El sí de las niñas/Acto primero

El sí de las niñas
de Leandro Fernández de Moratín
Acto primero

Acto primero

Escena primera

DON DIEGO, SIMÓN

(Sale DON DIEGO de su cuarto. SIMÓN, que está sentado en una silla, se levanta.)

DON DIEGO ¿No han venido todavía?


SIMÓN. No, señor.


DON DIEGO. Despacio la han tomado, por cierto.


SIMÓN. Como su tía la quiere tanto, según parece, y no

la ha visto desde que la llevaron a Guadalajara...

DON DIEGO. Sí. Yo no digo que no la viese, pero con media

hora de visita y cuatro lágrimas, estaba concluido.

SIMÓN. Ello también ha sido extraña determinación la

de estarse usted dos días enteros sin salir de la
posada. Cansa el leer, cansa el dormir... Y sobre
todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas
desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el
ruido de campanillas y cascabeles y la
conversación ronca de carromateros y patanes,
que no permiten un instante de quietud.

DON DIEGO. Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me

conocen todos el Corregidor, el señor Abad, el
Visitador, el Rector de Málaga... ¡Qué sé yo!
Todos... Y ha sido preciso sentarme quieto y no
exponerme a que me hallasen por ahí, y no he
querido que nadie me vea.

SIMÓN. Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues

¿hay más en esto que haber acompañado usted a
doña Irene hasta Guadalajara, para sacar del
convento a la niña y volvernos con ellas a
Madrid?

DON DIEGO. Sí, hombre, algo más hay de lo que has visto.


SIMÓN. Adelante.


DON DIEGO. Algo, algo... Ello tú al cabo lo has de saber, y

no puede tardarse mucho... Mira, Simón, por
Dios te encargo que no lo digas... Tú eres
hombre de bien, y me has servido muchos años
con fidelidad... Ya ves que hemos sacado a esa
niña del convento y nos la llevamos a Madrid.

SIMÓN. Sí, señor.


DON DIEGO. Pues bien... Pero te vuelvo a encargar que a

nadie lo descubras.

SIMÓN. Bien está, señor. Jamás he gustado de chismes.


DON DIEGO. Ya lo sé, por eso quiero fiarme de ti. Yo, la

verdad, nunca había visto a la tal doña Paquita;
pero mediante la amistad con su madre he
tenido frecuentes noticias de ella; he leído
muchas de las cartas que escribía; he visto
algunas de su tía la monja, con quien ha vivido
en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos
informes pudiera desear acerca de sus
inclinaciones y su conducta. Ya he logrado
verla; he procurado observarla en estos pocos
días, y a decir verdad, cuantos elogios hicieron
de ella me parecen escasos.

SIMÓN. Sí, por cierto... Es muy linda y...


DON DIEGO. Es muy linda, muy graciosa, muy humilde... Y

sobre todo ¡aquel candor, aquella inocencia!
Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí... Y
talento... Sí señor, mucho talento... Con que,
para acabar de informarte, lo que yo he pensado
es…

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Escena primera 2

DON DIEGO, SIMÓN

(Sale DON DIEGO de su cuarto. SIMÓN, que está sentado en una silla, se levanta.)


SIMÓN . Porque ya lo adivino. Y me parece excelente

idea.

DON DIEGO . ¿Qué dices?


SIMÓN . Excelente.


DON DIEGO . ¿Con que al instante has conocido?...


SIMÓN . ¿Pues no es claro?... ¡Vaya!... Dígole a usted

que me parece muy buena boda. Buena, buena.

DON DIEGO . Sí señor... Yo lo he mirado bien, y lo tengo por

cosa muy acertada.

SIMÓN . Seguro que sí.


DON DIEGO . Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta

que esté hecho.

SIMÓN . Y en eso hace usted bien.


DON DIEGO . Porque no todos ven las cosas de una manera, y

no faltaría quien murmurase y dijese que era
una locura, y me...

SIMÓN . ¿Locura? ¡Buena locura!... ¿Con una chica

como ésa, eh?

DON DIEGO . Pues ya ves tú. Ella es una pobre... Eso sí.

Porque, aquí entre los dos, la buena de doña
Irene se ha dado tal prisa a gastar desde que
murió su marido que, si no fuera por estas
benditas religiosas y el canónigo de Castrojeriz,
que es también su cuñado, no tendría para poner
un puchero a la lumbre... Y muy vanidosa y
muy remilgada, y hablando siempre de su
parentela y de sus difuntos, y sacando unos
cuentos allá que... Pero esto no es del caso...
Pero yo no he buscado dinero, que dineros
tengo; he buscado modestia, recogimiento,
virtud.

SIMÓN . Eso es lo principal... Y, sobre todo, lo que usted

tiene ¿para quién ha de ser?

DON DIEGO . Dices bien... ¿Y sabes tú lo que es una mujer

aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la
casa, economizar, estar en todo?... Siempre
lidiando con amas, que si una es mala, otra es
peor: regalonas, entremetidas, habladoras, llenas
de histérico, viejas, feas como demonios... No
señor: vida nueva. Tendré quien me asista con
amor y fidelidad, y viviremos como unos
santos... Y deja que hablen y murmuren, y...

SIMÓN . Pero siendo a gusto de entrambos, ¿qué pueden

decir?

DON DIEGO . No, yo ya sé lo que dirán; pero... Dirán que la

boda es desigual, que no hay proporción en la
edad, que...

SIMÓN . Vamos, que no me parece tan notable la

diferencia. Siete u ocho años, a lo más.

DON DIEGO . ¿Qué, hombre? ¿Qué hablas de siete u ocho

años? Si ella ha cumplido diez y seis pocos
meses ha.

SIMÓN . Y bien, ¿qué?


DON DIEGO . Y yo, aunque gracias a Dios estoy robusto y...

Con todo eso, mis cincuenta y nueve años no
hay quien me los quite.

SIMÓN . Pero si yo no hablo de eso.


DON DIEGO . Pues ¿de qué hablas?


SIMÓN . Decía que... Vamos, o usted no acaba de

explicarse, o yo lo entiendo al revés... En suma,
esta doña Paquita ¿con quién se casa?

DON DIEGO . ¿Ahora estamos ahí? Conmigo.


SIMÓN . ¿Con usted?


DON DIEGO . Conmigo.


SIMÓN . ¡Medrados quedamos!


DON DIEGO . ¿Qué dices...? Vamos, ¿qué?


SIMÓN . ¡Y pensaba yo haber adivinado!


DON DIEGO . Pues ¿qué creías? ¿Para quién juzgaste que la

destinaba yo?

SIMÓN . Para don Carlos, su sobrino de usted, mozo de

talento, instruido, excelente soldado,
amabilísimo por todas sus circunstancias... Para
ése juzgué que se guardaba la tal niña.

DON DIEGO . Pues no señor.


SIMÓN . Pues bien está.


DON DIEGO . ¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la había de ir

a casar!... No señor, que estudie sus
matemáticas.

SIMÓN . Ya las estudia; o por mejor decir, ya las enseña.


DON DIEGO . Que se haga hombre de valor y...


SIMÓN . ¡Valor! ¿Todavía pide usted más valor a un

oficial que en la última guerra, con muy pocos
que se atrevieron a seguirle, tomó dos baterías,
clavó los cañones, hizo algunos prisioneros y
volvió al campo lleno de heridas y cubierto de
sangre?... Pues bien satisfecho quedó usted
entonces del valor de su sobrino, y yo le vi a
usted más de cuatro veces llorar de alegría,
cuando el rey le premió con el grado de teniente
coronel y una cruz de Alcántara.

DON DIEGO . Sí, señor; todo es verdad; pero no viene a

cuento. Yo soy el que me caso.

SIMÓN . Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si

no la asusta la diferencia de la edad, si su
elección es libre...

Escena primera 3

DON DIEGO, SIMÓN

(Sale DON DIEGO de su cuarto. SIMÓN, que está sentado en una silla, se levanta.)

DON DIEGO . Pues ¿no ha de serlo...? Doña Irene la escribió

con anticipación sobre el particular. Hemos ido
allá, me ha visto, la han informado de cuanto ha
querido saber, y ha respondido que está bien,
que admite gustosa el partido que se le
propone... Y ya ves tú con qué agrado me trata,
y qué expresiones me hace tan cariñosas y tan
sencillas... Mira, Simón, si los matrimonios muy
desiguales tienen por lo común desgraciada
resulta, consiste en que alguna de las partes
procede sin libertad, en que hay violencia,
seducción, engaño, amenazas, tiranía
doméstica... Pero aquí no hay nada de eso. ¿Y
qué sacarían con engañarme? Ya ves tú la
religiosa de Guadalajara si es mujer de juicio;
ésta de Alcalá, aunque no la conozco, sé que es
una señora de excelentes prendas; mira tú si
doña Irene querrá el bien de su hija; pues todas
ellas me han dado cuantas seguridades puedo
apetecer. La criada, que la ha servido en Madrid
y más de cuatro años en el convento, se hace
lenguas de ella; y, sobre todo, me ha informado
de que jamás observó en esta criatura la más
remota inclinación a ninguno de los pocos
hombres que ha podido ver en aquel encierro.
Bordar, coser, leer libros devotos, oír misa y
correr por la huerta detrás de las mariposas, y
echar agua en los agujeros de las hormigas,
éstas han sido su ocupación y sus diversiones...
¿Qué dices?

SIMÓN . Yo nada, señor.


DON DIEGO . Y no pienses tú que, a pesar de tantas

seguridades, no aprovecho las ocasiones que se
presentan para ir ganando su amistad y su
confianza, y lograr que se explique conmigo en
absoluta libertad... Bien que aún hay tiempo...
Sólo que aquella doña Irene siempre la
interrumpe, todo se lo habla... Y es muy buena
mujer, buena...

SIMÓN . En fin, señor, yo desearé que salga como usted

apetece.

DON DIEGO . Sí, yo espero en Dios que no ha de salir mal.

Aunque el novio no es muy de tu gusto... ¡Y qué
fuera de tiempo me recomendabas al tal
sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que estoy con
él?

SIMÓN . Pues ¿qué ha hecho?


DON DIEGO . Una de las suyas... Y hasta pocos días ha no lo

he sabido. El año pasado, ya lo viste, estuvo dos
meses en Madrid... Y me costó buen dinero la
tal visita... En fin, es mi sobrino, bien dado está;
pero voy al asunto. Llegó el caso de irse a
Zaragoza a su regimiento... Ya te acuerdas de
que a muy pocos días de haber salido de
Madrid, recibí la noticia de su llegada.

SIMÓN . Sí, señor.


DON DIEGO . Y que siguió escribiéndome, aunque algo

perezoso, siempre con la data de Zaragoza.

SIMÓN . Así es la verdad.


DON DIEGO . Pues el pícaro no estaba allí cuando me escribía

las tales cartas.

SIMÓN . ¿Qué dice usted?


DON DIEGO . Sí, señor. El día tres de julio salió de mi casa, y

a fines de septiembre aún no había llegado a sus
pabellones... ¿No te parece que, para ir por la
posta hizo muy buena diligencia?.

SIMÓN . Tal vez se pondría malo en el camino, y por no

darle a usted pesadumbre...

DON DIEGO . Nada de eso. Amores del señor oficial y

devaneos que le traen loco... Por ahí, en esas
ciudades, puede que... ¿Quién sabe?... Si
encuentra un par de ojos negros, ya es hombre
perdido... ¡No permita Dios que me le engañe
alguna bribona de estas que truecan el honor por
el matrimonio!

SIMÓN . ¡Oh! No hay que temer... Y si tropieza con

alguna fullera de amor, buenas cartas ha de
tener para que le engañe.

DON DIEGO . Me parece que están ahí... Sí. Busca al mayoral,

y dile que venga, para quedar de acuerdo en la
hora a que deberemos salir mañana.

SIMÓN . Bien está.


DON DIEGO . Ya te he dicho que no quiero que esto se

trasluzca, ni... ¿Estamos?

SIMÓN . No haya miedo que a nadie lo cuente.


(SIMÓN se va por la puerta del foro. Salen por la misma las tres
mujeres, con mantillas y basquiñas. RITA deja un pañuelo atado
sobre la mesa, y recoge las mantillas y las dobla.)

Escena segunda

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA, DON DIEGO

DOÑA FRANCISCA . Ya estamos acá.


DOÑA IRENE . ¡Ay! ¡qué escalera!


DON DIEGO . Muy bien venidas, señoras.


DOÑA IRENE . ¿Conque usted, a lo que parece, no ha salido?


(Se sientan DOÑA IRENE y DON DIEGO.)

DON DIEGO . No, señora. Luego, más tarde, daré una

vueltecilla por ahí... He leído un rato. Traté de
dormir, pero en esta posada no se duerme.

DOÑA FRANCISCA . Es verdad que no... ¡Y qué mosquitos! Mala

peste en ellos. Anoche no me dejaron parar...
Pero mire usted, mire usted (Desata el pañuelo
y manifiesta algunas cosas de las que indica el
diálogo) cuántas cosillas traigo. Rosarios de
nácar, cruces de ciprés, la regla de San Benito,
una pililla de cristal... Mire usted qué bonita. Y
dos corazones de talco... ¡Qué sé yo cuánto
viene aquí!... ¡Ay! Y una campanilla de barro
bendito para los truenos... ¡Tantas cosas!

DOÑA IRENE Chucherías que la han dado las madres. Locas

estaban con ella.

DOÑA FRANCISCA ¡Cómo me quieren todas! ¡Y mi tía, mi pobre

tía, lloraba tanto!... Es ya muy viejecita.

DOÑA IRENE Ha sentido mucho no conocer a usted.


DOÑA FRANCISCA Sí, es verdad. Decía: ¿Por qué no ha venido

aquel señor?

DOÑA IRENE El padre capellán y el rector de los Verdes nos

han venido acompañando hasta la puerta.

DOÑA FRANCISCA Toma (Vuelve a atar el pañuelo y se le da a

RITA, la cual se va con él y con las mantillas al
cuarto de DOÑA IRENE), guárdamelo todo allí,
en la excusabaraja. Mira, llévalo así de las
puntas... ¡Válgate Dios! ¡Eh! ¡Ya se ha roto la
Santa Gertrudis de alcorza!.

RITA . No importa; yo me la comeré.



Escena tercera I

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, DON DIEGO


DOÑA FRANCISCA ¿Nos vamos adentro, mamá, o nos quedamos

aquí?

DOÑA IRENE Ahora, niña, que quiero descansar un rato.


DON DIEGO Hoy se ha dejado sentir el calor en forma.


DOÑA IRENE ¡Y qué fresco tienen aquel locutorio! Vaya, está

hecho un cielo...
(Siéntase DOÑA FRANCISCA junto a su madre.)

DOÑA FRANCISCA Pues con todo, aquella monja tan gorda, que se

llama la madre Angustias, bien sudaba... ¡Ay!
¡cómo sudaba la pobre mujer!.

DOÑA IRENE Mi hermana es la que está bastante delicadita.

Ha padecido mucho este invierno... Pero, vaya,
no sabía qué hacerse con su sobrina la buena
señora... Está muy contenta de nuestra elección.

DON DIEGO Yo celebro que sea tan a gusto de aquellas

personas, a quienes debe usted particulares
obligaciones.

DOÑA IRENE Sí, Trinidad está muy contenta, y en cuanto a

Circuncisión, ya lo ha visto usted. La ha costado
mucho despegarse de ella; pero ha conocido que
siendo para su bienestar, es necesario pasar por
ello... Ya se acuerda usted de lo expresiva que
estuvo, y...

DON DIEGO Es verdad. Sólo falta que la parte interesada

tenga la misma satisfacción que manifiestan
cuantos la quieren bien.

DOÑA IRENE Es hija obediente, y no se apartará jamás de lo

que determine su madre.

DON DIEGO Todo eso es cierto, pero...


DOÑA IRENE Es de buena sangre, y ha de pensar bien, y ha de

proceder con el honor que la corresponde.

DON DIEGO Sí, ya estoy; pero ¿no pudiera, sin faltar a su

honor ni a su sangre...?

DOÑA FRANCISCA ¿Me voy, mamá?

(Se levanta y vuelve a sentarse.)

DOÑA IRENE No pudiera, no señor. Una niña bien educada,

hija de buenos padres, no puede menos de
conducirse en todas ocasiones como es
conveniente y debido. Un vivo retrato es la
chica, ahí donde usted la ve, de su abuela que
Dios perdone, doña Jerónima de Peralta... En
casa tengo el cuadro, ya le habrá usted visto. Y
le hicieron, según me contaba su merced, para
enviársele a su tío carnal el padre fray Serapión
de San Juan Crisóstomo, electo obispo de
Mechoacán.

Escena tercera 2

DON DIEGO Ya.


DOÑA IRENE Y murió en el mar el buen religioso, que fue un

quebranto para toda la familia... Hoy es, y
todavía estamos sintiendo su muerte;
particularmente mi primo don Cucufate,
Regidor perpetuo de Zamora, no puede oír
hablar de Su Ilustrísima sin deshacerse en
lágrimas.

DOÑA FRANCISCA Válgate Dios, qué moscas tan...


DOÑA IRENE Pues murió en olor de santidad.


DON DIEGO Eso bueno es.


DOÑA IRENE Sí, señor; pero como la familia ha venido tan a

menos... ¿Qué quiere usted? Donde no hay
facultades... Bien que, por lo que puede tronar,
ya se le está escribiendo la vida; y quién sabe
que el día de mañana no se imprima, con el
favor de Dios.

DON DIEGO Sí, pues ya se ve. Todo se imprime.


DOÑA IRENE Lo cierto es que el autor, que es sobrino de mi

hermano político, el canónigo de Castrojeriz, no
la deja de la mano; y a la hora de ésta lleva ya
escritos nueve tomos en folio, que comprenden
los nueve años primeros de la vida del santo
obispo.

DON DIEGO ¿Con que para cada año un tomo?


DOÑA IRENE Sí, señor, ese plan se ha propuesto


DON DIEGO ¿Y de qué edad murió el venerable?


DOÑA IRENE De ochenta y dos años, tres meses y catorce

días.

DOÑA FRANCISCA ¿Me voy, mamá?


DOÑA IRENE Anda, vete. ¡Válgate Dios, que prisa tienes!


DOÑA FRANCISCA ¿Quiere usted (Se levanta y después de hacer

una graciosa cortesía a DON DIEGO, da un
beso a DOÑA IRENE y se va al cuarto de ésta)
que le haga una cortesía a la francesa, señor don
Diego?

DON DIEGO Sí, hija mía. A ver.


DOÑA FRANCISCA Mire usted, así.


DON DIEGO ¡Graciosa niña! ¡Viva la Paquita, viva!


DOÑA FRANCISCA Para usted una cortesía, y para mi mamá un

beso.

Escena cuarta I

DOÑA IRENE, DON DIEGO


DOÑA IRENE Es muy gitana y muy mona, mucho.


DON DIEGO Tiene un donaire natural que arrebata.


DOÑA IRENE ¿Qué quiere usted? Criada sin artificio ni

embelecos de mundo, contenta de verse otra vez
al lado de su madre, y mucho más de considerar
tan inmediata su colocación no es maravilla que
cuanto hace y dice sea una gracia, y máxime a
los ojos de usted, que tanto se ha empeñado en
favorecerla.

DON DIEGO Quisiera sólo que se explicase libremente acerca

de nuestra proyectada unión, y...

DOÑA IRENE Oiría usted lo mismo que le he dicho ya.


DON DIEGO Sí, no lo dudo; pero el saber que la merezco

alguna inclinación, oyéndoselo decir con
aquella boquilla tan graciosa que tiene, sería
para mí una satisfacción imponderable.

DOÑA IRENE No tenga usted sobre ese particular la más leve

desconfianza; pero hágase usted cargo de que a
una niña no la es lícito decir con ingenuidad lo
que siente. Mal parecería, señor don Diego, que
una doncella de vergüenza y criada como Dios
manda, se atreviese a decirle a un hombre: yo le
quiero a usted.

DON DIEGO Bien, si fuese un hombre a quien hallara por

casualidad en la calle y le espetara ese favor de
buenas a primeras, cierto que la doncella haría
muy mal; pero a un hombre con quien ha de
casarse dentro de pocos días, ya pudiera decirle
alguna cosa que... Además, que hay ciertos
modos de explicarse...

DOÑA IRENE Conmigo usa de más franqueza. A cada instante

hablamos de usted, y en todo manifiesta el
particular cariño que a usted le tiene... ¡Con qué
juicio hablaba ayer noche, después que usted se
fue a recoger! No sé lo que hubiera dado porque
hubiese podido oírla.

DON DIEGO ¿Y qué? ¿Hablaba de mí?


DOÑA IRENE Y qué bien piensa acerca de lo preferible que es

para una criatura de sus años un marido de
cierta edad, experimentado, maduro y de
conducta...

DON DIEGO ¡Calle! ¿Eso decía?


DOÑA IRENE No, esto se lo decía yo, y me escuchaba con una

atención como si fuera una mujer de cuarenta
años, lo mismo... ¡Buenas cosas la dije! Y ella,
que tiene mucha penetración, aunque me esté
mal el decirlo... ¿Pues no da lástima, señor, el
ver cómo se hacen los matrimonios hoy en el
día? Casan a una muchacha de quince años con
un arrapiezo de dieciocho, a una de diecisiete
con otro de veintidós: ella niña, sin juicio ni
experiencia, y él niño también, sin asomo de
cordura ni conocimiento de lo que es mundo.
Pues, señor (que es lo que yo digo), ¿quién ha
de gobernar la casa? ¿Quién ha de mandar a los
criados? ¿Quién ha de enseñar y corregir a los
hijos? Porque sucede también que estos
atolondrados de chicos suelen plagarse de
criaturas en un instante, que da compasión.

Escena cuarta II

DON DIEGO Cierto que es un dolor el ver rodeados de hijos a

muchos que carecen del talento, de la
experiencia y de la virtud que son necesarias
para dirigir su educación.

DOÑA IRENE Lo que sé decirle a usted es que aún no había

cumplido los diecinueve cuando me casé de
primeras nupcias con mi difunto don Epifanio,
que esté en el cielo. Y era un hombre que,
mejorando lo presente, no es posible hallarle de
más respeto, más caballeroso... Y, al mismo
tiempo, más divertido y decidor. Pues, para
servir a usted, ya tenía los cincuenta y seis, muy
largos de talle, cuando se casó conmigo.

DON DIEGO Buena edad... No era un niño, pero...


DOÑA IRENE Pues a eso voy... Ni a mí podía convenirme en

aquel entonces un boquirrubio con los cascos a
la jineta... No, señor... Y no es decir tampoco
que estuviese achacoso ni quebrantado de salud,
nada de eso. Sanito estaba, gracias a Dios, como
una manzana; ni en su vida conoció otro mal,
sino una especie de alferecía que le amagaba de
cuando en cuando. Pero luego que nos casamos,
dio en darle tan a menudo y tan de recio, que a
los siete meses me hallé viuda y encinta de una
criatura que nació después, y al cabo y al fin se
me murió de alfombrilla.

DON DIEGO ¡Oiga!... Mire usted si dejó sucesión el bueno de

don Epifanio...

DOÑA IRENE Sí, señor; pues ¿por qué no?


DON DIEGO Lo digo porque luego saltan con... Bien que si

uno hubiera de hacer caso... ¿Y fue niño o niña?

DOÑA IRENE Un niño muy hermoso. Como una plata era el

angelito.

DON DIEGO Cierto que es consuelo tener, así, una criatura,

y...

DOÑA IRENE ¡Ay, señor! Dan malos ratos; pero ¿qué importa?

Es mucho gusto, mucho.

DON DIEGO Yo lo creo.


DOÑA IRENE Sí, señor.


DON DIEGO Ya se ve que será una delicia y...


DOÑA IRENE ¡Pues no ha de ser!


DON DIEGO Un embeleso el verlos juguetear y reír, y

acariciarlos, y merecer sus fiestecillas
inocentes.

DOÑA IRENE ¡Hijos de mi vida! Veintidós he tenido en los

tres matrimonios que llevo hasta ahora, de los
cuales sólo esta niña me ha venido a quedar;
pero le aseguro a usted que...

Escena quinta

DOÑA IRENE, RITA


DOÑA IRENE ¡Válgame Dios! Ahora que me acuerdo...

¡Rita!... Me le habrán dejado morir. ¡Rita!

RITA Señora.

(Saca debajo del brazo unas sábanas y almohadas.)

DOÑA IRENE ¿Qué has hecho del tordo? ¿Le diste de comer?


RITA Sí, señora. Más ha comido que un avestruz. Ahí

le puse en la ventana del pasillo.

DOÑA IRENE ¿Hiciste las camas?


RITA La de usted ya está. Voy a hacer esotras antes

que anochezca, porque si no, como no hay más
alumbrado que el del candil y no tiene garabato
me veo perdida.

DOÑA IRENE Y aquella chica, ¿qué hace?


RITA Está desmenuzando un bizcocho para dar de

cenar a don Periquito.

DOÑA IRENE ¡Qué pereza tengo de escribir! (Se levanta y se

entra en su cuarto.) Pero es preciso, que estará
con mucho cuidado la pobre Circuncisión.

RITA ¡Qué chapucerías! No ha dos horas, como quien

dice, que salimos de allá, y ya empiezan a ir y
venir correos. ¡Qué poco me gustan a mí las
mujeres gazmoñas y zalameras!

(Éntrase en el cuarto de DOÑA FRANCISCA.)

Escena sexta

CALAMOCHA


CALAMOCHA (Sale por la puerta del foro con unas maletas,

botas y un látigo. Lo deja todo sobre la mesa y
se sienta en el banco.)

¡Con que ha de ser el número tres! Vaya en
gracia... Ya, ya conozco el tal número tres.
Colección de bichos más abundante no la tiene
el Gabinete de Historia Natural... Miedo me da
de entrar... ¡Ay!, ¡ay!... ¡Y qué agujetas! Estas sí
que son agujetas... Paciencia, pobre Calamocha,
paciencia... Y gracias a que los caballitos
dijeron: no podemos más, que si no, por esta vez
no veía yo el número tres, ni las plagas de
Faraón que tiene dentro... En fin, como los
animales amanezcan vivos, no será poco...
Reventados están...
(Canta RITA, desde adentro.
CALAMOCHA se levanta desperezándose.)
¡Oiga!.- ¿Seguidillitas?... Y no canta mal...
Vaya, aventura tenemos... ¡Ay, qué desvencijado
estoy!

Escena séptima

RITA, CALAMOCHA


RITA Mejor es cerrar, no sea que nos alivien de ropa, y...

(Forcejeando para echar la llave.)
Pues cierto que está bien acondicionada la llave.

CALAMOCHA ¿Gusta usted de que eche una mano, mi vida?


RITA Gracias, mi alma.


CALAMOCHA ¡Calle!... ¡Rita!


RITA ¡Calamocha!


CALAMOCHA ¿Qué hallazgo es éste?


RITA ¿Y tu amo?


CALAMOCHA Los dos acabamos de llegar.


RITA ¿De veras?


CALAMOCHA No, que es chanza. Apenas recibió la carta de

doña Paquita, yo no sé adónde fue, ni con quién
habló, ni cómo lo dispuso; sólo sé decirte que
aquella tarde salimos de Zaragoza. Hemos
venido como dos centellas por ese camino.
Llegamos esta mañana a Guadalajara, y a las
primeras diligencias nos hallamos con que los
pájaros volaron ya. A caballo otra vez, y vuelta
a correr y a sudar y a dar chasquidos... En suma,
molidos los rocines y nosotros a medio moler,
hemos parado aquí con ánimo de salir mañana...
Mi teniente se ha ido al Colegio Mayor a ver a
un amigo, mientras se dispone algo que cenar...
Esta es la historia.

RITA ¿Con que le tenemos aquí?


CALAMOCHA Y enamorado más que nunca, celoso,

amenazando vidas... Aventurado a quitar el hipo
a cuantos le disputen la posesión de su Currita
idolatrada.

RITA ¿Qué dices?


CALAMOCHA Ni más ni menos.


RITA ¡Qué gusto me das!... Ahora sí se conoce que la

tiene amor.

CALAMOCHA ¿Amor?... ¡Friolera!... El moro Gazul fue para

con él un pelele, Medoro un zascandil y
Gaiferos un chiquillo de la doctrina.

RITA ¡Ay! ¡cuando la señorita lo sepa!


CALAMOCHA Pero, acabemos. ¿Cómo te hallo aquí? ¿Con

quién estás?... ¿Cuándo llegaste?... Qué...

Escena séptima II

RITA Yo te lo diré. La madre de doña Paquita dio en

escribir cartas y más cartas, diciendo que tenía
concertado su casamiento en Madrid con un
caballero rico, honrado, bienquisito, en suma,
cabal y perfecto, que no había más que apetecer.
Acosada la señorita con tales propuestas, y
angustiada incesantemente con los sermones de
aquella bendita monja, se vio en la necesidad de
responder que estaba pronta a todo lo que la
mandasen... Pero no te puedo ponderar cuánto
lloró la pobrecita, qué afligida estuvo. Ni quería
comer, ni podía dormir... Y al mismo tiempo era
preciso disimular, para que su tía no sospechara
la verdad del caso. Ello es que cuando, pasado
el primer susto, hubo lugar de discurrir
escapatorias y arbitrios, no hallamos otro que el
de avisar a tu amo, esperando que si era su
cariño tan verdadero y de buena ley como nos
había ponderado, no consentiría que su pobre
Paquita pasara a manos de un desconocido, y se
perdiesen para siempre tantas caricias, tantas
lágrimas y tantos suspiros estrellados en las
tapias del corral. Apenas partió la carta a su
destino, cata el coche de colleras, y el mayoral
Gasparet, con sus medias azules, y la madre y el
novio, que vienen por ella: recogimos a toda
prisa nuestros meriñaques, se atan los cofres,
nos despedimos de aquellas buenas mujeres, y
en dos latigazos llegamos antes de ayer a
Alcalá. La detención ha sido para que la
señorita visite a otra tía monja que tiene aquí,
tan arrugada y tan sorda como la que dejamos
allá. Ya la ha visto, ya la han besado bastante
una por una todas las religiosas, y creo que
mañana temprano saldremos. Por esta
casualidad nos...

CALAMOCHA Sí. No digas más... Pero... ¿Con que el novio

está en la posada?

RITA Ese es su cuarto

(Señalando el cuarto de DON DIEGO,
el de DOÑA IRENE y el de DOÑA FRANCISCA),
éste el de la madre, y aquél el nuestro.

CALAMOCHA ¿Cómo nuestro? ¿Tuyo y mío?


RITA No, por cierto. Aquí dormiremos esta noche la

señorita y yo; porque ayer, metidas las tres en
ese de enfrente, ni cabíamos de pie, ni pudimos
dormir un instante, ni respirar siquiera.

CALAMOCHA Bien. Adiós.

(Recoge los trastos que puso sobre la mesa, en ademán de irse.)

RITA Y ¿adónde?


CALAMOCHA Yo me entiendo... Pero el novio, ¿trae consigo

criados, amigos o deudos que le quiten la
primera zambullida que le amenaza?

RITA Un criado viene con él.


CALAMOCHA ¡Poca cosa!... Mira, dile en caridad que se

disponga, porque está de peligro. Adiós.

RITA ¿Y volverás presto?


CALAMOCHA Se supone. Estas cosas piden diligencia y,

aunque apenas puedo moverme, es necesario
que mi teniente deje la visita y venga a cuidar
de su hacienda, disponer el entierro de ese
hombre, y... ¿Con que ése es nuestro cuarto, eh?

RITA Sí. De la señorita y mío.


CALAMOCHA ¡Bribona!


RITA ¡Botarate! Adiós.


CALAMOCHA Adiós, aborrecida

(Éntrase con los trastos al cuarto de DON CARLOS).

Escena octava I

DOÑA FRANCISCA, RITA


RITA ¡Qué malo es!... Pero... ¡Válgame Dios! ¡Don

Félix aquí! Sí, la quiere, bien se conoce...
(Sale CALAMOCHA del cuarto de DON CARLOS
y se va por la puerta del foro.)
¡Oh! Por más que
digan, los hay muy finos, y entonces, ¿qué ha de
hacer una?... Quererlos, no tiene remedio,
quererlos... Pero ¿qué dirá la señorita cuando le
vea, que está ciega por él? ¡Pobrecita! ¿Pues no
sería una lástima que...? Ella es.
(Sale DOÑA FRANCISCA.)

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, Rita!


RITA ¿Qué es eso? ¿Ha llorado usted?


DOÑA FRANCISCA ¿Pues no he de llorar? Si vieras mi madre...

Empeñada está en que he de querer mucho a ese
hombre... Si ella supiera lo que sabes tú, no me
mandaría cosas imposibles... Y que es tan
bueno, y que es rico, y que me irá tan bien con
él... Se ha enfadado tanto, y me ha llamado
picarona, inobediente... ¡Pobre de mí! Porque no
miento ni sé fingir, por eso me llaman picarona.

RITA Señorita, por Dios, no se aflija usted.


DOÑA FRANCISCA Ya, como tú no la has oído... Y dice que don

Diego se queja de que yo no le digo nada...
Harto le digo, y bien he procurado hasta ahora
mostrarme contenta delante de él, que no lo
estoy por cierto, y reírme y hablar niñerías... Y
todo por dar gusto a mi madre, que si no... Pero
bien sabe la Virgen que no me sale del corazón.
(Se va oscureciendo lentamente el teatro.)

RITA Vaya, vamos, que no hay motivo todavía para

tanta angustia... ¡Quién sabe!... ¿No se acuerda
usted ya de aquel día de asueto que tuvimos el
año pasado en la casa de campo del intendente?

DOÑA FRANCISCA ¡Ay! ¿Cómo puedo olvidarlo?... Pero, ¿qué me

vas a contar?

RITA Quiero decir que aquel caballero que vimos allí

con aquella cruz verde tan galán, tan fino...

DOÑA FRANCISCA ¡Qué rodeos!... Don Félix. ¿Y qué?


RITA Que nos fue acompañando hasta la ciudad...


DOÑA FRANCISCA Y bien... Y luego volvió, y le vi, por mi

desgracia, muchas veces... Mal aconsejada de ti.

RITA ¿Por qué, señora?... ¿A quién dimos escándalo?

Hasta ahora nadie lo ha sospechado en el
convento. Él no entró jamás por las puertas, y
cuando de noche hablaba con usted, mediaba
entre los dos una distancia tan grande, que usted
la maldijo no pocas veces... Pero esto no es del
caso. Lo que voy a decir es que un amante como
aquél no es posible que se olvide tan presto de
su querida Paquita... Mire usted que todo cuanto
hemos leído a hurtadillas en las novelas no
equivale a lo que hemos visto en él... ¿Se
acuerda usted de aquellas tres palmadas que se
oían entre once y doce de la noche, de aquella
sonora punteada con tanta delicadeza y
expresión?

Escena octava II

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, Rita! Sí, de todo me acuerdo, y mientras

viva conservaré la memoria... Pero está
ausente... Y entretenido acaso con nuevos
amores.

RITA Eso no lo puedo yo creer.


DOÑA FRANCISCA Es hombre al fin, y todos ellos...


RITA ¡Qué bobería! Desengáñese usted, señorita. Con

los hombres y las mujeres sucede lo mismo que
con los melones de Añover. Hay de todo; la
dificultad está en saber escogerlos. El que se
lleve chasco en la elección quéjese de su mala
suerte, pero no desacredite la mercancía... Hay
hombres muy embusteros, muy picarones; pero
no es creíble que lo sea el que ha dado pruebas
tan repetidas de perseverancia y amor. Tres
meses duró el terrero y la conversación a
oscuras, y en todo aquel tiempo, bien sabe usted
que no vimos en él una acción descompuesta, ni
oímos de su boca una palabra indecente ni
atrevida.

DOÑA FRANCISCA Es verdad. Por eso le quise tanto, por eso le

tengo tan fijo aquí... aquí...
(Señalando el pecho.)
¿Qué habrá dicho al ver la carta?... ¡Oh!
Yo bien sé lo que habrá dicho... ¡Válgate Dios!
¡Es lástima! Cierto. ¡Pobre Paquita!... Y se
acabó... No habrá dicho más... Nada más.

RITA No señora, no ha dicho eso.


DOÑA FRANCISCA ¿Qué sabes tú?


RITA Bien lo sé. Apenas haya leído la carta se habrá

puesto en camino, y vendrá volando a consolar a
su amiga... Pero...
(Acercándose a la puerta del cuarto de DOÑA IRENE.)

DOÑA FRANCISCA ¿A dónde vas?


RITA Quiero ver si...


DOÑA FRANCISCA Está escribiendo.


RITA Pues ya presto habrá de dejarlo, que empieza a

anochecer... Señorita, lo que la he dicho a usted
es la verdad pura. Don Félix está ya en Alcalá.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué dices? No me engañes.


RITA Aquel es su cuarto... Calamocha acaba de hablar

conmigo.

DOÑA FRANCISCA ¿De veras?


RITA Sí, señora... Y le ha ido a buscar para...


Escena octava III

DOÑA FRANCISCA ¿Con que me quiere?... ¡Ay, Rita! Mira tú si

hicimos bien de avisarle... Pero ¿ves qué
fineza?... ¿Si vendrá bueno? ¡Correr tantas
leguas sólo por verme..., porque yo se lo
mando... ¡Qué agradecida le debo estar!... ¡Oh!,
yo le prometo que no se quejará de mí. Para
siempre agradecimiento y amor.

RITA Voy a traer luces. Procuraré detenerme por allá

abajo hasta que vuelvan... Veré lo que dice y
qué piensa hacer, porque hallándonos todos
aquí, pudiera haber una de Satanás entre la
madre, la hija, el novio y el amante; y si no
ensayamos bien esta contradanza, nos hemos de
perder en ella.

DOÑA FRANCISCA Dices bien... Pero no; él tiene resolución y

talento, y sabrá determinar lo más conveniente...
Y ¿cómo has de avisarme?... Mira que así que
llegue le quiero ver.

RITA No hay que dar cuidado. Yo le traeré por acá, y

en dándome aquella tosecilla seca... ¿Me
entiende usted?

DOÑA FRANCISCA Sí, bien.


RITA Pues entonces no hay más que salir con

cualquiera excusa. Yo me quedaré con la señora
mayor; la hablaré de todos sus maridos y de sus
concuñados, y del obispo que murió en el mar...
Además, que si está allí don Diego...

DOÑA FRANCISCA Bien, anda; y así que llegue...


RITA Al instante.


DOÑA FRANCISCA Que no se te olvide toser.


RITA No haya miedo.


DOÑA FRANCISCA ¡Si vieras qué consolada estoy!


RITA Sin que usted lo jure lo creo.


DOÑA FRANCISCA ¿Te acuerdas, cuando me decía que era

imposible apartarme de su memoria, que no
habría peligros que le detuvieran, ni dificultades
que no atropellara por mí?

RITA Sí, bien me acuerdo.


DOÑA FRANCISCA ¡Ah!. Pues mira cómo me dijo la verdad.

(DOÑA FRANCISCA se va al cuarto de DOÑA IRENE; RITA,
por la puerta del foro.)