El condenado por desconfiado
Jornada II

de Tirso de Molina


Sala en casa de ANARETO. Una puerta de alcoba en el fondo, con las cortinas echadas. editar

                
ENRICO           ¡Valgate el diablo el juego!            
                 ¡Qué mal que me has tratado!   

GALVÁN 		 Siempre eres desdichado 

ENRICO 		 Fuego en las manos, fuego:   
                 ¿Estáis descomulgadas? 

GALVÁN 		 Echáronte a perder suertes trocadas.   

ENRICO 		 Derechas no las gano;   
                 si las trueco, tampoco.   

GALVÁN 		 Él es un juego loco.   

ENRICO 		 Esta derecha mano 
                 me tiene destruido;   
                 noventa y nueve escudos he perdido.   

GALVÁN 		 ¿Pues para qué estás triste,   
                 que nada te costaron?   

ENRICO 		 ¡Qué poco que duraron! 
                 ¿Viste tal cosa? ¿Viste   
                 multitud de suertes?   

GALVÁN 		 Con esa pesadumbre te diviertes   
                 y no cuidas de nada,   
                 y has de matar a Albano, 
                 que de Laura el hermano   
                 te tiene ya pagada   
                 la mitad del dinero.   

ENRICO 	         Sin blanca estoy; matar a Albano quiero.   

GALVÁN 		 ¿Y aquesta noche Enrico, 
                 Cherinos y Escalante?   
                 Empresa es importante.   

ENRICO 		 A ayudarlos me aplico.   
                 ¿No han de robar la casa   
                 de Octavio el genovés?   

GALVÁN           Aquesto pasa. 

ENRICO 		 Pues yo seré el primero   
                 que suba a sus balcones.   
                 En tales ocasiones   
                 aventajarme quiero.   
                 Ve y diles que aquí aguardo. 

GALVÁN 		 Volando voy, que en todo eres gallardo.   
    
(Vase.)
 
    
ENRICO 		 Pues mientras ellos se tardan   
                 y el manto lóbrego aguardan,   
                 que su remedio ha de ser,   
                 quiero un viejo padre ver 
                 que aquestas paredes guardan.   
                 Cinco años ha que le tengo   
                 en una cama tullido,   
                 y tanto a estimarle vengo   
                 que con andar tan perdido 
                 a mi costa le mantengo.   
                 De lo que Celia me da   
                 o yo por fuerza le quito,   
                 traigo lo que puedo acá   
                 y su vida solicito, 
                 que acabando el curso va.   
                 De lo que de noche puedo,   
                 varias casas escalando,   
                 robar con cuidado o miedo   
                 voy su sustento aumentando 
                 y a veces sin él me quedo.   
                 Que esta virtud solamente   
                 en mi vida distraída   
                 conservo piadosamente,   
                 que es deuda al padre debida 
                 el serle el hijo obediente. 
                 En mi vida le ofendí   
                 ni pesadumbre le di;   
                 en todo cuanto mandó   
                 obediente me halló 
                 desde el día que nací,   
                 que aquestas mis travesuras,   
                 mocedades y locuras   
                 nunca a saberlas llegó,   
                 que a saberlas, bien sé yo 
                 que aunque mis entrañas duras,   
                 de peña, al blando cristal   
                 opuesta fueron formadas   
                 y mi corazón igual   
                 a las fieras encerradas 
                 en riscos de pedernal,   
                 que las hubiera atajado;   
                 pero siempre le he tenido   
                 donde de nadie informado   
                 ni un disgusto ha recibido 
                 de tantos como he causado.   
     
(Descorre las cortinas de la alcoba y se ve a ANARETO dormido 
en una silla.)
 
  
                 Aquí está; quiérole ver.   
                 Durmiendo está, al parecer.   
                 ¡Padre!   

ANARETO 	 (Despertando.)   
                 ¡Mi Enrico querido! 

ENRICO 		 Del descuido que he tenido   
                 perdón espero tener   
                 de vos, padre de mis ojos.   
                 ¿Heme tardado?   

ANARETO          No, hijo.   

ENRICO 		 No os quisiera dar enojos. 

ANARETO 	 En verte me regocijo.   

ENRICO 		 No el sol con celajes rojos   
                 saliendo a dar resplandor   
                 a la tiniebla mayor   
                 que espera tan alto bien, 
                 parece al día también,   
                 como vos a mí, señor;   
                 que vos para mí sois sol,   
                 y los rayos que arrojáis   
                 de ese divino arrebol 
                 son las canas con que honráis   
                 este reino.   

ANARETO          Eres crisol   
                 donde la virtud se apura.   

ENRICO 		 ¿Habéis comido?   

ANARETO          Yo, no.   

ENRICO 		 ¿Hambre tendréis?   

ANARETO          La ventura 
                 de mirarte me quitó   
la hambre.   

ENRICO           No me asegura,   
                 padre mío, esa razón,   
                 nacida de la afición   
                 tan grande que me tenéis;
                 pero agora comeréis,   
                 que las dos pienso que son   
                 de la tarde. Ya la mesa   
                 os quiero, padre, poner.   

ANARETO 	 De tu cuidado me pesa. 

ENRICO 		 Todo esto y más ha de hacer   
                 el que obediencia profesa.   
                 (Aparte. Del dinero que jugué   
                 un escudo reservé   
                 para comprar qué comiese, 
                 porque aunque al juego le pese   
                 no ha de faltarme esta fe).   
                 Aquí traigo en el lenzuelo,   
                 padre mío, qué comáis.   
                 Estimad mi justo celo. 

ANARETO 	 Bendito, Dios mío, seáis   
                 en la tierra y en el cielo   
                 pues que tal hijo me distes   
                 cuando tullido me vistes   
                 que mis pies y manos sea. 

ENRICO 		 Comed, porque yo lo vea.   

ANARETO 	 Miembros cansados y tristes,   
                 ayudadme a levantar.   

ENRICO 		 Yo, padre, os quiero ayudar.   

ANARETO 	 Fuerza me infunden tus brazos. 

ENRICO 		 Quisiera en estos abrazos   
                 la vida poderos dar.   
                 Y digo, padre, la vida   
                 porque tanta enfermedad   
                 es ya muerte conocida.

ANARETO 	 La divina voluntad   
                 se cumpla.   

ENRICO           Ya la comida   
                 os espera. ¿Llegaré   
                 la mesa?   

ANARETO          No, hijo mío,   
                 que el sueño me vence.   

ENRICO           A fe, 
                 pues, dormid.   

ANARETO          Dádome ha un frío   
                 muy grande.   

ENRICO           Yo os llegaré   
                 la ropa.   

ANARETO   	 No es menester.   

ENRICO 		 Dormid.   

ANARETO          Yo, Enrico, quisiera   
                 por llegar siempre a temer 
                 que en viéndote es la postrera   
                 vez que te tengo que ver,   
                 porque aquesta enfermedad   
                 me trata con tal crueldad   
                 que quisiera que tomaras 
                 estado.   

ENRICO           ¿En eso reparas?   
                 Cúmplase tu voluntad.   
                 Mañana pienso casarme.   
                 (Quiero darle aqueste gusto.   
                 aunque finja.) 

ANARETO          Será darme la salud.   

ENRICO           Hacer es justo   
                 lo que tú puedes mandarme.   

ANARETO 	 Moriré, Enrico, contento.   

ENRICO 		 Darte gusto en todo intento,   
                 porque veas de esta suerte 
                 que por sólo obedecerte   
                 me sujeto al casamiento.   

ANARETO          Pues, Enrico, como viejo   
                 te quiero dar un consejo.   
                 No busques mujer hermosa, 
                 porque es cosa peligrosa   
                 ser en cárcel mal segura   
                 alcaide de una hermosura   
                 donde es la afrenta forzosa.   
                 Está atento, Enrico.   

ENRICO           Di.

ANARETO 	 Y nunca entienda de ti   
                 que de su amor no te fías,   
                 que viendo que desconfías,   
                 todo lo ha de hacer así.   
                 Con tu mismo ser la iguala: 
                 ámala, sirve y regala,   
                 con celos no la des pena,   
                 que no hay mujer que sea buena   
                 si ve que piensas que es mala.   
                 No declares tu pasión 
                 hasta llegar la ocasión,   
                 y luego...   
                 (Se duerme.)   

ENRICO           Venciole el sueño,   
                 que es de los sentidos dueño,   
                 a dar la mejor lición.   
                 Quiero la ropa llegalle 
                 y de esta suerte dejalle   
                 hasta que repose. (Arrópale.)   
     
(Llega GALVÁN.)
 
     
GALVÁN           Ya   
                 todo prevenido está,   
                 y mira que por la calle   
                 viene Albano.
   
ENRICO          ¿Quién? 

GALVÁN	 	A quien la muerte has de dar.   

ENRICO 		¿Pues yo he de ser tan tirano   

GALVÁN 		¿Cómo?   

ENRICO          ¿Yo lo he de matar   
                por un interés liviano?   

GALVÁN 		¿Ya tienes temor? 

ENRICO          Galván,
                estos dos ojos, que están   
                con este sueño cubiertos,   
                por mirar que están despiertos   
                aqueste temor me dan.   
                No me atrevo, aunque mi nombre 
                tiene su altivo renombre   
                en las memorias escrito,   
                intentar tan gran delito   
                donde está durmiendo un hombre. 

GALVÁN 		¿Quién es?   

ENRICO          Un hombre eminente 
                a quien temo solamente   
                y en esta vida respeto;   
                que para el hijo discreto   
                es el padre muy valiente.   
                Si conmigo le llevara 
                siempre, nunca yo intentara   
                los delitos que condeno,   
                pues fuera su vista el freno   
                que en la ocasión me tirara.   
                Pero corre esa cortina; 
                que el no verle podrá ser   
                (pues mi favor hace mina)   
                que rigor venga a tener   
                si ahora a piedad me inclina.   

GALVÁN 		(Corre las cortinas.)   
                Ya está corrida.   

ENRICO          Galván
                ahora que no le veo   
                ni sus ojos luz me dan,   
                matemos, si es tu deseo,   
                cuantos en el mundo están.   

GALVÁN 		Pues mira, que viene Albano, 
                y que de Laura al hermano   
                que le des muerte conviene.   

ENRICO      	Pues él a buscarla viene,   
                dale por muerto.   

GALVÁN          Eso es llano.   

ALBANO 		(Cruzando el teatro.)   
                El sol a poniente va, 
                como va mi edad también,   
                y con cuidado estará   
                mi esposa.   

(Vase.) editar

ENRICO 		(Se ha quedado inmóvil, mirando a ALBANO al tiempo
                de salir.)   
                ¡Brazo, detén!   

GALVÁN 		¿Qué aguardas, Enrico, ya?   

ENRICO 		Miro un hombre que es retrato 
                y viva imagen de aquel   
                a quien siempre de honrar trato;   
                pues di, si aquí soy cruel,   
                ¿no seré a mi padre ingrato?   
                Hoy de mis manos tiranas 
                por ser viejo, Albano, ganas   
                la cortesía que esperas,   
                que son piadosas terceras,   
                aunque mudas, esas canas.   
                Vete libre, que repara 
                mi honor (que así se declara,   
                aunque mi opinión no cuadre)   
                que pensara que a mi padre   
                mataba si te matara.   
                ¡Ay canas! Los que aborrecen 
                pocos las ofenderán,   
                pues tan seguras se van   
                cuando enemigas se ofrecen.   

GALVÁN 		¡Vive Dios, que no te entiendo!   
                Otro eres ya del que fuiste.

ENRICO 		Poco mi valor ofendo.   

GALVÁN 		Darme la muerte pudiste.   

ENRICO 		No es eso lo que pretendo.   
                A nadie temí en mi vida,   
                varios delitos he hecho, 
                he sido fiero homicida   
                y no hay maldad que en mi pecho   
                no tenga siempre acogida;   
                pero en llegando a mirar   
                las canas que supe honrar 
                porque en mi padre las vi,   
                todo el furor reprimí   
                y las procuré estimar.   
                Si yo supiera que Albano   
                era de tan larga edad, 
                nunca de Laura al hermano   
                prometiera tal crueldad.   

GALVÁN 		Respeto fue necio y vano.   
                El dinero que te dio   
                por fuerza habrás de volver, 
                ya que Albano no murió.   

ENRICO 		Podrá ser.   

GALVÁN     	¿Qué es podrá ser?   

ENRICO 		Podrá ser si quiero yo.   

GALVÁN 		Él viene.   
    
(Sale OCTAVIO.)
 
    
OCTAVIO         A Albano encontré,   
                vivo y sano como yo. 

ENRICO 		¡Ya lo creo!   

OCTAVIO         Y no pensé   
                que la palabra que dio   
                de matarle vuesasté   
                no se cumpliera tan bien   
                como se cumplió la paga. 
                ¿Esto es ser hombre de bien?   

GALVÁN 		(Aparte.) Éste busca que le den   
                un bofetón con la daga.   

ENRICO 		No mato a hombres viejos yo,   
                y si a voarcé le ofendió, 
                vaya y mátele al momento,   
                que yo quedo muy contento   
                con la paga que me dio.   

OCTAVIO 	El dinero ha de volverme.   

ENRICO 		Váyase voarcé con Dios. 
                No quiera enojado verme,   
                que, ¡juro a Dios!...   
    
(Sacan las espadas OCTAVIO y ENRICO y se acuchillan.)
 
    
GALVÁN          Ya los dos   
                riñen: el diablo no duerme.   

OCTAVIO 	Mi dinero he de cobrar. 

ENRICO 		Pues yo no lo pienso dar. 

OCTAVIO 	Eres un gallina.   

ENRICO          ¡Mientes!   
                (Le hiere.)   

OCTAVIO 	¡Muerto soy!   

ENRICO          Mucho lo sientes.   

GALVÁN 		Hubiérase ido a acostar.   

ENRICO 		A hombres como tú, arrogantes,   
                doy la muerte yo, no a viejos, 
                que con canas y consejos   
                vencen ánimos gigantes.   
                Y si quisieres probar   
                lo que llego a sustentar,   
                pide a Dios, si Él lo permite,
                que otra vez te resucite   
                y te volveré a matar. 

Llega el gobernador con sus hombres. editar

Luego cambia el decorado, trasladando la escena a un bosque a la orilla del mar. PAULO y PEDRISCO, de bandoleros. Otros bandoleros que traen presos a tres caminantes.)

GOBERNADOR 	(Dentro.)   
                ¡Prendedle! ¡Dadle muerte!   

GALVÁN          Aquesto es malo;   
                más de cien hombres vienen a prenderte   
                con el Gobernador.   

ENRICO          Vengan seiscientos. 
                Si me prenden, Galván, mi muerte es cierta;   
                si me defiendo, puede hacer mi dicha   
                que no me maten y que yo me escape;   
                y más quiero morir con honra y fama.   
                Aquí está Enrico. ¿No llegáis, cobardes? 

GALVÁN 		Cercado te han por todas partes.   

ENRICO          Cerquen;   
                que vive Dios que tengo que arrojarme   
                por entre todos.   

GALVÁN		Yo tus pasos sigo. 

ENRICO 		Pues haz cuenta que César va contigo.   
    
(Acometen al GOBERNADOR y los que le acompañan.)
 
    
GOBERNADOR 	¿Eres demonio?   

ENRICO          Soy un hombre solo 
                que huye de morir.   

GOBERNADOR      Pues date preso   
                y yo te libraré.   

ENRICO          No pienso en eso.   
                Así habéis de prenderme.   
                (Lididiando.)   

GALVÁN          Sois cobardes.   

GOBERNADOR 	(Cayendo en brazos de los suyos.)   
                ¡Ay de mí! ¡Muerto soy!   

UN ESBIRRO      ¡Grande desdicha!   
                ¡Mató al Gobernador!   

OTRO            ¡Mala palabra! 
    
(Vanse todos.)
 
    
ENRICO 		Ya aunque la tierra sus entrañas abra   
                y en ellas me sepulte, es imposible   
                que me pueda escapar; tú, mar soberbio,   
                en tu centro me esconde; con la espada   
                en la boca tengo de arrojarme. 
                Tened misericordia de mi alma,   
                Señor inmenso; que aunque soy tan malo   
                no dejo de tener conocimiento   
                de vuestra santa fe. Pero ¿qué hago? 
                ¿Al mar quiero arrojarme cuando dejo 
                triste, afligido, un miserable viejo?   
                Al padre de mi vida volver quiero   
                y llevarle conmigo; a ser Eneas   
                del viejo Anquises.   

GALVÁN          ¿Dónde vas? Detente.   
 
UNA VOZ         Seguidme por aquí.   

GALVÁN          Guarda tu vida. 

ENRICO          Perdonad, padre mío de mis ojos,   
                al no poder llevaros en mis brazos,   
                aunque en mi alma bien sé yo que os llevo.   
                Sígueme tú, Galván.   

GALVÁN          Yo ya te sigo.   

ENRICO          Por tierra no podremos escaparnos. 

GALVÁN          Pues arrójame al mar.   

ENRICO          Su centro airado   
                sea sepulcro mío. ¡Ay, padre amado!   
                ¡Cuánto siento el dejaros!   

GALVÁN          Ven conmigo.   

ENRICO          Cobarde soy, Galván, si no te sigo.   

(Vanse.) editar

BANDIDO PRIMERO    A ti solo, Paulo fuerte, 
                   pues que ya todos te damos   
                   palabra de obedecerte,   
                   que sentencies esperamos   
                   estos tres a vida o muerte.   

PAULO              ¿Dejáronnos ya el dinero? 

PEDRISCO           Ni una blanca nos han dado.   

PAULO              Pues, ¿qué aguardas, majadero?   

PEDRISCO           Habémoselo quitado.   

PAULO              ¿Qué ellos no lo dieron? Quiero   
                   sentenciar a todos tres. 

PEDRISCO           Ya esperarnos ver lo que es.   

CAMINANTE PRIMERO  ¡Ten con nosotros piedad!   

PAULO              De ese roble los colgad.   

LOS TRES CAMINANTES ¡Gran señor!   

PEDRISCO           Moved los pies,   
                   que seréis fruta extremada 
                   en esta selva apartada   
                   de todas aves rapantes.   

PAULO              De esta crueldad no te espantes.   

PEDRISCO           Yo no me espanto de nada.   
                   Porque verte ayer, señor, 
                   ayunar con tal fervor   
                   y en la oración ocupado   
                   en tu Dios arrebatado   
                   pedirle ánimo y favor   
                   para proseguir tu vida 
                   en tan grande penitencia,   
                   y en esta selva escondida   
                   verte hoy con tanta violencia   
                   capitán de forajida   
                   gente, matar pasajeros 
                   tras robarlos los dineros,   
                   ¿qué más se puede esperar?   
                   Ya no me puedo espantar   
                   de nada.   

PAULO              Los hechos fieros   
                   de Enrico imitar pretendo, 
                   y aun le quisiera exceder.   
                   Perdone Dios si le ofendo,   
                   que si uno al fin ha de ser,   
                   esto es justo y yo me entiendo.   

PEDRISCO           Así al otro le decían 
                   que la escalera rodaba;   
                   otros que rodar le vían.   

PAULO              Y a mí, que a Dios adoraba   
                   y por santo me tenía   
                   en este circunvecino 
                   monte, el globo cristalino,   
                   rompiendo el ángel veloz   
                   me llegase con su voz   
                   a dejar tan buen camino,   
                   dándome premio tan malo.
                   Pues hoy verá el cielo en mí   
                   si en las maldades no igualo   
                   a Enrico.   

PEDRISCO           ¡Triste de ti! 
   
PAULO              Fuego por la vista exhalo.   
                   Hoy, fieras, que en horizontes 
                   y en napolitanos montes   
                   hacéis dulce habitación,   
                   veréis que mi corazón   
                   vence a soberbios faetontes.   
                   Hoy, árboles que plumajes 
                   sois de la tierra, o salvajes   
                   por lo verde que os vestís,   
                   el huésped que recibís   
                   los hará varios ultrajes.   
                   Más que la naturaleza 
                   he de hacer por cobrar fama   
                   pues para mayor grandeza   
                   he de dar a cada rama   
                   cada día una cabeza.   
                   Vosotros dais, por ser graves, 
                   frutos al hombre suaves;   
                   mas yo con tales racimos   
                   pienso dar frutos opimos   
                   a las voladoras aves;   
                   en verano y en invierno 
                   será vuestro fruto eterno,   
                   y si pudiera hacer más,   
                   más hiciera.   

PEDRISCO           Tú te vas   
                   gallardamente al infierno. 

PAULO              Ve y cuélgalos al momento   
                   de un roble.   

PEDRISCO           Voy como el viento.   

CAMINANTE PRIMERO  ¡Señor!   

PAULO              No me repliquéis,   
                   si acaso ver no queréis   
                   el castigo más violento. 

PEDRISCO           Venís los tres.   

CAMINANTE SEGUNDO  ¡Ay de mí!   

PEDRISCO           Yo he de ser verdugo aquí,   
                   pues a mi dicha le plugo,   
                   para enseñar al verdugo   
                   cuando me ahorquen a mí. 

(Vanse PEDRISCO y todos los bandoleros, menos dos, llevándose a los caminantes.) editar

PAULO                 (Para sí.)   
                      Enrico, si desta suerte   
                      yo tengo de acompañarte   
                      y si te has de condenar   
                      contigo me has de llevar,   
                      que nunca pienso dejarte. 
                      Palabra de un ángel fue;   
                      tu camino seguiré,   
                      pues cuando Dios, Juez eterno,   
                      nos condenare al infierno   
                      ya habremos hecho por qué. 
    
UNA VOZ               (Dentro y cantando.)   
                      No desconfíe ninguno,   
                      aunque grande pecador,   
                      de aquella misericordia   
                      de que más se precia Dios.   

PAULO                 ¿Qué voz es ésa que suena? 

BANDIDO PRIMERO       La gran multitud, señor,   
                      de esos robles nos impide,   
                      ver dónde viene la voz.   

LA VOZ                Con firme arrepentimiento   
                      de no ofender al Señor 
                      llegue el pecador humilde,   
                      que Dios le dará perdón.   

PAULO                 Subid los dos por el monte   
                      y a ver si es algún pastor   
                      el que canta ese romance. 

BANDIDO SEGUNDO       A verlo vamos los dos.   
     
(Vanse.)
 
     
LA VOZ                Su Majestad Soberana   
                      da Voces al pecador   
                      porque le llegue a pedir   
                      lo que ninguno negó. 

(Un PASTORCILLO, que aparece en lo alto de un monte tejiendo una corona de flores.)

    
PAULO                  Baja, baja, pastorcillo,   
                       que ya estaba, ¡vive Dios!,   
                       confuso con tus razones,   
                       admirado con tu voz.   
                       ¿Quién te enseñó ese romance, 
                       que le escucho con temor,   
                       que parece que en ti habla   
                       mi propia imaginación?   

PASTORCILLO            Ese romance que he dicho   
                       Dios, señor, me lo enseñó. 

PAULO                  ¿Dios?   

PASTORCILLO            O la Iglesia, su esposa,   
                       a quien en la tierra dio   
                       poder suyo.   

PAULO                  Bien dijiste.   

PASTORCILLO            Advierte que creo en Dios   
                       a pie juntillas y sé, 
                       aunque rústico pastor,   
                       todos los diez mandamientos,   
                       preceptos que Dios nos dio.   

PAULO                  ¿Y Dios ha de perdonar   
                       a un hombre que le ofendió 
                       con obras y con palabras   
                       y pensamientos?   

PASTORCILLO            ¿Pues no?   
                       Aunque sus ofensas sean   
                       más que hay átomos del sol,   
                       y que estrellas tiene el cielo, 
                       y rayos la luna dio,   
                       y peces el mar salado   
                       en sus cóncavos guardó.   
                       Ésta es su misericordia,   
                       que con decirle al Señor: 
                       «Pequé, pequé muchas veces»,   
                       le recibe al pecador   
                       en sus amorosos brazos,   
                       que, en fin, hace como Dios.   
                       Porque si no fuera aquesto, 
                       cuando a los hombres crió   
                       no los criara sujetos   
                       a su frágil condición.   
                       Porque si Dios, sumo Bien,   
                       de nada al hombre formó,
                       para ofrecerle su gloria   
                       no fuera ningún blasón   
                       en Su Majestad divina   
                       darle aquella imperfección.   
                       Diole Dios libre albedrío 
                       y fragilidad le dio   
                       al cuerpo y al alma; luego   
                       dio potestad con acción   
                       de pedir misericordia,   
                       que a ninguno le negó. 
                       De modo que, si pecando   
                       el hombre, el justo rigor   
                       procediera contra él, 
                       fuera el número menor   
                       de los que en el sacro alcázar 
                       están contemplando a Dios.   
                       La fragilidad del cuerpo   
                       es grande; que en una acción,   
                       en un mirar solamente   
                       con deshonesta afición, 
                       se ofende a Dios; de ese modo,   
                       porque este triste ofensor,   
                       con la imperfección que tuvo   
                       le ofende una vez o dos,   
                       ¿se había de condenar? 
                       No, señor, aqueso no;   
                       que es Dios misericordioso   
                       y estima al más pecador,   
                       porque todos igualmente   
                       le costaron el sudor 
                       que sabéis, y aquella sangre   
                       que liberal derramó   
                       haciendo un mar a su cuerpo,   
                       que amoroso dividió   
                       en cinco sangrientos ríos; 
                       que su espíritu formó   
                       nueve meses en el vientre   
                       de aquella que mereció   
                       ser Virgen cuando fue Madre,   
                       y claro oriente del sol, 
                       que como clara vidriera   
                       sin que se rompiese en dos.   
                       Y si os guiáis por ejemplos,   
                       decid: ¿No fue pecador   
                       Pedro y mereció después 
                       ser de las almas pastor?   
                       Mateo, su coronista,   
                       ¿no fue también su ofensor?,   
                       y luego, ¿no fue su apóstol   
                       y tan gran cargo le dio? 
                       ¿No fue pecador Francisco?   
                       Luego, ¿no le perdonó   
                       y a modo de honrosa empresa   
                       en su cuerpo le imprimió   
                       aquellas llagas divinas 
                       que le dieron tanto honor,   
                       dignándole de tener   
                       tan excelente blasón?   
                       ¿La pública pecadora   
                       Palestina no llamó 
                       a Magdalena y fue santa   
                       por su santa conversión?   
                       Mil ejemplos os dijera   
                       a estar despacio, señor;   
                       más mi ganado me aguarda
                       y ha mucho que ausente estoy.   

PAULO                  Tente, Pastor; no te vayas.   

PASTORCILLO            No puedo tenerme, no,   
                       que ando por aquellos valles   
                       recogiendo con amor 
                       una ovejuela perdida   
                       que del rebaño se huyó;   
                       y esta corona que veis   
                       hacerme con tanto amor   
                       es para ella, si parece, 
                       porque hacérmela mandó   
                       el mayoral, que la estima   
                       del modo que le costó.   
                       Que el que a Dios tiene ofendido,   
                       pídale perdón a Dios, 
                       porque es, señor, tan piadoso,   
                       que a ninguno le negó.   

PAULO                  Aguarda, Pastor.   

PASTORCILLO            No puedo.   

PAULO                  Por fuerza te tendré yo.   

PASTORCILLO            Será detenerme a mí 
                       parar el curso del sol.   

(Vásele de entre las manos.) editar

PAULO 		Este pastor me ha avisado   
                en su forma peregrina, 
                no humana, sino divina,   
                que tengo a Dios enojado 
                por haber desconfiado   
                de su piedad (¡claro está!)   
                y con ejemplos me da   
                a entender piadosamente   
                que el hombre que se arrepiente 
                perdón en Dios hallará.   
                Pues si Enrico es pecador,   
                ¿no puede también hallar   
                perdón? Ya vengo a pensar   
                que ha sido grande mi error. 
                Mas, ¿cómo dará el Señor   
                perdón a quien tiene nombre,   
                ¡ay de mí!, del más mal hombre   
                que en este mundo ha nacido?   
                Pastor que de mí has huido, 
                no te espante que me asombre.   
                Si él tuviera algún intento   
                de tal vez arrepentirse,   
                bien pudiera recibirse   
                lo que por engaño siento, 
                y yo viviera contento.   
                ¿Por qué, pastor, queréis vos   
                que en la clemencia de Dios   
                halle su remedio medio?   
                Alma, ya no hay más remedio 
                que el condenarnos los dos.   

PEDRISCO        (Saliendo.)   
                Escucha, Paulo, y sabrás,   
                aunque de ello ajeno estás,   
                y lo atribuyas a engaño,   
                el suceso más extraño 
                que tú habrás visto jamás.   
                En esa verde ribera   
                de tantas fieras aprisco,   
                donde el cristal reverbera   
                cuando el afligido risco
                su tremendo golpe espera   
                después de dejar colgados   
                aquellos tres desdichados   
                estábamos Celio y yo,   
                cuando una voz que se oyó 
                nos dejó medio turbados.   
                ¡Que me ahogo!, dijo, y vimos   
                cuando la vista tendimos   
                dos hombres nadar valientes   
                (con espada entre los dientes 
                uno), y a sacarlos fuimos.   
                Como en el mar hay tormenta,   
                y está de sangre sedienta,   
                para anegarlos bramaba;   
                ya en las estrellas los clava, 
                ya en su centro los asienta.   
                En los cristales no helados   
                las dos cabezas se vían   
                de aquellos dos desdichados,   
                y las olas parecían 
                ser tablas de degollados.   
                Llegaron al fin, mostrando   
                el valor que significo;   
                mas por no estarte cansando,   
                has de saber que es Enrico 
                el uno.   

PAULO           Estoy lo dudando.   

PEDRISCO        No lo dudes, pues yo llego   
                a decirlo, y no estoy ciego.   

PAULO           ¿Vístele tú?   

PEDRISCO        Vile yo.   

PAULO           ¿Qué hizo al salir?   

PEDRISCO        Echó 
                un ¡por vida! y un reniego   
                para remojar el fuego.   
                Mira qué gracias le daba   
                a Dios, que así le libraba. 

PAULO           ¡Y dirá ahora el pastor 
                que le ha de dar el Señor   
                perdón! El juicio me acaba.   
                Mas poco puedo perder,   
                pues aquí le llego a ver,   
                en probarle la intención. 

PEDRISCO        Ya le trae tu escuadrón.   

PAULO           Pues oye lo que has de hacer.   
                (Habla aparte con PEDRISCO.)   
    
(Entran ENRICO y GALVÁN mojados y las manos atadas, 
conducidos por bandoleros.)
 
    
ENRICO          ¿Dónde me lleváis así?   

BANDOLERO PRIMERO   El capitán está aquí,   
                    que la respuesta os dará. 

PAULO (A PEDRISCO.) Haz esto.   

PEDRISCO            Todo se hará.   
    
(Vase PAULO.)
 
    
BANDIDO PRIMERO     Pues ¿vase el capitán?   

PEDRISCO            Sí.   
                    ¿Dónde iban vuesas mercedes,   
                    que en tan gran peligro dieron   
                    como es caminar por agua? 
                    ¿No responden?   

ENRICO              Al infierno.   

PEDRISCO            Pues ¿quién le mete en cansarse,   
                    cuando hay diablos tan ligeros   
                    que le llevarán de balde?   

ENRICO              Por agradecerles menos. 

PEDRISCO            Habla voercé muy bien,   
                    y hace muy a lo discreto   
                    en no agradecer al diablo   
                    cosa que haga a su provecho.   
                    ¿Cómo se llama voarcé? 
 
ENRICO              Llámome el diablo.   

PEDRISCO            Y por eso   
                    se quiso arrojar al mar,   
                    para remojar el fuego.   
                    ¿De dónde es?   

ENRICO              Si de cansado   
                    de reñir con agua y viento 
                    no arrojara al mar la espada,   
                    yo os respondiera bien presto   
                    a vuestras necias preguntas   
                    con los filos de su acero.   

PEDRISCO            Oiga, hidalgo, no se atufe 
                    ni nos eche tantos retos;   
                    que juro a Dios si me enojo   
                    que le barrene ese cuerpo   
                    más de setecientas veces,   
                    sin la que en su nacimiento 
                    barrenó naturaleza.   
                    Y ha de advertir que está preso,   
                    y que si es valiente, yo   
                    soy valiente como un Héctor;   
                    y que si él ha hecho muertes, 
                    sepa que también yo he muerto   
                    muchas hambres y candiles   
                    y muchas pulgas a tiento.   
                    Y si es ladrón, soy ladrón,   
                    y soy el demonio mesmo, 
                    y ¡por vida!...   

BANDIDO PRIMERO     Bueno está.   

ENRICO              ¿Esto sufro y no me avengo?   

PEDRISCO            Ahora ha de quedar atado   
                    a un árbol.   

ENRICO              No me defiendo;   
                    haced de mí vuestro gusto. 

PEDRISCO (A GALVÁN.) Y a él también.   

GALVÁN (Aparte.)    De esta vez muero.   

PEDRISCO            Si son como vuestra cara,   
   (A GALVÁN.)      vos tenéis bellacos hechos.   
                    Ea, llegadlos a atar,   
                    que el capitán gusta de ello.
   (A ENRICO.)      ¡Llegad al árbol!   

ENRICO              ¡Que ansí   
                    me quiera tratar el cielo!...   

(Atán a un árbol a ENRICO, y después a GALVÁN.) editar

PEDRISCO 	    ¡Llegad vos!   

GALVÁN              ¡Tened piedad!   

PEDRISCO            Vendadle los ojos quiero   
                    con las ligas a los dos. 

GALVÁN              ¿Viose tan extraño aprieto?   
                    Mire vuesarcé que yo   
                    vivo de su oficio mesmo,   
                    y que soy ladrón también.   

PEDRISCO            Ahorrará con aquesto 
                    de trabajo a la justicia   
                    y al verdugo de contento.   

BANDIDO PRIMERO     Ya están vendados y atados.   

PEDRISCO            Las flechas y arcos tomemos,   
                    y dos docenas no más
                    clavemos en cada cuerpo.   

BANDIDO PRIMERO     Vamos,   

PEDRISCO            (Bajo a los bandidos.)   
                    Aquesto es fingido   
                    nadie los ofenda.   

BANDIDO PRIMERO     Creo   
                    que el capitán los conoce.   

PEDRISCO            Vamos, y así los dejemos. 
    
(Vanse.)
 
    
GALVÁN              Ya se van a asaetearnos. 
  
ENRICO              Pues no por aqueso pienso   
                    mostrar flaqueza ninguna.   

GALVÁN              Ya me parece que siento   
                    una jara en estas tripas. 

ENRICO              Vénguese en mí el justo cielo,   
                    que quisiera arrepentirme   
                    y cuando quiero no puedo.   
    
(PAULO, de ermitaño, con cruz y rosario.)
 
    
PAULO               Con esta traza he querido   
                    probar si ese hombre se acuerda 
                    de Dios, a quien ha ofendido.   

ENRICO              ¡Que un hombre la vida pierda   
                    me parece que es saeta!   

GALVÁN              ¡Cada mosquito que pasa   
                    me parece que es saeta! 

ENRICO              El corazón se me abrasa.   
                    ¡Que mi fuerza esté sujeta   
                    a fortuna, en todo escasa!   

PAULO               ¡Alabado sea el Señor!   

ENRICO              ¡Sea por siempre alabado! 

PAULO               Sabed con vuestro valor   
                    llevar este golpe airado   
                    de fortuna.   

ENRICO              ¡Gran rigor!   
                    ¿Quién sois vos que ansí me habláis?   

PAULO               Un monje que este desierto, 
                    donde la muerte esperáis,   
                    habita.   

ENRICO              Bueno, por cierto.   
                    Y ahora, ¿qué nos mandáis?   

PAULO               A los que al roble os ataron   
                    y a mataros se apartaron 
                    supliqué con humildad   
                    que ya que con tal crueldad   
                    de datos muerte trataron,   
                    que me dejasen llegar   
                    a hablaros.   
      
ENRICO              ¿Y para qué? 

PAULO               Por si os queréis confesar,   
                    pues seguís de Dios la fe.   

ENRICO              Pues bien se puede tornar,   
                    padre, o lo que es.   

PAULO               ¿Qué decís?   
                    ¿No sois cristiano?   

ENRICO              Sí, soy. 

PAULO               No lo sois, pues no admitís   
                    el último bien que os doy.   
                    ¿Por qué no lo recibís? 

ENRICO              Porque no quiero.   

PAULO (Aparte.)     (¡Ay de mí!   
                    Esto mismo presumí.) 
                    ¿No veis que os han de matar   
                    ahora?   

ENRICO              ¿Quiere callar,   
                    hermano, y dejarme aquí?   
                    Si esos señores ladrones   
                    me dieron muerte, aquí estoy. 

PAULO (Aparte.)     ¡En qué grandes confusiones   
                    tengo el alma!   

ENRICO              Yo no doy   
                    a nadie satisfacciones.   

PAULO               A Dios, sí.   

ENRICO              Si Dios ya sabe   
                    que soy tan gran pecador, 
                    ¿para qué?   

PAULO               ¡Delito grave!   
                    Para que su sacro amor   
                    de darle perdón acabe.   

ENRICO              Padre, lo que nunca he hecho   
                    tampoco he de hacer ahora. 

PAULO               Duro peñasco es su pecho.   
 
ENRICO              Galván, ¿qué hará la señora Celia?   

GALVÁN              Puesto en tanto estrecho   
                    ¿quién se ha de acordar de nada?   

PAULO               No se acuerde de esas cosas. 
 
ENRICO              Padre mío, ya me enfada.   

PAULO               ¿Estas palabras piadosas   
                    le ofenden?   

ENRICO              Cosa es cansada,   
                    pues si no estuviera atado,   
                    ya yo lo hubiera arrojado 
                    de una coz dentro del mar.   

PAULO               Mire que le han de matar.   

ENRICO              Ya estoy de aguardar cansado.   

GALVÁN              Padre, confiéseme a mí,   
                    que ya pienso que estoy muerto. 

ENRICO              Quite esta liga de aquí, padre.   

PAULO               Sí haré, por cierto.   
                    (Les quita la venda.)   

ENRICO              Gracias a Dios que ya vi. 

GALVÁN              Y yo también.   

PAULO               En buen hora;   
                    vuelvan la vista ahora 
                    a los que a matarlos vienen.   

(Entran bandoleros con escopetas y ballestas.) editar

 
ENRICO              ¿Pues para qué se detienen?   

PEDRISCO            Pues que ya su fin no ignora,   
                    digo, ¿por qué no confiesa?   

PAULO               No me quiero confesar. 

PEDRISCO            Celio, el pecho le atraviesa   

PAULO               Dejad que le vuelva a hablar.   
                    Desesperación es ésa.   

PEDRISCO            ¡Ea, llegadle a matar!   

PAULO               ¡Deteneos! (¡Triste pena!) 
                    Porque si éste se condena,   
                    ¿me queda más que dudar?   

ENRICO              Cobardes sois. ¿No llegáis   
                    y puerta a mi pecho abrís?   

PEDRISCO            De esta vez no os detengáis. 

PAULO               Aguardad, que si le herís   
                    más confuso me dejáis.   
                    ¡Mira que eres pecador, hijo!   

ENRICO              Y del mundo el mayor:   
                    ya lo sé.   

PAULO               Tu bien espero. 
                    Confiésate a Dios.   

ENRICO              No quiero,   
                    cansado predicador.   

PAULO               Pues salga del pecho mío,   
                    si no dilatado río   
                    de lágrimas, tanta copia, 
                    que se anegue el alma propia,   
                    pues ya de Dios desconfío.   
                    Dejad de cubrir, sayal,   
                    mi cuerpo, pues está mal,   
                    según siente el corazón,
                    una rica guarnición   
                    sobre tan falso cristal.   
                    (Desnúdase el saco de ermitaño.)   
                    En mis torpezas resbalo   
                    y a la culebra me igualo   
                    mas mi parecer condeno, 
                    porque yo desecho el bueno,   
                    mas ella desecha el malo.   
                    Mi adverso fin no resisto,   
                    pues mi desventura he visto,   
                    y da claro testimonio 
                    el vestirme de demonio   
                    y el desnudarme de Cristo.   
                    Colgad ese saco ahí   
                    para que diga (¡ay de mí!):   
                    «En tal puesto me colgó 
                    Paulo que no mereció   
                    la gloria que encierro en mí.» 
                    Dadme la daga y la espada;   
                    esa cruz podéis tornar;   
                    ya no hay esperanza en nada, 
                    pues no me sé aprovechar   
                    de aquella sangre sagrada.   
                    Desatadlos.   
    
(Los bandoleros sueltan a ENRICO y GALVÁN.)
 
    
ENRICO              Ya lo estoy,   
                    y lo que he visto no creo.   

GALVÁN              Gracias a los cielos doy. 

ENRICO              Saber la verdad deseo.   

PAULO               ¡Qué desdichado que soy!   
                    ¡Ah, Enrico! Nunca nacieras;   
                    nunca tu madre te echara,   
                    donde dejando la luz 
                    fuiste de mis males causa;   
                    o pluguiera a Dios que ya   
                    que infundido el cuerpo y alma   
                    saliste a luz, en sus brazos   
                    te diera la muerte un ama, 
                    un león te deshiciera,   
                    un oso despedazara   
                    tus tiernos miembros entonces,   
                    o cayeras en tu casa   
                    del más altivo balcón, 
                    primero que a mi esperanza   
                    hubieras cortado el hilo.   

ENRICO              Esta novedad me espanta.   

PAULO               Yo soy Paulo, un ermitaño,   
                    que dejé mi amada patria 
                    de poco más de quince años,   
                    y en esta oscura montaña   
                    otros diez serví al Señor.   

ENRICO              ¡Qué ventura!   

PAULO               ¡Qué desgracia!   
                    Un ángel, rompiendo nubes 
                    y cortinas de oro y plata,   
                    preguntándole yo a Dios   
                    qué fin tendría. «Repara   
                    (me dijo): ve a la ciudad,   
                    y verás a Enrico (¡ay alma!), 
                    hijo del noble Anareto,   
                    que en Nápoles tiene fama.   
                    Advierte bien en sus hechos,   
                    y contempla en sus palabras;   
                    que si Enrico al cielo fuere, 
                    el cielo también te aguarda;   
                    y si al infierno, el infierno.»   
                    Yo entonces imaginaba   
                    que era algún santo aqueste Enrico;   
                    pero los deseos se engañan. 
                    Fui allá, vite luego al punto,   
                    y de tu boca y por fama   
                    supe que eras el peor hombre   
                    que en todo el mundo se halla.   
                    Y ansí, por tener tu fin, 
                    quiteme el saco, y las armas   
                    tomé, y el cargo me dieron   
                    de esta forajida escuadra.   
                    Quise probar tu intención,   
                    por saber si te acordabas 
                    de Dios en tan fiero trance   
                    pero saliome muy vana.   
                    Volví a desnudarme aquí,   
                    como viste, dando al alma   
                    nuevas tan tristes, pues ya 
                    la tiene Dios condenada.   

ENRICO              Las palabras que Dios dice   
                    por un ángel, son palabras,   
                    Paulo amigo, en que se encierran   
                    cosas que el hombre no alcanza. 
                    No dejara yo la vida   
                    que seguías, pues fue causa   
                    de que quizá te condenes   
                    el atreverte a dejarla. 
                    Desesperación ha sido 
                    lo que has hecho, y aun venganza   
                    de la palabra de Dios   
                    y una oposición tirana   
                    a su inefable poder;   
                    y al ver que no desenvaina 
                    la espada de su justicia   
                    contra el rigor de tu causa,   
                    veo que tu salvación   
                    desea; mas ¿qué no alcanza   
                    aquella piedad divina, 
                    blasón de que más se alaba?   
                    Yo soy el hombre más malo   
                    que naturaleza humana   
                    en el mundo ha producido;   
                    el que nunca habló palabra, 
                    sin juramento; el que a tantos   
                    hombres dio muertes tiranas;   
                    el que nunca confesó   
                    sus culpas, aunque son tantas;   
                    el que jamás se acordó 
                    de Dios y su Madre santa;   
                    ni aún ahora lo hiciera,   
                    con ver puestas las espadas   
                    a mi valeroso pecho;   
                    mas siempre tengo esperanza 
                    en que tengo de salvarme;   
                    puesto que no va fundada   
                    mi esperanza en obras mías,   
                    sino en saber que se humana   
                    Dios con el más pecador 
                    y con su piedad se salva.   
                    Pero ya, Paulo, que has hecho   
                    ese desatino, traza   
                    de que alegres y contentos   
                    los dos en esta montaña 
                    pasemos alegre vida,   
                    mientras la vida se acaba.   
                    Un fin ha de ser el nuestro;   
                    si fuere nuestra desgracia   
                    el carecer de la gloria 
                    que Dios al bueno señala,   
                    mal de muchos, gozo es;   
                    pero tengo confianza   
                    en su piedad, porque siempre   
                    vence a su justicia sacra. 

PAULO               Consolado me has un poco.   

GALVÁN              Cosa es por Dios que me espanta.   

PAULO               Vamos donde descanséis.   

ENRICO              (Aparte.)   
                    (¡Ay, padre de mis entrañas!)   
                    Una joya, Paulo amigo, 
                    en la ciudad olvidada   
                    se me queda, y aunque temo   
                    el rigor que me amenaza,   
                    si allá vuelvo he de ir por ella   
                    pereciendo en la demanda. 
                    Un soldado de los tuyos   
                    irá conmigo.   

PAULO               Pues vaya   
                    Pedrisco, que es animoso.   

PEDRISCO            Por Dios, que ya me espantaba   
                    que no encontraba conmigo. 

PAULO               Dadle la mejor espada   
                    a Enrico, y en esas yeguas   
                    que al ligero viento igualan,   
                    os pondréis allá en dos horas.   

GALVÁN              Yo me quedo en la montaña 
                    a hacer tu oficio. (A PEDRISCO.)   

PEDRISCO            (A GALVÁN.)   Yo voy   
                    donde paguen mis espaldas   
                    los delitos que tú has hecho.

ENRICO              ¡Adiós, amigo!   

PAULO               Ya basta   
                    el nombre para abrazarte. 

ENRICO              Aunque malo, confianza   
                    tengo en Dios.   

PAULO               Yo no la tengo,   
                    cuando son mis culpas tantas.   
                    Muy desconfiado soy.   

ENRICO              Aquesta desconfianza 
                    te tiene de condenar.   

PAULO               Ya lo estoy; no importa nada.   
                    ¡Ah Enrico! Nunca nacieras.   

ENRICO              Es verdad; mas la esperanza   
                    que tengo en Dios, ha de hacer 
                    que haya piedad de mi causa.   


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