El pozo del Yocci: 17

El pozo del Yocci
de Juana Manuela Gorriti
Capítulo XVI - La voz de la conciencia



Poco tiempo después, uno de los dos colosos que pesaban sobre la parte meridional de la América latina cayó en Ancasch, y la paz con Bolivia se restableció.

Aguilar, encadenado a pesar suyo a la vida y a la inacción, encontró intolerable la vista de los sitios, testigos de su crimen, y huyendo de Salta, refugiose en el seno tumultuoso de la Metrópoli.

Muy luego, convertido en sede de Rosas, y capitaneando la Mazorca, espantó a Buenos Aires con la crueldad de sus hechos. Pero la sangre del asesinato, como la sangre del combate, no podía embriagarlo; y sobre los horrores del presente flotaba siempre el recuerdo del pasado, fatal, imborrable, eterno.

Desesperado, procurando escapar al delirio de la locura que comenzaba a invadirlo, Aguilar se arrojó en el seno del vicio. Repartió su vida entre el juego, el vino y las mujeres; llamó a las puertas de la orgía; hizo pacto con el escándalo, y formándose una corte con los esclavos del libertinaje, reinó en ella con un poder absoluto.

Ningún bebedor se atrevía a luchar con él; los jugadores temblaban cuando veían en su mano los dados, porque estos jamás tenían para él azar; y la mujer que obtenía una sola de sus miradas, caía para siempre a sus pies.

Pero entre los vapores de la orgía como entre el humo de la pólvora, veía siempre levantarse la pálida sombra de Aurelia; en medio a las báquicas canciones, un eco lejano remedaba su último gemido.

Entonces, arrebatado por un extraño frenesí entregábase a furiosos excesos, rompía, destrozaba cuanto se le ponía adelante; apuraba sin resultado el opio y los licores espirituosos; asía por la garganta a la más bella de sus compañeras de disolución, estrechábala en sus brazos hasta ahogarla y ensangrentaba sus labios con rabiosos besos. Y aquellas mujeres, gastadas por el vicio, ávidas de emociones, y fascinadas por el misterioso ascendiente de ese hombre a quien creían un ser sobrenatural, sufrían con placer, y se disputaban la tortura que él se dignaba imponerla.