Himno de amor
de Jacinto de Salas y Quiroga


Amour, être de l'être! Amour, âme de l'âme!
Nul homme plus que moi ne vécut de ta flamme!

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Nul ne désira plus dans l'autre âme qu'il aime
de concentrer sa vie en se perdant soi-même.
LAMARTINE.

(12 de Febrero de 1834.)

 En torno del albergue de mis padres
 rueda la noche en curso tenebroso,
 y ni la brisa gime, ni del cielo
 llueve un rayo de luz sobre mis ojos;
 sólo si escucho el eco prolongado
 de la triste campana me repite
 que el tiempo de mi vida está contado.
 
 ¡Hora de paz!... Bastante el sol del día
 bañó de fuego el alma... ¡Ah! Ya me pesa
 inspiración y ardor... Melancolía,
 dame llorar, que la pasión me abrasa.
 
 ¡Llorar, llorar!,Dios santo,
 Yo te bendigo en tu más bello día,
 A ti que diste el llanto
 al mísero poeta,
 y no la pena fría
 que hiere con denuedo,
 sin dar un solo instante
 al corazón amante
 para temblar de miedo.

 ¿Y qué fuera de mí si no llorara?
 ¿Si a los pies de mi amor firme y entera
 el alma se quedara,
 y en lágrimas deshecha no saliera?

 ¡O virgen de mis sueños! Yo te adoro:
 sí, virgen hechicera,
 con tu cabello de oro,
 con tu cuello de cera,
 con tu tierna mirada, más hermosa
 que el clavel o la rosa
 cogida en primavera,
 ¡Yo te adoro!...

 Un desierto contigo, la aspereza
 de la encrespada roca
 que el firmamento toca
 con su informe cabeza,
 el Sahara sin agua ni descanso,
 el Andes con su hielo
 contigo, virgen mía,
 fuera para mí un cielo.
 El aire que tú aspiras,
 las horas que tú cuentas,
 los seres que tú admiras,
 los pechos que atormentas
 y te alaban en coro,
 las veces que suspiras...
 ¡Yo también las adoro!

 Si te miro... te miro cual quien ama;
 si miro más, en lloro
 se convierte la llama,
 que por la vez primera
 el alma mía inflama.
 Si miras hacia mí,
 en lágrimas deshecho
 salirse quiere el pecho
 para elevarse a ti...

 ¡Oh virgen de mis sueños! Yo te adoro:
 sí, virgen hechicera,
 con tu cabello de oro,
 con tu cuello de cera,
 con tu tierna mirada, más hermosa
 que el clavel o la rosa
 cogida en primavera,
 ¡Yo te adoro!...

 Y el sol que te calienta
 un rayo ha desprendido,
 y como la tormenta
 de Bóreas al bramido
 mi pecho ha respondido:
 amor, ¿quién te alimenta?
 ¿Quién? La sola mirada,
 una sonrisa solo
 do se pinta sin dolo
 el pecho de mi amada.

 Amor, ya te venero:
 Padre amor, ¡ah!, perdona
 si he luchado primero
 de ornar con tu corona
 la virgen por quien muero.
 Ya adoro eternamente,
 y tal como el guerrero
 que muere en la pelea
 por vivir en la historia,
 repito tiernamente:
 es mía la victoria.

 La vi, quedé pasmado,
 y dije: «¿Por qué el cielo
 tal ser habrá formado?
 ¿O es un ángel tan solo
 que para mi consuelo
 el Señor me ha mandado?
 ¡Ah! Para solo un día
 es lástima haber hecho
 tan generoso pecho...»
 Y cuando esto decía,
 del amor que me inflama
 la inextinguible llama
 en el alma ya ardía.

 ¡Oh si tú me quisieras cual te adoro!
 Ámame, virgen pura;
 el corazón te jura
 amor, y amor eterno,
 y trágueme el averno
 si mi alma es perjura.
 O virgen de mis sueños, yo te adoro:
 sí, virgen hechicera,
 con tu cabello de oro,
 con tu cuello de cera,
 con tu tierna mirada, más hermosa
 que el clavel o la rosa
 cogida en primavera,
 ¡Yo te adoro!...
 
 ¡Oh! ¡Que me halague el sueño de ventura
 no más que una mañana!
 Y al escuchar el lúgubre gemido
 de la triste campana
 que convide al banquete de mi muerte,
 alabe yo mi suerte,
 y diga, recordando nuestra historia:
 «Sólo existí los días que te he visto,
 sólo existí mientras que tú me amaste,
 y el tiempo de mi gloria
 fue el tiempo en que por mí tú suspiraste».