El falso Inca
de Roberto Payró
Capítulo XV


XV - CATÁSTROFES


Bohórquez, acompañado por Carmen, marchó a Salta, para entregarse al representante del virrey.

No se le trató mal en un principio, y hasta podía tener ilusión de hallarse en libertad. Alucinado por esta aparente dulzura, no vaciló en acceder a un pedido complementario que se le hizo para la total pacificación de Calchaquí. Y un día subió a un tablado que se había erigido en la plaza de Salta, y dirigiendo la palabra a caciques y curacas, de antemano convocados en gran número, los exhortó a que volvieran por siempre a la paz, y acatasen la soberanía del rey de León y de Castilla, único y absoluto señor de estas Indias. Los curacas se retiraron cabizbajos, descontentos y recelosos...

Entretanto, los meses transcurrieron, Calchaquí no se pacificaba, y los rumores que llegaban a oídos de Bohórquez eran amenazadores y terribles... Sus compatriotas tenían la intención de darle muerte, y retardaban el momento sólo porque temían posibles complicaciones. La sentencia se cumpliría después de una decisiva expedición que estaba preparando el gobernador Mercado y Villacorta...

Carmen, y algunos indios adictos y españoles indiscretos, tenían al prisionero al corriente de cuanto se hacía y se pensaba. Por ellos supo que Mercado y Villacorta había recibido del Perú importantes socorros en armas, municiones y dinero, y que se ocupaba de formar dos poderosos tercios, el uno con las tropas de Santiago, Salta, Esteco y Jujuy, que mandaría personalmente, acompañado por el padre Torreblanca como capellán; el otro, compuesto por las tropas de La Rioja, Londres, Valle de Catamarca y Tucumán, que marcharía bajo las órdenes del ya entonces maestro de campo don Francisco de Nieva y Castilla.

El primer cuerpo constaría de mil doscientos a mil quinientos hombres, y numerosos caballos; el segundo alrededor de mil, incluyéndose en ambos los indios amigos.

El plan del gobernador, según llegó a oídos de Bohórquez, consistía en entrar simultáneamente por dos puntos al valle de Catamarca. Para esto, a principios de mayo y con sus tropas, saldría de Salta por la quebrada del Escoype, y marcharía hacia el sur. Nieva y Castilla, entretanto, saldría al propio tiempo de Londres, y entrando al valle por Jocavil, marcharía hacia el norte para unirse con él en el centro del valle, después de limpiar éste de indios.

Bohórquez comprendió inmediatamente que este plan debilitaba las formidables fuerzas españolas, y con el ingenio aguzado del preso que ansía su libertad, se dijo:

-Mi último recurso está en que triunfen los indios, aunque sea momentáneamente. Huir de aquí me es fácil, y si les doy la victoria me recibirán con los brazos abiertos, olvidarán lo pasado y volveré a ser Inca. Y, cuando lo sea... ¡ya veremos! Siempre hallaré cómo salvar el pellejo.

Consultó su idea con Carmen, y después de largo y detenido examen, ambos resolvieron comunicar lo que sabían a Luis Enríquez, y aconsejarle un plan de campaña que a juicio de ambos no podía fallar. Consistía sencillamente en que los indios dieran paso franco a Mercado y su ejército hasta Tolombón, donde necesariamente iría a acampar, y que se halla en medio del valle. Allí lo sitiarían, en el mayor número posible, y les quitarían el agua -cosa fácil, como había podido observarlo durante su permanencia en dicho pueblo. Entretanto, los calchaquíes de Jocavil, Anguinan, Acalian y todos los Quilmes, observarían la marcha del ejército de Nieva y Castilla, para caer sobre él por sorpresa en un lugar propicio, matando y arrollándolo todo. Desbaratado Nieva, correrían a incorporarse con los de Tolombón, y Mercado y Villacorta tendría que sucumbir dejando el país libre de españoles...

El plan no estaba mal urdido, como se ve, y más aún si se tiene en cuenta que Luis Enríquez podría mover unos cuantos miles de hombres, tan valientes como los heroicos Quilmes, cuyas hazañas están aún por ser escritas.

Pero los acontecimientos se precipitaron, la cárcel de Bohórquez se hizo más dura; ya no le permitían ver a otra persona que Carmen; el rostro hirsuto y torvo de los carceleros aumentó su hostilidad; ya los guardianes no iban a formar corro para escuchar los cuentos fantásticos, las anécdotas y los chascarrillos del andaluz; ya no se festejaban sus chistosas interpelaciones a los que pasaban cerca de él; ya hacía gracia... Y Bohórquez sabía que, para un charlatán, no hacer gracia es estar en desgracia... Todo lo vio nublado y se echó a temblar por su vida... Un día supo que Villacorta, al frente de su ejército, acababa de salir de Salta; anudósele la garganta y sintió un calofrío, como si pasara la muerte. La osadía del plan que había trazado lo aterró...

Cuando llegó Carmen, esa tarde, llevándole un poco de comida, encontrolo pálido, desencajado, con los ojos casi fuera de las órbitas. Tenía la continua visión del cadalso... Hizo a su compañera confidente de sus temores, lloró como un niño, como un niño le suplicó que lo salvara.

A la mañana siguiente Carmen fue a despedirse de Bohórquez y salió de Salta.

Sola y a pie siguió la rastrillada del ejército de Mercado y Villacorta...