El zurrón que cantaba

El zurrón que cantaba
de Fernán Caballero


Érase una madre que no tenía más que una niña, a la que quería muchísimo, porque la niña era muy buena; por lo que le había regalado una gargantilla de coral.

Un día le dijo que fuera por un cantarito de agua a la fuente, que estaba fuera del lugar. Fue la niña, y cuando llegó a la fuente, se quitó su gargantilla de coral para que no se le cayese en el pilón a tiempo de llenar el cántaro.

Junto a la fuente estaba sentado un pordiosero viejo, muy feo, que llevaba un zurrón, y que miraba a la niña con unos ojos... que le dieron miedo; y apenas llenó el cántaro, cuando echó a correr y dejó olvidada la gargantilla.

Al entrar en su casa, la echó de menos, y se volvió apresurada a la fuente para buscarla; y cuando llegó, estaba todavía allí el viejo, que cogió a la niña y la zampó en el zurrón. En seguida, se fue a pedir limosna a una casa, diciendo que traía una maravilla, y era un zurrón que cantaba. Ya se ve; las gentes quisieron oírlo, y el viejo dijo con una voz de trueno:

Zurrón, canta;
si no te doy con esta lanza.


La pobre niña, muerta de miedo, no tuvo más remedio que ponerse a cantar, lo que hizo llorando, de esta manera:

Por agua fui a la fuente   
que está fuera del lugar,   
y perdí mi gargantilla,   
gargantilla de coral.   
¡Ay la madre de mi alma,   
qué enfadada se pondrá!   

Volvime luego a la fuente   
por si podía encontrar   
mi perdida gargantilla,   
gargantilla de coral.   
¡Ay la madre de mi alma,   
qué apurada que estará!   

No encontré mi gargantilla,   
gargantilla de coral,   
no encontré mi gargantilla,   
y perdí mi libertad.   
¡Ay la madre de mi alma,   
qué afligida que estará!   

Cantaba tan bien la niña, que a las gentes les gustaba mucho oírla, por lo que en todas partes le daban al viejo mucho dinero porque cantase el zurrón.

Viendo así de casa en casa, llegó a la de la madre de la niña, y conforme esta oyó el canto, conoció la voz de su hija, y le dijo al pobre:

-Tío, el tiempo está muy malo: el viento arrecia y el agua engorda; quédese usted aquí esta noche recogido, y le daré de cenar.

El pobre vino en ello, y la madre de la niña le dio tantísimo de comer y de beber, que se infló, de manera que, después de cenar, se quedó más dormido que un difunto.

Entonces sacó la madre del zurrón a su niña, que estaba el alma mía heladita y desfallecida; le dio muchos besos, bizcochos en vino, y la acostó y arropó en la cama, y en el zurrón metió a un perro y a un gato.

A la mañana siguiente dio el viejo las gracias, y se fue tan descuidado. En la primera casa que llegó dijo, como había dicho el día antes, al zurrón:

¡Zurrón, canta;
si no te doy con esta lanza!


Al punto dijo el perro:

- Pícaro, viejo, uau, uau.


Y el gato:

- Perverso, viejo, miau, miau.


Enojado el pobre, creyendo que así cantaba la niña, abrió el zurrón para castigarla; entonces salieron rabiando el perro y el gato, y el gato se le abalanzó a la cara y le sacó los ojos, y el perro le arrancó de un mordisco las narices, y... aunque testigo no he sido, así me lo han referido.