La madre de un muchacho campesino
ganaba de comer hilando lino,
y el muchacho, grandísimo galopo,
le hurtaba una porción de cada copo.
Juntando las porciones, fue tejiendo
un látigo tremendo,
con la villana idea
de pegar a los chicos de la aldea.
Los ocios del amigo no eran buenos;
la intención, por lo visto, mucho menos.
Diose a pelar la rueca tanta prisa,
que hubo la madre de notar la sisa,
y registrando con afán prolijo
el arca donde el hijo
guardaba con su ropa sus peones,
el látigo encontró de repelones.
Cogiole furibunda,
y al muchacho le dio tan larga tunda,
que a contar de las piernas al cogote,
no le dejó lugar libre de azote,
diciendo, al batanarle de alto a bajo:
¡Mira cómo te luce tu trabajo!
A robar te llevó tu mal deseo,
y con el robo yo te vapuleo.


Siempre verás que el vicio
se labra por sus manos el suplicio.