​El día sin sol​ de José Zorrilla
del tomo segundo de las Poesías.


Dies irce dies illa,
Solvet secluin in favilla.

Introducción editar

Hizo al hombre, de Dios la propia mano,
Que tanto para hacerle fue preciso,
Hízole de la tierra soberano,
Y le dió por palacio el Paraíso.
Ágil de miembros, la cerviz erguida
Orlada de flotante cabellera,
Los claros ojos respirando vida,
Luenga la barba y con la voz severa.
Hechos para el deleite sus sentidos,
Vieron los ojos luz, gustó la boca,
Olió el olfato, oyeron los oídos,
Todo es placer cuanto pasando toca.
La hierba perfumada en la colina
Dióle un lecho do yace blandamente,
Y derramóse en torno cristalina,
Deshecha en perlas, la sonora fuente.
Y vertieron las aves en el viento
Regalada y dulcísima armonía
Desde el follaje vasto y opulento
Que fácil teje la alameda umbría.
Y al dormido murmullo de la brisa
Que vaga suave, inquieta y juguetona,
Dobló la frente, y con igual sonrisa
El sueño muellemente le corona.
Las fieras cuidadosas evitaron
Con su ruido turbar su manso sueño,
Y volando las aves arrullaron
El reposar de su tranquilo dueño.
Dios, que su soledad miró enojosa,
De tornarla en placer buscó manera,
Y una mujer bellísima, amorosa,
Le ofreció liberal por compañera.
Era la hermosa de gentil talante,
Acabada de pechos y cintura,
De enhiesto cuello y lánguido semblante,
Rebosando de amor y de ternura.
Clara la frente, altiva y despejada,
Negras las cejas, blanca la mejilla,
Rasgada de ojos, blanda la mirada,
Do turbio el sol en competencia brilla.
Tendida por los hombros la melena,
La blanca espalda de la luz velando,
Hallóla Adán al despertar, serena
Sus varoniles formas contemplando.
Ciñóla, sorprendido en su embeleso,
Con brazo enamorado y reverente;
Mil veces la besó, y a cada beso
Trémula su cristal vibró la fuente.
El bosque susurró manso murmullo,
Los peces en las ovas asomaron,
Las tórtolas alzaron casto arrullo,
Y amorosos los céfiros soplaron.
«¡Alma mía, mi amor, paloma mía!…»,
El hombre sollozando murmuraba;
Ella, muerta de amor, le sonreía,
Y él, muriendo de amor, la enamoraba.
Posábale en su labio el labio amante
Aspirando con ámbares y aroma
El aire de su pecho vacilante,
La luz de sus pupilas de paloma.
Tú, rojo sol, entonces si los viste,
¿Por qué amantes y solos les dejaste,
Y la infernal serpiente no adormiste
Que envidiosa del bien cerca alumbraste?
¡Ay, cuánto ahorraras de miseria y llanto
Del hombre flaco a los mortales ojos,
Cuánto miedo a los ángeles, y cuánto
Al mismo Dios de cólera y enojos!
Era un árbol no más en los jardines
Vedado al paladar de los nacidos;
No anidaban en él los colorines,
Ni daba flor, ni sombra, ni sonidos.
Yacía Adán en brazos de su amada,
Y Eva miraba el prohibido fruto;
Al lado de la poma codiciada
Traidor velaba el enemigo astuto.
«¿No comerás, le dijo la serpiente,
»Criatura de origen soberano?
»Pudieras como Dios omnipotente
»Otro mundo crear de polvo vano.
»No comerás, y quedarás sujeta
»Al privilegio inútil de su hechura;
»Quedará el alma entre, su nada quieta,
»Y a ti te llamarán la criatura.»
Sintió el orgullo la mujer curiosa,
Que brotaba en carmín a la mejilla,
Y a la fruta tendió la mano ansiosa
Vertiendo de ella la mortal semilla.
Aplicóla a los labios, y callaron
Arboles, aves, céfiros y fuentes,
Y en su lugar fatídico quedaron
Troncos, buitres, tormentas y torrentes.
Rugió el león crespando la melena,
Lanzó el tigre su ardiente resoplido,
Bufó en el bosque la traidora hiena,
El toro levantó ronco mugido.
Huyeron azotándose las alas
Las aves por el aura agonizante,
El fresco valle marchitó sus galas,
Tembló el mundo en los ejes de diamante.
Despertó el triste Adán absorto y mudo
Al desusado y bronco clamoreo,
Y avergonzado se miró desnudo,
La carne henchida de brutal deseo.
Tembló al mirar las fieras espantadas
Guarecerse en tropel en los peñascos,
Y buscar sus guaridas socavadas
De las montañas en los hondos cascos.
Hirióle el sol las débiles pupilas
Al recio impulso de fogosa lumbre,
Y halló en el cielo en aplomadas filas
De frías nubes torva. muchedumbre.
Y sintió que perdía de improviso
La gracia de su Dios con la inocencia,
Y trocóle en infierno el Paraíso
El nuevo torcedor de la conciencia.
Viéronse con rubor ambos nacidos,
Que con rubor entrambos no nacieron,
Y del crimen común arrepentidos,
Uno del otro con, vergüenza huyeron.
«¡Adán!» exclamó Dios llamando al hombre,
Y el eco en las montañas respondía;
«¡Adán!» repitió Dios, y el mismo nom
El eco mismo a repetir volvía.
¿Dó estaba Adán? Llorando prosternado,
Por vez primera de su Dios temblaba,
Y humillado en el polvo, «¡Yo he pecado!»,
Respondía a la voz que le llamaba.
«¡Adán! gritó el Señor, cuenta tus horas,
»Porque vendrá una hora en que te veas
»Dando cuentas al Dios ante quien lloras;
»Y hasta entonces, Adán, ¡maldito seas! »

I editar

«Naciste, Adán, en el polvo
»Y en el polvo morirás,
»Tú, y tus hijos, y tu raza,
»Y cuantos hombres serán.
»Sudaréis sobre la tierra
»Los hijos por sustentar,
»Mientras los hijos rebeldes
»Con sus padres lidiarán.
»La tierra brotará espinas,
»El tiempo ahogará la paz,
»Y sin número los hombres
»A su Dios olvidarán.
»Entonces hambres y pestes,
»Y de miserias un mar
»Acosará el impío mundo
»Sin descanso ni solaz.
»Y habrá ejércitos y buques
»Que agua y tierra infestarán,
»Y habrá esclavos y habrá reyes,
»Y pueblos y sociedad.
»Y habrá amor, y habrá amistades,
»Que en vez de consuelos dar
»Os darán con dulces nombres
»Amargas horas de afán.
»Y habrá el corazón pasiones
»A cuyo impulso fatal
»Hermano robará a hermano
»Cuanto bien pudo alcanzar.
»Será la mujer voluble,
»Será el hombre desleal,
»Y amor tornaráse en celos,
»Y en envidia la amistad.-
»Y en raza de un mismo origen,
»Todos con derecho igual,
»El poder será la fuerza
»Y el miedo la autoridad.-
»Nacerán conquistadores
»Las tierras a deslindar,
»Y donde uno puso un trono,
»Otro un cadalso pondrá.
»Pero YO, que os hice en polvo
»Y en polvo os he de tornar,
»Haré un día de justicias
»Para todos por igual;
»Haré un infierno y un cielo
»Y una inmensa eternidad
»En que grandes y pequeños
»Confundidos entrarán. »
Dijo así Dios reduciendo
Los tiempos a cantidad,
Cuando dio al primer nacido
El triste apodo de Adán.-

II editar

Tuba mirum spargens sonum
Per sepulchra regionum,
Coget omnes ante trhonum.

Ancho panteón de gente condenada,
Condenado a morir como su gente
Caerá el mundo en el pozo de la nada,
Rota en pedazos la caduca frente.
La impía raza en las tumbas cobijada
Otra vez se alzará mustia y doliente,
Roto el dogal que al polvo la sujeta,
Al vivo son de la final trompeta.
Ya para entonces el tremendo día
Del daño universal será cumplido;
El sol qua del Oriente nos venía,
Apagada su luz habrá caído;
La luna, que flotando se mecía
En el azul del cielo adormecido,
Seguirá al fin sus moribundas huellas
Llevando en pos las lánguidas estrellas.
Y la tierra, sin sol que la fecunde,
Seca no brotará hierba ni flores,
Y harán que reventando el mar la inunde
Los temporales de la mar señores;
Y a las manos del tiempo que confunde.
Cuantos un día desplegó primores,
La tierra que de césped se matiza
Campo será de pálida ceniza.
En sus mohosas grietas, asomados
Estarán los desnudos esqueletos,
Al juicio de su Dios aparejados,
Silenciosos, estúpidos y quietos;
Y a trechos en montones apilados,
El plazo aguardarán juntos y prietos,
Con sus despojos reemplazando enjutos
Templos, palacios, árboles y frutos.
No dará luz el cielo blanquecino,
Ni hará murmullo el ondular del viento,
Ni en las rocas el eco campesino
Repetirá lejano algún acento;
Noche y alba sin horas ni camino
Ahogarán su crepúsculo opulento,
Y serán presa de arrecidas nieblas,
Sin aurora ni noche, las tinieblas.
No habrá en este pantano dentro y fuera
Ni habrá cosa con cotos, ni lugares,
Las tierras no hallarán mar ni ribera,
Ni hallarán playa los disueltos mares;
Barro será la agonizante esfera
Sin medidas, ni bordes, ni vallares,
Cual masa por los siglos preparada
A tornar al origen de su nada.
Las almas volverán mudas de asombro
Los cuerpos a buscar en que vivieron,
Cuando a través del cenagoso escombro
Vayan tras el lugar do los perdieron:
Sin ayuda de mano, brazo u hombro,
La carne vestirán con que nacieron,
Porque escuche la carne la sentencia
Que oyó el alma al pasar a otra existencia.
Y cuando nada en el silencio aliente,
Cuando nada mortal quede con vida,
A la voz del airado Omnipotente,
De los muertos la turba estremecida
Iremos ante Dios, baja la frente,
Amedrentada el alma en su guarida,
A obedecer sus leyes inmortales,
Y ante la santa ley, todos iguales.


III editar

Judex ergo cum sedebit
Quidquid latet aparebit,
Nihil inultum remanebit.

Y no habrá para ninguno
Privilegio ni exención,
Sin justicia no habrá alguno,
Porque iremos uno a uno
Por pena o por remisión.
Será con todos igual,
Justiciero para todos
El tremendo tribunal,
E irán de distintos modos
El justo y el criminal.
En la frente irán escritos
Los secretos de la vida,
Y las conciencias a gritos
Apartarán los malditos
De la prole bendecida.
Que ni entonces una vez
La virtud se manchará
Del vicio con la hediondez,
Ni la ramera soez
Junto a la virgen irá.
Allí irán los que altaneros
A los pueblos dieron leyes
A acusar sus desafueros,
Sin lanza los caballeros,
Y sin corona los reyes.
Allí irá la hipocresía
Con el disfraz en la mano,
Y sabremos aquel día
Qué pechero hubo hidalguía
Y qué hidalgo fue villano.
Irá el pálido mendigo
En pos del rico avariento
Acusador y testigo,
Demandando pan y abrigo
De su alcázar opulento.
Irá el amigo traidor
Tras el amigo engañado,
El semblante sin color,
Como esclavo maniatado
Que llevan a su señor.
Irá el pérfido galán
Tras las vendidas mujeres,
Que descontándole irán
Por las horas de su afán
Las horas de sus placeres.
Irá el señor sin piedad,
E irán los siervos tras él
Pidiendo a su vanidad
La perdida libertad
En iracundo tropel.
Irán los conquistadores,
Y asidos a sus cabellos
Los vencidos vencedores,
Serán allí sus señores
Como aquí lo fueron ellos.
Irá la falsa mujer
Que al esposo juró amor,
Y el juramento de ayer
Empeñó por un placer
Al disoluto amador.
Irá el audaz pendenciero
Con el muerto en desafío;
Acuchillado el primero,
Y el otro en el pecho impío
Escondido el rojo acero.
¡Que el día de la verdad
El fantasma del valor
Será necia ceguedad.,
Y no más que vanidad
El fantasma del honor!
Irá el corrompido juez
Tras la víctima inocente,
Y en torno suyo a la vez
Clamarán en voz doliente
La orfandad y la viudez.
Irán los monjes carnales
Tras las forzadas doncellas,
Desgarrados los sayales,
Los cordones por dogales
Atados al cuello de ellas.
Los labios que un tiempo dieron
Blando y sacrílego son
Con los besos que vertieron,
Que torpe hoguera encendieron
En el brutal corazón;
Allí arderán en tal lumbre,
En fuego tan infernal,
Cuanto a Dios fue pesadumbre
Bajar a la podredumbre
De su pecho criminal.
Y allí iremos los cantores
Falsas flores del Edén
Que en vez de santos loores
Cantamos himnos de amores
A las puertas de un harén.
Allí del liviano mundo
Habrá fin la imbécil farsa;
Todos en montón inmundo,
Sin primero ni segundo,
Iremos en la comparsa.-
¿Qué será ver hombre tanto
Nacido para morir,
Ciegos los ojos de llanto,
Ciega el ánima de espanto,
Al valle inmenso venir?
¿Qué será ver al tirano
Balbuciente al responder
De la sangre de su hermano,
En que irá tinta la mano
Sin que la pueda esconder?
¿Qué será ver tantos reyes
Que por saciar su ambición
Pusieron la religión
Por rúbrica de unas leyes
De equívoca explicación?
¿Tantas gentes y naciones,
De tan distintas regiones,
De distintos caracteres,
Y de distintos placeres,
Y distintas religiones?
¡Los de Judá temerosos,
Los de Esparta y Macedonia,
Los de Oriente voluptuosos,
Los fecundos en colosos
De Menfis y Babilonia!
¡Los de los anchos desiertos
Avezados al pillaje,
De tiempo y dioses inciertos,,
Los que devoran sus muertos
En algazara salvaje!
¡Los de América indolentes,
Los impuros de Sodoma,
Los de Tebas penitentes,
Los de Sagunto valientes,
Y los triunfantes de Roma!
¡Todos, muertos o inmortales
De hinojos ante su juez,
Que con leyes eternales
Nos hará a todos iguales
Ante la ley una vez!


E irán las tiernas almas
De los alegres niños
En túmulos de palmas
Y lechos con armiños
Al pie del trono espléndido
Del santo de Israel.
Sus ángeles hermanos
Haránles grata sombra
Con sus rosadas manos,
Y les harán alfombra
Con sus alas magníficas,
Y almohadas y dosel.
La paternal sonrisa
Del Dios omnipotente
Seráles blanda brisa,
Que arrulle mansamente
El contorno suavísimo
De su tranquila sien.
Y dormirán de espumas
Al dulce hervir sonoro,
Y de ondulantes plumas,
Y de incensarios de oro
A la acordada música
Del prometido Edén.
E irán las no tocadas
Castísimas mujeres
Que huyeron avisadas
El mundo y los placeres,
Y dieron al Altísimo
Intacto su pudor,
Ceñida la cintura
De blancas azucenas,
Radiantes de hermosura,
Y en dulces cantilenas
Loando en sol angélico
Al eternal amor.
Y todas tan hermosas
Como la tibia luna,
Y todas ruborosas
Como al dejar la cuna,
Todas ofrendas cándidas
De paz y de placer.
Purísimas palomas
Que el cielo halaga y cría,
Balsámicos aromas
Que en prendas de alegría
Entre dolor y lágrimas
Da al cielo la mujer.
Y ¿ qué será en tal hora
De duelos y de enojos
Su calma encantadora,
Y de sus bellos ojos
Contemplar el pacífico
Brillante tornasol?
Y ¿qué será en sus labios
Su sonreír de amores,
Cuando grandes y sabios,
Y reyes, y señores,
El día verán trémulos
Sin tinieblas ni sol?


IV editar

Y ¿qué será de nuestro dulce canto,
Qué será de nosotros los cantores,
Los que lloramos cántigas de llanto,
Los que reímos cántigas de flores?
¿Qué será de la hermosa a quien un día
Himnos de amor y de placer cantamos,
Que en nuestros labios el amor bebía,
Y en cuyos labios el amor gozamos?
¿ Qué serán de sus ojos los espejos
Do nuestra imagen retratada vimos,
Do al lánguido rielar de sus reflejos
Su secreto de amor la sorprendimos?
¿Qué será del amigo cariñoso
Que amar nos hizo la falaz fortuna,
Del triste que veló nuestro reposo
Al resbalar de la furtiva luna?
Acaso el corazón lo desgarraba
El peligro fatal del que dormía,
Y su afán compasivo nos callaba,
Doblando su silencio su agonía.
¡Ay! ¿Qué será del padre y del hermano,
Qué será del esposo y de la esposa
Cuando aparte Jehová con justa mano
Del torpe vicio la virtud dichosa?
¿Cuando se abran las puertas eternales
Al eterno gozar del Paraíso,
Y les sea a los tristes criminales
Al duelo eterno caminar preciso?
¡Ay de mí! ¡Con cuán hondo desconsuelo
Los ojos tornarán desesperados
La postrimera vez mirando un cielo
que también nacieron destinados!
¡Oh tristísima y larga despedida,
Eterna muerte, eterna bienandanza,
Donde, perdiendo de una vez la vida,
Se pierde de morir toda esperanza!


¡Qué dulce será vivir,
Vivir una eternidad,
Sin pensar más en morir,
Ni pensar en reducir
A guarismo nuestra edad!
¡Qué dulce será, vagando
Por la viviente mansión,
Ir al compás escuchando
De las arpas de Sión,
Eternamente gozando,
Aquella aura perfumada,
Y aquel manso susurrar
De la floresta encantada,
Y aquella luz reflejada
De soles en un millar,
Y aquel gotear de las fuentes,
Y aquel trinar de las aves,
Y aquel hervir los torrentes,
Y aquellos mares vivientes
Sin monstruos, vientos, ni naves!
Y si en la fresca ribera
Quien amó en vida encontrara
La amorosa compañera
Que antes que el mundo muriera
Muerta en el mundo quedara,
¡Qué dulce fuera vivir,
Vivir una eternidad,
Sin pensar más en morir,
Ni pensar en reducir
A guarismo nuestra edad!
¡Oh, ven, ven, arpa sonora,
En las penas de mi vida
Mi tierna consoladora,
Esperanza seductora
De mi esperanza perdida!
Tú que templas en el suelo
Nuestros dolores mundanos
Con ilusiones de cielo,
Consuela mi desconsuelo
Con tus compases livianos.
Y déjale que delire
Con el cielo al corazón,
Y déjale que suspire,
Que el ámbar feliz aspire
De su dulce religión.
Porque en tanto que suspira
Por la postrimera paz,
¡Viva Dios que no delira
Con la nada y la mentira
De la existencia falaz!