Igualdad Capítulo 33

Igualdad
de Edward Bellamy
Capítulo XXXIII: Varios asuntos importantes pasados por alto

Después de comer, el doctor dijo que tenía una sugerencia para hacer una excursión por la tarde.

"A menudo se me ha ocurrido," continuó, "que cuando salgas al mundo y te familiarices con sus características a través de tu propia observación, te formarás, mirando atrás a estas lecciones preparatorias que he intentado darte, una pobre impresión de mi talento como pedagogo. Estoy muy poco satisfecho conmigo mismo por el método con el que he desarrollado el asunto, el cual, en vez de haber sido concebido como un plan de instrucción, ha sido meramente una serie de charlas al azar, guiadas más bien por tu curiosidad que por cualquier esquema por mi parte."

"Estoy muy agradecido, mi querido amigo y maestro," repliqué, "de que me haya ahorrado el método filosófico. Sin presumir de haber adquirido tan pronto un completo entendimiento de su moderno sistema, estoy muy seguro de que conozco bastante más sobre él que lo que hubiera conocido de otro modo, por la sencilla razón de que ha seguido de una manera tan bondadosa la pauta de mi curiosidad en vez de hacerme ir a rastras de un método."

"Me gustaría ciertamente creer," dijo el doctor, "que nuestras charlas han sido tan instructivas para ti como agradables para mi, y si he cometido errores habría que recordar que quizá ningún instructor ha tenido o es probable que tenga jamás una tarea tan grande como la mía, o una tan inesperadamente impuesta sobre él, o, finalmente, una que, siendo tan grande, la curiosidad natural de su pupilo le obligase a cubrir en tan corto tiempo."

"Pero estaba usted hablando de una excursión para esta tarde."

"Sí," dijo el doctor. "Es una sugerencia en la línea de intentar remediar algunas de mis demasiado probables omisiones de cosas importantes al tratar de ponerte al tanto de cómo vivimos ahora. ¿Qué te parece si alquilamos un vehículo aéreo esta tarde, con el propósito de tener una perspectiva a vista de pájaro de la ciudad y sus alrededores, y ver lo que pueden sugerir sus diversos aspectos en forma de características de la civilización de hoy en día que no hayamos mencionado?"

La idea me impactó como admirable, y de inmediato procedimos a ponerla en ejecución.

* * * * *

En estas breves y fragmentarias reminiscencias de mis primeras experiencias en el mundo moderno es, por supuesto, imposible que pudiese referirme a una entre un centenar de cosas impactantes que me ocurrieron. Todavía, incluso con esa limitación, puede parecerle extraño a mis lectores que no haya tenido más que decir sobre el asombro provocado en mi mente por el número y carácter de los magníficos inventos mecánicos y aplicaciones, desconocidos en mi época, que contribuyen a la estructura material y accionan el mecanismo de vuestra civilización. Por ejemplo, aunque éste estaba muy lejos de ser mi primer viaje aéreo, no creo que me haya referido antes a un tipo de experiencia que, para un representante del siglo diecinueve, debe naturalmente haber sido nada menos que pasmoso. Solamente puedo decir, a modo de explicación de esta aparente indiferencia hacia las maravillas mecánicas de esta era, que si hubiesen sido diez veces más maravillosas, todavía me habrían impresionado con infinitamente menos estupefacción que la revolución moral ejemplificada por vuestro nuevo orden social.

Esto, estoy seguro, es lo que sería la experiencia de cualquier hombre de mi época bajo mis circunstancias. La marcha de los descubrimientos científicos y los inventos mecánicos durante la última mitad del siglo diecinueve había sido ya tan magnífica y estaba procediendo tan rápidamente que estábamos preparados para esperar casi cualquier cuantía de desarrollo en las mismas líneas en el futuro. Habíamos anticipado con claridad vuestros submarinos e incluso los habíamos realizado parcialmente. El descubrimiento de la energía eléctrica había hecho que se pudiese concebir casi cualquier mecanismo. En cuanto a la navegación aérea, esperábamos plenamente que sería resuelta con éxito por nuestros nietos, de algún modo, si no por nuestros hijos. Si, de hecho, no hubiese encontrado hombres surcando el aire, me hubiese decepcionado claramente.

Pero mientras estábamos preparados para esperar casi cualquier cosa del desarrollo intelectual del hombre y del perfeccionamiento de su dominio sobre el mundo material, éramos totalmente escépticos en cuanto a la posibilidad de cualquier gran mejora moral por su parte. Como un ser moral, creíamos que ya había tenido su crecimiento, como se decía, y que al menos en este mundo nunca alcanzaría una estatura noble. Como proposición filosófica, reconocíamos tan plenamente como vosotros que la regla de oro proporcionaría las bases de una vida social en la cual cada uno sería infinitamente más feliz que cualquiera de nuestro mundo, y que el auténtico interés de todos sería fomentado estableciendo un orden social semejante; pero sosteníamos al mismo tiempo que la falta de base moral y el egoísmo que cegaba al hombre le impediría por siempre hacer realidad semejante ideal. En vano, aunque hubiese estado dotado con un itelecto divino; no le ayudaría para ninguno de los más elevados usos de la vida, porque una perversidad moral inextirpable siempre le impediría prosperar tanto como sabía y le mantendría, sin esperanza, en una sumisión a los más bajos y suicidas impulsos de su naturaleza.

"¡Imposible; va en contra de la naturaleza humana!" era el grito que se encontraba y que en su mayor parte aplastaba y silenciaba cada profeta o maestro que intentaba que el mundo despertase al descontento con el reinado del caos, y despertarle la fe en la posibilidad de un reino de Dios sobre la tierra.

¿Hay que asombrarse, entonces, de que alguien como yo, que me crié en esa atmósfera de desesperanza moral, pasase por alto con comparativamente poca atención los milagrosos logros materiales de esta era, para estudiar con un continuamente creciente y arrollador sentimiento de reverencia y asombro, el secreto de vuestro justo y gozoso modo de vida?

Cuando miro atrás, ahora veo de qué manera tan cierta esta vil perspectiva de la naturaleza humana era la mayor infidelidad a Dios y al hombre, en que la humanidad había caído jamás, pero, ¡ay! no era la infidelidad que las iglesias condenaban, sino más bien era de un tipo que sus enseñanzas sobre la desesperanzada depravación del hombre estaban calculadas para implantar y confirmar.

Este mismo asunto de la navegación aérea del que estaba hablando es un ejemplo impactante de la extraña combinación por parte de mis contemporáneos de una fe ilimitada en el progreso material del hombre con un total escepticismo en sus posibilidades morales. Como he dicho, esperábamos plenamente que la posteridad lograría la navegación aérea, pero la aplicación del invento que se discutía más era su uso en la guerra para dejar caer bombas de dinamita en medio de ciudades llenas de gente. Intentad comprender eso si podéis. Incluso Tennyson, en su visión del futuro, no vio nada más. Recordáis como él


Oyó que los cielos se llenaban de un griterío,
Y cayó un espantoso rocío
Desde las flotas aéreas de las naciones,
Luchando en medio del azul.


CÓMO LA GENTE LLEVA LAS RIENDAS.

"Y ahora," dijo el doctor, mientras comprobaba la elevación de nuestro vehículo a una altura de unos trescientos metros, "ocupémonos de nuestra lección. ¿Qué ves ahí abajo que te sugiera una pregunta?"

"Bueno, para empezar," dije, mientras la cúpula del State House captaba mi atención, "¿qué diantres han levantado ahí? Parece ni más ni menos que una de esas ruedas o molinos que usaban los granjeros de mi época para bombear agua. Bien seguro que es un tipo de ornamento singular para un edificio público."

"No está pensado como ornamento, sino como símbolo," replicó el doctor. "Representa el ideal moderno de un adecuado sistema de gobierno. La rueda o molino representa la maquinaria de la administración, el viento que la mueve simboliza la voluntad pública, y el timón que siempre mantiene la pala de la rueda cual veleta al viento, no importa lo repentina o completamente que éste pueda cambiar, representa el método por el cual la administración se mantiene en todo momento receptiva y obediente a cada mandato de la gente, aunque ésta simplemente respire.

"He hablado tanto contigo de este asunto, que no necesito extenderme más sobre la imposibilidad de tener ningún gobierno popular que merezca llamarse así, y que no esté basado en la igualdad económica de los ciudadanos con sus implicaciones y consecuencias. Ningún artificio constitucional o astucia de la maquinaria parlamentaria podría haber hecho posiblemente que el gobierno popular fuese otra cosa que una farsa, en tanto el interés privado del ciudadano sea distinto del y opuesto al interés público y el llamado pueblo soberano comiese el pan en la mano de los capitalistas. Por otro lado, dada la unidad económica de los intereses privados con el interés público, la completa independencia de los individuos entre sí, y la cultura universal para rematar todo ello, ninguna imperfección de la maquinaria administrativa podría evitar que el gobierno fuese bueno. No obstante, hemos mejorado la maquinaria tanto como la fuerza motriz. Vosotros votábais una vez al año, o cada dos años, o cada seis años, según el caso, para elegir a los que os gobernaban hasta las siguientes elecciones, y esos que gobernaban, desde el momento de su elección hasta el término de su cargo, eran tan irresponsables como los zares. Incluso más, de hecho, porque el zar al menos tenía un motivo supremo para dejar su herencia intacta a su hijo, mientras estos tiranos electos no tenían ningún interés salvo beneficiarse lo más que podían con su poder mientras lo tenían.

"A nosotros nos parece que es un axioma del gobierno democrático que el poder nunca debería ser delegado irrevocablemente ni por una hora, sino que siempre debería estar sujeto a ser reclamado por el poder que delega. Los funcionarios públicos ahora son elegidos para ejercer durante un tiempo según convenga, pero no es un tiempo seguro. Sus poderes pueden ser revocados en cualquier momento por el voto de sus directores; tampoco hay ninguna medida, aparte de las que tienen caracter de mera rutina, que tenga que pasar por un cuerpo representativo sin remitirse al pueblo. El voto de ningún delegado, sobre cualquier medida importante, puede ser válido hasta quienes le han autorizado--o constituyentes, como los llamábais vosotros--hayan tenido la oportunidad de cancelarlo o no. Un agente elegido por el pueblo que ofendiese el sentimiento de los electores sería destituído, y su acto repudiado al día siguiente. Puedes inferir que bajo este sistema el agente es solícito para mantenerse en contacto con quienes le han autorizado. Estas precauciones no existen sólo contra la legislación irresponsable, sino que la propuesta de medidas proviene originalmente del pueblo más a menudo que de sus representantes.

"Tan completa a través de nuestro sistema telefónico ha llegado a ser la clase más compleja de voto, que la nación por entero se organiza para ser capaz de proceder casi como un parlamento si fuese necesario. Nuestros cuerpos representativos, que corresponden a vuestros Congresos, Legislaturas, y Parlamentos, son reducidos bajo este sistema al ejercicio de las funciones de lo que llamabais comités del congreso. La gente gobierna no sólo nominalmente sino de hecho. Tenemos una democracia de hecho.

"Nos esforzamos para ejercitar esta supervisión directa y constante de nuestros asuntos, no porque sospechemos de nuestros agentes electos o los temamos. Bajo nuestro sistema de igualdad económica irrevocable, inmutable, no hay motivo u oportunidad para la corrupción. No hay motivo para hacer un mal que pudiese por un momento estar en contra del abrumador motivo de merecer la estima pública, que es de hecho el único objeto posible que hoy en día podría inducir a alguien a aceptar un cargo. Todos nuestros intereses vitales están asegurados más allá de cualquier perturbación por el armazón de la sociedad. Podríamos volver, sin correr ningún riesgo, a que un cuerpo selecto de ciudadanos gestionase los asuntos públicos de por vida. La razón por la cual no lo hacemos es porque disfrutamos de la alegría de dirigir el gobierno de los asuntos directamente. Podría compararsenos con un rico de tu época que, aunque tiene a su servicio cuantos expertos cocheros desee, prefiere llevar las riendas él mismo por el placer de hacerlo. Vosotros votábais quizá una vez al año, empleando quince minutos para ello, y con el pesar de que el tiempo para ello se quitaba de vuestros asuntos privados, la consecución de los cuales llamábais, creo, 'mis intereses'. Nuestros asuntos privados son los asuntos públicos, y no tenemos otros de importancia. Nuestro 'interés' es el bienestar público, y no tenemos otro interés. Votamos quizá cien veces al año, sobre todo tipo de cuestiones, desde la temperatura de los baños públicos o el plano a seleccionar para un edificio público, hasta las grandes cuestiones de la unión mundial, y encontramos el ejercicio a la vez tan estimulante como lo es el más elevado sentido educacional.

"Y ahora, Julian, mira otra vez hacia abajo y a ver si encuentras algo más en el paisaje sobre lo que me quieras preguntar."


LAS PEQUEÑAS GUERRAS Y LA GRAN GUERRA.

"Observo," dije, "que los fuertes del puerto están ahí todavía. Supongo que los conservan, al igual que los especímenes de casas de vecinos, como evidencias históricas de la barbarie de sus antepasados, mis contemporáneos."

"No debes ofenderte," dijo el doctor, "si digo que realmente tenemos que conservar un surtido completo de tales evidencias, por miedo a que los niños se nieguen de plano a creer las explicaciones que dan los libros sobre las inexplicables travesuras de sus bisabuelos."

"La garantía de paz internacional que la unión mundial ha traído," dije, "seguramente debe de ser considerada por su gente como uno de los más señalados logros del nuevo orden, y aun así me sorprende haberle oído decir muy poco acerca de él."

"Por supuesto," dijo el doctor, "es algo grande en sí mismo, pero tan incomparablemente menos importante que la abolición de la guerra económica entre hombre y hombre, que lo consideramos como meramente incidental respecto a ésta. Nada es más asombroso en relación con el funcionamiento de la mente de tus contemporáneos que el alboroto que organizaron en relación con la crueldad de vuestras ocasionales guerras internacionales, mientras eran aparentemente inconscientes de los horrores de la batalla por la existencia, en la cual todos estabais perpetuamente involucrados. Desde nuestro punto de vista, vuestras guerras, aunque por supuesto eran muy insensatas, eran comparativamente humanas y a la vez exhibiciones mezquinas, comparadas con la lucha económica fratricida. En las guerras, únicamente tomaban parte hombres--hombres fuertes, seleccionados, que no constituían sino una parte muy pequeña de la población total. No se permitía que las mujeres, ni los niños, ni la gente mayor, ni los lisiados, fuesen a la guerra. Los heridos eran cuidados con esmero, fuesen amigos o enemigos, y atendidos hasta que se reponían. Las reglas de la guerra prohibían la crueldad innecesaria, y en cualquier momento una honrosa rendición, con un buen tratamiento, estaba abierta para los vencidos. Las batallas generalmente tenían lugar en las fronteras, fuera de la vista y el oído de las masas. Las guerras eran también muy raras, a menudo no había una en una generación. Finalmente, los sentimientos apelados en los conflictos internacionales eran, por regla, los del valor y el autosacrificio. A menudo, de hecho generalmente, las causas de las guerras no merecían los sentimientos de autosacrificio que invocaban los que luchaban, pero los sentimientos en sí mismos eran del más noble orden.

"Compara una guerra de estas características, con las condiciones de la lucha económica por la existencia. Ésta no era una guerra en la que tomaran parte meramente pequeños grupos selectos de combatientes, sino una en la cual toda la población de cada país, excepto los insignificantes grupos de los ricos, era alistada a la fuerza y obligada a prestar servicio. No sólo tenían que participar en ella las mujeres, los niños, los mayores, y los lisiados, sino que cuanto más débiles eran los combatientes, peores eran las condiciones bajo las cuales tenían que combatir. Era una guerra en la cual no había ayuda para los heridos, ni cuartel para los vencidos. Era una guerra no en lejanas fronteras, sino en cada ciudad, en cada calle, y en cada casa, y sus heridas, destrozadas, y agonizantes víctimas yacían a nuestros pies por todas partes e impresionaban nuestra vista en todas las direcciones que pudiésemos mirar, con alguna nueva forma de miseria. El oído no podía escapar de los lamentos de los afligidos ni de sus vanos llantos solicitando compasión. Y esta guerra no venía una o dos veces por siglo, durando unas pocas semanas, o unos pocos meses, o unos pocos años, teñidos de rojo, abriendo paso otra vez a la paz, como duraban las batallas de los soldados, sino que era perenne y perpetua, sin tregua, vitalicia. Finalmente, era una guerra que ni apelaba ni desarrollaba ningún sentimiento noble, ni generoso, ni honorable, sino, por el contrario, primaba constantemente las más mezquinas, falsas, y crueles propensiones de la naturaleza humana.

"Cuando miramos atrás, a tu época, la clase de lucha para la cual esos viejos fuertes de ahí abajo se levantaron parece casi noble y apenas trágica en absoluto, comparada con el horroroso espectáculo de la lucha por la existencia.

"Incluso somos capaces de comprender la declaración de algunos de los soldados profesionales de tu época, de que las guerras ocasionales, con sus apelaciones, aunque falsas, a las pasiones generosas y de autosacrificio, eran absolutamente necesarias para evitar que vuestra sociedad, de otro modo tan absolutamente sórdida y egoista en sus ideales, se disolviese en la absoluta putrefacción."

"Es de temer," me vi inducido a comentar, "que la posteridad no ha construído un monumento tan alto a los promotores de las sociedades de la paz universal de mi época, como ellos esperaban."

"Eran bastante bien intencionados hasta donde vieron, no hay duda," dijo el doctor, "pero parece que fueron un grupo de personas terriblemente cortas de vista y medio ciegas. Sus esfuerzos para detener las guerras entre las naciones, que tranquilamente ignoraban la lucha económica mundial por la existencia que costaba más vidas y sufrimiento cualquier mes que las guerras internacionales en una generación, eran un caso muy sorprendente de filtrar el mosquito y tragarse el camello.

"En cuanto a lo que la humanidad ha ganado a partir de la abolición de toda guerra o posibilidad de guerra entre las naciones de hoy, nos parece que consiste no tanto en la mera prevención del derramamiento de sangre, como en la extinción de los viejos celos y rencores que solían excitar la vehemencia de unos pueblos contra otros, casi tanto en la paz como en la guerra, y el crecimiento en su lugar de una solidaridad fraternal y buena voluntad mutua, inconscientes de cualquier barrera de raza o país."


EL VIEJO PATRIOTISMO Y EL NUEVO.

Mientras el doctor hablaba, los ondeantes pliegues de una bandera al viento allá abajo a lo lejos captaron mi atención. Era el "Star-Spangled Banner". Mi corazón dió un brinco ante su visión, y mis ojos se humedecieron.

"¡Ah!" exclamé, "¡Vieja Gloria!" porque así se acostumbraba llamar la bandera en los días de la guerra civil y después.

"Sí," replicó mi acompañante, mientras sus ojos seguían mi mirada, "pero ahora se viste de una nueva gloria, porque en ningún lugar donde ondee se puede encontar un ser humano oprimido o sufriendo ninguna necesidad que la ayuda humana pueda aliviar.

"Los americanos de tu época," continuó, "eran extremadamente patrióticos a su manera, pero la diferencia entre el viejo y el nuevo patriotismo es tan grande que apenas parece el mismo sentimiento. En tu época y antes de ella, las emociones y asociaciones de ideas relacionadas con la bandera eran principalmente de tipo marcial. El autosacrificio por la nación en la guerra contra otras naciones era la idea más comunmente expresada por la palabra 'patriotismo' y sus derivadas. Por supuesto, debía ser así en épocas en las cuales las naciones tenían que estar constantemente preparadas para luchar unas contra otras por su existencia. Pero el resultado era que el sentimiento de solidaridad nacional estaba alineado en contra del sentimiento de solidaridad humana. Se hacía que un menor entusiasmo social se opusiera a uno mayor, y el resultado estaba necesariamente lleno de contradicciones morales. Demasiado a menudo, lo que se llamaba amar al país podría haberse descrito mejor como odiar y envidiar a otros países, sin otro motivo mejor que porque eran otros, y tener ideas intolerantes y prejuicios contra las ideas e instituciones extranjeras--a menudo mucho mejores que las nacionales--sin otro motivo que porque eran extranjeras. Esta clase de patriotismo fue un impedimento muy poderoso para el progreso de la civilización durante incontables épocas, oponiendo a la expansión de nuevas ideas, barreras más altas que montañas, más anchas que ríos, más profundas que mares.

"El nuevo patriotismo es el resultado natural de las nuevas condiciones sociales e internacionales que datan de la gran Revolución. Las guerras, que ya se estaban haciendo infrecuentes en tu época, se hicieron imposibles con el surgimiento de la unión mundial, y ahora han sido desconocidas durante generaciones. Las viejas fronteras de las naciones, teñidas de sangre, se han convertido en apenas algo más que delimitaciones del territorio por conveniencia administrativa, como las líneas de los Estados en la Unión Americana. Bajo estas circunstancias, los celos, las sospechas, las animosidades, y las aprensiones internacionales, por las cuales se mantuvo el fuego del antiguo patriotismo, fueron olvidadas hace tiempo. En una palabra, el patriotismo ya no es un sentimiento marcial y está libre de asociaciones de ideas bélicas. Mientras la bandera ha perdido su antiguo significado como un emblema de desafío hacia el exterior, ha ganado un nuevo significado como el símbolo supremo de la concordia y reciprocidad interna; se ha convertido en el signo visible de la solidaridad social en la cual el bienestar de todos está asegurado inexpugnablemente y en términos de igualdad. Tal como el americano alza ahora sus ojos a la enseña de la nación, dicha enseña no le recuerda su destreza militar comparada con la de otras naciones, o sus pasados triunfos en la batalla y las posibles victorias futuras. Para él, los ondeantes pliegues no le sugieren tales cosas. Más bien le recuerdan el pacto de hermandad con el cual está comprometido junto a todos sus compatriotas para salvaguardar mutuamente la igual dignidad y bienestar de cada uno por el poder de todos.

"La idea de los patriotas de los viejos tiempos era que los extranjeros eran las únicas personas a cuyas manos la bandera podría sufrir deshonor, y la noticia de cualquier falta de cortesía por su parte hacia ella, excitaba en el pueblo un patriótico frenesí. Ahora esa clase de sentimientos serían simplemente incomprensibles. Según lo vemos nosotros, los extranjeros no tienen ningún poder para insultar a la bandera, porque no tienen nada que ver con ella, ni con lo que ella significa. Su honor o deshonor debe depender del pueblo cuyo compromiso de fe de unos hacia otros representa, para mantener el contrato social. Para el patriota de los viejos tiempos no había nada incongruente en el espectáculo del símbolo de la unidad nacional ondeando sobre ciudades que apestaban a la más loca opresión, llena de prostitución, mendicidad, y guaridas de indescriptible miseria. Conforme al punto de vista moderno, la existencia de un único caso en cualquier rincón del país donde un ciudadano hubiese sido privado del pleno disfrute de la igualdad, haría que la bandera se convirtiese en una ostentosa mentira, y la gente exigiría con indignación que se arriase y no se izase otra vez hasta que el mal fuese remediado."

"Verdaderamente," dije, "la nueva gloria que viste la Vieja Gloria es mayor que la vieja gloria."


MÁS VIAJES INTERNACIONALES PERO MENOS COMERCIO INTERNACIONAL.

Según hablábamos, el doctor había dejado que nuestro vehículo fuese a la deriva arrastrado por la brisa del oeste, hasta ahora que estábamos sobre el puerto, y me sentí inducido a exclamar, ante las escasas filas de barcos que contenía.

"No me parece a mi," dije, "que haya más barcos aquí que en mi época, mucho menos las grandes flotas que uno podría esperar ver tras un siglo de desarrollo de la población y de los recursos."

"De hecho," dijo el doctor, "el nuevo orden ha tendido a disminuir el volumen del comercio exterior, aunque por otro lado hay mil veces más viajes internacionales por estudios y por placer."

"Exactamente de qué modo," pregunté, "el nuevo orden ha tendido a disminuir los intercambios con países extranjeros?"

"De dos maneras," replicó el doctor. "En primer lugar, como sabes, ahora la idea de ganancia está abolida tanto en el comercio exterior como en la distribución interior. El Consejo Internacional supervisa todos los intercambios entre naciones, y el precio de cualquier producto exportado por una nación a otra no debe ser mayor que el precio al cual la nación exportadora abastece a su propia gente con el mismo. Consecuentemente, no hay razón por la cual una nación deba preocuparse de producir artículos para la exportación a no ser y en la medida que necesite para su consumo real productos de otro país que no puede producir bien por sí misma.

"Otro efecto, todavía más potente, del nuevo orden, al limitar el intercambio exterior, es la ecualización general de todas las naciones que ocurrió hace tiempo, en cuanto a la información y el conocimiento y práctica de las ciencias y los oficios. Una nación de hoy se sentiría humillada por tener que importar cualquier artículo que insuperables condiciones naturales no impidieran su producción en la nación. Consecuentemente, ahora el comercio se limita a tales productos, y la lista de ellos se acorta continuamente a medida que avanza la conquista de la Naturaleza por el hombre, gracias al progreso de los inventos. En cuanto a la antigua ventaja que los países productores de carbón tenían en la fabricación, desapareció casi hace un siglo cuando los grandes descubrimientos hicieron que el ilimitado desarrollo de la energía eléctrica no tuviese prácticamente coste.

"Pero deberías entender que no es meramente por motivos económicos o por autoestima por lo que los diversos pueblos desean hacer todo lo posible por sí mismos en vez de depender de gente que está a distancia. Es igualmente por la educación y por la influencia que tiene para despertar la mente un sistema industrial diversificado en un espacio pequeño. Nuestra política, hasta donde puede llevarse económicamente a cabo el agrupamiento de industrias, no sólo es hacer que el sistema de cada nación sea completo, sino también agrupar las diversas industrias dentro de cada país en particular, de modo que cada distrito importante presente dentro de sus límites una especie de microcosmos del mundo industrial. Puede que recuerdes que estuvimos hablando de ello la otra mañana, en la Bolsa de Trabajo."


LA FÁCIL TAREA DEL DOCTOR MODERNO.

Hacía un rato que el doctor había dado la vuelta, y ahora nos movíamos hacia el oeste por encima de la ciudad.

"¿Qué es ese edificio que ahora mismo estamos pasando por encima, que está tan acristalado?" pregunté

"Ese es uno de los sanatorios," replicó el doctor, "a los que va la gente que tiene problemas de salud y no desea cambiar de clima, como pensamos que las personas con enfermedades crónicas deberían hacer y como ahora todos pueden hacer si lo desean. En esos edificios, todo está absolutamente adaptado a la condición del paciente como si estuviese durante un tiempo en un mundo en el cual su enfermedad fuese lo normal."

"No hay duda de que ha habido grandes mejoras en todo lo relacionado con su profesión--medicina, higiene, cirujía, y lo demás--desde mi época."

"Sí," replicó el doctor, "ha habido grandes mejoras en dos sentidos--negativo y positivo--y el más importante de los dos es quizá el sentido negativo, que consiste en la desaparición de las condiciones hostiles para la salud, que los médicos anteriormente tenían que combatir con pocas posibilidades de éxito en muchos casos. Por ejemplo, ahora han pasado dos generaciones enteras desde que la garantía de igual manutención para todos situó a las mujeres en posición de independencia económica y consiguientemente de completo control de sus relaciones con los hombres. Comprenderás fácilmente cómo, como resultado de ésto, las impurezas de la sífilis han sido eliminadas hace mucho tiempo de la sangre de la humanidad. La prevalencia universal, que dura ya tres generaciones, de las más limpias y refinadas condiciones de vivienda, vestido, calefacción, y modo de vida en general, con el mejor tratamiento disponible para todos en caso de enfermedad, han puesto fin prácticamente--de hecho podría decir completamente--a la cimosis y otras enfermedades contagiosas. Para completar la historia, añade a estas mejoras en las condiciones higiénicas de la gente la cultura física sistemática y universal que es una parte de la formación de la juventud, y luego, como colofón, piensa en el efecto de la rehabilitación física--casi podrías llamarlo la segunda creación de la mujer en un sentido corporal--la cual ha purificado y energizado el flujo de la vida desde sus fuentes."

"Realmente, doctor, debo decir que, sin ir más allá, ha razonado su profesión a partir de sus ocupaciones."

"Bien puedes decirlo de ese modo," replicó el doctor. "El progreso de los inventos y mejoras ocurrido desde tu época ha mejorado varias veces la situación de los doctores en relación a sus antiguas ocupaciones, justo como ha ocurrido con todas las demás clases de trabajadores, pero sólo para abrir nuevos y más elevados campos de un mejor trabajo.

"Quizá," resumió mi acompañante, "un factor negativo en la mejora de las condiciones médicas e higiénicas, más importante que cualquiera que haya mencionado, es el hecho de que la gente ya no está en un estado de ignorancia en lo que a sus propios cuerpos se refiere, como parece que estaban antiguamente. El progreso del conocimiento a ese rspecto se ha mantenido acorde con la marcha de la cultura universal. Es evidente, por lo que leemos, que incluso las clases cultas de tu época no pensaban que hubiese que avergonzarse por estar completamente desinformadas en cuanto a la fisiología y las condiciones normales para la salud y la enfermedad. Parecía que habían dejado sus intereses físicos en manos de los doctores, con un espíritu muy parecido a la resignación cínica con la cual le daban el cuidado de su alma al clero. Hoy en día se pensaría que sería ridículo un sistema educativo que no impartiese un conocimiento suficiente sobre los principios generales de la fisiología, higiene, y medicina, para hacer que una persona sea capaz de tratar cualquier perturbación física corriente sin recurrir a un médico. Quizá no sea demasiado decir que hoy en día todos conocen tanto sobre el tratamiento de las enfermedades como una gran proporción de los miembros de la profesión médica de tu época. Como puedes fácilmente suponer, esta es una situación que, incluso aparte de la mejora general de la salud, haría que la gente fuese capaz de seguir con un único médico donde antiguamente hacían negocio veinte de ellos. Nosotros los doctores somos meramente especialistas y expertos en asuntos sobre los cuales todo el mundo debe tener bases sólidas de conocimiento. Cuando nos llaman, es en realidad únicamente para consulta, por usar una frase de la profesión de tu época, siendo las otras partes implicadas el paciente y sus amigos.

"Pero de todos los factores del avance de la ciencia médica, uno de los más importantes ha sido la desaparición del sectarismo, ampliamente resultante de las mismas causas, morales y económicas, que lo expelieron de la religión. Apenas necesitas que te recuerde que en tu época la medicina, junto a la teología, eran las ramas del conocimiento que más sufrían la entumecedora influencia de las escuelas dogmáticas. Parece haber sido casi tan fanática en cuanto a la ciencia de curar el cuerpo como en cuanto a curar el alma, y su influencia para desanimar el pensamiento original y retardar el progreso era igual en un campo que en el otro.

"En realidad no hay condiciones que limiten la carrera de los médicos. La educación médica es la más completa posible, pero los métodos de la práctica se dejan a doctor y paciente. Se supone que personas tan cultas como nosotros somos tan competentes para elegir el tratamiento para nuestros cuerpos como para elegir el de nuestras almas. El progreso en la ciencia médica que ha resultado de esta completa independencia y libertad de iniciativa en lo que al médico respecta, estimulada por la crítica y el aplauso de unas personas totalmente capacitadas para juzgar los resultados, no tiene precedente. No sólo se han alcanzado innumerables logros y se han descubierto principios radicalmente nuevos en la específica aplicación de las artes preventivas y curativas, sino que hemos hecho avances hacia un conocimiento del misterio fundamental de la vida, en lo cual habría sido considerado casi sacrílego soñar en tu época. En cuanto al dolor, sólo lo permitimos por sus indicaciones sintomáticas, y únicamente en tanto en cuanto necesitemos su guía en el diagnóstico."

"Entiendo, sin embargo, que no han abolido la muerte."

"Te aseguro," dijo el doctor riéndose, "que si por casualidad alguien encontrase el secreto de eso, la gente le atacaría en grupo y quemaría la fórmula. ¿Supones que queremos estar aquí encerrados para siempre?"


"¿CÓMO PUDIMOS?"

Aplicándome otra vez al estudio del panorama que se movía bajo nosotros, comenté de inmediato al doctor que debíamos de estar casi por encima de lo que antiguamente se llamaba Brighton, un suburbio de la ciudad donde se entregaban principalmente los animales vivos destinados al abastecimiento de comida de la ciudad.

"Veo que los viejos establos ya no están," dije. "Sin duda tienen cosas mejores. Por cierto, ahora que todo el mundo es rico, y puede permitirse la mejor carne, imagino que abastecer un gran ciudad con carne fresca debe de ser un problema mucho más difícil que en mi época, cuando los pobres podían consumir muy poca carne, y de la peor clase."

El doctor miró a un lado del vehículo durante unos instantes antes de responder.

"Entiendo," dijo, "que no has hablado con nadie sobre este punto, hasta ahora."

"Vaya, creo que no. No se me había ocurrido hasta ahora."

"Mejor así," dijo el doctor. "Ya ves, Julian, en la transformación habida en las costumbres y hábitos de pensamiento y estándares de salud desde tu época, era casi inevitable que ocurriese que en algunos casos los cambios viniesen acompañados de un sentimiento de clara repugnancia contra las prácticas anteriores. Casi no sé cómo expresarme, pero me alegro de que hayas hablado primero conmigo sobre este asunto."

Una luz me iluminó, y de pronto resaltó el significado de numerosas observaciones a medio digerir que había hecho previamente.

"¡Ah!" exclamé, "quiere decir que ya no comen carne de animales."

"¿Es posible que no lo hayas adivinado? ¿No habías notado que no te ofrecían semejante comida?"

"El hecho es," repliqué, "que la cocina es tan diferente de la de mi época en todos los aspectos, que había abandonado todo intento de identificar nada. Pero ciertamente no he echado de menos ningún sabor al que estuviese acostumbrado, aunque me han deleitado una gran cantidad de sabores novedosos."

"Sí," dijo el doctor, "en vez de uno o dos procesos rudimentarios heredados de los hombres primitivos, mediante lo cuales vosotros preparábais la comida y obteníais sus cualidades, nosotros tenemos un gran número y variedad. Dudo que hubiese algún sabor que tuvieseis vosotros que no reproduzcamos nosotros, además del gran número de sabores nuevos descubiertos desde tu época."

"¿Pero cuándo se dejaron de utilizar animales como comida?"

"Poco después de la gran Revolución."

"¿Qué causó el cambio? ¿Era una convicción acerca de que la salud se vería favorecida evitando la carne?"

"No parece haber sido ese motivo el que principalmente condujo al cambio. Indudablemente, el abandono de la costumbre de comer animales, por la cual heredábamos todas sus enfermedades, ha tenido algo que ver con la gran mejora física de la humanidad, pero aparentemente la gente no abandonó el consumo de animales principalmente por la salud, no más que los caníbales en tiempos más antiguos abandonaron el consumo de sus semejantes por esa razón. Fue, por supuesto, hace muchísimo tiempo, y no había quizá otra cosa que se practicase en el anterior orden que parezca haber hecho que la gente se sintiese tan avergonzada, inmediatamente después de dejar de practicarla. Esta es sin duda la razón por la cual encontramos tan escasa información, en los libros de historia del periodo, en lo que se refiere a las circunstancias del cambio. Parece, sin embargo, que no hay duda de que el abandono de la costumbre fue principalmente un efecto de la gran ola de sentimiento humano, la pasión de lástima y remordimiento por todo sufrimiento--en una palabra, el impulso de ternura--que era en realidad el gran poder moral que había tras la revolución. Como era de esperar, este estallido no afectó meramente a las relaciones de los hombres con los hombres, sino igualmente a sus relaciones con el mundo de seres que tienen sentidos. El sentimiento de hermandad, el sentimiento de solidaridad, se hizo valer no meramente hacia hombres y mujeres, sino igualmente hacia los compañeros más humildes de nuestra vida en la tierra y con los que compartimos el destino de ésta, los animales. La nueva y vívida luz arrojada sobre los derechos y deberes de los hombres, puso en evidencia e hizo reconocer los derechos de los órdenes inferiores de seres. Un sentimiento contrario a la crueldad con los animales de todo género había estado creciendo en los países civilizados, y formó una característica distintiva del suavizamiento general de las actitudes, que condujo a la Revolución. Este sentimiento se transformó entonces en entusiasmo. La nueva noción de nuestra relación con los animales apelaba al corazón y cautivaba la imaginación de la humanidad. En vez de sacrificar las especies más débiles para nuestro uso o placer, sin consideración hacia su bienestar, comenzó a verse que más bien deberíamos, como hermanos mayores en la gran familia de la Naturaleza, ser, en la medida de lo posible, guardianes y auxiliadores de los órdenes más débiles cuyo destino está en nuestras manos y para quienes somos como dioses. ¿No ves, Julian, cómo la prevalencia de este nuevo punto de vista pudo haber pronto llevado a la gente a considerar que comerse a sus semejantes los animales era una práctica horrible, casi igual que el canibalismo?"

"Desde luego, esto se entiende muy fácilmente. De hecho, doctor, no debe suponer que mis contemporáneos estaban totalmente desprovistos de todo sentimiento sobre este asunto. Mucho antes de que se soñase con la Revolución, había muchísimas personas que yo conocía que ponían serios reparos a comer carne, y quizá la mayor parte de las personas refinadas no carecían de remordimientos de conciencia en diversos momentos en relación con la práctica. El problema era que realmente parecía que no se podía hacer nada. Era justo igual que con nuestro sistema económico. Las personas humanitarias generalmente admitían que era muy malo y brutal, y aun así muy pocos podían ver con claridad que el mundo iba a reemplazarlo. Su gente parece haber tenido éxito al perfeccionar una cocina sin el uso de carne, y admito que en todos los sentidos es más satisfactoria que la nuestra, pero no puede imaginarse cuán absolutamente imposible se consideraba que era la idea de vivir sin el uso de comida animal, en mi época, cuando hasta ese momento no se había sugerido nada concreto para tomar su lugar, que ofreciese alguna gratificación razonable, en alguna medida, para el paladar, aunque sirviese como alimento."

"Puedo imaginarme la dificultad hasta cierto punto. Era, como dices, como lo que obstaculizó durante tanto tiempo el cambio de los sistemas económicos. La gente no podía comprender con claridad lo que iba a tomar su lugar. Mientras la boca de uno está llena de un sabor, es difícil imaginar otro. Esa falta de imaginación constructiva por parte de la masa es el obstáculo que ha habido a la hora de eliminar todo antiguo mal, e hizo necesaria una ola de fuerza revolucionaria para hacer el trabajo. Semejante ola de sentimientos como la que he descrito era necesaria en este caso para acabar con el hábito inmemorial de comer carne. Tan pronto como la nueva actitud de la mente humana eliminó su gusto por la carne, y hubo una demanda que tenía que satisfacerse mediante algún otro y adecuado tipo de comida, parece que se satisfizo sin demora."

"¿Cuál fue la fuente de suministro?"

"Por supuesto," replicó el doctor, "principalmente proveniente del mundo vegetal, aunque de ningún modo completamente. Nunca había habido ningún serio intento anterior para averiguar cuáles eran de hecho sus posibilidades de aprovisionamiento como comida, todavía menos para averiguar lo que podría hacerse mediante el tratamiento científico. Ni, en tanto en cuanto no hubiese objeción para matar algún animal y beneficiarse sin problemas de sus experimentos, era probable que lo hubiese. Los ricos vivían principalmente de carne. En cuanto a las clases trabajadoras, que siempre habían extraído su vigor principalmente de vegetales, nadie de las clases influyentes se preocupó de hacer que la suerte de aquellas fuese más agradable. Ahora bien, sin embargo, todos de común acuerdo comenzaron a preguntarse qué tipo de mesa podría proveer la Naturaleza para los hombres que habían abjurado del asesinato.

"Justo como el tosco y sencillo método de la esclavitud, primero esclavitud con cadenas y luego esclavitud con salario, había evitado, en tanto prevaleció, que los hombres tratasen de reemplazar su tosca conveniencia por un sistema industrial científico, así del mismo modo la tosca conveniencia de la carne como comida había evitado hasta ese momento que los hombres hiciesen una seria búsqueda de los recursos comestibles de la Naturaleza. El retraso a este respecto se explica mejor por el hecho de que la preparación de comida, considerando que la manera de realizarla es como una ocupación, había sido la menos progresista de todas las artes de la vida."

"¿Qué quiere decir?" repliqué. "¿La menos progresista de las artes? ¿Por qué?"

"Porque siempre se había realizado como una industria casera aislada, y como tal, se había dejado principalmente en manos de los sirvientes o las mujeres, que en tiempos anteriores eran la clase más conservadora y fiel a las costumbres, de las comunidades. Las reglas del arte de cocinar habían sido transmitidas con pocos cambios en lo esencial desde que la mujer del arcaico cuidador indo-europeo de ganado le preparaba la comida.

"Ahora bien, resulta muy dudoso saber cuánto hubiese tardado en tener éxito la sublevación contra la comida animal si se hubiese dejado que la cocinera de una familia corriente, sea esposa o contratada, intentase resolver por sí misma en su propia cocina el problema de abastecer una mesa con un sustituto satisfactorio de la carne. Pero gracias al polifacético caracter de la gran Revolución, la coyuntura del momento en el cual el crecimiento del sentimiento humanitario creó una sublevación contra la comida animal coincidió con la completa crisis del servicio doméstico y la demanda de las mujeres de una vida con mayores horizontes, hechos que obligaron a que apareciesen negocios cooperativos para abastecer y preparar comida, y su transformación en una rama del servicio público. Así ocurrió que tan pronto como las personas, perdiendo su apetito por las criaturas que eran sus prójimos, comenzaron a preguntarse seriamente qué otra cosa podría comerse, ya estaba siendo organizado un gran departamento gubernamental al mando de todo el talento científico de la nación, y respaldado por los recursos del país, con el propósito de resolver la cuestión. Y es fácil creer que ninguno de los departamentos estaba estimulado en sus esfuerzos por un interés público más entusiasta que el que tenía a su cargo la preparación del nuevo menú nacional. Estas eran las condiciones que había estado esperando la alimentación desde los comienzos de la humanidad, para convertirse en ciencia.

"En primer lugar, los materiales comestibles y los métodos de prepararlos que de hecho existían, y se utilizaban en los diversos países, fueron, por primera vez en la historia, reunidos y recopilados. En presencia de la cosmopolita variedad y extensión del menú internacional presentado de este modo, cada cocina nacional fue convicta de haberse llevado hasta el momento de un modo rutinario. Era evidente que en ninguna otra cosa habían sido más provinciales las naciones, habían tenido más estúpidamente prejuicios contra el aprendizaje las unas de las otras, como en asuntos de comida y cocina. Se descubrió, como los viajeros observadores siempre habían sido conscientes de ello, que cada nación y país, a menudo cada provincia, tenía media docena de secretos gastronómicos que nunca habían cruzado la frontera, o en el mejor de los casos habían hecho breves excursiones.

"Bien merece la pena mencionar, de pasada, que la recopilación de este menú internacional fue sólo un ejemplo de las innumerables maneras en las cuales las naciones, tan pronto como el nuevo orden puso fin a los viejos prejuicios, comenzaron a tomar prestado y adoptar a diestro y siniestro lo mejor de las ideas e instituciones de cada cual, para el gran enriquecimiento general.

"Pero la organización de un sistema científico de alimentación no cesó con la utilización de materiales y métodos ya existentes. Los botánicos y los químicos emprendieron a continuación la búsqueda de nuevos materiales comestibles y nuevos métodos para prepararlos. Inmediatamente se descubrió que de los productos naturales susceptibles de ser usados como comida por el hombre, sólo una minúscula proporción había sido utilizada alguna vez; únicamente aquellos, e incluso entre éstos sólo una pequeña parte, que se prestaban rápidamente a los procesos singulares primitivos a través de los cuales la humanidad había intentado preparar comida hasta ese momento--a saber, la aplicación de calor seco o húmedo. A esto, se añadieron ahora muchos otros procesos sugeridos por la química, con efectos que a nuestros antepasados les parecieron tan deliciosos como novedosos. Hasta entonces había ocurrido con la ciencia de cocinar como con la metalurgia cuando el simple fuego era su único método.

"Está escrito que los hijos de Israel, al practicar una dieta vegetal a la fuerza en el desierto, añoraban las ollas con carne de Egipto, y probablemente con buenas razones. La experiencia de nuestros antepasados parece haber sido a este respecto bastante diferente. Parecería que los sentimientos con los cuales, tras un muy breve periodo, miraron atrás a las ollas de carne que habían dejado tras ellos, se vieron cargados de un sentimiento totalmente opuesto al pesar. Hay una divertida tira cómica de la época, que sugiere lo breve que fue el tiempo que les llevó descubrir qué cosa tan buena habían hecho para sí mismos al decidir prescindir de los animales. La tira, según recuerdo, tiene dos partes. La primera parte muestra a la Humanidad, tipificada por una figura femenina contemplando un grupo de animales que consta del buey, la oveja, y el cerdo. La cara de ella expresa el más profundo remordimiento, mientras exclama llena de lágrimas, '¡Pobrecillos!' ¿Cómo pudimos llegar a comeros?' La segunda parte reproduce el mismo grupo, con el encabezamiento 'Cinco Años Después'. Pero aquí el remordimiento de la Humanidad mientras contempla a los animales no expresa contricción o autoreproche, sino asco y aborrecimiento, mientras exclama en casi idénticos términos, pero muy diferente énfasis, '¿Cómo pudimos?'"


QUÉ FUE DE LAS GRANDES CIUDADES.

Continuando muestra marcha en dirección oeste, hacia el interior, habíamos ido dejando atrás gradualmente las partes de la ciudad más densamente pobladas, si de hecho alguna porción de estas modernas ciudades, en las cuales cada hogar está dentro de su propio vallado, puede decirse que esté densamente poblada. Las arboledas y los prados y grandes bosques se habían hecho numerosos, y los pueblos aparecían a intervalos frecuentes. Estábamos en el campo.

"Doctor," dije, "recuerde que resulta que he visto la vida del siglo veinte sólo en la ciudad principalmente. Si la vida del campo ha cambiado desde mi época tanto como la vida de la ciudad, será muy interesante conocerla de nuevo. Cuénteme algo sobre ello."

"Hay pocos aspectos, supongo," replicó el doctor, "en los cuales el efecto de la nacionalización de la producción y distribución sobre las bases de la igualdad económica haya obrado una mayor transformación que en las relaciones de la ciudad y el campo, y es raro que no hayamos tenido la ocasión de hablar de esto anteriormente."

"La vez anterior que estuve en el mundo de los vivos," dije, "la ciudad estaba devorando el campo rápidamente. ¿Ha continuado ese proceso, o posiblemente se ha invertido?"

"Indudablemente lo segundo," replicó el doctor, "como de hecho verás inmediatamente que debe haber sido el caso, cuando consideres que el enorme crecimiento de las grandes ciudades del pasado era por entero una consecuencia económica del sistema del capitalismo privado, con su necesaria dependencia de la iniciativa individual, y el sistema competitivo."

"Esa es una idea nueva para mi," dije.

"Creo que la encontrarás muy obvia tras una reflexión," replicó el doctor. "Bajo el capitalismo privado, ya ves, no había sistema público o gubernamental para la organización del esfuerzo productivo y la distribución de sus resultados. No había maquinaria general y constante para reunir a productores y consumidores. Todos tenían que buscarse su ocupación y manutención por su propia cuenta, y el éxito dependía de si encontraban una oportunidad para dar su trabajo o posesiones a cambio de posesiones o trabajo de otros. Para este propósito, el mejor lugar, desde luego, era donde hubiese mucha gente que asimismo quisiese comprar o vender su trabajo o productos. Consecuentemente, cuando, debido bien sea a un accidente o a un cálculo, una masa de personas se concentraba en un lugar, otras acudían a él, porque cada una de tales agregaciones hacía del lugar un mercado donde, debido simplemente al número de personas que deseaban comprar y vender, podían encontrarse mejores oportunidades para el intercambio que donde había menos personas, y cuanto mayor era el número de personas, mayores y mejores eran las facilidades para el intercambio. La ciudad que comenzaba de esta manera, cuanto mayor se hacía, más rápido era probable que creciese por la misma lógica que explicaba su primer crecimiento. El trabajador iba allí para encontrar el mayor y más estable mercado para su músculo, y el capitalista--que, siendo un director de la producción, deseaba el mayor y más estable mercado laboral--también se iba allí. El comerciante capitalista iba allí para encontrar el mayor grupo de consumidores de sus productos en el menor espacio.

"Aunque al principio las ciudades se levantaban y crecían, principalmente a causa de las facilidades de intercambio entre sus propios ciudadanos, aun así inmediatamente el resultado de la superior organización de facilidades de intercambio las hacía centros de intercambio para los productos del campo que había a su alrededor. De este modo, quienes vivían en las ciudades no sólo tenían grandes oportunidades para hacerse ricos abasteciendo las necesidades de la densa población residente, sino que eran capaces también de recaudar un tributo sobre los productos de la gente del campo que había alrededor, obligando a que esos productos pasasen por sus manos de camino a los consumidores, aunque los consumidores, como los productores, vivían en el campo, y podían ser el vecino de al lado.

"A su debido tiempo," prosiguió el doctor, "esta concentración de riqueza material en las ciudades llevó a una concentración allí de todos los servicios superiores, refinados, placenteros, y lujosos de la vida. No sólo acudían a las ciudades los trabajadores manuales como a un mercado donde podían intercambiar mejor su trabajo por el dinero de los capitalistas, sino que las clases profesionales y las ilustradas iban allí con el mismo propósito. Los abogados, los pedagogos, los doctores, los grandes escritores, y los hombres de especiales habilidades de cada rama, iban allí como al mejor lugar para encontrar a los empleadores más ricos y más numerosos para sus talentos, y para hacer sus carreras.

"Y de igual manera todos los que vendían placer--los artistas, los actores, los cantantes, sí, y las cortesanas también--acudían a las ciudades por la misma razón. Y los que deseaban placer y tenían riqueza para comprarlo, los que querían disfrutar de la vida, bien a través de sus gratificaciones burdas o bien a través de las refinadas, seguían a los que suministraban placer. Y, finalmente, los ladrones y atracadores, y los que eran preeminentes en las malvadas artes de vivir a costa de sus semejantes, seguían a la muchedumbre a las ciudades, que les ofrecía también el mejor campo para sus talentos. Y así las ciudades se hicieron grandes vorágines, que arrastraban hacia sí todo lo más rico y lo mejor, y también todo lo más vil, de todo el país.

"Tal era, Julian, la ley de la génesis y crecimiento de las ciudades, y era, por consecuencia necesaria, la ley de la contracción, decadencia, y muerte del campo y de la vida del campo. Sólo era necesario que la era del capitalismo privado en América durase lo suficiente para que los distritos rurales se redujesen a lo que eran en los días del Imperio Romano, y de cada imperio que alcanzase pleno desarrollo--a saber, regiones de donde todo el que podía escapar se había ido a buscar su fortuna a las ciudades, dejando únicamente una población de siervos y capataces.

"Para hacer justicia a tus contemporáneos, ellos mismos parecían comprender que el hecho de que el campo fuese engullido por la ciudad no era buena señal para la civilización, y aparentemente se habrían alegrado de encontrar una cura para ello, pero fracasaron por completo en observar que, como era el efecto necesario del capitalismo privado, sólo podría remediarse aboliéndolo."

"¿Exactamente cómo actúa," dije, "la abolición del capitalismo privado y su sustitución por un sistema de economía nacionalizada, para detener el crecimiento de las ciudades?"

"Aboliendo la necesidad de mercados para el intercambio de trabajo y artículos," replicó el doctor. "Las facilidades de intercambio organizadas en las ciudades bajo los capitalistas privados se hicieron completamente superfluas y no pertinentes, debido a la organización nacional de la producción y distribución. La producción del país ya no era organizada o distribuída a través de las ciudades, excepto si era producida o consumida allí. La calidad de los artículos proporcionados en todos los lugares, y la medida del servicio industrial que se requería de todos, era la misma. Habiendo la igualdad económica suprimido rico y pobre, la ciudad dejó de ser un lugar donde pudiese disfrutarse o desplegarse un lujo mayor que en el campo. La provisión de empleo y la manutención en términos de igualdad para todos, eliminó las ventajas de la concentración como una ayuda para ganarse la vida. En una palabra, ya no había ningún motivo que llevase a una persona a preferir la vida de la ciudad a la del campo, si no le gustaban las muchedumbres, dada su aglomeración. Bajo estas circunstancias no te resultará extraño que el crecimiento de las ciudades cesase, y que su despoblación comenzase desde el momento en que los efectos de la Revolución se hicieron evidentes."

"¡Pero todavía tienen ciudades!" exclamé.

"Ciertamente--esto es, tenemos localidades donde la población todavía es más densa que en otros lugares. Ninguna de las grandes ciudades de tu época se ha extinguido, pero sus poblaciones no son sino pequeñas fracciones de lo que eran."

"Pero Boston es ciertamente una ciudad que tiene un aspecto mucho mejor que en mi época."

"Todas las ciudades modernas son mucho más magníficas y limpias en todos los sentidos que sus predecesoras, e infinitamente más adecuadas para que las personas vivan en ellas, pero para hacer que sean así, fue necesario deshacerse de la población excedente. Hoy hay en Boston quizá un cuarto de la población que vivía en los mismos límites del Boston de tu época, y eso es simplemente porque había cuatro veces más población dentro de esos límites, que la que podía ser alojada y dotada de entornos consistentes con la idea moderna de vida saludable y agradable. Nueva York, habiendo estado mucho más poblada que Boston, ha perdido un proporción todavía mayor de su antigua población. Si visitases la isla de Manhattan imagino que tu primera impresión sería que el Central Park de tu época se ha extendido desde Battery hasta el río Harlem, aunque de hecho el lugar está bastante densamente construído conforme al concepto moderno, unas doscientas cincuenta mil personas viven allí entre arboledas y fuentes."

"¿Y dices que esta asombrosa despoblación tuvo lugar inmediatamente después de la Revolución?"

"Comenzó entonces. La única manera en la cual las inmensas poblaciones de las viejas ciudades podía ser apiñada en espacios tan pequeños, era empaquetándolas como sardinas en casas de pisos. Tan pronto como se estableció que todos deberían tener realmente e igualmente buenas viviendas, de aquí se seguía que las ciudades debían perder la mayor parte de su población. Ésta tenía que ser dotada de casas en el campo. Por supuesto, un trabajo tan inmenso no pudo culminarse instantáneamente, pero se procedió a él con la mayor celeridad. Además del éxodo de la gente de las ciudades porque no había sitio para ella para vivir decentemente, hubo también un gran flujo de salida de otros que, ahora que la vida en la ciudad había dejado de tener ventajas económicas, fueron atraídos por los encantos naturales del campo; así que puedes ver fácilmente que una de las grandes tareas de la primera década después de la Revolución fue proporcionar hogares en otra parte para los que deseaban dejar las ciudades. La tendencia a irse al campo continuó hasta que en las ciudades, habiendo sido vaciadas de su exceso de población, fue posible hacer cambios radicales en su ordenamiento. Una gran proporción de los viejos edificios y todos los antiestéticos, elevados, e inartísticos fueron demolidos y reemplazados con estructuras de estilo bajo, ancho, espacioso, adaptado a los nuevos modos de vida. Parques, jardines, y amplios espacios se multiplicaron por todas partes y el sistema de tráfico fue modificado de modo que se librasen del ruido y el polvo, y finalmente, en una palabra, la ciudad de tu época fue transformada en la ciudad moderna. Habiendo sido convertidas de este modo en lugares tan placenteros para vivir como el propio campo, el flujo de salida de población de las ciudades cesó y llegó a establecerse un equilibrio."

"Me parece a mi," observé, "que bajo cualesquiera circunstancias, las ciudades, a cuenta de su mayor concentración de personas, deben de tener unos ciertos servicios públicos mejores que los pueblos pequeños, porque naturalmente tales comodidades son menos caras donde hay que abastecer a una población más densa."

"En cuanto a eso", replicó el doctor, "si una persona desea vivir en algún remoto lugar lejos de sus vecinos, tendrá que aguantar ciertos inconvenientes. Tendrá que traer sus suministros desde el almacén público más cercano y renunciar a varios servicios públicos disfrutados por los que viven más cerca unos de otros; pero para estar de verdad fuera del alcance de estos servicios debe irse bastante lejos. Debes recordar que hoy en día los problemas de comunicación y transporte tanto por medios públicos como privados han sido tan completamente resueltos que los condicionantes de distancia, que eran tan prohibitivos en tu época, hoy no tienen importancia. Los pueblos que están a diez o veinte kilómetros de distancia están tan cerca a efectos de relaciones sociales y administración económica como los distritos contiguos de vuestras ciudades. Sea por su propia cuenta o combinándose en grupo con otras comunidades, los moradores de los pueblos más pequeños disfrutan de instalaciones de toda clase de servicios públicos tan completos como existen en las ciudades. Todos tienen almacenes y cocinas públicos con teléfono y sistemas de entrega, baños públicos, bibliotecas, e institutos de educación superior. En cuanto a la calidad de los servicios y las comodidades proporcionados, son de absolutamente igual excelencia donde quiera que se proporcionen. Finalmente, por teléfono o electroscopio, los habitantes de cualquier parte del país, no importa lo apartados que estén en la profundidad de los bosques o en medio de las montañas, pueden disfrutar del teatro, los conciertos, y los oradores, tan provechosamente como los residentes de las mayores ciudades."


LA REFORESTACIÓN.

Todavía seguíamos avanzando, kilómetro tras kilómetro, legua tras legua, hacia el interior, y todavía la superficie que teníamos bajo nosotros presentaba el mismo aspecto de parque que tenía el entorno inmediato de la ciudad. Todo rasgo natural parecía haber sido idealizado y todo su latente significado resaltado por la amorosa habilidad de algún consumado artista paisajístico, el trabajo del hombre mezclándose con el rostro de la Naturaleza en perfecta armonía. Tales configuraciones de paisaje habían sido habituales en mi época, cuando las grandes ciudades acondicionaban costosos parques, pero nunca había imaginado nada a una escala como esta.

"¿Hasta dónde se extiende este parque?" pregunté por fin. "Parece no tener fin."

"Se extiende hasta el Océano Pacífico," dijo el doctor.

"¿Quiere decir que el trazado de todos los Estados Unidos está hecho así?"

"No precisamente así, de ningún modo, sino de un centenar de modos diferentes conforme a las sugerencias naturales de la superficie del campo y el modo más efectivo de cooperar con ellas. En esta región, por ejemplo, donde hay pocos rasgos naturales destacados, el mejor efecto a obtener era el de un paisaje risueño, pacífico con tanta diversificación en el detalle como fuese posible. En las regiones montañosas, por el contrario, donde la Naturaleza ha proporcionado efectos que el arte del hombre no puede intensificar, el método ha sido dejar todo absolutamente como la Naturaleza lo dejó, sólo proporcionando las mayores facilidades para viajar y para la observación. Cuando visites las Montañas Blancas o las Colinas de Berkshire, encontrarás, imagino, que sus pendientes son más frondosas, sus torrentes más salvajes, sus bosques tienen árboles más altos y son más sombríos, que hace cien años. Las únicas evidencias del trabajo del hombre que pueden encontrarse allí son las calzadas que atraviesan cada desfiladero y coronan cada cumbre, poniendo al alcance del viajero cada pedacito salvaje, escarpado, o hermoso de la Naturaleza."

"En lo que a bosques se refiere, no será necesario que visite las montañas para percibir que los árboles son no sólo mucho más altos por regla general, sino que hay muchísimos más que antaño."

"Sí," dijo el doctor, "sería raro que no hubieses notado esa diferencia en el paisaje. Se dice que hay cinco o diez árboles hoy en día donde había uno en tu época, y una buena parte de los que ves ahí abajo tienen de setenta y cinco a cien años de edad, datan de la reforestación."

"¿Qué fue la reforestación?" pregunté.

"Fue la restauración de los bosques tras la Revolución. Bajo el capitalismo privado, la codicia o la necesidad de los individuos había conducido a una situación en la cual los bosques estaban tan arrasados que los ríos se habían reducido en gran medida y el país estaba constantemente afectado por la sequía. Tras la Revolución, se vio que una de las cosas más urgentes que había que hacer era reforestar el país. Por supuesto, a las nuevas plantaciones les ha llevado mucho tiempo llegar a la madurez, pero creo que hace unos veinticinco años que el plan de bosques alcanzó su pleno desarrollo y desaparecieron los últimos vestigios de los antiguos destrozos."

"¿Sabe," dije de inmediato, "que hay un rasgo que se echa en falta en el paisaje, que me impresiona tanto como cualquiera de los que presenta?"

"¿Qué se echa en falta?"

"El henar."

"¡Ah! sí, no me asombra que lo eches en falta," dijo el doctor. "¿Entiendo que en tu época el heno era la cosecha principal de Nueva Inglaterra?"

"Definitivamente, así era," repliqué, "y ahora supongo que no tienen uso para el heno en absoluto. ¡Dios mío, en qué multitud de importantes maneras debe de haber afectado a las ocupaciones e intereses humanos el hecho de que los animales ya no se utilicen ni para comida ni para trabajar!"

"Sí, en efecto," dijo el doctor, "y siempre para notable mejora de la condición social, aunque pueda sonar ingrato decirlo así. Tomemos el caso del caballo, por ejemplo. Con la desaparición del sirviente del hombre que tanto sufría, para la bien ganada recompensa de éste, primero se hizo posible que los senderos fuesen suaves, permanentes, y estuviesen limpios; el polvo, la suciedad, el peligro, y la incomodidad dejaron de ser necesarios incidentes de un viaje.

"Gracias a la desaparición del caballo, fue posible reducir la anchura de los senderos en la mitad o un tercio, para construirlos de suave hormigón de prado a prado, no dejando que ningún suelo pueda ser perturbado por el viento o el agua, y tales caminos, una vez construídos, perduran como calzadas romanas, y no pueden ser invadidos por la vegetación. Esos senderos, que penetran en cada recoveco y cada rincón del país, junto con los motores eléctricos, han hecho que el viajar sea un lujo tal, que por norma todos hacemos viajes cortos, y cuando el tiempo no apremia, incluso viajes largos, con medios de transporte privados. Si el viaje por tierra hubiese permanecido en las condiciones que estaba cuando dependía del caballo, la invención del vehículo aéreo difícilmente hubiese tentado a la humanidad para tratar a la tierra como hacen los pájaros--meramente como un lugar sobre el que posarse entre vuelos. De hecho, consideramos que da igual si es más placentero deslizarse por el aire o deslizarse por la tierra, siendo el movimiento casi tan veloz, silencioso, y fácil en un caso como en el otro."

"Incluso antes de 1887," dije, "la bicicleta se estaba haciendo tan popular y las posibilidades de la electricidad estaban comenzando a surgir de tal modo, que las personas proféticas empezaron a hablar acerca de que los días del caballo casi habían terminado. Pero se creía que, aunque se prescindiese de él en los caminos, siempre seguiría siendo una necesidad para los múltiples propósitos del trabajo en una granja, y así lo supongo. ¿Qué hay de esto?"


LA AGRICULTURA DEL SIGLO VEINTE.

"Espera un momento," replicó el doctor; "cuando hayamos descendido un poco te daré una respuesta práctica."

"Después de que hubiésemos descendido desde una altitud de quizá unos trescientos metros a unos sesenta, el doctor dijo:

"Mira ahí abajo, a la derecha."

Así lo hice, y vi un gran campo donde se había segado la cosecha. Sobre su superficie se movía una fila de grandes máquinas, tras las cuales emergía la tierra en olas marrones y rígidas. Sobre cada máquina estaba de pie o sentado con actitud tranquila un joven o una joven con todo el aspecto de una persona en una placentera excursión.

"Evidentemente," dije, "estos son arados, pero ¿qué los impulsa?"

"Son arados eléctricos," replicó el doctor. "¿Ves ese cordón que parece una serpiente y que se aleja por el suelo resquebrajado por detrás de cada máquina? Es el cable por el que se suministra la fuerza. Observa aquellos postes a intervalos regulares por encima del campo. Sólo es necesario conectar uno de esos cables a un poste para tener la potencia que, conectada con cualquier clase de máquina agrícola, proporciona energía graduada desde la fuerza de un hombre hasta la de cien caballos, y para guiarlas no se requiere otra fuerza que la que pueden aplicar los dedos de un niño."

Y no sólo esto, sino que además me explicó que por este sistema de cables flexibles de todos los tamaños, la potencia eléctrica se aplicaba no sólo a todas las tareas pesadas hechas anteriormente por animales, sino también a los instrumentos de mano--la azada, la pala, y la horca--con los cuales el granjero de mi época tenía que doblar su espada, no importa la potencia caballar con que contase. No había, de hecho, herramienta, por más pequeña que fuese, me explicó el doctor, que se usase en agricultura o en cualquier otro oficio, a la cual no pudiese aplicarse este motor, dejando para el trabajador únicamente el ajuste y el manejo del instrumento.

"Con una de nuestras palas," dijo el doctor, "un muchacho inteligente puede excavar una zanja o plantar un kilómetro de patatas más rápido que una cuadrilla de hombres en tu época, y sin más esfuerzo que el que usaría para rodar una carretilla."

Me habían dicho varias veces que, en el presente, el trabajo en la granja era considerado tan deseable como cualquier otra ocupación, pero, con mis impresiones acerca de lo peculiarmente árdua que es la tarea del que trabaja la tierra, no había sido capaz de comprender cómo esto podía ser así realmente. Empezó a parecer posible.

El doctor sugirió que quizá me gustaría aterrizar e inspeccionar algo de cómo estaba dispuesta una granja moderna, y asentí con alegría. Pero primero se aprovechó de nuestra elevada posición para señalar la red de vías por la cual se hacía todo el transporte de la granja y a través de la cual las cosechas recogidas podían, si se deseaba, ser enviadas directamente, sin otra manipulación, a cualquier punto del país. Habiéndonos apeado de nuestro vehículo, cruzamos el campo hacia el más cercano de los grandes arados, que estaba conducido por una joven de pelo negro delicadamente vestida, ciertamente una figura tal como la de ningún granjero del siglo diecinueve que hubiese visto jamás. Según estaba sentada grácilmente sobre la parte trasera del brillante monstruo metálico, el cual, según avanzaba, rasgaba la tierra con terribles cuernos, no podía sino recordarme a Europa en su toro. Si su prototipo era tan encantador como el de esta joven, Júpiter ciertamente era excusable por ir tras ella.

Según nos aproximábamos, detuvo el arado y nos devolvió el saludo en un tono agradable. Era evidente que me reconoció a primera vista, como, gracias sin duda a la difusión de mi retrato, todos parecían reconocerme. El interés con el cual me consideró, habría sido más adulador si yo no hubiese sido consciente de que se debía totalmente a mi caracter de fenómeno de la naturaleza y en absoluto a mi personalidad.

Cuando le pregunté qué tipo de cosecha esperaban plantar esta temporada, ella contestó que éste era meramente uno de los muchos arados anuales realizado sobre todo terreno para mantenerlo en condiciones.

"Por supuesto, usamos abundantes fertilizantes," dijo ella, "pero consideramos que el suelo es su propio y mejor fertilizante si se mantiene en movimiento."

"No hay duda," dije, "de que el trabajo es el mejor fertilizante para el suelo. Una autoridad tan vieja como Esopo nos enseñó eso en su fábula de 'El Tesoro Enterrado,' pero era un tipo de fertilizante terriblemente caro en mi época si tenía que salir de los músculos de hombres y bestias. Un arado por años era todo lo que podían hacer nuestros granjeros, y eso casi rompía sus espaldas."

"Sí," dijo ella, "he leído cosas acerca de aquellos pobres hombres. Ya ve que ahora es diferente. Así como las mareas suben y bajan dos veces al día, no hablemos de los vientos y cascadas, no hay razón por la cual no deberíamos arar cada día si fuese deseable. Creo que se estima que hoy en día se suministra diez veces más potencia para el trabajo de cada hectárea de terreno que lo que era posible aplicar en otros tiempos."

Pasamos algún tiempo inspeccionando la granja. El doctor explicó los sistemas de drenaje y bombeo mediante los cuales se protegían tanto del exceso como de la falta de lluvia, y me dio la oportunidad de examinar en detalle alguna de las maravillosas herramientas que había descrito, que no requerían prácticamente nada de músculo del trabajador, sólo necesitando la mente que estaba detrás.

Conectado con la granja, había uno de los sistemas de los grandes invernaderos de los que dependía la gente para tener vegetales frescos en invierno, y también lo visitamos. Las maravillas de los cultivos intensivos que vi en esa gran estructura, por supuesto no asombrarían a ninguno de mis lectores, pero a mi, la revelación de lo que podía hacerse con las plantas cuando todas las condiciones de luz, calor, humedad, e ingredientes del suelo están absolutamente controlados, fue una experiencia para no olvidar jamás. Me parecía que me había colado en el mismísimo laboratorio secreto del Creador, y le había encontrado atareado dando forma con manos invisibles al polvo de la tierra y moldeando el invisible aire en formas de vida. Nunca antes había visto plantas creciendo y había considerado que el truco de los malabaristas Indios era una impostura. Pero aquí las vi elevando sus puntas, extendiendo sus capullos, abriendo sus flores mediante movimientos que el ojo podía seguir. Confieso que claramente las oí susurrar.

"En mi época, el cultivo de vegetales en invernadero fuera de estación se había llevado a cabo únicamente para cubrir las demandas de una pequeña clase muy rica. La idea de abastecer a precios moderados a toda la comunidad, conforme a la práctica moderna, desde luego no podía ni soñarse."

Cuando dejamos el invernadero, la tarde se había difuminado y el sol se estaba poniendo. Elevándonos rápidamente hasta una altura donde sus rayos todavía nos calentaban, nos dirigimos a casa.

La más fuerte de todas las impresiones de aquella para mi tan maravillosa tarde, que permanecía allí firmemente fijada en mi mente, era la última--a saber, el perfecto ejemplo que había recibido de la transformación de las condiciones de la agricultura, la gran ocupación básica de la humanidad desde el principio, y la base de todo sistema industrial. Inmediatamente dije:

"Ya que han eliminado tan exitosamente el primero de los dos principales inconvenientes de la ocupación agrícola tal como se conocía en mi época--a saber, su excesiva laboriosidad--no hay duda de que han sabido cómo eliminar el otro, que era el aislamiento, la soledad, la falta de relaciones sociales y oportunidades de cultura social, que incidían en la vida del granjero."

"Nadie haría trabajos agrícolas, ciertamente," replicó el doctor, "si hubiese seguido siendo más solitaria o más laboriosa que otras clases de trabajo. En cuanto al entorno social del agricultor, éste no se encuentra en diferente situación que el artesano o cualquier otra clase de trabajador. Él, como los demás, vive donde le place, y es traído y llevado justo como los demás lo son entre su lugar de residencia y el de su trabajo por las líneas de tráfico veloz que se entretejen a lo largo y ancho de todo el país. Trabajar en una granja ya no implica vivir en una granja, salvo para aquellos a quienes les guste."

"Una de las condiciones de la vida del granjero, debido a los cambios de estación," dije, "siempre ha sido la alternancia de trabajo flojo con periodos de especial exigencia, tales como plantar y cosechar, cuando la repentina necesidad de una fuerza laboral multiplicada necesitaba la más severa tensión de esfuerzo durante un tiempo. Esta alternancia de demasiado trabajo con demasiado poco, debo suponer que todavía continúa diferenciando a la agricultura de otras ocupaciones."

"Sin duda," replicó el doctor, "pero esta alternancia, lejos de implicar una derrochadora relajación del esfuerzo o una excesiva tensión sobre el trabajador, proporciona ocasiones de esparcimiento que añaden un especial atractivo a la ocupación agrícola. Las estaciones de siembra y cosecha son, por supuesto, ligeramente diferentes o muy diferentes en los diversos distritos de un país tan extenso como este. El hecho hace posible concentrar sucesivamente en cada distrito un contingente extra de trabajadores traídos de los otros distritos, tan grande como se necesite. Es habitual al cabo de unos pocos días después de que se notifica, enviar cien mil trabajadores extra a una región donde haya una especial demanda temporal de trabajo. La inspiración de estos grandes movimientos de masas es notable, y debe de ser algo así lo que causaba en tu época la movilización y marcha de los ejércitos a la guerra."

Continuamos en silencio nuestro rumbo durante un tiempo por el cielo que se oscurecía.

"Verdaderamente, Julian," dijo el doctor finalmente, "ninguna transformación industrial ha sido tan completa desde tu época, y ninguna seguramente ha afectado a una proporción tan grande de gente, como la que ha habido en la agricultura. Los poetas, antes y después de Virgilio, han reconocido en las actividades y el cultivo de la tierra las condiciones más favorables para una vida serena y feliz. Sin embargo, lo que ellos imaginaban a este respecto ha sido, hasta el presente, burlado por las condiciones reales de la agricultura, que se combinaban para hacer de la suerte del agricultor, del que sustentaba a todo el mundo, la más triste, la más difícil, y la más falta de esperanza, que haya soportado ninguna clase de hombre. Desde el principio del mundo hasta el siglo pasado, el labrador ha sido la figura más patética de la historia. En las épocas de esclavitud, la suya era la clase más baja de esclavo. Después de que desapareciese la esclavitud, la suya seguía siendo la más llena de preocupaciones, la más árdua, y la más desesperante de las ocupaciones. Soportó más que la pobreza del asalariado sin su libertad para despreocuparse, y toda ansiedad del capitalista sin su esperancia de ganancias compensatorias. Por un lado, para su producción era dependiente, como no lo era ninguna otra clase, de los caprichos de la Naturaleza, mientras por otro lado, cuando tenía el producto, estaba más completamente a merced de los intermediarios que cualquier otro productor. Bien podía preguntarse quién tenía menos corazón, si el hombre o la Naturaleza. Si las cosechas se perdían, el granjero perecía; si prosperaban, el intermediario se llevaba la ganancia. Siendo como un amortiguador entre las fuerzas elementales y la sociedad humana, era golpeado por las unas para ser empujado por la otra. Vinculado a la tierra, cayó en una servidumbre de las ciudades casi tan completa como había sido la esclavitud feudal. Por razón de su vida aislada y poco social, era basto, iletrado, no estaba al corriente de la cultura, carecía de oportunidades para la autosuperación, incluso si su amarga faena le dejaba energía o tiempo para ello. Por esta razón los habitantes de las ciudades le miraban por encima del hombro, como perteneciente a un género inferior. En todos los países, en todas las épocas, el pueblerino ha sido considerado objeto de ridiculización por los más patanes habitantes de la ciudad. El proletariado que se moría de hambre sobre el pavimento de la ciudad se burlaba del granjero considerándole un palurdo. Sin voz, no había nadie que hablase por él, y sus rudas, inarticuladas quejas eran recibidas con mofa. Balaam, cuando el asno que montaba le regañó, no se asombró más que las clases dominantes de América parecieron asombrarse cuando los agricultores, hacia el final del siglo diecinueve, empezaron a tener algo que decir sobre el gobierno del país.

"De vez en cuando en el progreso de la historia, la situación del granjero ha sido tolerable durante breves periodos. El "yeoman" de Inglaterra fue una vez, durante un tiempo, alguien con un noble aspecto en el rostro. De nuevo, el granjero americano, hasta mediados del siglo diecinueve, disfrutó de la edad de oro de la agricultura. Entonces, durante un tiempo, producía principalmente para su propio uso y no para vender a los intermediarios, era el más independiente de los hombres y disfrutaba de una ruda abundancia. Pero antes de que el siglo diecinueve hubiese alcanzado su último tercio, la agricultura americana había dejado atrás su breve periodo idílico, y, por el inevitable funcionamiento del capitalismo privado, el granjero comenzó a descender la colina hacia la condición de servidumbre, que en todas las épocas anteriores había sido su estado normal, y lo había de ser para siempre, en tanto la explotación económica del hombre por el hombre continuase. Mientras en un sentido la igualdad económica trajo una bendición igual para todos, dos clases tuvieron una razón especial para saludarla por traerles una mayor elevación desde una más profunda degradación que cualquier otro. Una de esas clases fue las mujeres, la otra los agricultores."