Ensayo sobre el hombre (González Azaola tr.)/III

EPISTOLA TERCERA.

DE LA NATURALEZA Y ESTADO DEL HOM-
BRE CON RESPECTO A LA SOCIEDAD.




Quedamos en que la causa universal obra solo por un fin; pero por leyes diferentes. En la lozanía de la salud, en la pompa del orgullo, y durante la altanería de la opulencia tengamos presente de dia y de noche esta verdad; pero mas presente todavía cuando instruyamos ú oremos.

Tendamos la vista por ese mundo, y contemplemos la cadena de amor que lo reúne y enlaza todo, asi acá abajo c^mo encima de nosotros. Vemos la naturaleza plástica trabajando para este fin, y vemos como los simples átomos se atraen unos á otros. El uno es atraido ahora, y luego atrae al que está mas cerca, pues estan formados de un modo, que se ve cada uno impelido á abrazar al mas inmediato. Mira despues esa materia dotada de diferentes vidas gravitar siempre hácia un centro comun, á saber, el bien general. Mira esos vegetales, que muriendo vienen á ser el sosten de la vida; y mira esa vida, que extinguiéndose vuelve de nuevo á vegetar. Todas las formas que perecen son reemplazadas por otras formas, pasando alternativamente desde la vida á la muerte, y desde la muerte á la vida, asi como se forman borboteando las ampollas de agua en el mar, las cuales se levantan, revientan, y vuelven otra vez al mar. Nada es extraño ni nos viene de fuera; las partes se refieren al todo. Un espíritu omni-extenso y conservador une entre sí todos los seres, al mas grande con el mas pequeño. Hizo la bestia para ayuda del hombre, y al hombre para auxilio de la bestia. Todo es servido, sirviendo todo. Nada está solo; la cadena sigue, y continúa mas allá; pero donde llega su punta nadie lo sabe.

¡Hombre loco! ¡habia de haber trabajado Dios únicamente para tu bien, tu placer, pasatiempo., adorno y alimento! El que alimenta para tu mesa al cervatillo retozon, igualmente benéfico para con él, esmaltó de yerbas y flores los prados. ¿Se remonta acaso por tí á gorgear la alondra en los aires? La alegría es quien agita sus alas, y á quien debemos la melodía de su canto. ¿Ejercita acaso por tí el gilguerillo sus órganos armoniosos? Su alborozo y sus amores son los que hinchen el aire de dulces sonidos. El bridon arrogante ora corra ó piafe ostentoso, parte el placer y la gloria con su ginete. ¿La semilla que tapa la tierra es quizá para tí solo? Las aves vendrán á por su grano. ¿Es quizá toda para tí solo la dorada cosecha de un año abundante? Tú pagarás, y con razon, el trabajo de los bueyes que te la ganaron: y el lechon, que no trabaja nunca, ni ara, ni obedece á tu voz, vivirá regalado y cuidado de tí, que crees ser el amo y señor de todo.

Sabe pues que todos los hijos de la naturaleza son dignos de sus cuidados. La piel que abriga al Monarca, cubría y abrigaba primero al oso. Cuando el hombre dice: he aquí como todo se hizo para servirme á mí: "he aquí el hombre, dice el ansaron, que sirve para mi regalo." ¡Qué afan, qué cuidado en guardarle, alojarle, apacentarle y regalarle! Bien ve él este particular esmero; pero no sabe que es para devorarle. En lo que cabe como ansaron discurrirá muy bien; pero lo yerra de medio á medio en cuanto á los designios del hombre. Pues lo propio sucede con el hombre cuando pretende que todo ha sido hecho para uno solo, y no lo uno para el todo, que discurre á la manera del ganso.

Aun suponiendo que el mas fuerte reine sobre el mas débil, y que el hombre sea el espíritu y tirano del universo, la naturaleza también da sus jaques á este tirano. Él solo es el que conoce y provee á las necesidades y males de las demas criaturas. El halcon que arrebata la paloma, ¿la perdonará acaso la vida por el tornasoleado de su pluma? ¿Párase el arrendajo por ventura á admirar las alas doradas de los insectos? ¿Y el gavilán se detiene acaso á escuchar el canto del ruiseñor? El hombre solo se interesa por todos: proporciona bosques á las aves, pastos á los animales, lagos y estanques á los pescados: cuida de los unos por interes, de los otros por deleite, y de muchos mas por vanidad. Todos subsisten, gracias al esmero de este amo vanidoso, y gozan de una felicidad proporcionada á su lujo. El es quien preserva del hambre y de las fieras alimañas á todo lo que una hambre estudiada le enseña á él á codiciar: acaricia y engorda á los animales que destina para su regalo; pero hasta que les quita la vida se la hace al menos feliz, sucediendo á estos animales, en cuanto á preveer y sentir su golpe fatal, lo que sucede al hombre escogido del cielo cuando vibra el rayo sobre su cabeza[1]. ¡Gozaron de la vida antes de morir! ¿No debemos nosotros morir también después de haber gozado de la vida?

Propicio el cielo con todo ser que no piensa, no le da el vano conocimiento de su fin. Se le da al hombre, pero en tal punto de vista que se le hace desear al paso que le teme. La hora es incierta y oculta, y el temor es tan lejano, que aun cuando se acerca la muerte, jamas nos parece que se nos arrima. ¡Oh milagro siempre perene, haber dado los cielos esta sutileza al único ser que piensa! Reconoce, pues, que todo ser, bien esté dotado de razon ó de instinto, goza de las facultades que mejor le convienen para su bien: que todos por este principio propenden igualmente á su felicidad, y bailan medios proporcionados á su fin. Los que guiados enteramente por su instinto, hallan en él un guia infalible, ¿necesitan acaso para dirigirse buscar cabeza que les rija, ó andar convocando á juntas? La razon, sean cuales fueren sus facultades, á lo mas mas es indiferente; no se cura de servir; y si sirve á otros es á la fuerza: espera siempre á que la llamen; y cuando se la llama, y viene se queda algo lejos. El instinto generoso acude por sí mismo de muy buena gana; fiel servidor, a nadie abandona nunca, al paso que la razon, como poco constante, sirve solo á ratos: esta sabe muy bien andar de medio lado; pero el otro siempre derecho. En la naturaleza de los seres que guia el instinto, los principios de impulso y comparacion que están divididos en el nuestro, se hallan reunidos en uno; pero aun dado caso que queramos elevar á la razon sobre el instinto, en este gobierna Dios, y aquella, gobierna el hombre.

¿Quién enseñó á los moradores de la tierra y del agua á huir de la ponzoña y escoger su alimento? Próvidos y advertidos los unos saben edificar sobre el nivel de las olas, y hacer los otros bóvedas bajo de la arena para resistir á las tempestades y mareas. ¿Quién enseñó á la araña á tirar paralelas sin regla ni compás con tanta exactitud como Moyure[2]. ¿Quién enseña á las cigüeñas, semejantes al famoso Colon, á recorrer climas extraños y mundos desconocidos? ¿Quién convoca sus juntas? ¿Quién fija el dia de la marcha? ¿Quién ordena sus falanges y les traza su camino?

Dios pone en la naturaleza de cada ser la semilla de aquella felicidad que le conviene, y le prescribe sus límites; pero como ha criado un universo, para hacer al todo feliz, ha fundado la mutua felicidad sobre necesidades recíprocas. Por eso reina un orden eterno desde el principio, y toda criatura se ve ligada á otra criatura, bien asi como el hombre al hombre. Todo cuanto anima el cielo vivificador, todo cuanto respira en los aires, todo cuanto crece baio las ondas, ó habita esparcido por la tierra, todo es fomentado por nuestra madre común naturaleza mediante una llama vital que hace brotar sus semillas productoras. El hombre igualmente que todo ser que anda errante por los bosques, vuela por los aires, ó nada en las aguas, se ama á sí mismo, aunque no se ame á sí solo: cada sexo siente unos mismos estímulos, hasta que de dos se hacen uno. Su placer jamas se acaba con los primeros ímpetus amorosos, pues se aman por tercera vez en su propia descendencia. Por eso brutos y aves cuidan tanto de sus hijuelos, objeto de sus cariños: las madres les alimentan, y los padres les defienden. Mas cuando crecieron lo bastante para echar á correr ó volar, entonces cesa el instinto, se acaban los afanes, rómpense los vínculos, cada cual busca nuevas amistades, empiezan nuevos amores, y nace otra nueva raza.

Menos capaz de ayudarse la especie humana, exige cuidados mas prolijos, y estos producen vínculos mas durables. La razon y reflexion les prestan una nueva fuerza, y abren al amor y al interes un campo mas vasto todavía. Fíjase el hombre por eleccion, y se abrasa por simpatía: las virtudes nacidas entre las pasiones reinan alternativamente con ellas. Nuevas necesidades, nuevos socorros y nuevos hábitos acumulan benevolencia y mas benevolencia sobre tantos beneficios. De un mismo tronco nace y renace una prole que no se acaba: un amor inspirado por la naturaleza, y luego sostenido por hábito, velan tanto sobre el recien nacido como sobre el espigado y adulto. Apenas llegan los últimos que nacieron á la madurez de hombres, cuando ven á los que les dieron el ser en absoluta imposibilidad de cuidarse. La memoria y la prevision les hacen entrar en justas reflexiones, la una por los recuerdos de su tierna infancia, y la otra por el rezelo de una vejez achacosa, mientras que el placer, el reconocimiento y esperanza, todos combinados, aumenran estos nuevos intereses, y aseguran la duracion de la especie.

No creáis tampoco que en el primer estado del mundo, que era el de la naturaleza, se debió caminar á ciegas: el estado de naturaleza era el reinado de Dios: el amor propio y el social nacieron con él. y la UNION fue el vínculo del hombre y de todas las cosas. No habia entonces orgullo, ni todas esas artes que fomentan la vanidad. Gozando de los bosques el hombre igualmente que el animal, andaban juntos á la sombra de los árboles: tenían un mismo alimento, y un mismo lecho. No necesitaba el hombre matar á nadie para comer y vestir. El monte resonante era el gran templo en que todos los seres á quienes el Hacedor dotó del órgano de la voz, cantaban alabanzas al Padre comun. No estaba el santuario chapeado de oro, ni salpicado de sangre; y el sacerdote era puro, sin mancilla, enemigo de mortandades, y esento de venalidad. El atributo de los cielos era un cuidado universal, y la prerogativa del hombre gobernar sin tiranizar. ¡Oh y cuánto se diferencia de este el hombre de los tiempos siguientes! Verdugo y sepulcro abierto de la mitad de cuanto respira, es matador de los demas seres, y traidor hasta contra sí mismo: enemigo de la naturaleza, oye sus gemidos sin condolerse. Pero nacieron de sus mismos excesos enfermedades bien merecidas, las cuales fomentadas por su sanguinolencia, dejan vengados completamente á aquellos que sacrifica. De este apetito carnívoro nacieron también las pasiones furiosas, y atrajeron contra el hombre al animal mas feroz de todos, á saber, al hombre mismo.

Veamos como poco á poco se elevó desde la naturaleza hasta el arte: las funciones, de la razon se reducían entonces a copiar al instinto. La voz de la naturaleza se dejó oir de esta manera:,, Anda (dijo al hombre), y aprende de las demás criaturas: aprende de las aves á conocer los alimentos que dan los arbustos, y de los otros animales las virtudes de las yerbas. Enséñete la abeja á edificar, el topo á labrar, y la oruga á tejer. Aprende del nautilo á navegar, á manejar el remo, y á apañar el viento[3]. Reconoce entre los animales todas las formas de gobierno; y tome de todo la razon torpe y lenta instrucciones para el género humano. He aquí obras y ciudades subterráneas, y allá ciudades construidas en el aire sobre árboles bambaleantes. Estudia el genio y policía de cada una de estas asociaciones, bien sea la república de las hormigas ó la monarquía de las abejas; como aquellas amontonan sus riquezas en almacenes comunes, y conservan el orden en medio de la anarquía; y como estas, aunque sometidas á un solo gefe, tienen sus bienes propios, y su casa separada cada una. Advierte las leyes invariables que gobiernan sus estados, leyes tan sabias como la naturaleza, y tan inalterables como el destino. En vano urdirá tu razon otras telas mas delicadas; en vano cojerá á la justi- cia misma bajo la trampa de la ley; ó convertirá una legislacion demasiado rígida en una solemne injusticia, siempre demasiado débil para los fuertes, ó demasiado fuerte para los débiles. Anda sin embargo, y reina sobre todas las criaturas: sujete á los demas hombres el que sea mas diestro, y coronenle como Monarca, ó adórenle como un Dios en premio de algunas artes que les enseñó, y que podían haber sido suplidas por solo el instinto."

Asi habló la naturaleza: el hombre dócil obedece, y se edificaron ciudades, y se formaron asociaciones: alli se levantó un estado pequeño: aquí cerca por los mismos medios se erigió otro que se reunió al primero por amor ó temor Si los árboles daban en el uno frutos mas abundantes, y las fuentes en el otro aguas mas saludables; pudiendo lograrse por el comercio lo que era fácil arrebatar por la guerra, el que se presentó como enemigo se volvió convertido en amigo. Los vínculos del comercio y del amor bastaban para unir fuertemente al género humano, cuando el amor era aun libre, y no había mas leyes que las de la naturaleza. Asi se formaron loe estados. El nombre de Rey fue desconocido hasta que un interes común depositó el poder en manos de uno solo. Entonces solo un mérito ó virtud superior (ora por lo que hace á las artes, ora por lo tocante á la guerra, ora por derramar beneficios, ora por evitarles calamidades), una sola virtud de la clase de estas, que eran las que los hijos admiraban y veneraban en sus padres, bastó para hacer á uno Príncipe, ó llamarle Padre de su pueblo.

Hasta entonces cada Patriarca coronado por las manos de la naturaleza era el Rey, Sacerdote y Padre de su estado naciente. Sus subditos confiaban en él como en otra segunda Providencia. Su ojo era su única ley, y su lengua el único oráculo. Les enseñó a sacar su alimento de los surcos de la tierra, á dominar al fuego, y sujetar las aguas, á coger los monstruos marinos en lo profundo del mar y hacer caer á sus pies las águilas altaneras; mas llenándose al fin de achaques, y poniéndose caduco y moribundo, empezaron los pueblos a compadecer como hombre al que habian reverenciado como Dios. Subiendo asi de generacion en generacion buscaron otro mas grande, un primer Padre de todos, y le adoraron. Pero sea que la simple tradicion de que este universo ha tenido un principio, hiciese pasar de padres á hijos una fe no interrumpida, el artífice fue distinguido de la obra, y la razon solo conoció uno. Antes que el espíritu pervertido alterase esta luz, el hombre á semejanza de su Criador halló que todo era bueno; caminaba por el sendero de la virtud en medio de los placeres, y reconocia un verdadero padre en el mismo Dios que adoraba. Toda la fe, y todos sus deberes se reducian al amor; porque la naturaleza no admitia en el hombre ningun derecho divino, ni temia mal alguno de Dios; porque no podia concebir cómo podria un Ser soberano dejar de ser un soberano bien. La verdadera fé y la verdadera política caminaban á la par: la una no era mas que el amor de Dios, la otra el amor del hombre.

¿Mas quién seria el primero que á unas almas esclavizadas, y á unos reinos medio aniquilados enseñase la monstruosa doctrina de que se habían hecho los mas de los hombres para el bienestar de uno solo, excepcion orsullosa de todas las leyes de la naturaleza, que trastornaria el mundo si se admitiese, y contrarrestaria abiertamente los designios de la suprema causa? La fuerza fue la primera que hizo conquistas, asi como los conquistadores las leyes. Vino después la supersticion é inspiró miedo al tirano; y atemorizado este partió la tiranía con ella; interesada asi le prestó su ayuda, é hizo un Dios del conquistador, y del vasallo un esclavo. El fuego de los relámpagos, el estampido del trueno, el estremecimiento de las montañas y los horrendos bramidos de la tierra le sirvieron para obligar á los hombres débiles á prosternarse, y á los orgullosos á hacer plegarias á ciertos seres invisibles mas poderosos que ellos. Del cielo que parecia desgajarse hizo bajar á los dioses; y de la tierra que se abria bajo sus pies salir los espíritus infernales. Fijó en una parte mansiones terribles, y en otra paises deliciosos y afortunados: el temor hizo sus demonios, y una débil esperanza sus dioses, dioses lenos de parcialidad, inconstancia, pasion é injusticia, cuyos atributos eran la rabia, la venganza ó lubricidad, como podian figurárselos almas tan bajas. ¡Corazones desapiadados y crueles no podian creer sino en dioses tiranos! El zelo y no la caridad vino desde luego á ser su guia, y se edificó un infierno sobre el rencor, y un cielo sobre el orgullo. Cesó desde entonces de ser sagrada la bóveda de los cielos, y se levantaron altares de marmol, y se regaron con sangre. Los sacerdotes por la vez primera se hartaron de un alimento que habia tenido vida, y bien pronto mancharon su ídolo ceñudo con sangre humana. Conmovieron la tierra con el trueno del cielo, y se sirvieron de Dios como de una máquina para lanzar rayos contra sus enemigos.

De este modo el amor propio ceñido al bien de uno solo, sin consideracion alguna á lo que es justo ó injusto, se abrió un camino hacia el poder, la grandeza, las riquezas y el deleite. Este mismo amor propio, esparcido por todos, proporcionó también los motivos para restringirle, y vino á ser la fuente del gobierno y de las leyes. Porque si lo que un hombre desea, los demas lo desean igualmente, ¿de qué sirve la voluntad de uno solo contra la voluntad de muchos? ¿Cómo conservaríamos una cosa si cuando se hallase uno dormido, otro mas débil viniese á quitarsela, ó cuando estuviese despierto se la robase otro mas fuerte? El amor de la seguridad debe restringir el de la libertad; y todos deben unirse para conservar lo que cada cual desea adquirir. Asi por su misma seguridad, obligados los reyes á seguir la virtud cultivaron la justicia y la benevolencia; el amor propio se contuvo en sus primeros ímpetus, y halló el bien particular en el bien general ó del público.

Levantóse entonces un genio superior, ó sea alguna alma generosa, algún discípulo de los dioses ó amigo del hombre, ora fuese poeta, ora buen patriota, para restablecer la fe y la moral que la naturaleza habia enseñado primeramente: encendió su antigua antorcha mas bien que ninguna otra nueva, y no pintó la imagen de Dios, sino que trazó su sombra; enseñó á los reyes y á los pueblos el justo uso de sus derechos; les adiestró á no llevar nunca ni demasiado flojas ni demasiado tirantes las riendas delicadas del gobierno, á concertar con tal perfeccion lo grande con lo pequeño, que tocando á lo uno se estremeciese lo otro, y á unir de tal manera los intereses mas opuestos, que resultase la exacta armonía de un estado mixto perfecto. Tal es la gran armonía del mundo que proviene de la union, orden y concierto general de todas las cosas; en que el gránete y el pequeño, el fuerte y el débil están hechos para servir, y no para padecer; para sostener, y no para atacar; y en que es uno tanto mas poderoso, cuanto mas le necesitan los demas, y reliz a proporcion de los felices que hace a su lado; y en que todo camina hacia un punto, todo se dirige hácia el mismo centro, brutos, hombres, súbditos, señores ó reyes.

Dejad á los insensatos que disputen, sobre las formas de los gobiernos: el mas bien administrado será el mejor. Dejad á los exaltados por un zelo rígido disputar sobre las diversas creencias: el hombre de buena conducta anda por el camino derecho. Todo cuanto se oponga al tínico, al gran fin debe ser falso; y todo cuanto contribuya á la felicidad del género humano, ó á la correccion de las costumbres, preciso es que venga de Dios.

El hombre, á la manera de la vid, necesita rodrigon, y adquiere la fuerza que le sostiene de la cosa misma que abraza. Y asi como los planetas, rodando sobre su eje, dan sus vueltas alrededor del sol, asi también obran en el alma dos movimientos muy compatibles, el uno relativo á nosotros mismos, y el otro relativo al universo.

Por lo tanto Dios y la naturaleza enlazaron todas las partes de esta gran fábrica general, y quisieron que el amor propio y el social fuesen ambos una misma cosa.



  1. Las personas heridas del rayo se consideraban como sagradas y favorecidas del cielo, no solo por varias naciones de la antigüedad, sino por algunas de las orientales.
  2. Famoso matemático, muy estimado de Newton.
  3. El nautilo papiráceo es tan singular, que esto que dice Pope de él, y es lo mismo que refirieron Oppiano y otros escritores antiguos, se tuvo largo tiempo pot una patraña. En la Zoologia moderna se llama á este hermoso nautilo, el argonauta, y por ser tan admirable su historia, y el primer modelo que nos ofrece la naturaleza de un barco navegando á vela y remo por el mar, quiero describirle aquí brevemente. Su concha es á manera de una navecilla construida con la mayor elegancia, de una sustancia blanca, delgada y trasparente, algo parecida al papel. El argonauta ó molusco que la habita sabe aprovecharse del viento para hacer sus correrías per el mar: á este fin se levanta á la superficie de las aguas, endereza su barquilla, y acomodándose en medio de ella enarbola dos brazos, y extiende entre ellos una membrana, que recogiendo el viento le sirve de vela; saca ademas por cada banda otros cuatro brazos que le sirven de remos, los alarga, los pone en movimiento, y empieza á navegar. Sí en su travesía encuentra algún objeto que le atemorice, ó se le aparece algún pescado ene- migo, al momento remos, vela y piloto, todo se recoge bajo cubierta, zozobra la barquilla, y baja á lo profundo del mar. ¿Pasó el peligro? ¿No siente novedad? Entonces vuelve á subir arriba, desplega su vela, arma sus ocho remos, y continúa su derrota en busca de lo que necesita, ¡Lo entiende el argonauta! ¡Sabe hacer mas el hombre! ¡Debe algo á su Criador! ¡O se hacen todas estas cosas por mera casualidad!