Fábulas argentinas
El mono y la naranja

de Godofredo Daireaux


Un mono, sin dejar de rascarse, alzó una naranja y la quiso comer. Pero, primero la tenía que pelar.

No queriendo dejar su ocupación, tiró de la cáscara con los dientes, pero poco le gustó la amargura de la cáscara y buscó otro medio.

Siempre rascándose con una mano, puso un pie sobre la naranja, y con la otra mano la empezó a pelar. Posición cansadora.

Se sentó entonces y apretó la naranja entre las rodillas, sacando con la mano libre algo de la cáscara; pero la fruta se le resbaló y rodó por el suelo, donde se ensució toda. Enojado, pero siempre rascándose, la limpió como pudo y la empezó a chupar. Con una sola mano poco jugo podía exprimir y sus esfuerzos no le daban resultado.

Algo desconsolado, pestañeaba, mirando con sus ojitos la naranja sucia y deshecha, buscando la solución del problema, cuando de repente se le alegró la cara.

Había por fin encontrado el medio sencillo y seguro de poder pelar ligero y bien una naranja.

Dejó de rascarse por un rato, agarró fuerte la fruta con una mano, la peló con la otra en un minuto, la partió, la comió, la hizo desaparecer, y dando dos piruetas, se empezó a rascar otra vez, pero ya con las dos manos.

Hacer dos cosas a la vez, no sirve, y siempre trabaja mal una mano sin la ayuda de la otra.