La Tribuna
de Emilia Pardo Bazán
Capítulo X

Capítulo X

Estudios históricos y políticos


Más partido tenían en la Fábrica los periódicos locales que los de la Corte. Naturalmente, los locales exageraban la nota, recargaban el cuadro; sus títulos acostumbraban ser por este estilo: El Vigilante Federal, órgano de la democracia republicana federal-unionista; El Representante de la Juventud Democrática; El Faro Salvador del Pueblo Libre. Y como, aparte de algunas huecas generalidades del artículo de fondo, discurrían acerca de asuntos conocidos, era mucho mayor el interés que despertaban.

No es fácil imaginar cuán honda sensación producía en el concurso alguna gacetilla rotulada, por ejemplo: «Acontecimiento incalificable».

-A ver, a ver. Oír. Callar. Silencio, charlatanas.

Y reinaba un mutismo palpitante, escuchándose tan sólo el retintín de los tijeretazos que cercenaban el rabo de las tagarninas.

-«Acontecimiento incalificable» -repetía Amparo-. «Se nos asegura que hará dos días entraron tres guardias civiles francos de servicio en el café de la Aurora, y un oficial que allí había los arrestó...»

-Arrestaría, arrestaría...

-Callar, bocas...

-«... los arrestó por tan enorme delito...»

-¿Por entrar en un café?

-¡Y dicen que hay libertá!

-¡Qué ha de haberla, mujer!

-«Y preguntándoles la causa de su entrada en el local, le respondieron que su objeto era tomar café. No obstante tan naturales explicaciones, fueron arrestados por tres días, y hasta no faltan personas bien informadas que aseguren se ha dado orden para que los individuos del benemérito cuerpo no puedan entrar en los cafés de la Aurora ni del Norte. De ser esto cierto, sobre constituir un ataque infundado a los sagrados derechos individuales, lo es también a la industria libre y honrosa de los cafeteros, y...»

-¡Y le resobra la razón, así Dios me salve! ¿Y de qué come el pobre del cafetero si le espantan la parroquia?

-El pillo del oficial, como tiene su paga...

-«... y no encontramos frases suficientes para anatematizar estos atropellos, hoy que la bandera de la libertad nos da sombra con sus pliegues...»

-¡Eso, eso!

-¡De ahí, de ahí!

-Habiendo libertá no hay injusticias. ¡Olé por ella!

-«¿Qué piensan los que así resucitan arranques del agonizante despotismo militar, propios de épocas terroríficas que pasaron a la historia? ¿Se les ha figurado que estamos en aquellos siglos, cuando un señor tenía poder para abrir el vientre a sus vasallos...»

Aquí se salió de madre el río. Exclamaciones, interjecciones, gritos y risas se cruzaron de un lado a otro; pero las risueñas estaban en minoría: dominaban las espantadas. Una vieja medio sorda se hizo una trompetilla con ambas manos, creyendo que sus oídos la engañaban.

-¡Ave María de gracia!

-¡En mi vida tal oí!

-¡Abrir la barriga!

-No sería en tierra de cristianos, mujer.

-¿Y eso fue a los pobrecitos civiles? -interrogó la sorda.

-¡Chss! -gritó Amparo-. Aquí viene lo bueno, señores: «... abrir el vientre a sus vasallos para calentarse los pies con su sangre...»

-¡Señor y Dios de los cielos!

-Parece que todo el estómago se me revolvió.

-¡Pobre del pobre!

-¡Cuándo vendrá la federal para que se acaben esas infamias!

Otra cuerda que siempre resonaba en aquel centro político femenino era la del misterio. Cualquier periodiquillo, el más atrasado de noticias, contenía un suelto que, hábilmente leído, despertaba temores y esperanzas en el taller. Amparo empezaba por hacer señas al concurso para que estuviese prevenido a importantes revelaciones. Después comenzaba, con reposada voz:

-«Atravesamos momentos solemnes. De un día a otro deben cambiar de rumbo los acontecimientos...»

-Lo que yo digo. Esta situación, de por fuerza se la tienen que llevar los demonios.

-Hasta que llegue la nuestra...

-No, pues cuando este lo huele... Por Madrid andará buena la cosa.

-Así los parta a todos un rayo, comilones, tiránigos, chupadores.

-A ver si calláis.

-«La situación está próxima a entrar en el camino que desde el primer día de la revolución debió emprender. Hay que vencer grandes obstáculos...» (Movimiento general.) «Los enemigos encubiertos de la revolución...»

-¿Quién será? ¿Lo dirá por el alcalde?

-No, mujer... Por ese maldito de cuñado de la Reina...

-Y por el Napoleón de allá de Francia, boba, que no nos puede ver.

-¡Chsss! «... de la revolución, están acechando el instante en que poder descargar sobre la situación un golpe decisivo y liberticida. No desmayemos, sin embargo. La revolución pasará triunfante por cima de tanto reaccionario como aparenta servirla con fines siniestros. En donde menos se piensa se esconde la reacción fijando su ojo de tigre...»

-Tiene razón, tiene razón. Está muy bien comparado.

-«... ojo de tigre... en la libertad, para estrangularla. Los más temibles son los que, llegados a la cima del poder, hacen traición a sus antiguos ideales que les sirvieron de pedestal para escalar las grandezas...»

-Si es lo que yo os predico siempre -exclamaba al llegar aquí la lectora, tomando la ampolleta-. Los peorcitos están arriba, arriba. Quien no lo ve, ciego es. Ínterin no agarre el pueblo soberano una escoba de silbarda, como esa que tenemos ahí... (y señaló a la que manejaba la barrendera del taller) y barra sin misericordia las altas esferas... ¡ya me entendéis! El mismo día en que se proclamó la libertad y se le dio el puntapié a los Borbones, había yo de publicar un decreto... ¿sabéis cómo? (la oradora abrió la mano izquierda, haciendo ademán de escribir en ella con una tagarnina:) «Decreto yo, el Pueblo soberano, en uso de mis derechos individuales, que todos los generales, gobernadores, ministros y gente gorda salga del sitio que ocupan, y se lo dejen a otros que nombraré yo del modo que me dé la realísima gana. He dicho».

-¡Bien, bien!

-¡Venga de ahí!

-¡Esa es la fija! Y a mí que no me digan...

-¿Pues no estamos viendo, mujer, que hay empleados de los tiempos del espotismo? ¿Se mudó, por si acaso, la oficialidá de los regimientos? Si a hablar fuésemos...

Y la arenga bajó de tono y se hizo cuchicheo.

-¡Si a hablar va uno... aquí mismo... repelo! ¡Mudaron el jefe, por plataforma... sólo faltaba! Pero los subalternos...

Aquí, la maestra del partido, mujer alta y morena, de pocas y dificultosas palabras, que solía oír a las operarias con seria indiferencia, intervino.

-A tratar cada uno de lo que importa... y a liar cigarritos...

-No decimos cosa mala... -alegó Amparo.

-Decir no dirás, pero hablar hablas sin saber lo que hablas... Pensáis que no hay más que mudar y mudar y meter pillos... Aquí se requiere honradez.

-Eso ya se sabe.

-Por de contado que sí... Demasiado.

-Pues el que os oiga... Y vamos acá. Si vierais, como yo vi, el último del mes que se hace el arqueo, la caja abierta, con sacos de lienzo a barullo, a barullo, así de oro y plata... -Y la maestra adelantó los brazos en arco, indicando un vientre hidrópico-. ¿Pues se os figura que si el contador y el depositario-pagador, y los oficiales, y los ayudantes, fuesen, digo yo, fuesen, quiero decir...?

-¿Fuesen... de la uña?

-¡Pues! Ya veis que aquí no puede venir cualesquiera. Hay responsabilidá.