Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XII.

Cisneros llegó á Alcalá á tiempo de celebrar un sínodo de los más concurridos que han tenido lugar en España. Sea por temor, por curiosidad, ó por el deseo de ilustrarle cada cual con sus particulares luces, acudieron á él todos los clérigos de la diócesis. Para inaugurar sus tareas, el Prelado pronunció un discurso de los más elocuentes y conmovedores, en que se combinaban en justa proporción la humildad y la autoridad, el amor á sus diocesanos y el deseo vivísimo de llevarlos por los senderos del bien, de la verdad y de la justicia. «Yo me he visto obligado, —les decía,— á abandonar la soledad en que esperaba pasar toda la vida, para ser elevado á una altura de que me conceptúo indigno, empujándome al tumulto del mundo como á una mar tempestuosa y llena de escollos. Para no naufragar, ya que está encargado de la dirección de la nave quien, como yo, no ha pensado más que en el modo de dirigirse bien á sí mismo, necesito del concurso y de las luces de todos. Ayudadme: se trata de hacer buenos reglamentos que nos sirvan de norma; pero tened en cuenta que lo importante es observarlos. Yo espero serviros de ejemplo; estoy seguro que algunos de vosotros iréis más allá que yo; pero no extrañéis que me valga de toda la autoridad que Dios ha puesto en mis manos para castigar á los descuidados y negligentes, quienes tendrán tanta menos excusa, cuanto que lo que aquí se establezca será de acuerdo y conformidad con todos.»