La casta histórica castellana

[1] Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, Ministerio de Cultura
La España Moderna. Núm. LXXV. Marzo de 1895
Páginas 57 a 82.

Para llegar, lo mismo un pueblo que un hombre, á conocerse, tiene que estudiar de un modo ó de otro su historia. No hay intuición directa de si mismo que valga; el ojo no se ve sino es con espejo, y el espejo del hombre moral son sus obras, de que es hijo. Al árbol se le conoce por sus frutos; obramos según somos, y del conocimiento de nuestras obras entramos al de nosotros mismos, con la misma marcha que al de nuestros prójimos por las suyas, puesto que, en resolución, no es cada cual más que el primer prójimo de sí propio. Mas como esta inferencia de nuestras obras á nuestro carácter es de todos los días, apenas nos damos cuenta de ella creyendo conocernos intuitivamente, de modo directo. Y, sin embargo, ¡cuántas veces no se dice uno á si mismo: « no me creí capaz de tal cosa », ó « no me reconozco », « soy otro! ».
Si vas á saltar una zanja sin conocer previamente cuánto saltas, lo haces con el encogimiento del miedo y caes; más si ejercitándote en gimnasia hablas medido tus fuerzas, saltas con valor, con conocimiento de ti mismo, que éste es el valor verdadero, conocimiento de sí mismo. La misma utilidad que la gimnasia para la vida corporal tiene el examen de conciencia para la espiritual, y el estadio sereno de la historia para un pueblo. Estudiando éste se llega al carácter popular íntimo á lo intra-histórico de él.
Al comprender el presente como un momento de la serie toda del pasado, se empieza á comprender lo vivo de lo eterno, de que brota la serie toda, aun cuando queda otro paso más en esta comprensión, y es buscar la razón de ser del « presente momento histórico », no en el pasado, sino en el presente total intra-histórico; ver en las causas de los hechos históricos vivos revelaciones de la sustancia de ellos, que es su causa eterna. Pero entre tanto no nos sea esto hacedero con ciencia, será utilísima é imprescindible la labor de los desenterradores y ajustadores de sucesos históricos pasados, porque es labor de paleontología, luz para enlazar á nuestros ojos las especies vivas hoy y llegar á la continuidad zoológica. Por las causas se va á la sustancia. Sin el paleontológico hiparión no veríamos tan clara la comunidad entre la pesuña del caballo y el ala del águila. Y así como la paleontología, capítulo de la historia natural, se subordina la biología general, así la historia del pasado humano, capitulo de la del presente, se ha de subordinar á la ciencia de la sociedad, ciencia en embrión aún y parte también de la biología. Todo esto es hoy del dominio general, tan corriente que apenas se asienta, poro es, como veremos, letra muerta. Son cosas sabidas de sobra y... Dios te libre, lector, de tener razón que te sobre, más te vale que te falte.
El conocimiento desinteresado de su historia da á un pueblo valor, conocimiento de sí mismo, para despojarse de los detritus de desasimilación que embarazan su vida.
En el asunto que nos ocupa aquí, para llegar á lo duradero de nuestro casticismo, á su roca viva, conviene estudiar cómo se ha formado y revelado en la historia nuestra casta histórica.

I

Ha empezado hace algún tiempo á deshacerse la enormidad de errores que acarrearon las confusiones entre lo fisiológico, lo lingüístico, lo geográfico y lo histórico en los pueblos; es corriente ya que éstos son un producto histórico independiente de homogeneidad de raza física ó de comunidad de origen; poco á poco va difundiéndose la idea de que la supuesta emigración de los arios á Europa sea acaso en parte emigración de las lenguas arianas con la cultura que llevaban en su seno, siendo sus portadores unos pocos peregrinos que cayeran á perderse en poblaciones que los absorbieron.
De raza española fisiológica nadie habla en serio, y, sin embargo, hay casta española, más ó menos en formación, y latina y germánica, porque hay castas y casticismos espirituales por encima de todas las braquicefalias y dolicocefalias habidas y por haber.
Todo el mundo sabe, de sobra con sobrada frecuencia, que un pueblo es el producto de una civilización, flor de un proceso histórico el sentimiento de patria, que se corrobora y vivifica á la par que el de cosmopolitismo. A esto último hemos de volver, que lo merece.
Llenos están los libros de explicaciones del hecho de la patria y su fundamentación, explicaciones de todos colores, desde vaguedades místicas y formulismos doctrinarios hasta la tan denigrada doctrina del pacto.
Detengámonos un poco en esto del pacto, que las reflexiones que nos sugiera, aunque digresivas al pronto, afluirán al cabo á la corriente central de esta meditación. La doctrina del pacto, tan despreciada como mal entendida por paleontólogos desenterradores, es la que, después de todo, presenta la razón intra-histórica de la patria, su verdadera fuerza creadora en acción siempre.
Lo mismo que tantos pueblos han proyectado en sus orígenes, en la edad de oro, su ideal social, Rousseau proyectó en los orígenes del género humano el término ideal de la sociedad de los hombres, el contrato social. Porque hay en formación, tal vez inacabable, un pacto inmanente, un verdadero contrato social intra-histórico, no formulado, que es la efectiva constitución interna de cada pueblo. Este contrato libre, hondamente libre, será la base de las patrias chicas cuando éstas, individualizándose al máximo por su subordinación á la patria humana universal, sean otra cosa que limitaciones del espacio y del tiempo, del suelo y de la historia.
A partir de comunidad de intereses y de presión de mil agentes exteriores á ellas y que las unen, caminan las voluntades humanas, unidas en pueblo, al contrato social inmanente, pacto hondamente libre, esto es, aceptado con la verdadera libertad, la que nace de la comprensión viva de lo necesario, con la libertad que da el hacer de las leyes de las cosas leyes de nuestra mente, con la que nos acerca á una como omnipotencia humana. Porque si en fuerza de compenetración con la realidad llegáramos á querer siempre lo que fuera, sería siempre lo que quisiéramos. He aquí la raíz de la resignación viva, no de la muerta, de la que lleva la acción fecunda de trabajar en la adaptación mutua de nosotros y el mundo, á conocerlo para hacerlo nuestro haciéndonos suyos, á que podamos cuanto queramos cuando sólo podamos querer lo que podamos llevar á cabo.
Se podrá decir que hay verdadera patria española cuando sea libertad en nosotros la necesidad de ser españoles, cuando todos lo seamos por querer serlo, queriéndolo porque lo seamos. Querer ser algo no es resignarse á serlo tan sólo.
Hasta llegar á este término de libertad del que aún, no valen ilusiones, estamos lejos, la historia va haciendo á los pueblos, la historia que es algo del hado. Les hace un ideal dominando diferencias, y ese ideal se refleja sobre todo en una lengua con la literatura que engendra.
La lengua es el receptáculo de la experiencia de un pueblo y el sedimento de su pensar; en los hondos repliegues de sus metáforas (y lo son la inmensa mayoría de los vocablos) ha ido dejando sus huellas el espíritu colectivo del pueblo, como en los terrenos geológicos el proceso de la fauna viva. De antiguo los hombres rindieron adoración al verbo, viendo en el lenguaje la más divina maravilla.
El pueblo romano nos dejó muchas cosas escritas y definidas y concientes, pero donde sobre todo se nos ha transmitido el romanismo es en nuestros romances, porque en ellos descendió á las profundidades intra-históricas de nuestro pueblo, á ser carne del pensar de los que no viven en la historia.
El que quiera juzgar de la romanización de España no tiene sino ver que el castellano, en el que pensamos y con el que pensamos, es un romance de latín casi puro; que estamos pensando con los conceptos que engendró el pueblo romano, que lo más granado de nuestro pensamiento es hacer conciente lo que en él llegó á inconciente.
Hay otro hecho y es el de que la lengua oficial de España sea la castellana, que está lleno de significación viva. Porque del latín brotó en España más de un romance, pero uno entre ellos, el castellano, se ha hecho lengua nacional é internacional además, y camina á ser verdadera lengua española, la lengua del pueblo español que va formándose sobre el núcleo castellano. Desde el reinado de Alfonso VII, á mediados del siglo XII, usábase en la regia cancillería el romance castellano y su carácter oficial le fué oficialhttp://upload.wikimedia.org/wikipedia/en/1/13/Button_enter.pngmente promulgado al ordenar Fernando III que se tradujera el Forum Judicum al romance castellano para darlo como fuero á Córdoba, el Fuero Juzgo (1), y corroboró esa promulgación su hijo Alfonso el Docto, en la ley IV del titulo IX de la Segunda Partida, donde manda que el Chanciller del Rey sepa « leer e escrebir tan bien en latin como en romance ». Y poco á poco la lengua castellana fué haciéndose oficial de España.
Así es que en la literatura española escrita y pensada en castellano, lo castizo, lo verdaderamente castizo, es lo de vieja cepa castellana.
Pero si Castilla ha hecho la nación española ésta ha ido españolizándose cada vez más, fundiendo más cada día la riqueza de su variedad de contenido interior, absorbiendo el espíritu castellano en otro superior á él, más complejo, el español. No tienen otro sentido hondo los pruritos de regionalismo más vivaces cada día, pruritos que siente Castilla misma; son síntomas del proceso de españolización de España, son prodromos de la honda labor de unificación. Y toda unificación procede al compás de la diferenciación interna y al compás de la sumisión del conjunto todo á una unidad superior á él.
La labor de españolización de España no está concluida, ni mucho menos, ni concluirá, creemos, si no se acaba con casticismos engañosos, en la lengua y en el pensamiento que en ella se manifiesta, en la cultura misma.
Castilla es la verdadera forjadora de la unidad y la monarquía española; ella las hizo y ella misma se ha encontrado más de una vez enredada en consecuencias extremas de su obra. Mas cuando España renació á nueva vida el año 8 fué por despertar difuso, sin excitación central.
Nos queda por buscar algo del espíritu histórico castellano revelado sobre todo en nuestra lengua y en nuestra literatura clásica castiza, buscar qué es lo que tiene de eterno y qué de transitorio y qué debe quedar de él. Conviene indagar si no es renunciando á un yo falaz como se halla el yo de roca viva, si no es abriendo las ventanas al aire libre de fiera como cobraremos vida, si el fomento de la regeneración de nuestra cultura no hay que buscarlo fuera á la vez que buscarlo dentro. Conviene mostrar que el regionalismo y el cosmopolitismo son dos aspectos de una misma idea, y los sostenes del verdadero patriotismo, que todo cuerpo se sostiene del juego de la presión externa con la tensión interna.

II

Al llegar á este punto ruego al lector paciente recorra en su memoria la historia que de España le enseñaron, y se fije en ella en las causas que produjeron el predominio de Castilla en la Península ibérica. Bueno será, no obstante, que le indique los puntos que deseo tenga más presentes, todos ellos conocidísimos para cualquier bachiller en letras.
Ocupada gran parte de España por la morisma durante la Edad Media, y fraccionado el resto en multitud de estadillos, fué en ella acentuándose la corriente central á medida que se acercaba á la edad moderna, y preparándose á la ingente labor de la forja de las grandes nacionalidades, labor que constituye el proceso histórico de la edad llamada moderna, y labor que, como la crisis de la ha traído á extenuaciones de paz armada, y de aduanas y de pseudocasticismos, engendrando el malestar de que empieza á resurgir potente el ideal humano, por ambos extremos, por el sentimiento individual y por el de solidaridad universal humana. La necesidad mayor era la de constituir una unidad de la península española, una unidad frente á las otras grandes unidades que iban formándose. Al entrar cada pueblo en concierto con los demás (á lo que condujeron, entre otros movimientos, las Cruzadas), como elemento de una futura unidad suprema, en informísima formación todavía hoy, al entrar en ese concierto tenían que acentuar su unidad externa como todo compuesto algo difuso y disuelto se espesa y unifica al entrar como componente de un grupo superior á él.
De la labor que, poniendo en relaciones más estrechas á los pueblos, originó la individuación creciente do éstos, brotaron las monarquías más ó menos absolutas. Y éstas sacaron su primera fuerza unificadora, como es corriente, de la oposición del estado llano á la nobleza feudal. Los reyes con los pueblos ahogaron el feudalismo paleontológico. Lugar común éste, más ó menos exacto en sus partes todas, pero que corre sin vida ni fecundidad á menudo, por no observar que no de la muerta diferenciación feudal y aristocrática, sino del fondo continuo del pueblo llano, de la masa, de lo que tenían de común los pueblos todos, brotaron las energías de las individuaciones nacionales.
En España llevó á cabo la unificación Castilla, que ocupa el centro de la Península, la región en que se cruzaban las comunicaciones de sus distintos pueblos, centro de más valor que ahora entonces, que en la crisis de la pubertad nacional las funciones de nutrición predominaban sobre las de relación (si bien, y no olvide esto el lector, la función nutritiva es una verdadera función de relación). Entonces, cuando todavía no había llevado la vida, á las costas el descubrimiento de América, ni llegaban del Far West americano trigos al puerto de Barcelona, Castilla era un emporio del comercio español de granos y verdadero centro natural de España.
Castilla ocupaba el centro, y el espíritu castellano era el más centralizador á la par que el más expansivo, el que para imponer su ideal de unidad se salió de sí mismo. Porque conviene fijarse en que el más hondo egoísmo no es el del que pelea por imponer á otros su modo de ser ó de pensar, sino el de que, metido en su concha, se derrite de amor al prójimo y deja correr la bola. El fuerte, el radicalmente fuerte, no puede ser egoísta: el que tiene fuerza de sobra la saca para darla.
Cuando lo que hacía falta era una fuerte unidad central, tenía que predominar el más unitario; cuando se necesitaba una vigorosa acción hacia el exterior, el de instinto más conquistador é imperativo. Castilla, en su exclusivismo, era menos exclusiva que los pueblos que, encerrados en si, se dedicaban á su fomento interior; fué uno de los pueblos más universales, el que se echó á salvar almas por esos mundos de Dios, y á saquear América para los flamencos (2).
Seria labor industriosa y útil la de desenmarañar hasta qué punto hicieron las circunstancias, el medio ambiente que hoy se dice, al espíritu castellano, y hasta qué punto éste se valió de aquéllas. La obra de la reconquista, el descubrimiento del Nuevo Mundo y el haber ocupado el trono de Castilla un emperador de Alemania, determinaron la marcha ulterior de la política castellana; pero si las circunstancias hacen al espíritu, es modificadas por este mismo y recibidas en él según él es (3).
Castilla, sea como fuere, se puso á la cabeza de la monarquía española, y dió tono y espíritu á toda ella; lo castellano es, en fin de cuenta, lo castizo.
El caso fué que Castilla paralizó los centros reguladores de los demás pueblos españoles, inhibióles la conciencia histórica en gran parte, les echó en ella su idea, la idea del unitarismo conquistador, de la catolización del mundo, y esta idea se desarrolló y siguió su trayectoria castellanizándolos. Y de los demás pueblos españoles brotaron espíritus hondamente castellanos, castizamente castellanos, de entre los cuales citaré corno ejemplo á Ignacio de Loyola, un vasco. En su obra alienta todavía por el mundo el espíritu de la vieja Castilla.
Esta vieja Castilla formó el núcleo de la nacionalidad española y le dió atmósfera: ella llevó á cabo la expulsión de los moros, á partir del país de los castillos levantados como atalayas y defensas, y clavó la cruz castellana en Granada; poco después descubrieron un Nuevo Mundo galeras castellana con dinero de Castilla, y se siguió todo lo que el lector conoce. Y siguiendo al espíritu de conquista se desarrolló natural y lógicamente el absolutismo dentro, el absolutismo de la que se ha llamado « democracia frailuna ».
Repase el lector en su memoria los caracteres de las dos principales potencias españolas, Castilla y Aragón, y la participación que cada una tomó en la forja de la nación española, la labor de Isabel y la de Fernando como rey de Aragón, y las consecuencias de una y de otra.
A partir de aquel culmen del proceso histórico de España, de aquel nodo en que convergieron los haces del pasado para diverger de allí, fué el destino apoderándose de la libertad del espíritu colectivo, y precipitándose grandezas tras grandezas, nos legaron los siglos sucesivos la damnosa hereditas de nuestras glorias castizas.
Carlos I continuó la obra de unificación; gracias en gran parte á aquella invasión de extranjeros que nos metió en casa, porque de más de una manera acelera la individuación de un cuerpo el que penetren en él elementos extraños, excitantes de cristalización. Carlos I continuó la obra de unificación metiendo á España en concierto europeo (4).
Recorra el lector en su memoria todo esto y llegue la vivaz expansión del espíritu castellano; que produjo tantos misioneros de la palabra y de la espada, cuando el sol no se ponía en sus dominios, cuando llevaba á todas partes su ideal de uniformidad católica, cuando brotó más potente á luz e casticisino castellano.
« España, que había expulsado á los judíos y que aún tenía el brazo teñido en sangre mora, se encontró á principios del siglo XVI enfrente de la Reforma, fiera recrudescencia de la barbarie septentrional; y por toda aquella centuria se convirtió en campeón de la unidad y de la ortodoxia. » Esto dice uno de los españoles que más y mejor ha penetrado en el espíritu castellano, que más y mejor ha llegado á su intra-historia, uno de los pocos que ha sentido el soplo de la vida de nuestros fósiles. Pues bien; á pesar de aquel campeonato alienta y vive la barbarie septentrional y aún tendremos que renovar nuestra vida á su contacto; lo sabe bien y lo comprende y siente el que escribía lo precitado. Alonso Quijano el Bueno se despojará al cabo de D. Quijote y morirá abomina ndo de las locuras de su campeonato, locuras grandes y heroicas, y morirá para renacer.
Después de la vigorosa acción vino el vigor del pensamiento, el rebotar los actos del exterior al espíritu que lo habla engendrado; el reflejo en el alma castellana de su propia obra, su edad de oro literaria. En aquella literatura se va á buscar el modelo de casticismo, es la literatura castellana eminentemente castiza, á la vez que es nuestra literatura clásica. En ella siguen viviendo ideas hoy moribundas, mientras en el fondo intra-histórico del pueblo español viven las fuerzas que encarnaron en aquellas ideas y que pueden encarnar en otras. Sí, pueden encarnar en otras sin romperse la continuidad de la vida; no puede asegurarse que caeremos siempre en los misinos errores y en los mismos vicios.
La vieja idea castellana castiza encarnó en una literatura y en otras obras no literarias, porque las de Ignacio de Loyola y Domingo de Guzmán, ¿no son acaso hijas del espíritu castellano casado con el catolicismo y universalizadas merced á éste?
La idea conciente de aquel pueblo encarnó en una literatura, así como el fondo de representaciones subconcientes en el pueblo de que aquella brotó, en una lengua. Y aun cuando olvidáramos la vieja literatura castiza, ¿no quedaríamos acaso con la fuerza viva de que brotó? Lo que hace la continuidad de un pueblo no es tanto la tradición histórica de una literatura cuanto la tradición intra-histórica de una lengua; aun rota aquella, vuelve á renacer merced á ésta. Toda serie discontinua persiste y se mantiene merced á un proceso continuo de que arranca: esta es una forma más de la verdad de que el tiempo es forma de la eternidad.
Nuestra literatura clásica castiza brotó cuando se había iniciado la decadencia de la casa de Austria, al recogerse la idea castellana, fatigada de luchar y derrotada en parte, al recogerse en sí y conocerse, como nos conocemos todos, por lo que había hecho, en el espejo de sus obras; al volver a sí del choque con la realidad externa que la había rechazado después de recibir señal y efecto de ella. Y así la vemos que después de haber intentado en vano ahogar « la barbarie septentrional » y el renacer de otros espíritus, torna á sí con la austera gravedad de la madurez, se percata de que la vida es sueño, piensa reportarse por si despierta un día y se dice:
Soñemos, alma, soñemos
Otra vez, pero ha de ser
Con atención y consejo
De que hemos de despertar
Deste gusto al mejor tiempo.
Sí, su vida fué sueño espléndido en que se desató con generosa braveza, atropelló cuanto se le puso delante, arrojó por el balcón á quienes no le daban gusto, y se vió luego otra vez en la caverna.
De todas las figuras sensibles en que se nos revela aquel pueblo, con su grandeza y su locura, donde más grande le vemos, donde se nos aparece más solemne y augusto, más profundo y sublime su apocalipsis, es en aquel relato divino del último capitulo de las aventuras de Don Quijote, en aquel relato eterno, en que, despojado del héroe, muere Alonso Quijano el Bueno en el esplendor inmortal de su bondad. Este Alonso Quijano, que por sus virtudes y á pesar de sus locuras mereció el dictado de el Bueno, es el fondo eterno y permanente de los héroes de Calderón, que son los que mejor revelan la manifestación histórica, la meramente histórica de aquel pueblo.
La idea castellana, que de encarnar en la acción pasó á revelarse en el verbo literario, engendró nuestra literatura castiza clásica, decimos. Castiza y clásica, con fondo histórico fondo intra-histórico, el uno temporal y pasajero, eterno y permanente el otro. Y está tan ligado lo uno á lo otro, de tal modo se enlazan y confunden que es tarea difícil siempre distinguir lo castizo de lo clásico y marcar sus conjunciones, y aquello en que se confunden, y aquello en que se separan, y como lo uno brota de lo otro y lo determina y limita y acaba por ahogarlo pocas veces.
El casticismo castellano es lo que tenemos que examinar, lo que en España se llama castizo, flor del espíritu de Castilla. Examinar digo, y mejor diría dejar que examine el lector presentándole indicaciones y puntos de vista para que saque de ellos consecuencias, sean las que fuesen. Y ahora, después de breve descanso, á nuevo campo. Poco á poco irá surgiendo el hilo central de estas divagaciones.

III

Por cualquier costa que se penetre en la Península española, empieza el terreno á mostrarse al poco trecho accidentado; se entra luego en el intrincamiento de valles, gargantas, hoces y encañadas, y se llega, por fin, subiendo más ó menos, á la meseta central, cruzada por peladas sierras que forman las grandes cuencas de sus grandes ríos. En esta meseta se extiende Castilla, el país de los castillos.
Como todas las grandes masas de tierra, se calienta ó irradia su calor antes que el mar y las costas que éste refresca y templa, más pronta en recibirlo y en emitirlo más pronta. De aquí resulta un extremado calor cuando el sol la tuesta, un frío extremado en cuanto la abandona; unos días veraniegos calurosos y ardientes, seguidos de noches frescas en que tragan con deleite los pulmones la brisa terral; noches invernales heladas en cuanto cae el sol brillante y frío, que en su breve carrera diurna no logra templar el día. Los inviernos largos y duros y los estíos breves y ardorosos, han dado ocasión al dicho de « nueve meses de invierno y tras de infierno. » En la otoñada, sin embargo, se halla respiro en un ambiente sereno y plácido. Deteniendo los vientos marinos coadyuvan las sierras á enfriar el invierno y á enardecer el verano; mas si bien impiden el paso á las nubes mansas y bajas, no lo cierran á los violentos ciclones que descargan en sus cuencas, viéndose así grandes sequías seguidas de aguaceros torrenciales.
En este clima extremado por ambos extremos, donde tan violentamente se pasa del calor al frío y de la sequía al aguaducho, ha inventado el hombre en la capa, que le aísla del ambiente, una atmósfera personal, regularmente constante en medio de las oscilaciones exteriores, defensa contra el frío y contra el calor á la vez.
Los grandes aguaceros y nevadas descargando en sus sierras y precipitándose desde ellas por los empinados ríos, han ido desollando siglo tras siglo el terreno de la meseta, y las sequías que les siguen han impedido que una vegetación fresca y potente retenga en su maraña la tierra mollar del acarreo. Así es que se ofrecen á la vista campos ardientes, escuetos y dilatados, sin fronda y sin arroyos, campos en que una lluvia torrencial de luz dibuja sombras espesas en deslumbrantes claros, ahogando los matices intermedios. El paisaje se presenta recortado, perfilado, sin ambiente casi, en un aire transparente y sutil.
Recórrense á las veces leguas y más leguas desiertas sin divisar apenas más que la llanura inacabable donde verdea el trigo ó amarillea el rastrojo, alguna procesión monótona y grave de pardas encinas, de verde severo y perenne, que pasan lentamente espaciadas, ó de tristes pinos que levantan sus cabezas uniformes. De cuando en cuando, á la orilla de algún pobre regato medio seco ó de un río claro, unos pocos álamos, que en la soledad infinita adquieren vida intensa y profunda. De ordinario anuncian estos álamos al hombre; hay por allí algún pueblo, tendido en la llanura al sol, tostado por éste y curtido por el cielo, de adobes muy á menudo, dibujando en el azul del Cielo la silueta de su campanario. En el fondo se ve muchas veces el espinazo de la sierra, y al acercarse á ella, no montañas jóvenes en forma de borona, verdes y frescas, cuajadas de arbolado, donde salpiquen al vencido helecho la flor amarilla de la argoma y la roja del brezo. Son estribaciones de huesosas y descarnadas peñas erizadas de riscos, colinas recortadas que ponen al desnudo las capas del terreno resquebrajado de sed, cubiertas cuando más de pobres hierbas, donde sólo levantan cabeza el cardo rudo y la retama desmida y olorosa, la pobre ginestra contenta dei deserti que cantó Leopardi. En la llanura se pierde la carretera entre el festón de árboles, en las tierras pardas, que al recibir al sol que baja á acostarse en ellas se encienden de un rubor vigoroso y caliente.
¡Qué hermosura la de una puesta de sol en estas solemnes soledades! Se hincha al tocar el horizonte como si quisiera gozar de más tierra y se hunde, dejando polvo de oro en el cielo y en la tierra sangre de su luz. Va luego blanqueando la bóveda infinita, se oscurece de prisa, y cae encima, tras fugitivo crepúsculo, una noche profunda, en que tiritan las estrellas. No son los atardeceres dulces, lánguidos y largos del septentrión.
¡Ancha es Castilla! Y ¡qué hermosa la tristeza reposada de ese mar petrificado y lleno de cielo! Es un paisaje uniforme y monótono en sus contrastres de luz y sombra, en sus tintas disociadas y pobres en matices. Las tierras se presentan como en inmensa plancha de mosaico de pobrísima variedad, sobre que se extiende el azul intensísimo del cielo. Faltan suaves transiciones, ni hay otra continuidad armónica que la de la llanura inmensa y el azul compacto que la cubre é ilumina.
No despierta este paisaje sentimientos voluptuosos de alegría de vivir, ni sugiere sensaciones de comodidad y holgura concupiscibles: no es el campo verde y graso en que den ganas de revolcarse, ni hay repliegues de tierra que llamen como un nido.
No evoca su contemplación al animal que duerme en nosotros todos, y que medio despierto de su modorra se regodea en el dejo de satisfacciones de apetitos amasados con su carne desde los albores de su vida, á la presencia de frondosos campos de vegetación opulenta. No es una naturaleza que recree (5) al espíritu.
Nos desase más bien del pobre suelo, envolviéndonos en el cielo paro, desnudo y uniforme. No hay aquí comunión con la naturaleza, ni nos absorbe ésta en sus espléndidas exuberancias; es, si cabe decirlo, más que panteístico, un paisaje monoteístico este campo infinito en que, sin perderse, se achica el hombre, y en que siente en medio de la sequía de los campos sequedades del alma. El mismo profundo estado de ánimo que este paisaje me produce aquel canto en que el alma atormentada de Leopardi nos presenta al pastor errante que, en las estepas asiáticas, interroga á la luna por su destino.
Siempre que contemplo la llanura castellana recuerdo dos cuadros. Es el uno un campo escueto, seco y caliento, bajo un cielo intenso, en que llena largo espacio inmensa muchedumbre de moros arrodillados, con las espingardas en el suelo, hundidas las cabezas entre las manos apoyadas en tierra, y al frente de ellos, de pie, un caudillo tostado, con los brazos tensos al azul infinito y la vista perdida en él como diciendo: « ¡Sólo Dios es Dios! » En el otro cuadro se presentaban en el inmenso páramo muerto, la luz derretida del crepúsculo, un cardo quebrando la imponente monotonía en el primer término, y en lontananza las siluetas de Don Quijote y Sancho sobre el cielo agonizante.
« Sólo Dios es Dios, la vida es sueño y que el sol no se ponga en mis dominios », se recuerda contemplando estas llanuras.
Atrevámonos á todo
………………………
á. reinar, fortuna. vamos,
no me despiertes si duermo.

IV

La población se presenta, por lo general, en el campo castellano recogida en lugares, villas ó ciudades, en grupos de apiñadas viviendas, distanciados de largo en largo por extensas y peladas soledades. El caserío de los pueblos es compacto y recortadamente demarcado, sin que vaya perdiéndose y difumándose en la llanura con casas aisladas que le rodean, sin matices de población intermedia, como si las viviendas se apretaran en derredor de la iglesia para prestarse calor y defenderse del rigor de la naturaleza, como si las familias buscaran una segunda capa, en cuyo ambiente aislarse de la crueldad del clima y la tristeza del paisaje. Así es que los lugareños tienen que recorrer á las veces en su mula no chico trecho hasta llegar á su labranza, donde trabajan, uno aquí otro allá, aislados, y los gañanes no pueden hasta la noche volver á casa, á dormir el reconfortante sueño del trabajo sobre el escaño duro de la cocina. Y ¡qué es de ver verlos á la caída de la tarde, bajo el cielo blanco, dibujar en él sus siluetas, montados en sus mulas, dando al aire sutil sus cantares lentos, monótonos y tristes, que se pierden en la infinita inmensidad del campo lleno de surcos!
Mientras ellos están en la labor, sudando sobre la dura tierra, hacen la suya las comadres, murmurando en las solanas en que gozan del breve día. En las largas veladas invernales suelen reunirse amos y criados bajo la ancha campana del hogar, y bailan estos al compás de seca pandereta y al de algún viejo romance no pocas veces.
Penetrad en uno do esos lugares ó en una de las viejas ciudades amodorradas en la llanura, donde la vida parece discurrir calmosa y lenta en la monotonía de las horas, y allí dentro hay almas vivas, con fondo transitorio y fondo eterno y una intra-historia castellana.
Allí dentro vivo una casta de complexión seca, dura y sarmentosa, tostada por el sol y curtida por el frío, una casta de hombres sobrios, producto de una larga selección por las heladas de crudísimos inviernos y una serie de penurias periódicas, hechos á la inclemencia del cielo y á la pobreza de la vida. El labriego que al pasar montado en su mula y arrebujado en su capa os dió gravemente los buenos días, os recibirá sin grandes cortesías, con continente sobrio. Es calmoso en sus movimientos, en su conversación pausado y grave y con una flema que le hace parecer un rey destronado. Esto cuando no es socarrón, voz muy castiza de un carácter muy castizo también. La socarronería es el castizo humorismo castellano, un humorismo grave y reposado, sentencioso y flemático; el humorismo del bachiller Sansón Carrasco que se bate caballerosamente con Don Quijote con toda la solemnidad que requiere el caso, y que acaba tornando en serio el juego. Es el humorismo gravo de Quevedo, el que hizo los discursos de Marco Bruto.
De ordinario suele ser silencioso y taciturno mientras no se le desata la lengua. Recordad aquel viejo Pero Vermuez que vive en el romaz de myo Cid, un fósil hoy, pero que tuvo alma y vida, aquel Pero Vermuez, al cual cate myo Cid y le dice:
Fabla, Pero Mudo, varón que tanto callas,
y entonces
Pero Vermuez conpeço de fablar
Detienes’ le la lengua, non puede delibrar
Mas cuando empieça, sabed, nol da vagar,
y Pero Mudo, al romper á hablar, suelta á los infantes un torrente acusatorio, en que les dice:
« lengua sin manos, ¿cuemo osas fablar? »
Todo Pero Mudo se vierte en este apóstrofe: lengua sin manos, ¿cómo osas hablar?
Es tan tenaz como lento, yendo lo uno emparejado con lo otro. Diríase que es en él largo lo que llaman los psico-fisiólogos el tiempo de reacción, que necesita de bastante rato para darse cuenta de una impresión ó una idea, y que una vez que la agarra no la suelta á primeras, no la suelta mientras otra no la empuje y expulse. Así es que sus impresiones parece son lentas y tenaces, faltándoles el nimbo que las circunda y une como materia conjuntiva, el matiz en que se diluye la una desvaneciéndose antes de dejar lugar la que le sigue. Es cual si se sucedieran tan recortadas como las tintas del paisaje de su tierra (6), tan uniformes y monótonas en su proceso.
Entrad con él en su casa, en cuya fachada os hieren la vista á la luz do un sol entero ringorrangos de añil chillón sobre fondo blanco como la nieve. Sentaos á su mesa á comer con él una comida sencilla y sin gran artificio culinario, sin otro condimento que picantes ó ardientes, comida sobria y fuerte á la vez (7), impresiones recortadas para el paladar.
Si es día festivo, después de la comida asistís al baile, á un baile uniforme y lento, danzado al son de monótono tamboril ó pandereta, ó de chillona dulzaina cuyos sones burilados se os clavan en el oído como una serie de punzadas acústicas. Y les oiréis cantares gangosos, monótonos también, de notas arrastradas, cantares de estepa, con que llevan el ritmo de la labor del arado. Revelan en ellos un oído poco apto para apreciar matices de cadencias y semi-tonos.
Si estáis en ciudad, y hay en ella algunos cuadros de la vieja y castiza escuela castellana, id á verlos, porque esta casta creó en los buenos tiempos de su expansión una escuela de pintura realista, de un realismo pobre en matices, simplicista, vigoroso y rudo, de que sale la vista como de una ducha. Tal vez topéis con algún viejo lienzo de Ribera ó de Zurbarán, en que os salte á los ojos un austero anacoreta de huesosa complexión, en que se dibujan los músculos tendinosos en claros vivos sobre sombras fuertes, un lienzo de gran pobreza de tintas y matices, en que los objetos aparecen recortados. Con frecuencia las figuras no forman un todo con el fondo, que es mero accesorio de decoración pobre. Velázquez, el más castizo de los pintores castellanos, era un pintor de hombres y de hombres enteros, de una pieza, rudos y decididos, de hombres que llenan todo el cuadro.
No encontraréis paisajistas, ni el sentimiento del matiz, de la suave transición, ni la unidad de un ambiente que lo envuelva todo y de todo haga armónica unidad. Brota aquí ésta de la colocación y disposición más ó menos arquitectónica de las partes; muchas veces las figuras son pocas.
A esa seca rigidez, dura, recortada, lenta y tenaz, llaman naturalidad; todo lo demás tiénenlo por artificio pegadizo ó poco menos. Apenas les cabe en la cabeza más naturalidad que la bravía y tosca de un estado primitivo de rudeza. Así es que dicen que su vino, la primera materia para hacerlo, el vinazo de sus cubas, es lo natural y sano, y el producto refinado, más aromático y matizado, que de él sacan los franceses, falsificación química. ¡Falsificación! ¡verificación sí que es! ¡Como si la tierra fuera más que un inmenso laboratorio de primeras materias, al que corrige el hombre, que sobrenaturaliza á la naturaleza humanizándola! No es dogma de esta casta lo que decía Schiller en su « Canción del ponche », que también el arte es don celeste, es decir, natural.

V

Estos hombres tienen un alma viva y en ella el alma de sus antepasados, adormecida tal vez, soterrada bajo capas superpuestas, pero viva siempre. En muchos, en los que han recibido alguna cultura sobre todo, los rasgos de la casta están alterados, pero están allí.
Ese alma de sus almas, el espíritu de su casta, hubo un tiempo en que conmovió al mundo y lo deslumbré con sus relámpagos, y en las erupciones de su fe levantó montañas. Montañas que podemos examinar y socavar y revolver á la busca en sus laderas de la lava ardiente un día y petrificada hoy, y bajo esta lava los restos de hombres que palpitaron de vida, las huellas de otros.
Antes de entrar en esta rebusca, tolere el lector la aridez de unas pocas explicaciones algo abstrusas.
A uno que duerme en el silencio le despierta un ruido, y al que se duerme con éste, le despierta su cesación. El hombre de lo que se da cuenta es del contraste, de una ruptura de la continuidad en espacio ó tiempo. Es mérito de la psicología inglesa el haber puesto en claro el principio luminoso de que el acto más elemental de percepción, de discernimiento, como ellos dicen gráficamente, es la percepción de una diferencia, y que conocer una cosa es distinguirla de las demás, conociéndola mejor cuanto de más y mejor se la distingue.
Pero tal distinción no podría darse sin una analogía profunda sobre que reposara; la diferencia sólo se reconoce sobre un fondo de semejanza. En la sucesión de impresiones discretas hay un fondo de continuidad, un nimbo que envuelve á lo precedente con lo subsiguiente; la vida de la mente es como un mar eterno sobre que ruedan y se suceden las olas, un eterno crepúsculo que envuelve días y noches, en que se funden las puestas y las auroras de las ideas. Hay un verdadero tejido conjuntivo intelectual, un fondo intra-conciente en fin (8).
Los islotes que aparecen en la conciencia y se separan ó aproximan más, uniéndose á las veces, á medida que el nivel de ella baja ó sube, se enlazan allí, en el fondo del mar mental, en un suelo continuo. Son voces que surgen del rumor del coro, son las melodías de una sinfonía eterna. Figuraos astros rodeados de una extensa atmósfera etérea cada uno, que se acercan en sus movimientos orbitales, y fundiéndose sus atmósferas forman una sola que los envuelve y mantiene unidos y concertados, siendo la razón de su atracción mutua. Esta doctrina, que conocen cuantos la han leído aplicada hermosamente por el P. Secchi á la física toda, es la que mejor aclara metafóricamente la constitución de la mente humana. Cada impresión, cada idea, lleva su nimbo, su atmósfera etérea; la impresión, de todo lo que le rodeaba; la idea, de las representaciones concretas de que brotó. Aquellas figurillas de triángulos, etéreas y ondulantes, que flotan en nuestra mente al pensar en el triángulo (figurillas de que hablaba Balmes), no son sino parte del nimbo, de la atmósfera de la idea, parte del mar de lo intra-conciente, raíces del concepto.
En nuestro mundo mental flotan grandes nebulosas, sistemas planetarios de ideas entre ellas, con sus soles y sus planetas y satélites y aerolitos y cometas erráticos también; hay en él mundos en formación y en disolución otros, todo ello en un inmenso mar etéreo, de donde brotan los mundos y donde al cabo vuelven. El conjunto de todos estos mundos, el universo mental, forma la conciencia, de cuyas entrañas arranca el rumor de la continuidad; el hondo sentimiento de nuestra personalidad. En lo hondo, el reino del silencio vivo, la entraña de la conciencia; en lo alto, la resultante en formación el yo conciente, la idea que tenemos de nosotros mismos.
En este universo hay diferentes sistemas planetarios, y cada planeta, cada idea, es un mundo á su vez, con su organismo. Cogiéndolas, podemos analizarlas, separar y distinguir sus componentes, es decir, conocerlos, reconstituirlos, y así, por una síntesis de un análisis, llegar á conocer reflexiva y científicamente la idea en su contenido y entraña. Síntesis de un análisis, esto es la ciencia; su fin llegar á lo intra-conciente de la continuidad de todo. De las ideas reflejadas y rellenas se eleva la mente á ideas de esas ideas por abstracción.
Paciencia, lector, y tolera aún más indicaciones sobre la abstracción, que más tarde verás á dónde van enderezadas. Porque en esto de la abstracción no suele verse poco más que el abstraer, la separación, la repulsión ideal, sin fijarse en que brotan de una verdadera fusión. Se suele presentar la abstracción como algo previo á la generalización, cuando es efecto suyo. Recuérdese cómo se hacen fotografías compuestas, para lo cual se toman varios individuos de una familia, por ejemplo, y si son seis, se proyecta á cada uno sobre la placa, con la misma enfocación y postura en todos ellos, la sexta parte del tiempo necesario para obtener una prueba clara y distinta. De este modo se sobreponen las imágenes, los rasgos análogos, los de familia, se corroboran y los individuales ó diferenciales forman en torno de aquellos un nimbo, una vaga penumbra. Cuanto mayor el número de individuos ó el de analogías entre ellos, más acusada resultará la imagen compuesta, y el nimbo más vago; y por el contrario, cuantos menos los individuos ó sus analogías menores, más flotante y vaga la imagen en un nimbo que prepondera. Al tomar ruego esas imágenes compuestas para compararlas y combinarlas unas con otras y sobreponerlas á su vez, lo concreto de ellas se define y se desvanece mucho del nimbo. Todo compuesto al entrar como componente de una unidad suprema á él; acusa su indivualidad.
Sobre estas sugestiones metafóricas medite el lector poniéndose en camino de ver cómo se producen la abstracción y la generalización, no por vía de remoción y exclusión tan sólo, sino fundiendo lo semejante en el nimbo de lo desemejante. Nimbo ó atmósfera ideal que es lo que da carne y vida á los conceptos, lo que les mantiene en conexión, lo que les enriquece poco á poco, irrumpiendo en ellos desde sus entrañas.
Y no debe perderderse de vista esto del nimbo, clave de la inquisición que hemos de hacer en la mente castiza castellana, porque es la base de la distinción entre el hecho en bruto y el hecho en vivo, entre su continente y su contenido.
¡Cosa honda y difícil esta de conocer el hecho vivo! Cosa la única importante de la ciencia humana, que se reduce á conocer hechos en su contenido total. Porque toda cosa conocible es un hecho (factum) algo que se ha hecho. El universo todo es un tejido de hechos en el mar de lo indistinto é indeterminado, mar etéreo y eterno é infinito, un mar que se refleja en el cielo inmenso de nuestra mente, cuyo fondo es la ignorancia. Un mar sin orillas pero con su abismo insondable, las entrañas desconocidas de lo conocido, abismo cuyo reflejo se pierde en el abismo de la mente.
¡Cosa honda y difícil conocer el hecho! Conocer el hecho, distinguirlo de otros y distinguirlo con vida, rehaciéndolo en nuestra mente (9).
Y ahora, dejando estas retóricas, entremos de golpe y porrazo á indicar dónde y cómo se han de buscar las pruebas de que en este clima extremado y sin tibiezas dulces, de paisaje uniforme en sus contrastes, es el espíritu también cortante y seco, pobre en nimbos de ideas; pruebas de cómo generaliza sobre los hechos vistos en bruto, en serie discreta, en caleidospio, no sobre síntesis de un análisis de ellos, viéndolos en serie continua, en flujo vivo; cómo los ve recortados como las figuras en su campiña sin rehacerlos apenas, tomándolos corno aparecen en su vestidura, y cómo, por fin, ha engendrado un realismo vulgar y tosco y un idealismo seco y formulario, que caminan juntos, asociados como Don Quijote y Sancho, pero que nunca se funden en uno. Es socarrón ó trágico, á las veces á la vez, pero sin identificar la ironía y la austera tragedia humanas.
Al llegar aquí tenemos que traer á cuenta algún hecho que sirva de hilo central á nuestras reflexiones, que seguirán, sin embargo, sin atarse á él, ondulando acá y allá, fuera de maroma lógica, para engendrar en el alma del lector el nimbo, la atmósfera de donde vaya surgiendo algún tema. Y este hecho central ha de ser nuestro pensamiento castizo, el de la edad de oro de la literatura castellana, y en él, por de pronto, lo más castellano, el teatro, y en el teatro castellano, sobre todo, Calderón, cifra y compendio de los caracteres diferenciales y exclusivos del casticismo castellano.
Y procuraremos ver, por último, sus esfuerzos por llegar á lo eterno de su conciencia, por armonizar su idealismo quijotesco con su realismo sancho-pancino, esfuerzos que se revelan en el fruto más granado del espíritu castellano, en su castiza y clásica mística.



(1) Forum Judicum equivale « Fuero de los Jueces », pero no se tradujo su título, sino que, transformándose fonéticamente, pasó al romanee y del genitivo de plural judicum salió el Juzgo, vocablo representante de un caso latino que no ha pasado al castellano. Este hecho, este humilde hecho, ¡qué preñado de historia está! Porque nos indica que no se traducía el título del código, sino que corría en latín de boca en boca, cuando ya el latín no se hablaba, como cosa muy popular y conocida entre los que no lo hablaban, entre gente del pueblo por ser la derivación juzgo de judicum una derivación popular. Los fósiles escriben su historia en las capas del terreno.
(2) « Que era comun proverbio llamar el flamenco al español mi indio. Y dezian la verdad, porque los indios no davan tanto oro á los españoles, como los españoles á los flamencos.» Fr. Prudencio de Sandoval, en el libro y de la Vida y hechos del Emperador Carlos V.
(3) Es cierto que los abuelos de los tercios de Flandes pelearon porque su rey no se saliera de España; pero ¿se encuentra en historiadores castizos españoles con que celebren nuestras derrotas, como los ingleses las de sus reyes en el continente? Véanse las reflexiones que sugiere á Juan Ricardo Green (A short history of the english people) la derrota del rey Juan, el angevino, en Bouvines en 1214, derrota en que perdió sus posesiones francesas, y á que debe Inglaterra la Carta Magna, y cuanto dice del fin de la guerra de los Cien Años. Aquí, en cambio, todavía se llora por algunos la pérdida de aquellos dominios en que no se ponía el sol.
(4) Entre los complejos elementos que entraron á conjurar las comunidades de Castilla, ¿no andaría acaso la Liga de trigueros del siglo XVI? Leyendo á Sandoval, se atisba á las veces entre los comuneros de aquella jornada de Villalar á algunos trigueros de entonces.
(5) ¡Hermosa palabra ésta de re-crear! El vocablo re-creación, aplicado al juego, lleva en sus entrañas la doctrina toda de Schiller sobre el Arte, re-creación de la creación. ¡Cuánta filosofía inconciente en los redaños del lenguaje! Todavía habrá que remozar la meta-física en la meta-lingüística, que es una verdadera meta—lógica.
(6) Más adelante ejemplificaremos todo esto en la literatura castiza castellana. Rogamos, en tanto, paciencia al lector. (7) No ha mucho se entretuvieron unas doctísimos alemanes en discutir y polemiquear si en España se comen ó no bellotas de encina crudas. Sí, bellotas, y también garbanzos tostados en cal viva que abrasan las entrañas
(8) Le llamo así y no inconciente ó sub-conciente, por parecerme estos términos inexactos. Lo que se suele llamar inconciente es de ordinario el contenido de lo conciente, sus entrañas, está más bien dentro que debajo de él.
(9) Cada hecho es tal cual es y no otro como resultado de un proceso, de un hacerse, de una diferenciación; así es que conocerlo con conocimiento vivo es rehacerlo en nuestra mente reproduciendo su proceso. La representación viva es un hecho rehecho.