Hay, según los navegantes,
allá lejos un país,
cuyos pobres habitantes
andan a todos instantes
con sus bienes en un tris.
Ya un espantoso huracán
hace en la cosecha riza,
ya sepultura le dan
las piedras, lava y ceniza
de un repentino volcán.
Los de ilustre jerarquía
y los míseros gañanes,
todos viven entre afanes,
recelando cada día
terremotos y huracanes.
Para auxilio en tales daños,
entrega el común señor
allí a cada morador,
ya desde sus tiernos años,
una joya de valor.
Y tales prodigios obra
la joya a los niños dada,
que con ella todo sobra,
y sin ella no se cobra,
de lo que se pierde, nada.
Sin embargo, aquella gente
se echa tanto el alma atrás,
que es la cosa más frecuente
perder la joya excelente,
y no recobrarla más.
Causará sin duda espanto
su locura; pero ¡qué!
¿Nada igual aquí se ve?
¿No hacen muchos otro tanto
con la joya de la fe?
Y sus luces, en verdad,
son las que nos guían solas
a puerto de claridad
en la noche y en las olas
de la ruda adversidad.