La fuente triste
de Medardo Ángel Silva

I
Al par te implora y te mima
en mi canto, mi tristeza:
te solloza cada rima
y cada estrofa te besa.

II
Dices que no tienen motivo mis penas,
pues las lloro mías cuando son ajenas...
¡Ay!, ese es mi encanto:
llorar por aquellos que no vierten llanto.

III
Como Dios me ha dado don de melodía
en música pongo mi melancolía:
que el llanto mejor
es ése que recuerda con dulce rumor.

IV
Cuando mi tributo reclames —¡oh, Muerte!—
dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte...?
¿Te daré mis alas...? ¡Ay!, pero mis alas
mancharon de cieno las pasiones malas.
¿Te daré mi llanto...? Mi llanto, bien sé,
como lo prodigo, que ni eso tendré.
Mas, como algo puedes, te dará mi amor
lo único que tengo propio: mi dolor.

V
Ya me ofrezcan rosas o me den espinas
yo bendigo siempre tus manos divinas.
Corazón del que ama es como la rosa:
perfuma la mano de quien lo destroza.

VI
Hora en que te conocí,
hora de Anunciación,
hora azul en que cantaba
la alondra de la Ilusión;

hora de armiño y de seda
sobre la que Dios bordó
tu monograma y el mío
en el telar del Amor.

VII
El mundo jugó en mis sueños,
la Mujer con mi corazón
y la llama de mi fe, pura,
sopló Satán y la apagó.

Y, pues, Mundo, Demonio y Carne
en mi alma vertieron su hiel,
cuando venga por mí la Muerte
poca cosa tendré que hacer.

VIII
En vano es que tu clara risa de oro
me intente consolar... y, aunque lo pueda,
hoy mi tristeza es mi único tesoro
y, si tú me la quitas, ¿qué me queda...?

IX
No despiertes sorprendida
de que amanezca a tal hora:
se ha adelantado la Aurora
para mirarte dormida.

X
Fuera el mayor embeleso
de mi réproba alma loca
ir al Edén de tu boca
por el camino del beso.

XI
Tan levemente resbalas
sobre la asiática alfombra
que mi ternura se asombra
de no mirarte las alas.

XII
Por tu desdén se convierte
toda caricia en herida
y tu mirada es la vida...
pero a mí me da la Muerte.

XIII
La enfermedad que yo tengo
mi corazón sólo sabe;
como él nunca la dirá,
nunca ha de saberla nadie.

La sabe el claro de luna
y el parque gris: ¡preguntadles...!
La sabe el viento que pulsa
las liras crepusculares...

Mis versos la están diciendo
y no la comprende nadie...
La enfermedad que yo tengo
en silencio ha de matarme.

XIV
Mi corazón goza en tus
pupilas de noche inerte
la dulzura de la muerte
en un abismo de luz.