El naufragio de Simónides (Samaniego)

El naufragio de Simónides (Samaniego)
de Félix María Samaniego


A Elisa

En tanto que tus vanas compañeras, 
Cercadas de galanes seductores, 
Escuchan placenteras
En la escuela de Venus los amores, 
Elisa, retirada te contemplo
De la diosa Minerva al sacro templo. 
Ni eres menos donosa,
Ni menos agraciada 
Que Clori, ponderada 
De gentil y de hermosa: 
Pues, Elisa divina, ¿por qué quieres 
Huir en tu retiro los placeres? 
¡Oh sabia, qué bien haces
En estimar en poco la hermosura, 
Los placeres fugaces,
El bien que sólo dura
Como rosa que el ábrego marchita! 
Tu prudencia infinita
Busca el sólido bien y permanente 
En la virtud y ciencia solamente. 
Cuando el tiempo implacable con presteza 
O los males tal vez inopinados,
Se lleven la hermosura y gentileza, 
Con lágrimas estériles llorados 
Serán aquellos días que se fueron 
Y a juegos vanos tus amigas dieron; 
Pero a tu bien estable
No hay tiempo ni accidente que consuma: 
Siempre serás feliz, siempre estimable. 
Eres sabia, y en suma
Este bien de la ciencia no perece. 
Oye cómo esta fábula lo explica, 
Que mi respeto a tu virtud dedica.
Simónides en Asia se enriquece, 
Cantando a justo precio los loores 
De algunos generosos vencedores. 
Este sabio poeta, con deseo
De volver a su amada patria Ceo,
Se embarca, y en la mar embravecida 
Fue la mísera nave sumergida.
De la gente a las ondas arrojada, 
Sale quien diestro nada,
Y el que nadar no sabe
Fluctúa en las reliquias de la nave. 
Pocos llegan a tierra, afortunados, 
Con las náufragas tablas abrazados. 
Todos cuantos el oro recogieron, 
Con el peso abrumados, perecieron. 
A Clecémone van. Allí vivía
Un varón literato, que leía
Las obras de Simónides, de suerte
Que al conversar los náufragos, advierte 
Que Simónides habla, y en su estilo 
Le conoce; le presta todo asilo
De vestidos, criados y dineros; 
Pero a sus compañeros
Les quedó solamente por sufragio 
Mendigar con la tabla del naufragio.