Glosando a Ronsard y otras rimas

Glosando a Ronsard y otras rimas
de Antonio Machado
XII. Glosando a Ronsard y otras rimas

Un poeta manda su retrato a una bella dama que le había enviado el suyo

     
                 I 
  Cuando veáis esta sumida boca
que ya la sed ni inquieta, la mirada
tan desvalida (su mitad guardada
en viejo estuche, es de cristal de roca)
  la barba que platea y el estrago
del tiempo en la mejilla, hermosa dama,
diréis: ¿a qué  volver sombra por llama,
negra moneda de joyel en pago?
  ¿Y qué esperáis de mí? Cuando a deshora
pasa un alba, yo sé que bien quisiera
el corazón su flecha más certera
  arrancar de la aljaba vengadora.
¿No es mejor saludar la primavera,
y devolver sus alas a la aurora?
                II
  Como fruta arrugada, ayer madura,
o como mustia rama, ayer florida,
y aun menos, en el árbol de mi vida,
es la imagen que os lleva esa pintura.
  Porque el árbol ahonda en tierra dura,
en roca tiene su raíz prendida,
y si al labio no da fruta sabrida,
aun quiere dar al sol la que perdura.
 Ni vos gritéis desilusión, señora,
negando al día ese carmín risueño,
ni, a la manera usada, en el ahora
  pongáis, cual negra tacha, el turbio ceño.
Tomad arco y aljaba— ¡oh cazadora!—,
que ya es el alba: el despertar del sueño.
                III
  Pero si os place amar vuestro poeta,
que vive en la canción, no en el retrato,
¿no encontraréis en su perfil beato
conjuro de su fúnebre careta?
  Buscad del hondo cauce agua secreta,
del campanil que enronquecíó a rebato
la víspera dormida, el timorato
pensado amor en hora recoleta.
  Desdeñad lo que soy; de lo que he sido,
trazad con firme mano la figura:
galán de amor soñado, amor fingido,
  por anhelo inventor de la aventura.
Y en vuestro sabio espejo—luz y olvido—,
algo seré también vuestra criatura.

             '''Esto soñé'''
  Que el caminante es suma del camino,
y en el jardín, junto del mar sereno,
le acompaña el aroma montesino,
ardor de seco henil en campo ameno;
  que de luenga jornada peregrino
ponía al corazón un duro 
freno, para aguardar el verso
adamantino que maduraba el alma en su hondo seno.
  Esto soñé. Y del tiempo, el homicida,
que nos lleva a la muerte o fluye en vano,
que era un sueño no más del adanida.
  Y un hombre vi que en la desnuda mano
mostraba al mundo el ascua de la vida,
sin cenizas el fuego heraclitano.

      '''El amor y la sierra'''
  Cabalgaba por agria serranía,
una tarde, entre roca cenicienta.
El plomizo balón de la tormenta
de monte en monte rebotar se oía.
  Súbito, al vivo resplandor del rayo,
se encabritó, bajo de un alto pino,
al borde de una peña, su caballo.
A dura rienda le tornó al camino.
  Y hubo visto la nube desgarrada,
y, dentro, la afilada crestería
de otra sierra más lueñe y levantada
—relámpago de piedra parecía—.
¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
Gritó: ¡Morir en esta sierra fría!

            '''Pio Baroja'''
  En Londres o Madrid, Ginebra o Roma,
ha sorprendido, ingenuo paseante,
el mismo taedium vitae en vario idioma,
en múltiple careta igual semblante.
  Atrás las manos enlazadas lleva,
y hacia la tierra, al pasear, se inclina;
todo el mundo a su paso es senda nueva,
camino por desmonte o por rüina.
  Dio, aunque tardío, el siglo diecinueve
un ascua de fuego al gran Baroja,
y otro siglo, al nacer, guerra le mueve,
  que enceniza su cara pelirroja.
De la rosa romántica, en la nieve,
él ha visto caer la última hoja.

             ''' Azorín'''
  La roja tierra del trigal de fuego,
y del hablar florido la fragancia,
y el lindo cáliz de azafrán manchego
amó, sin mengua de la lis de Francia.
  ¿Cúya es la doble faz, candor y hastío,
y la trémula voz y el gesto llano,
y esa noble apariencia de hombre frío
que corrige la fiebre de la mano?
  No le pongáis, al fondo, la espesura
de aborrascado monte o selva huraña,
sino, en la luz de una mañana pura,
  lueñe espuma de piedra, la montaña,
y el diminuto pueblo en la llanura,
¡la aguda torre en el azul de España!

          '''Ramón Pérez de Ayala'''  
  Lo recuerdo... Un pintor me lo retrata
no en el lino, en el tiempo. Rostro enjuto,
sobre el rojo manchón de la corbata,
bajo el amplio sombrero; resoluto
  el ademán, y el gesto petulante
—un sí es no es—de mayorazgo en corte;
de bachelor en Oxford, o estudiante
en Salamanca, señoril el porte.
  Gran poeta, el pacífico sendero
cantó que lleva a la asturiana aldea;
el mar polisonoro y el sol de Homero
  le dieron ancho ritmo, clara idea;
su innúmero camino el mar ibero;
su propio navegar, propia Odisea.

'''En la fiesta de Grandmontagne'''
                          ''Leído en el Mesón del Segoviano''.

  Cuenta la Historia que un día,
buscando mejor España,
Grandmontagne se partía
de una tierra de montaña,
de una tierra
de agria sierra.
¿Cuál? No sé. ¿La serranía
de Burgos? ¿El Pirineo?
¿Urbión, donde el Duero nace?
Averiguadlo. Yo veo
un prado en que el negro toro
reposa, y la oveja pace
entre ginestas de oro;
y unos altos, verdes pinos;
más arriba, peña y peña,
y un rubio mozo que sueña
con caminos,
en el aire, de cigüeña,
entre montes de merinos,
con rebaños trashumantes
y «vapores» de emigrantes
a pueblos ultramarinos.
              II
Grandmontagne saludaba
a los suyos, en la popa
de un barco que se alejaba
del triste rabo de Europa.
  Tras de mucho devorar
caminos del mar profundo,
vio las estrellas brillar
sobre la panza del mundo.
  Arribado a un ancho estuario,
dio en la argentina Babel.
El llevaba un diccionario
y siempre leía en él:
era su devocionario.
  Y en la ciudad—no en el hampa—
y en la Pampa
hizo su propia conquista.
  El cronista
de dos mundos, bajo el sol,
el duro pan se ganaba
y, de noche, fabricaba
su magnífico español.
  La faena trabajosa,
y la mar y la llanura,
caminata o singladura,
siempre larga,
diéronle, para su prosa,
viento recio, sal amarga
y la amplia línea armoniosa
del horizonte lejano.
  Llevó del monte la dureza,
calma le dio el oceano
y grandeza;
y de un pueblo americano
donde florece la hombría
nos trae la fe y la alegría
que ha perdido el castellano.
             III
En este remolino de España, rompeolas
de las cuarenta y nueve provincias españolas
—Madrid del cucañista, Madrid del pretendiente—,
y en un mesón antiguo, y entre la poca gente
—¡tan poca!-sin librea, que sufre y que trabaja,
y aun corta solamente su pan con su navaja,
por Grandmontagne alcemos la copa. Al suelo indiano,
ungido de las letras embajador hispano,
ayant pour tout laquais votre ombre seulement,
os vais, buen caballero... Que Dios os dé su mano,
que el mar y el cielo os sean propicios, capitán.


  '''A Don Ramón del Valle-Inclán'''
  Yo era en mis sueños, don Ramón, viajero
del áspero camino, y tú, Caronte
de ojos de llama, el fúnebre barquero
de las revueltas aguas de Aqueronte.
  Plúrima barba al pecho te caía
—yo quise ver tu manquedad en vano—.
Sobre la negra barba aparecía
tu verde senectud de dios pagano.
  Habla, dijiste, y yo: Cantar quisiera
loor de tu Don Juan y tu paisaje,
en esta hora de verdad sincera.
  Porque faltó mi voz en tu homenaje,
permite que en la pálida ribera
te pague en áureo verso mi barcaje.

   '''Al escultor Emiliano Barral'''
  ...Y tu cincel me esculpía
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza,
que es lo español—fantasía
con que adobar la pereza—,
fue surgiendo de esa rosa,
que es mi espejo,
línea a línea, plano a plano,
y mi boca de sed poca,
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver.
                        Madrid 1922
        
          '''A Julio Castro'''
  Desde las altas tierras donde nace
un largo río de la triste Iberia,
del ancho promontorio de Occidente
—vasta lira, hacia el mar, de sol y piedra—,
con el milagro de tu verso, he visto
mi infancia marinera,
que yo también, de niño, ser quería
pastor de olas, capitán de estrellas.
Tú vives, yo soñaba;
pero a los dos, hermano, el mar nos tienta.
En cada verso tuyo
hay un golpe de mar, que me despierta
a sueños de otros días,
con regalo de conchas y de perlas.
Estrofa tienes como vela hinchada
de viento y luz, y copla donde suena
la caracola de un tritón, y el agua
que le brota al delfín en la cabeza.
¡Roncas sirenas en la bruma! ¡Faros
de puerto que en la noche parpadean!
¡Trajín de muelle, y algo más! Tu libro
dice lo que la mar nunca revela:
la historia de riberas florecidas
que cuenta el río al anegarse en ella.
De buen marino, ¡oh Julio!
—no de marino en tierra,
sino a bordo—, bitácora es tu verso,
donde sonríe el norte a la tormenta.
  Dios a tu copla y a tu barco guarde
seguro el ritmo, firmes las cuadernas,
y que del mar y del olvido triunfen,
poeta y capitán, nave y poema.

         '''En tren'''      
        FLOR DE VERBASCO
''A los jóvenes poetas que me honraron con su visita en Segovia''.

  Sanatorio del alto Guadarrama,
más allá de la roca cenicienta
donde el chivo barbudo se encarama,
mansión de noche larga y fiebre lenta,
¿guardas mullida cama,
bajo seguro techo,
donde reposa el huésped dolorido
del labio exangüe y el angosto pecho,
amplio balcón al campo florecido?
¡Hospital de la sierra!...
                                  El tren, ligero,
rodea el monte y el pinar; emboca
por un desfiladero,
ya pasa al borde de tajada roca,
ya enarca, enhila o su convoy ajusta
al serpear de su carril de acero.
Por donde el tren avanza, sierra augusta,
yo te sé peña a peña y rama a rama;
conozco el agrio olor de tu romero,
vi la amarilla flor de tu retama;
los cantuesos morados, los jarales
blancos de primavera; muchos soles
incendiar tus desnudos berrocales,
reverberar en tus macizas moles.
Mas hoy, mientras camina
el tren, en el saber de tus pastores
pienso no más, y—perdonad, doctores—
rememoro la vieja medicina.
¿Ya no se cuecen flores de verbasco?
¿No hay milagros de hierba montesina?

              *
¿No brota el agua santa del peñasco?
Hospital de la sierra, en tus mañanas
de auroras sin campanas,
cuando la niebla va por los barrancos
o, desgarrada en el azul, enreda
sus guedejones blancos
en los picos de la áspera roqueda;
cuando el doctor-sienes de plata—advierte
los gráficos del muro y examina
los diminutos pasos de la muerte,
del áureo microscopio en la platina,
oirán en tus alcobas ordenadas,
orejas bien sutiles,
hundidas en las tibias almohadas,
el trajinar de estos ferrocarriles.
....................................................
  Lejos, Madrid se otea,
Y la locomotora
resuella, silba, humea,
y su riel metálico devora,
ya sobre el ancho campo que verdea.
Mariposa montés, negra y dorada,
al azul de la abierta ventanilla
ha asomado un momento, y remozada,
una encina, de flor verdiamarilla...
Y pasan chopo y chopo en larga hilera,
los almendros del huerto junto al río...
Lejos quedó la amarga primavera
de la alta casa en Guadarrama frío.

'''Bodas de Francisco Romero'''
  Porque leídas fueron
las palabras de Pablo,
y en este claro día
hay ciruelos en flor y almendros rosados
y torres con cigüeñas,
y es aprendiz de ruiseñor todo pájaro,
y porque son las bodas de Francisco Romero,
cantad conmigo: ¡Gaudeamus!
Ya el ceño de la turbia soltería
se borrará en dos frentes ¡fortunati ambo!
De hoy más sabréis, esposos,
cuánto la sed apaga el limpio jarro,
y cuánto lienzo cabe
dentro de un cofre, y cuántos
son minutos de paz, si el ahora vierte
su eternidad menuda grano a grano.
Fundación del querer vuestros amores
—nunca olvidéis la hipérbole del vándalo—
y un mundo cada día, pan moreno
sobre manteles blancos.
De hoy más la tierra sea
vega florida a vuestro doble paso.

'''Soledades a un maestro'''  
      I
No es profesor de energía
Francisco  de Icaza,
sino de melancolía.
       II
De su raza vieja
tiene la palabra corta,
honda la sentencia.
       III
Como el olivar,
mucho fruto lleva,
poca sombra da.
       IV
En su claro verso
se canta. y medita
sin grito ni ceño.
       V
Y en perfecto ritmo
—así a la vera del agua
el doble chopo del río—.
        VI
Sus cantares llevan
agua de remanso,
que parece quieta.
Y que no lo está;
mas no tiene prisa
por ir a la mar.
        VII
Tienen sus canciones
aromas y acíbar
de viejos amores.
Y del indio sol
madurez de fruta
de rico sabor.
       VIII
Francisco de Icaza,
de la España vieja
y de Nueva España,
que en áureo centén
se grabe tu lira
y tu perfil de virrey.

      '''A Eugenio D´Ors'''
  Un amor que conserva y que razona,
sabio y antiguo-diálogo y presencia—,
nos trajo de su ilustre Barcelona;
y otro, distancia y horizonte: ausencia,
que es alma, a nuestro modo, le ofrecimos.
Y él aceptó la oferta, porque sabe
cuánto de lejos cerca le tuvimos,
y cuánto exilio en la presencia cabe.
  Hoy, Xenius, hacia ti, viejo milano
las anchas alas en el aire ha abierto,
y una mata de espliego castellano
  lleva en el pico a tu jardín diserto
—mirto y laureles—desde el alto llano
en donde el viento cimbra el chopo yerto.
                                   ''Avila 1921''
  '''Los sueños dialogados'''	
               I							
  ¡Cómo en el alto llano tu figura
se me parece!... Mi palabra evoca
el prado verde y la árida llanura,
la zarza en flor, la cenicienta roca.
  Y al recuerdo obediente, negra encina
brota en el cerro, baja el chopo al río;
el pastor va subiendo a la colina;
brilla un balcón de la ciudad: el mío,
  el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
la sierra de Moncayo, blanca y rosa...
Mira el incendio de esa nube grana,
  y aquella estrella en el azul, esposa.
Tras el Duero, la loma de Santana
se amorata en la tarde silenciosa.
                  II
  ¿Por qué, decísme, hacia los altos llanos
huye mi corazón de esta ribera,
y en tierra labradora y marinera
suspiro por los yermos castellanos?
  Nadie elige su amor. Llevóme un día
mi destino a los grises calvijares
donde ahuyenta, al caer, la nieve fría
las sombras de los muertos encinares.
  De aquel trozo de España, alto y roque
hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
una mata del áspero romero.
  Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor, cerca del Duero...
¡El muro blanco y el ciprés erguido!
               III
  Las ascuas de un crepúsculo, señora,
rota la parda nube de tormenta,
han pintado en la roca cenicienta
de lueñe cerro un resplandor de aurora.
  Una aurora cuajada en roca fría,
que es asombro y pavor del caminante
más que fiero leòn en claro día,
o en garganta de monte osa gigante,
  Con el incendio de un amor prendido
al turbio sueño de esperanza y miedo,
yo voy hacia la mar, hacia el olvido
  —y no como a la noche ese roquedo,
al girar del planeta ensombrecido—.
No me llaméis, porque tornar no puedo.
              IV
  ¡Oh soledad, mi sola compañía,
oh musa del portento, que el vocablo
diste a mi voz que nunca te pedía!,
responde a mi pregunta: ¿Con quién hablo?
  Ausente de ruidosa mascarada,
divierto mi tristeza sin amigo,
contigo, dueña de la faz velada,
siempre velada al dialogar conmigo.
  Hoy pienso: Este que soy será quien sea;
no es ya mi grave enigma este semblante
que en el íntimo espejo se recrea,
  sino el misterio de tu voz amante,
Descúbreme tu rostro, que yo vea
fijos en mí tus ojos de diamante.

    '''De mi cartera'''   
        I
Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
          II
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia
contando su melodía.
         III
Crea el alma sus riberas;
montes de ceniza y plomo,
sotillos de primavera.
          IV
Toda la imaginería
que no ha brotado del río,
barata bisutería.
         V
Prefiere la rima pobre
la asonancia indefinida.
Cuando nada cuenta el canto,
acaso huelga la rima.
         VI
Verso libre, verso libre...
Líbrate, mejor, del verso
cuando te esclavice.
        VII
La rima verbal y pobre,
y temporal, es la rica.
El adjetivo y el nombre,
remansos del agua limpia,
son accidentes del verbo
en la gramática lírica,
del Hoy que será Mañana,
del Ayer que es Todavía.
                      ''1924''