Elenco
La fianza satisfecha
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen LEONIDO y TIZÓN.
TIZÓN:

  Yo no sigo tu vïaje.

LEONIDO:

La puerta me has de guardar;
y la tengo de gozar
por afrentar mi linaje.

TIZÓN:

  ¡Considera que es tu hermana!

LEONIDO:

Acaba, llama, Tizón;
porque esa misma razón
hace su infamia más llana:
  Eso me da mayor brío
para poderla gozar.
¿No gozó Amón a Thamar,
siendo hermanos?

TIZÓN:

Desvarío
  el tuyo es. ¿No sabes, pues,
cuán bien lo, pagó?

LEONIDO:

Es así.
¡Que lo pague Dios por mí,
y pídamelo después!
  Dios ha de ser mi fiador,
porque si en verdad me fundo,
ni le ha habido, ni en el mundo
no, le puede haber mejor;
  y si es la paga en dinero,
ninguno más rico hallo.

TIZÓN:

Sin freno está este caballo:
él dará en despeñadero.

LEONIDO:

  ¿No llamas?

TIZÓN:

No, que esperaba
por ver si el divertimiento
te mudaba el pensamiento.

LEONIDO:

No te canses, llama, acaba:
  llama, o quítate de ahí;
que este furor me desvela.

TIZÓN:

En el patio está Marcela.

LEONIDO:

Pues entro: quédate aquí:
  y porque mi inclinación
sepas, te quiero avisar
que no la quiero gozar
porque la tengo afición;
  que ni su amor me maltrata,
ni su talle me aficiona,
ni me agrada su persona,
ni su aire me arrebata;
  ni su gracia me contenta,
ni de su lengua yo gusto:
sí sólo porque es mi gusto
dar a mi sangre esta afrenta:
  espérame, volveré.

TIZÓN:

Y ¿sabes si volverás?

LEONIDO:

¡Gracioso, Tizón, estás!
Pues claro está que lo sé;
  que a mi soberbio querer
ninguno le pone rienda;
aunque el infierno pretenda
estorbarlo, he de volver;
  que no temo el embarazo
de todo el infierno junto,
porque a su infernal trasunto
sabrá rendir este brazo;
  y si el cielo pretendiere
lo mismo, tampoco temo.

TIZÓN:

¡Dios ten convierta, blasfemo!

LEONIDO:

El haga lo que quisiere;
  y a quien mi acción atrevida
en honra o hacienda estrague,
pida a Dios que se lo pague
y que después me lo pida;
  que hombre soy yo que sabré
satisfacer cualquier mengua.

TIZÓN:

¡Maldiga Dios tan vil lengua!
Entra, que yo esperaré,
  rogando al cielo le ampare
de tal afrenta y ultraje.

LEONIDO:

¡Voto a Dios, que mi linaje
abrase si lo estorbare!

(Vase.)
TIZÓN:

  El entra ya sin gobierno.
¡Ah, desdichado Tizón!
Si sigues tu inclinación,
serás tizón del infierno.
  No hay pecado en todos siete
que él no haya ejecutado,
ni hubo ocasión de pecado
sin asirla del copete.
  Sin mostrar rastro de pena
viendo ultrajada su fama,
esta mañana a una dama
quitó una rica cadena;
  y porque con lengua honrada
tan gran maldad reprendió,
a un sacerdote le dió
una cruel bofetada.
  Yo no sé en qué ha de parar;
que tan enorme vivir,
o en un palo ha de morir,
o el diablo lo ha de llevar,
  porque no he visto furor
semejante; y el infiel,
luego dice que por él
pague el Divino Hacedor.
  La fianza buena es,
y puede pagarlo bien;
mas es cierto que también
querrá cobrarlo después.

(Dentro MARCELA.)
MARCELA:

  ¡Cielo santo! ¿No hay justicia?

TIZÓN:

¡Qué es aquesto! ¿En eso estamos?
Declarada es su malicia.

MARCELA:

  ¡Mi Dios, venirme a ayudar!

TIZÓN:

El oiga tu gran gemido,
porque yo temo a Leonido,
y allá no me atrevo a entrar.

(Dentro DIONISIO.)
DIONISIO:

  ¡Traidor! ¿Esto imaginaste?
¡Matadle!

(Dentro LEONIDO.)
LEONIDO:

¡Menos rigor!

TIZÓN:

Este es Leonido. ¡Ah. Señor,
y qué presto te arrojaste!
  Hoy darás tu vida amarga
en manos de tu cuñado;
que ya el diablo se ha cansado
de llevar tan grande carga.

(Sale LEONIDO con la espada sangrienta en la mano.)
LEONIDO:

  Esto es hecho.

TIZÓN:

Y no bien hecho.

LEONIDO:

Bien o mal, ya lo intenté,
y a quien gusto no le dé,
pídalo a mi fiero pecho.

TIZÓN:

(Aparte.
Algún puto desalmado
que te lo llegue a pedir.
Y ahora, ¿dónde hemos de ir?

LEONIDO:

A pasear al Mercado.

TIZÓN:

  ¡Cuerpo de Dios! Con tu flema
hasle quitado a tu hermana
la honra, y ¿con esa gana
verás la plaza de Elema?
  Vas de suerte, que imagino
que eres ministro de Herodes
¿y es posible que acomodes;
a seguir ese camino?
  Yo, señor, no voy contigo;
que en delitos tan atroces,
la culpa está dando voces
para que llegue el castigo.
  Pues si le cogen, a fe
que el pueblo busque su traza
para que des en la plaza
la bendición con el pie.

LEONIDO:

  Deja, gallina, el temor.

TIZÓN:

Déjolo, y te desamparo;
que pretendo mear claro,
y diez higas al doctor.
  Que has muerto a tu hermana avisa
la fiera espada sangrienta,
y, ¿no quieres que lo sienta?

LEONIDO:

Calle, que es cosa de risa.
  Tizón, ¿en eso reparas?
luego ¿piensas que murió?

TIZÓN:

Pues ¿no la mataste?

LEONIDO:

No.

TIZÓN:

Pues ¿qué la hiciste?

LEONIDO:

Dos caras.

TIZÓN:

  Agradézcanle ¡por Dios!
la merced, que es oportuna;
que Dios no le dio más que una,
y él dice que la hizo dos.
  Señor, yo me quedo acá;
que mañana tu rigor,
por hacerme gran favor,
con dos caras me honrará.
  Tú escápate por los pies,
pues has de pagarlo.

LEONIDO:

¿Así?
Que lo pague Dios por mí,
y me lo pida después.

TIZÓN:

  Eso sí, páguelo Dios,
que lo puede bien pagar,
pero a fe que ha de llegar
tiempo que lo paguéis vos.

(Vanse.)
(Córrese una cortina, y aparece GERARDO, viejo, en una silla, durmiendo, y al lado una caña.)
GERARDO:

  ¡Detente, detente! ¡Aguarda,
espera, mozo atrevido!
(Despierta.)
¡Jesús, qué pesado sueño!
¿Qué es esto, cielo divino?

(Sale DIONISIO alborotado.)
DIONISIO:

¡Despierta del sueño torpe
que te tiene los sentidos,
noble Gerardo, ocupados,
y escucha de un afligido
las lastimosas razones!
¡Escucha los fieros silbos
de una serpiente pisada,
y de un fiero basilisco,
y un toro herido en el coso!
¡Oye, señor, los bramidos
y voces de una leona
que le han robado sus hijos!
¡Oye de un hombre afrentado
las quejas; que Dios no quiso
dar lugar a la venganza,
como se la dio al delito!
Tu hijo, noble Gerardo,
ese que de su principio
es en maldades Nerón,
y Heliogábalo en los vicios;
ese a quien jamás la rienda
del corazón ha rendido,
antes, cual fiero caballo,
corre tras de su apetito;
ese Luzbel en soberbia,
ese hidrópico, de vicios,
pues no, le sacian pecados
aunque cometa infinitos;
ese, pues, entró en mi casa.

DIONISIO:

Mas ¡cielos! ¿cómo lo digo?
que no es bien diga su afrenta
quien vengarla no ha podido.
Pero aunque a ti te lo cuento,
se queda en mi pecho mismo,
porque siendo uno los dos,
es decirlo yo a mí mismo.
Entró, señor, en mi casa
con pensamientos lascivos,
siendo mi mujer su hermana,
y entrambos a dos tus hijos,
imaginé que segura
gestaba de sus designios
mi honra; pero engañéme,
como sus obras lo han dicho.
Tú, señor, tienes la culpa,
porque si en otros delitos
su soberbia no ampararas,
ni tanto hubieras sufrido;
si cuando de ricas joyas
tus más secretos archivos,
para los juegos dejaba,
por darte pesar, vacíos,
hubieras, señor, dejado
que ejecutara su oficio
la justicia, y no ampararas
al que de un palo era digno,
ahora no hubiera dado
causa a tan justos suspiros,
ni en mi cara, como ves,
su maldad hubiera escrito.

DIONISIO:

Al fin, señor, de Marcela,
tu hijo, el tálamo limpio
quiso manchar, y quitarle
la honra que tanto estimo.
Mas ella, que tiene sangre
tuya y mía, con los bríos
que recibe de los dos,
dio a su defensa principio,
y no teniendo otras armas,
los dedos navajas hizo,
con que defendió animosa,
sin manchar tu honor, el mío,
cuando el traidor, indignado
como fiero basilisco,
sacando su infame espada,
la dio, en su rostro dos filos.
Ella, que herida se siente,
a voces defender quiso
lo que, por faltalle fuerzas,
tuvo ya por ofendido.
Apenas sus tristes voces
tocaron en mis oídos,
cuando, por librar mi oveja,
corrí tras de sus balidos.
Llego, y al entrar encuentro
al lobo, que, convencido
de las voces, se salía,
mostrando fingido riso;
sacó la espada, y sin darme
lugar a defensa, hizo
en mi rostro lo que ves,
y de la ciudad se ha ido.
Nada le turba ni altera,
porque hasta el mismo delito,
que a otros sirve de freno,
a él de espuelas ha servido.
  Quise seguirle...

(Sale LEONIDO.)
LEONIDO:

Detente;
que no has menester seguirme,
porque no he querido irme
hasta ver si eras valiente.
  Yo, padre, yo mismo he sido
el que pretendió, atrevido,
quitar la honra a mi hermana,
no por ser ella liviana,
sí porque tal he nacido;
  que en viva rabia deshecho,
hallo por mi buena cuenta,
que, para estar satisfecho,
por dar a mi sangre afrenta,
me la sacara del pecho.
  Y de tal suerte la aborrezco
que pienso que con la diestra
a sacar la infame vuestra
desde este punto me ofrezco.
  Y sin temor ni amenaza
de vuestra vejez cansada,
con aquella infame traza,
  Yo lo hice, yo; yo he sido
el que pretendió, atrevido,
afrentaros; y tal vengo,
que el mayor pesar que tengo
es no haberlo conseguido.
  Ya sabéis lo que ha pasado,
porque cuenta os vino a dar
ese que está a vuestro lado,
que no fue para vengar
el honor que le habéis dado.
Si lo tuvo por afrenta,
eso a mí más me contenta,
y de suerte me alborozo,
que es tanto mayor mi gozo,
cuanto él el agravio sienta.

GERARDO:

  ¡Hijo cruel! ¿Cuándo viste
en los años de tu padre
cosa que a tu ejemplo cuadre
para los males que hiciste?
¿Cuándo, soberbio, aprendiste
de mis costumbres ancianas
la lección de tus livianas
mocedades, que has seguido,
y te hacen, atrevido,
que menosprecies mis canas?
  ¿Qué acciones, di, notaste
en mi tierna mocedad,
que te diesen libertad
para lo que aquí intentaste?
  ¿Cuándo en mí, Leonido, hallaste
ni señal que te indujera
a tu intento desbocado,
ni indicios de haberte hallado
en tan infame quimera?
  ¿Qué Nerón que tú más fiero?
¿Qué más saeta cruel?
¿Qué más soberbio Luzbel?
¿Qué lobo más carnicero?
De tus maldades infiero
que, siguiendo ese gobierno,
el Soberano y Eterno
castigará tu insolencia,
por su infinita clemencia,
en las penas del infierno.
  Y aun es de suerte tu vida,
que el fiero rigor que digo
será pequeño castigo
a culpa tan conocida;
porque ¡infame fratricida!
De una tan notoria afrenta
tomará Dios a su cuenta
el castigo, de tal modo,
que de una vez pagues todo;
y ¡plegue a Dios que yo mienta!

LEONIDO:

  Que mientas o no, ¿qué importa?
Ya el delito cometí;
que lo pague Dios por mí,
y tus razones acorta.
Pero si quieres, exhorta
a tu yerno, que promete
vengar lo que en su retrete
pasó, que tiene ocasión,
y no ponga dilación
en asirla del copete,
  puesto que se ve afrentado.

DIONISIO:

¡Infame, saca la espada,
que no es bien esté envainada
cuando tan mal has hablado!

LEONIDO:

Préciaste de muy honrado;
si no lo fueras, lo hiciera,
porque afrentado te viera;
y no me está bien a mí,
porque hago el caso de ti
que de una mujer hiciera.
  Aquí dar voces le cuadra
al honor que en ti se pierde,
porque pocas veces muerde
el perro que mucho ladra.
Muy bien sabes que en tu cuadra
te faltó la valentía,
y así verás este día
cómo el corazón te engaña,
pues con aquesta vil caña
castigaré tu osadía.

(Dale de palos.)
GERARDO:

  ¡Tente, Leonido arrogante,
alma de razón exenta!

DIONISIO:

La venganza está a mi cuenta.

LEONIDO:

Quitaos, viejo, de delante,
castigaré a este arrogante.

GERARDO:

¡Nombre de viejo me ofreces
cuando el de padre obscureces,
y es la causa, que tu loca
vida es tal, que aun en la boca
a tu padre no mereces!

LEONIDO:

  Tu caduco intento sigue
defender a mi enemigo,
y así, lleva tú el castigo,
pues no quieres le castigue:
¡torna, porque se mitigue
mi cólera!

(Da un bofetón a su padre.)
GERARDO:

¡Santo cielo,
justicia!

DIONISIO:

Mi noble celo,
padre, te intenta vengar.

LEONIDO:

Si yo te diera lugar,
que lo intentaras recelo.

DIONISIO:

  ¿Quién hizo tan vil delito?

LEONIDO:

Yo, porque más no presumas;
siendo mis dedos las plumas,
le dejo en tu cara escrito,
porque como solicito
que mil afrentas te haga,
sólo mi furia me paga
con hacer su sangre fiel
tinta, tu pecho papel,
y fiera pluma esta daga.
  Voyme, que verle no quiero;
si tú lo intentas vengar,
en la ribera del mar,
hasta puesto, el sol, espero.

(Vase.)


GERARDO:

¡Plegue a Dios, ingrato, fiero,
que el cielo tome venganza,
pues mi vejez no la alcanza!
Sin que te guarde decoro,
permita que un brazo moro
te pase con una lanza.
  Y pues que te vas burlando
de mí, permita por ello
que, con una soga al cuello,
en Túnez te entren arrastrando.
Esto con causa demando,
y que para cumplimiento
de tan grande atrevimiento,
infame Sardanápalo,
acabes puesto en un palo,
donde sirvas de escarmiento.

DIONISIO:

  Las maldiciones, que lanzan
tus iras, señor, afloja,
porque las que un padre arroja,
casi de continuo alcanzan:
tus palabras se abalanzan;
sosiega, padre y señor;
que en tan acerbo rigor,
para alivio de tu mal,
te queda un yerno leal,
si se va un hijo traidor.
  Deja el pasado intervalo:
que si el traidor está ausente,
en mí un hijo obediente
tendrás para tu regalo,
que en amar tu pecho igualo;
y porque mejor lo veas,
si ir a descansar deseas,
llevarte en mis hombros fundo,
y mostraremos al mundo
ser tú Aquiles y yo Eneas;
  mira que no son engaños.

GERARDO:

Tu obediente pecho estimo,
y en tus dos hombros arrimo
la carga de tantos años;
que esos nobles desengaños
son puntales do se encierra
en cualquier caduca guerra,
cuando con pena forceja,
esta casa, que de vieja
quiere ya dar en la tierra.
  Vamos a ver a mi hija
y a tu esposa; que me da
pena tu pena.

DIONISIO:

Tendrá
gusto en verte; no te aflija
tu vejez, sino corrija
la tristeza que te ofrece.

GERARDO:

Hoy mi yerno me obedece,
y mi hijo me fue traidor;
¡Tenga la paga, Señor,
cada cual como merece!

(Vase.)


(Salen LEONIDO y TIZÓN.)
TIZÓN:

  No es mi intención ofenderte,
sino el haberme mandado
te buscase con cuidado.

LEONIDO:

Pues, Tizón, puedes volverte,
  y a quien eso te mandó,
podrás decir que no ha sido
posible hallarme.

TIZÓN:

Leonido,
¿qué demonio te cegó
  para intentar en la sala
lo que te echa de tu tierra?

LEONIDO:

Mi descanso es en la guerra;
¡vete, Tizón, noramala!

TIZÓN:

  No quiero nada, señor;
a quien la quiera, la da.

(Hace que se va.)
LEONIDO:

Oye, escucha, ven acá;
vé, y di a aquel hablador
  de Dionisio, que le aguardo,
pues dice que no es cobarde,
hasta mañana en la tarde
en este puesto.

TIZÓN:

Gallardo
  mensajero has escogido!
Seré viento en el volver:
y ¿qué armas ha de traer?

LEONIDO:

Las que con menos rüido
  pudieres.

TIZÓN:

Pues yo me parto.

LEONIDO:

¡Dios te guarde!

TIZÓN:

Bien sería:
yo muero si en todo el día
de tu presencia me aparto;
  que una dama me mandó
te siga, para notar
tus intentos, y he de estar
donde pueda verlos yo.
  Parece que el puesto place;
¡plegue a Dios que no me venza
el sueño; que ya comienza
Baco a surtir! Calor hace;
  y pues aun es tan temprano,
y el sueño me desafía,
no he de mostrar cobardía;
yo he de ir a probar mi mano.

(Vase.)


LEONIDO:

  El cuerpo siento cansado.
¿Cómo a tal extremo llego?
¿Yo he de cansarme? Reniego
del traidor que el ser me ha dado.
  Árboles, si osáis menear
vuestras hojas mientras duermo,
soy el Diablo de Palermo,
y las tengo de abrasar.
  Sed Argos en mi defensa,
y honraré vuestros despojos
si las hojas hacéis ojos
para que, estorben mi ofensa.
  Por vos nacen mis rigores:
guardadme y perded recelo;
que abrasaré al mismo cielo
si negáis vuestros favores.

(Duérmase, y salen el REY BERLERBEYO, ZULEMA y ZARRABULLÍ.)
REY:

  ¡Gracias, Alá, que pisamos
las sicilianas arenas!

ZULEMA:

Mira, señor, lo que ordenas;
que junto a Alicata estamos.

ZARRABULLÍ:

  Tú coger muchos cristianos,
y rico a Túnez volver.

REY:

Yo ya los quisiera ver
para probar estas manos;
  que hasta tanto que a Lidora
haya servido, no acierto
a dar paso.

ZULEMA:

Ya en el puerto
de Alicata estás, y ahora
  mira que has de prevenir
que esta ribera es del Saso,
a donde suelen acaso
algunas veces venir
  cristianos a entretener
el tiempo.

ZARRABULLÍ:

Tened cuidado;
que ser cristiano es forzado,
y dar a todos que hacer.

REY:

  ¿Ya temes, perro?

ZARRABULLÍ:

No: creo
que hombre apercibido
vale más.

ZULEMA:

Allí dormido
parece que un hombre veo.

REY:

  Pues quedo, y sin vocería,
le quitad luego la espada.

ZULEMA:

Ya yo la tengo ganada.

(Quítale la espada a LEONIDO.)
REY:

Despertad; que ya es de día.

LEONIDO:

  ¡Contra mí tan vil intento!
¿Las armas osáis sacar,
sabiendo os puedo abrasar,
infames, con el aliento?
  Decidme, ¿canalla perra!
¿Cómo el verme no os espanta,
pues en moviendo la planta,
hago que tiemble la tierra?
  Y si me hacéis enojar,
sólo con un puntapié,
¡perros! os arrojaré
a esotra parte del mar.

REY:

  No temo fieros cristianos
de gallinas como él,
y así, con este cordel
le pretendo atar las manos.

LEONIDO:

  ¿A mí atar, cuando mi fama
tiene a Sicilia alterada?
Pues me quitaron la espada,
árbol, prestadme una rama;
  que aquí, sin más intervalos,
ni dejarlo que sosiegue,
porque a morder no me llegue,
mataré este perro a palos:
  aquí veréis lo que valgo.

(Riñe.)
REY:

¡Muera, Zulema!

LEONIDO:

Llegad
moros, y el palo probad.

ZULEMA:

¡Muera el perro!

LEONIDO:

¡Muera el galgo!

(Entralos a palos LEONIDO, y sale TIZÓN, y lleva una bota, y en un lienzo un poco de tocino.)
TIZÓN:

  ¡Válgame Santa María,
San Gil, San Blas, San Antón!
Y ¿quién te ha hecho, Tizón,
entre los turcos espía?
  ¡Oh, mal haya Belcebú!
¡Ya no, me puedo valer!
¡Hoy me llevan a comer
la cabra con alcuzcú!
  Pero aquí quiero esconderme
por si pudiera escaparme.

(Escóndese, y sale ZARRABULLÍ, moro.)
ZARRABULLÍ:

¡Santo Mahoma, ayudadme;
que no poder defenderme!
  ¡Válgate el diablo! El cristiano,
¡oh, qué valiente que ser!
Ya no poder defender,
sino quedar en su mano.
  Aquí me esconder callando,
sin osar hacer roido.

(Escóndese donde está TIZÓN, y préndele.)
TIZÓN:

¡Oh! Sea muy bien venido;
que ya lo estaba esperando.

ZARRABULLÍ:

  ¿Quién diablos, cristiano, estar
aquí agora?

TIZÓN:

Sí que estoy,
y ya verás lo que soy;
que lo tengo de pringar.

ZARRABULLÍ:

  ¡Oh, que nacer desdichado!

(Sale LEONIDO con las armas de los moros, y ellos delante.)
REY:

A tus fuerzas me rendí,
porque en mi vida no vi
tan gran valor de soldado.
  Hoy puedes decir que has sido
más que Marte, porque Marte
no fuera a vencerme parte,
y tu brazo me ha vencido.
  Confiésome por tu esclavo;
y aunque el serlo a pena arguyo,
estimo tanto el ser tuyo,
que ya de serlo me alabe.
  Y pues con aqueste leño
me venciste, no te asombre
te pida tu patria y nombre,
porque conozca mi dueño.

LEONIDO:

  Oye, si tu gusto es ese,
y sabrás quién te venció.

ZARRABULLÍ:

Qué, ¿no beber vino yo?

TIZÓN:

Beba, galgo, aunque le pese.

(Dale a beber.)
LEONIDO:

  Sabrás, esforzado moro,
a quien llaman Berlerbeyo,
que, sin conocerte, dice
quién eres tu propio esfuerzo,
como nací en Alicata,
a quien el Saso, da riego,
que en los montes de Petralia
sale de el terreno suelo.
Fue mi nacimiento asombro
a todos los de mi pueblo,
por las estupendas cosas
que, como oirás, sucedieron.
Nací una lóbrega noche,
y tan lóbrega, que el cielo
mostró cubrirse la cara
por no ver mi nacimiento.
Fue tan horrible a los hombres,
que, con ser casi en invierno,
dieron sus truenos, espanto,
y sus relámpagos miedo.
Pensó asolarse la isla
viendo, tan airado el cielo.
que envueltos en duras piedras
arrojó rayos y fuego.
El Etna salió de madre,
despidiendo de su pecho
mil encendidos volcanes,
que iban abrasando el suelo.

LEONIDO:

Bramaba el mar. Y las rocas
bramaban con tanto exceso,
que, oyéndolas en Sicilia,
su fin tuvo por muy cierto.
Nací, en fin, en esta noche,
y se dice que, en naciendo,
di una voz que causó espanto,
por salir de tal sujeto.
Fueme criando mi madre,
y decía que, los pechos
mil veces la ensangrentaba,
en señal de aborrecerlos,
y que mostraba más gusto,
cormo voraz sanguijuelo,
de beber de aquella sangre,
más que por el alimento.
En fin, moro, con los años
fue la malicia creciendo
de suerte, que me temían
los muchachos de mi tiempo.
Y fue el temor en tal grado,
que para ponerles miedo,
«¡Guarda, que viene Leonido!»,
decían sus padres mesmos.
No, para sólo en muchachos;
que los varones perfectos,
sólo con oír mi nombre,
eran de hielo sus pechos.

LEONIDO:

Llegó mi maldad a tanto,
que el mayor blasón que tengo
es pensar que no se encierra
mayor diablo en el infierno.
Jamás di la muerte a nadie;
pero a infinitos afrento;
que gusto verlos sin honra,
por ver que lo sienten ellos.
En esto todas mis fuerzas
fundo, porque sé de cierto
que estar sin honra un honrado,
es vivir estando muerto.
Quise afrentar a mi madre
con lascivos pensamientos,
y porque se resistió,
mil heridas di en su pecho.
A un sacerdote le di
un bofetón en el templo,
y sólo tengo pesar
de no haberle dado ciento.
En mi vida estuve en misa,
porque has de saber que tengo
por perdido, y mal perdido,
el tiempo me gasto en eso.
Más son de treinta doncellas
las que en esta vida puedo
decir que dejé sin honra:
¡mira que heroicos sucesos!

LEONIDO:

Intenté a mi propia hermana
deshonrar; no quiso el cielo,
mas ¿qué digo? Yo no quise
que Dios no bastaba a hacerlo,
porque es corto su poder
si yo las cosas comprendo;
ni el infierno tiene fuerzas;
que tiembla de mí el infierno.
Dila, al fin, dos puñaladas;
y porque un infame viejo,
el cual dicen es mi padre,
quiso reprenderme de ello,
con un bofetón le puse
bajo mis pies, y sospecho
que es la cosa que en el mundo
me ha dado mayor contento.
Este soy, soberbio moro,
y no pienses que me tengo
por más, porque te he vencido;
que eso para mí es lo menos.
Y ¡voto a Dios! que me holgara
que trajeras el infierno
contigo, porque los diablos
echaran de ver mi esfuerzo.

REY:

Noble y valiente Leonido,
por aquel sagrado templo
a donde está de Mahoma
el santo, y divino cuerpo,
que aunque siento el ser cautivo,
por serlo tuyo me alegro,
y estimo más conocerte,
que ser de un reino heredero.
Yo salí sólo a dar gusto
a una mora, por quien peno,
y ella me pidió un cristiano
de Sicilia; que aunque tengo
infinitos que la sirven,
740son las mujeres extremos,
y apetecen novedades,
como es de flacos sujetos.
Holguéme verte en la orilla;
que como estabas durmiendo,
tuve por cierto cine fueras
la causa de mi remedio.
Pero sucedió al revés;
y no siento lo que pierdo,
aunque fuera más, pues gano
a tan gran varón por dueño.

ZARRABULLÍ:

E yo también estimar
a vos, y tener respeto.

TIZÓN:

Mas no lo tengas, que un palo
dirá cómo has de tenerlo,
porque con él cada día
te enseñaré.

ZARRABULLÍ:

No quererlo.

REY:

Parta Zulema, si gustas,
y diga en Túnez, que preso
quedo en tu poder, Leonido.

ZULEMA:

En el volver seré viento.

ZARRABULLÍ:

No, señor, que yo ir mejor.

TIZÓN:

Sabe, galgo, que no quiero.

LEONIDO:

Luego ¿tú tienes cautivo?

TIZÓN:

Pues ¿no lo, ves si le tengo?
Y se me piensa escapar.

ZARRABULLÍ:

No querer escapar, cierto,
sino decir a Lidora
que ser preso Berlerbeyo.

TIZÓN:

No me está bien eso a mí,
y más ahora, que intento
darle un poco de tocino
que dentro este lienzo tengo.

ZARRABULLÍ:

No comer tocino yo.

TIZÓN:

Acabe, cómalo, ¡perro!
porque le aguarda la bota.

ZARRABULLÍ:

¡Ah, señor, jamás beberlo;
que castigará Mahoma
este grande atrevimiento!

TIZÓN:

Aunque no quiera Mahoma,
yo lo quiero.

(Hace que beba.)
LEONIDO:

Yo pretendo,
dando otra afrenta a mi sangre,
aumentar el amor nuestro.
Toma, príncipe, tus armas,
vosotros haced lo mesmo,
y dame acá un capellar
y turbante.

TIZÓN:

¡Santo cielo!
Señor, ¿qué quieres hacer?

LEONIDO:

Lo que yo quiero, o no quiero,
ahora lo verás, Tizón.

ZARRABULLÍ:

Yo desnudarme pretendo
por vestirte; que no es mucho
me desnude por mi dueño.

LEONIDO:

¿Qué te parece, Tizón?
¿Estoy galán?

TIZÓN:

Estas hecho
un Gran Turco en el vestido,
y un Solimán en el pecho.

LEONIDO:

Pues vete y dile a mi padre
que de su sangre reniego,
de su Dios y de su ley,
del Bautismo y Sacramentos,
de su Pasión su muerte,
y sigo a Mahoma.

TIZÓN:

(Aparte.
¡Ah, perro!
¡Dios te castigue! Señor,
esa nueva no me atrevo
a llevar de ti.

LEONIDO:

Pues ven,
y serás cautivo.

TIZÓN:

Menos;
más quiero llevar la nueva.

REY:

Goces el hábito nuevo
eternos años, Leonido.

LEONIDO:

Y tú los vivas eternos;
vamos a ver a Lidora,
por tu gusto.

REY:

Tal le tengo,
que aquí y allá, mientras viva,
soy tu esclavo.

LEONIDO:

Por mi dueño
te pienso siempre tener,
mientras me dure el aliento.

TIZÓN:

Partamos; y esta anguaria,
junto con este sombrero,
llevaré para testigo;
mas mira, señor, que el cielo
ha de cobrar.

LEONIDO:

Ya lo sé,
mas buena fianza tengo;
pague Dios una por una;
que después ya nos veremos.