El método racional: 7



VII editar

Hasta aquí la tendencia común de ambas teorías (la atomística y la de las fuerzas abstractas); pero media entre ellas en lo demás un abismo insondable.

La primera no solo niega la cualidad como categoría, sino que niega otro elemento importantísimo del mundo físico, á saber: la fuerza.

En la nueva teoría atómica la fuerza no existe como entidad propia, ni aun como cualidad de la materia. La atracción planetaria, la pesantez terrestre, las fuerzas eléctricas y magnéticas, la capilaridad, la cohesión, la afinidad, todas las potencias risicas y químicas, no son otra cosa que puras apariencias; no hechos primitivos, sino fenómenos complejos; no elementos irreducibles, sino resultantes de otros elementos; y para decirlo de una vez, combinaciones dinámicas, y nada más que combinaciones, de los movimientos de los átomos.

La materia en esta teoría es un conjunto de partecillas archimicroscópicas; pero sólidas, macizas, formadas por la sustancia única de la naturaleza, que viene á ser el célebre substractum de la filosofía: sustancia inerte, incapaz de acción, y cuya sola propiedad es la de ser impenetrable. Estas partecillas ó átomos se mueven cuando otros chocan con ellos, y siguen caminando basta que tropiezan contra un obstáculo; y este vagar infinito, sujeto tan solo á las condiciones iniciales y á las leyes de la mecánica, es el fondo real de la naturaleza.

¿Se agrupan los átomos en un sistema de tal modo que dos masas se aproximen de hecho? Pues el físico, que ve únicamente la parte externa de los fenómenos, dice que ambas se atraen; pero semejante atracción no existe: se mueven como si atrajeran, mas no porque se atraigan: es el torbellino material que las envuelve el que empuja una hácia otra; que por lo demás la materia es inerte y no puede influir sobre la materia de otro modo que por contacto directo.

La acción á distancia entre dos masas; algo que vaya de una á otra sin intermedio físico, sustancial y sólido; potencias abstractas, ideales, sin dimensiones geométricas, que traben el polvo disperso de los átomos y lo organicen; fuerzas que, mantenidas en su idealidad, marchen por el vacío, son cosas que la teoría atómica declara incomprensibles y absurdas.

La materia, la impenetrabilidad y el movimiento son toda la física, y todo lo explican, ó todo intentan explicarlo. Las diversas hipótesis, en que se sintetiza la ciencia como en grandes unidades, quedan condensadas en otro principio único: el movimiento de la materia, pero no como efecto de fuerzas actuales, sino como puro movimiento trasmitido de unas á otras moléculas.

Toda la parte experimental, según esta escuela, se reduce al átomo; lo demás se compone de categorías eminentemente racionales: el espacio, el tiempo, el movimiento, es decir, la mecánica. De tal suerte, que si en un instante dado pudieran conocerse las posiciones, las masas y las velocidades de todos los átomos que constituyen el universo, las fórmulas de D'Alambert serian la historia inerrable de la materia, el libro profético de su porvenir. Ellas nos dirían lo que fué de cada molécula, y lo que será por los siglos de los siglos: ellas escribirían, con la sublime elocuencia del álgebra, la Odysea de cada átomo: su vagar en la nebulosa, su peregrinación en los mundos constituidos, cuándo describió inmensos círculos en las sombrías entrañas de un globo, cuándo brilló en el rojizo penacho de un volcan, cuándo se vio anegado en los Océanos, en qué instante cruzó entre vapores la atmósfera, en cuál otro bajo forma de gota descompuso la luz del sol y pintó el iris en el cielo, en qué sublime momento, en fin, rodó como lágrima por una mejilla humana sintiendo quizá estremecida su pequenez al aliento divino del espíritu.

Asi, pues, toda la parte práctica y empírica de la teoría atomística moderna sólo tiene por objeto suplir este dato único, estado dinámico del universo en un momento fijo; lo demás son leyes racionales y principios a priori. Decir que contra esta teoría se alzan tremendas objeciones es punto menos que inútil.

La física, la química, la metafísica le dirigen preguntas terribles, á las que ni contesta ni puede contestar hoy.

¿Cómo se explica la conservación de la fuerza viva? Imposible parece explicar este gran principio de la mecánica en la teoría atómica: en todo choque de cuerpos no elásticos hay pérdida de fuerza viva; luego el universo tiende al reposo absoluto; muere el movimiento por instantes; el impulso inicial se agota; el cosmos es algo que agoniza, un inmenso péndulo que se para, una hoguera que se extingue.

¿Cómo se explica la elasticidad? La elasticidad no existe en la teoría atómica: es una pura apariencia.

¿Cómo se explica el átomo? No se explica tampoco: al querer comprenderlo se desvanece; al analizarlo se deshace; es polvo que se desmenuza en polvo más y más pequeño sin otro límite que la nada. Porque, en efecto, si tiene dimensiones y es macizo, es divisible en partes; y puesto que no existe en la naturaleza fuerza alguna de cohesión, nada une y traba estas partes entre sí; luego el átomo no puede ser un elemento primitivo, debe dividirse lógicamente, y prácticamente debe estar dividido en otros más pequeños; pero de cada uno de estos puede decirse lo que del anterior, y así la lógica nos fuerza á triturarlos y á desmenuzarlos más y más, sin otro límite que su aniquilamiento absoluto.

El átomo de la teoría atomística encierra en sí su propia negación.

Afirmarlo y definirlo es negarlo al propio tiempo.