Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El ojo hallado.

Entró Quevedo en un locutorio de monjas á visitar una que tenia fama de muy literata y muy aguda, pero que por desgracia era tuerta.

Quevedo, que llevaba segunda intención, se puso á mirar por todos los rincones como si buscase alguna cosa.

— ¿Qué busca V., Sr. D. Francisco? preguntó la monja con algún interés.

— Señora, respondió Quevedo con socarronería, busco un ojo.

— No se canse V. en buscarlo, contestó la monja sentándose, que sobre él estoy.