visto?
Entra en lo más intrincado.

CHATO:

No puedo, porque me intrinco
yo también.

(Sale TIRESIAS.)
TIRESIAS:

Detén el paso,
oh ignorante peregrino
que de este sagrado coto
osas penetrar el sitio.

CHATO:

Espera, Tijeras.

MENÓN:

Llamado
de mi valor he venido,
aquí, Tiresias, no a hacer
sacrílegos desperdicios
de las leyes de los dioses,
sino, como su ministro
yo también, pues soy señor
de esta Provincia, a cumplirlos.
Y así, vengo a que me des
parte de aqueste prodigio
que guardas, para saber
si la causa que has tenido
para alterar esta tierra
es religión o es delito.

TIRESIAS:

En vano lo has intentado,
porque yo no he de decirlo.

MENÓN:

¿Qué mujer es la que llora
de la fortuna castigos?

TIRESIAS:

No sé de ninguna yo,
ni la he hablado ni la he visto.

SEMÍRAMIS:

 (Dentro.)
¡Ay, infelice de mí!

MENÓN:

Aquí dentro es el gemido.
Negarlo todo ya es
de tu grave culpa indicio.
Abre esa puerta.

TIRESIAS:

Primero
que las llaves, que conmigo
están, a hombre humano entregue,
cumpliendo los vaticinios
de mi Diosa, me daré
la muerte; y así, atrevido,
ese lago a mi cadáver
le dé sepulcro de vidrio.

(Vase.)
LISÍAS:

¡En el lago se arrojó!

CHATO:

La última necedad hizo.

MENÓN:

Nada me causa pavor.
A romper me determino
las puertas. Horrible monstruo
que aquí encerrado has vivido,
sal a ver el Sol.

(Sale SEMÍRAMIS.)
SEMÍRAMIS:

¿Quién llama?

MENÓN:

Mejor dijera divino
monstruo, pues truecas las señas
de lo rústico en lo lindo,
de lo bárbaro en lo hermoso,
de lo inculto en lo pulido,
lo silvestre en lo labrado,
lo miserable en lo rico.

SEMÍRAMIS:

No menos me admira a mí
confundir, cuando te admiro,
las equivocadas señas
de lo piadoso y lo altivo,
de lo gallardo y lo fuerte,
de lo amable y de lo esquivo.

CHATO:

Si todos los monstruos son
como aqueste monstruocico
yo pienso llevarme uno,
dos o tres, o cuatro o cinco.

MENÓN:

¿Quién eres? Cómo o por qué
aquí encerrada has vivido
me cuenta.

SEMÍRAMIS:

Lo que de mí
sé, por lo que otro me dijo,
escucha, bizarro joven,
a quien con vergüenza miro,
porque el segundo hombre eres
que hasta hoy cara a cara he visto.
Arceta, una ninfa bella
que en estos campos floridos
fue consagrada a Diana,
en todos sus ejercicios
festejada de un amante,
fue pagando con desvíos
las finezas; que lo ingrato
sólo en la mujer no es vicio.
Él a este templo de Venus
una y muchas veces vino,
como era madre de Amor,
a rendirle sacrificios.
Venus, del culto obligada,
ya que quererle no hizo,
hizo que hallarla pudiese
en el despoblado sitio
de este monte, donde, necio,
hizo el mérito delito.
Bajo género de amor
debe de ser en los ritos
suyos -que yo hasta ahora ignoro-
la violencia, si imagino
que no quiso como noble
quien como tirano quiso;
pues no es victoria del alma
aquélla que yo consigo
sin la voluntad de quien
no me la dé por sí mismo.

SEMÍRAMIS:

De esta especie de bastardo
amor, de amor mal nacido,
fui concepto. ¿Cuál será
mi fin, si éste es mi principio?
Mañosamente quejosa,
Arceta se satisfizo
de sus disculpas, bien como
la serpiente que con silbos
halaga para morder;
y fue así, pues, divertido,
le aseguró con blanduras,
hasta que rosas y lirios
que él hizo tálamo torpe,
torpe túmulo ella hizo.
Diole muerte con su acero,
y, pasando los precisos
términos que estableció
Naturaleza consigo,
llegó severo el infausto,
el infeliz, el impío
día de su parto, en tal
horóscopo, según dijo
Tiresias, que estaba todo
ese globo cristalino
-por un comunero eclipse
que al Sol desposeerle quiso
del imperio de los días-
parcial, turbado y diviso,
tanto, que entre sí lidiaron,
sobre campañas de vidrio,
las tropas de las estrellas,
las escuadras de los signos,
acometiéndose airados
y ensangrentándose a visos.

SEMÍRAMIS:

En civil guerra los dioses
vieron este azul zafiro,
en sus ejes titubeando,
desplomado de sus quicios.
Arceta, temiendo más
su opinión que su peligro,
sola al monte se salió,
y en el más hondo retiro
llamó a Lucina, que al parto
vino tarde, o nunca vino,
pues, víbora humana, yo
rompí aquel seno nativo,
costándole al Cielo ya
mi vida dos homicidios.
Aquí fue donde Tiresias
me contó, más indeciso,
de la suerte que me halló.
¡Quién supiera repetirlo!
A los últimos alientos
de Arceta, y a mis gemidos,
acudieron cuantas fieras
contiene el monte en su asilo,
y cuantas aves el viento;
pero con fines distintos,
porque las fieras quisieron
despedazarnos y herirnos,
y las aves defenderlo,
estorbarlo y resistirlo.

SEMÍRAMIS:

En esta lid nos halló
Tiresias, que había salido
a hacer del mortal eclipse
no sé qué astrólogo juicio;
y viendo de fieras y aves,
en dos bandos divididos,
un duelo tan desusado,
un tan nuevo desafío,
llegó al lugar, viome en él,
y llevándome consigo,
vio que le seguían las aves,
llevando en garras y en picos
de las rústicas majadas
hurtados los lacticinios,
que ser pudiesen entonces
primero alimento mío.
A tanto portento absorto,
fue a consultar el divino
oráculo de Venus,
que de esta suerte le dijo:
«Esa infanta alumna es mía,
y como siempre vivimos
opuestas Diana y yo,
la ofende ella y yo la libro.

SEMÍRAMIS:

Corrida de ver violada
una ninfa suya, quiso
que las fieras la ocultasen
hoy en los sepulcros vivos
de sus vientres; pero yo,
que a defenderla me animo,
porque fui primera causa
que alma y vida la dedico,
las aves, como, en efecto,
Diosa del Aire, la envío
a que la defiendan; ellas,
a ley de preceptos míos,
serán desde hoy sus nutrices,
trayéndola a aqueste sitio
cada día su alimento,
bien que a costa del aviso
que no sepan nunca de ella
los hombres; porque he temido
que Diana ha de vengarse
de mí en ella, y con prodigios
ha de alterar todo el Orbe,
haciendo que sea el peligro
más general su hermosura,
que es el don que tiene mío.
Excusa, pues, los insultos,
los escándalos, los vicios,
los alborotos, las ruinas,
las muertes y los delitos
que han de suceder por ella,
desque aquí al rey más invicto
haga tirano hasta que
muera en fatal precipicio».

SEMÍRAMIS:

Dijo la Diosa, añadiendo
que al yerto cadáver frío
de Arceta lo colocase,
ya en un mármol convertido,
en medio de esa laguna.
Todo Tiresias lo hizo,
y, así, en aquesta prisión
tantos años me ha tenido
sin que sepa más de aquello
sólo que enseñarme quiso;
y como en la lengua siria,
quien dijo pájaro dijo
Semíramis, este nombre
me puso por haber sido
Hija del Aire y las aves,
que son los tutores míos.
Pues que tú, gallardo joven,
hoy la cárcel has rompido
que fue mi centro, te ruego
que allá me lleves, contigo,
donde yo, pues advertida
voy ya de los hados míos,
sabré vencerlos; pues sé,
aunque sé poco, que impío
el Cielo no avasalló
la elección de nuestro juicio.

SEMÍRAMIS:

Esto postrada te ruego,
esto humillada te pido,
como mujer te lo mando,
como esclava lo suplico,
porque, si hoy la ocasión pierdo
de verme libre, mi brío
desesperado sabrá
darse la muerte a sí mismo,
donde la misma razón
de excusar mi precipicio
será la que le apresure;
pues nada se vio cumplido
más presto que lo que el hombre
que no fuese presto quiso.

MENÓN:

Alza, Semíramis bella,
del suelo, porque es indigno
que esté en el suelo postrado
todo el Cielo que en ti he visto.
Prodigiosamente hermosa
eres, y aunque en ti previno
el hado tantos sucesos,
ya tú doctamente has dicho
que puede el juicio enmendarlos:
¡dichoso el que llega a oírlos!
Y así, Semíramis, hoy
he de llevarte conmigo
donde tu hermosura sea,
aún más que escándalo, alivio
de los mortales.

SEMÍRAMIS:

Adiós,
tenebroso centro mío;
que voy a ser racional
ya que hasta aquí bruto he sido.

MENÓN:

Ea, vuelve tú a guiarnos.

CHATO:

Yo era un tonto, y lo que he visto
me ha hecho dos tontos. No sé
si he de acertar el camino.

LISÍAS:

¿Contigo la llevas?

MENÓN:

Sí.

LISÍAS:

¡Plega a Júpiter...

MENÓN:

¿Qué? Dilo.

LISÍAS:

...que, gusano humano, no
labres tu muerte tú mismo!